: Stiles llega a Beacon Hills huyendo de cazadores, pero no es su propia vida lo que más le preocupa, sino la de su hija.
La
noche era oscura, la carretera estaba iluminada solo por una luna
creciente y los faros del coche. Era una carretera estrecha que
serpenteaba entre un bosque y no tenía ninguna salida por la que
pudiera despistar a la furgoneta negra que los seguía así que
mantener las luces del coche apagadas solo serviría para provocar un
accidente. Incluso si él sobreviviría, la pequeña en el asiento
trasero no lo conseguiría. Miró por el retrovisor y allí estaba,
cada vez más cerca, sus luces amenazadoras como los ojos de un
monstruo. Podía oír los sollozos de su pequeña, le partían el
corazón. Estaba aterrado, no por él sino porque pudiera llegar a
sucederle algo a su niña. No podía creer que hubiera permitido que
los cazadores se acercaran tanto. Debería haber sido más cuidadoso,
ocultarse mejor. Pisó el acelerador, pero el coche no daba más de
sí. La furgoneta los alcanzó, colocándose en paralelo por su
izquierda. Antes de que pudiera reaccionar, giró bruscamente y los
golpeó con tal fuerza que el coche se salió de la carretera. Volcó
antes de chocar contra los árboles, quedándose boca abajo. Se quedó
aturdido por un momento, sujeto a su asiento por el cinturón, pero
enseguida se centró en lo importante.
—Cariño,
cariño, ¿estás bien?—preguntó, mirando hacia atrás. Vio a la
pequeña sujeta por el cinto a su asiento.
—¿Papá?—sollozó
la pequeña.
—Está
bien, cariño, tranquila. Escúchame bien, quiero que te desabroches
el cinturón, salgas del coche y corras. Métete en el bosque y
corre, corre y corre, no pares por nada. ¿De acuerdo, mi vida?
—S-sí,
papá—respondió apenas audible.
Ambos
se desabrocharon los cinturones y salieron por lados opuestos del
coche. Esperó a escuchar los pasos de su hija corriendo entre los
árboles antes de centrarse en los cazadores que salían de la
furgoneta. Los tres fueron hacia él apuntándole con sus armas.
Comenzó a transformarse, esperando que con eso pudiera retenerlos el
tiempo suficiente para que su niña escapara. Se oyó la tela de su
ropa rasgarse, sus músculos estirándose, el pelo brotar por todas
partes.
Derek
y Peter estaban corriendo por la reserva, revisando los límites de
su territorio. Scott podía ser el alfa, pero no se molestaba en
comprobar si la ciudad estaba segura. La relación entre Derek y
Peter no era la mejor, pero estos paseos les permitían mantener su
vínculo. Se detuvieron en seco cuando escucharon un rugido,
demasiado profundo para ser de cualquier animal de la zona, ni
siquiera de un hombre lobo. Entonces comenzaron los disparos. Echaron
a correr en dirección a los ruidos. Estaban apenas en el interior de
su territorio, pero si había cazadores tenían que detenerlos.
Cuando
llegaron a la carretera, observaron ocultos entre los árboles a tres
cazadores disparar a un enorme oso marrón con brillantes ojos
dorados que definitivamente no eran naturales. Derek y Peter
intercambiaron una mