Título: Nuestro momento predestinado
Fandom: Mentes Criminales Pareja: Aaron Hotchner x Spencer Reid
Autor: KiraH69
Género: Yaoi, Slash
Clasificación: +18 Advertencias: lemon, violencia
Capítulos: 30 (6 de 30)
Resumen: El gobierno dice que Spencer Reid es el Alma Gemela de Aaron Hotchner, y Aaron siempre ha confiado en el sistema, pero ese chico flacucho con pinta de ayudante de profesor universitario y claros problemas de personalidad no puede ser su Alma Gemela. No le queda otro remedio que casarse con él, pero eso no significa que tenga que aceptarlo como su pareja.
Nota: Atención, esta es una historia dura que involucra a niños que han sido violados y torturados. Estos hechos no se describen en sí, pero sí se habla posteriormente de ellos y también se incluye la muerte de menores.
Capítulo 6
Reid echó a andar casi corriendo por
los pasillos del juzgado y Hotch apenas podía seguirle el ritmo
disculpándose con la gente a la que prácticamente atropellaban. En
el coche, usó la sirena para salir cuanto antes del centro hasta que
estuvieron en la interestatal. Apenas se abrochó el cinturón, Reid
sacó una libreta y comenzó a escribir.
—¿Alguna vez has trabajado con algo
así?—le preguntó Aaron.
—¿Trece niños secuestrados en una
granja, posiblemente sufriendo violaciones continuadas y maltrato
físico y psicológico por vete tú a saber cuánto tiempo? No, por
suerte no. He tenido casos individuales similares y una vez dos
hermanos, pero nada así—solo pensar en lo que se les venía encima
era abrumador—. Va a requerir mucho trabajo y mucho personal, mi
ayudante ya ha empezado a organizarlo todo. Ah, vuestra analista,
García, es buena en su trabajo, ¿no? ¿Podría ayudarnos con la
identificación de los niños? Hay unidades especializadas, pero
nunca trabajan tan rápido como deberían.
—Es la mejor y estará encantada de
ayudar, cuenta con ello—le aseguró. Ayudarían en todo lo que
pudieran, por una vez no se preocuparían solo de los criminales.
—Bien, querría localizar a sus
padres cuanto antes.
Reid volvió a sumergirse en su
trabajo, escribiendo notas (que probablemente no eran para él ya que
tenía memoria eidética) y enviando mensajes y haciendo llamadas con
el móvil. Solo se detuvo cuando al fin llegaron frente a la granja
en Manassas. A primera vista parecía una granja normal, grande y
bastante antigua, de un color marrón grisáceo con algunos detalles
en rojo oscuro. Los terrenos frente a ella estaban llenos de
ambulancias y coches de policía junto con sus correspondientes
agentes. Parecía que habían tenido suerte y la prensa aún no se
había enterado, pero por si acaso había un cordón policial
marcando un amplio perímetro alrededor del edificio.
—¿Qué estás haciendo?—le
preguntó Aaron cuando vio que Reid comenzaba a quitarse la corbata y
después la chaqueta.
—Intento parecer lo menos amenazador
posible para que los niños no me tengan miedo y confíen en
mí—agradecía haber llevado una camisa blanca ese día.
Aaron no consideró apropiado decirle
que no podría parecer amenazador ni aunque lo intentara. El doctor
se quedó en mangas de camisa (las cuales se remangó) e incluso se
quitó el cinturón. Tan solo se llevó su bolsa de cuero, dejando
todo lo demás en el coche, y se dirigió hacia la casa mostrando su
carnet de identidad a los agentes que guardaban el perímetro. Cuando
llegó a la puerta de la casa, se dio la vuelta y observó un momento
a su alrededor.
—¿Capitán?—se acercó a un hombre
que estaba dando órdenes a varios policías—. Cuando salga con los
niños no quiero ver hombres cerca, solo mujeres y a ser posible sin
uniforme y el mínimo número necesario.
—¿Por qué solo mujeres?—preguntó
extrañado.
—Porque esos niños han estado
secuestrados por dos hombres y es posible que el simple aspecto de
alguno de los agentes pueda desencadenar una respuesta negativa. Y
consiga también un autobús escolar, no los voy a meter en un coche
o furgoneta policial.
Antes de que el capitán pudiera
replicar, Reid se dio la vuelta y entró en la casa. El interior no
tenía ninguna clase de decoración superflua, tan solo los objetos
necesarios para el día a día y desde luego nada que hiciera pensar
que allí vivieran niños. Un agente le acompañó escaleras arriba y
le indicó la puerta al final del pasillo que otro agente estaba
custodiando.
—¿Quién está dentro con los
niños?—le preguntó.
—Una paramédico de la ambulancia.
—De acuerdo. Cuando entre yo, quiero
que ella se quede aquí y usted se marche, no quiero hombres dentro
de la casa. Puede llamar a una de sus compañeras si es necesario,
pero nada de hombres.
El agente asintió y abrió la puerta
para que pasara. Lo primero que notó al entrar fue la ola de miedo
que pasó sobre los chicos ante el nuevo visitante. La habitación
era bastante grande, suficiente para una litera a izquierda y otra a
derecha con un colchón entre medias frente a la única ventana y
otra litera más perpendicular a las otras a la izquierda de la
puerta. Seis camas en total y un colchón en los que tenían que
dormir trece niños, aunque Reid se fijó en que el colchón del
medio no tenía sábanas ni manta y estaba repleto de manchas de
diferentes tipos, lo que le hizo pensar que tal vez no se usara para
dormir.
En ese momento, los niños estaban
todos apiñados en una de las literas inferiores, abrazándose unos a
otros y algunos de ellos llorando. Calculó que la mayor de todos
tendría unos doce años mientras que el menor no más de tres. A
primera vista ya se podía decir que estaban malnutridos, desaseados
y muy maltratados. La paramédico estaba sentada en la litera opuesta
y Reid le hizo un gesto con la cabeza para que saliera. Tras cerrar
la puerta, se sentó en el suelo, dejando su bolsa a un lado, y
esperó por un momento, mirando a los pequeños con una suave sonrisa
mientras estos le analizaban.
—Hola, me llamo Spencer. ¿Me diríais
vuestros nombres?
—Yo soy Olivia, puedes hablar
conmigo—le dijo recelosa la mayor de todos, sosteniendo a dos de
los más pequeños sobre sus piernas.
—Encantado de conocerte, Olivia. He
venido aquí para ayudaros, para sacaros de esta casa y llevaros a un
sitio seguro.
—¿Eres policía?
—No, pero trabajo con ellos. Con la
ayuda de todos vamos a llevaros de vuelta a casa.
—¿Y si no tenemos casa?—replicó
Olivia.
—Cuidaremos de vosotros, pase lo que
pase—esperaba que todos ellos tuvieran padres y poder encontrarlos
a todos, pero sabía que cabía la posibilidad de que no fuera así
en alguno de los casos.
Tuvo que charlar un rato más con
ellos, sobre todo con la mayor que parecía muy protectora con todos,
y mostrarles unos trucos de cartas para que poco a poco se fueran
abriendo (ya conocía un par de nombres más) y convencerles de que
le acompañaran.
Fuera, habían llegado dos coches del
FBI. Los miembros de la UAC salieron y se reunieron con su jefe, que
esperaba junto a su coche.
—Hotch. ¿Qué hace todo parado? ¿Y
ese autobús?—preguntó Morgan, señalando con la cabeza al autobús
escolar amarillo frente a la casa.
—Petición de Reid para llevar a los
niños a su nueva ubicación.
—¿Reid? ¿El doctor Reid de Las
Vegas?—preguntó Prentiss sorprendida.
—El mismo. Estaba en Washington por
otros asuntos y le han llamado para encargarse de este caso.
—Supongo que eso significa que pasará
aquí algún tiempo—comentó Rossi como si nada, dedicándole una
mirada de soslayo.
—Imagino—respondió, ignorando las
segundas intenciones de su comentario. Su amigo le había estado
insistiendo constantemente en que no esperara a reunirse para la
anulación para pedirle disculpas y arreglar las cosas. Probablemente
ahora insistiría aún más cuando supiera que aún no lo había
hecho argumentando que ya no había distancia de por medio.
—Con trece niños sin identificar va
a ser largo y complicado. ¿Podríamos ayudar?—preguntó Morgan.
—Me ha pedido que García le ayude
con las identificaciones y a localizar a los padres. Si surge algo
más en lo que podamos ayudar lo haremos.
En ese momento, la puerta de la casa se
abrió y Reid salió de ella seguido por una fila de niños que,
vistos desde lejos, bien podrían haber sido un grupo yendo de
excursión. Con las puertas del autobús cerrándose tras las dos
mujeres policía que los acompañaban, Hotch recibió un mensaje de
J. J.
J. J. » La prensa ya se ha
enterado, van para allá.
—Parece que lo han conseguido justo a
tiempo.
—¿Ya se han enterado los medios?
Bueno, por una vez no me importa lidiar con ellos si así se lo
evitamos a los niños—comentó Rossi.
Aquel día no consiguieron sacarle
mucho a los dos detenidos, los hermanos Bishop, pero la granja en sí
les mostró más de lo que ellos pudieran contar. Los niños no solo
eran violados en el colchón en medio de su habitación, manchado de
toda clase de fluidos corporales, sino que también eran forzados a
trabajar en la granja y se encontraron diversos instrumentos de
castigo y tortura por toda la casa. Además, al examinar los terrenos
circundantes al edificio, se encontraron las tumbas de otros cuatro
niños de diferentes edades, cuyos cuerpos estaban en diversos
estados de descomposición. Al final del día, no creían que
siquiera Reid fuera capaz de ayudar a los trece niños después de lo
que habían sufrido.
Se fueron a descansar a casa ya muy
tarde, aunque sabían que ninguno iba a ser capaz de dormir, y así
fue. Sus rostros se veían exhaustos al regresar a trabajar al día
siguiente. No querían volver a enfrentare a lo que habían vivido
ayer, era posiblemente el peor caso que se habían encontrado nunca,
y su temor de que ese día no iba a ser mejor se cumplió con los
interrogatorios a los Bishop.
—El chico se dejó ropa en tu coche,
¿verdad?—le preguntó David, asomándose a su despacho cuando el
resto del equipo se había ido ya a casa dando por finalizado el
segundo día del caso.
—Sí, ¿por qué?—respondió,
mirándole con el ceño fruncido.
—Quizás deberías ir a devolvérsela
y ya de paso ver cómo está. Después de todo, a nosotros nos ha
tocado la parte más fácil de este caso.
En eso tenía razón, Reid se estaba
haciendo cargo de lo más duro. Echó un vistazo a los informes y
documentos que aún tenía sobre su mesa. Normalmente se quedaría
dos o tres horas más finalizándolos, pero en esa ocasión pensó
que el papeleo podía esperar. Cerró la carpeta con la que estaba
trabajando y se ganó un gesto de aprobación de su amigo.
En pocos minutos llegó al centro donde
se encontraban los niños. Era un edificio recién construido que iba
a albergar un centro cívico y que el ayuntamiento había cedido
temporalmente para ellos. Aún no se había colocado mobiliario en
las salas por lo que fue más fácil adaptarlo a sus necesidades. En
la sala más grande se colocaron catorce camas, una de ellas para el
encargado de pasar la noche con los niños por si sufrían pesadillas
o se despertaban. Otra se convirtió en sala de juegos y biblioteca
con libros y juguetes que iban donando los vecinos del barrio. Había
una pequeña cafetería que se convirtió en el comedor. Se preparó
otra sala con ordenadores y teléfonos para ayudar en la búsqueda de
los padres. Varias de las salas más pequeñas se convirtieron en
despachos, tanto para Reid como para el resto de agencias y personal
que trabajaba con ellos. Se prepararon también unas cuantas salas
para cuando comenzaran a llegar los padres y para las sesiones de
terapia. Por último, las salas restantes se llenaron de colchones y
sofás para que los trabajadores pudieran descansar, ya que la
mayoría pasaba allí todo el día y algunos ni siquiera se iban a
dormir a casa.
La gente se había volcado con esos
niños. Se sentían culpables. Lo habían tenido tan cerca todo este
tiempo, delante de sus narices y no lo habían visto. Pero si el
sentimiento de culpa permitía que esos niños regresaran a sus
hogares cuanto antes y se recuperaran, era bienvenido.
Al llegar a la entrada, vio varias
furgonetas de medios de comunicación. Un policía le pidió su
identificación en la puerta y le dejó pasar. Seguramente estaban
teniendo muchos problemas con la prensa y no podía entrar nadie que
no tuviera cita o fuera un agente de la ley. En la recepción había
una mujer joven organizando un montón de papeles.
—¿Qué necesita?—le preguntó,
apenas mirándole un segundo.
—Venía a ver al doctor Reid, soy el
agente Aaron Hotchner, del equipo del FBI que está interrogando a
los Bishop.
El rostro de la mujer se contrajo en
una mueca de desagrado, aunque no iba dirigida a él.
—Vaya por ese pasillo, su despacho es
la primera puerta a la derecha, si no está él, estará su
ayudante—le indicó y siguió ordenando papeles.
Aaron llegó frente a la puerta del
despacho, con un cartel improvisado en una hoja de papel con el
nombre del doctor y el de su ayudante, Satu Teppola. No tenía ni
idea de dónde podía venir ese nombre, ni siquiera si era de hombre
o de mujer. Cuando estaba a punto de llamar a la puerta, esta se
abrió y una mujer morena, con grandes ojos color avellana y el pelo
en una coleta alta chocó con él.
—¡Wah!—una carpeta estuvo a punto
de caer de sus brazos, pero la sostuvo a tiempo—. Disculpe, ¿quería
algo?—le preguntó con un acento que no supo identificar.
—Soy el agente Aaron Hotchner, de-
—¡Oh, ya sé quién eres, Spencer me
ha hablado de ti! ¿Vienes a verle?—de repente su rostro se tornó
en preocupación y miró por un segundo hacia una puerta al otro lado
del pasillo que parecían ser los baños.
—Sí, quería devolverle una ropa que
se dejó en mi coche y hablar un momento con él—le dijo,
mostrándole la bolsa que llevaba.
—Gracias, yo se la daré, la dejaré
en su mesa. No creo que ahora sea un buen momento para hablar con él,
será mejor que vengas otro día, estamos hasta arriba ahora mismo—le
dijo con una sonrisa algo forzada.
—De acuerdo, vendré otro día,
gracias.
Hizo ademán de marcharse mientras la
mujer dejaba la bolsa en el despacho y se dirigía hacia otra sala.
Entonces, regresó al pasillo y entró al cuarto de baño. Reid
estaba allí frente al espejo, sosteniéndose del lavabo con una mano
mientras se cubría la boca con la otra. Su cuerpo temblaba, estaba
esforzándose por controlarse y no llorar, pero fallaba
estrepitosamente.
buuuaaa..!!! nuestro bebe reid esta sufriemdo tanto esta dificil este caso buaaaaa... espero que hocht sea una gran ayuda para nuestro amado doctor..!!!!
ResponderEliminarOh mi bebé! Ojalá pronto se arreglen las cosas con Hotch
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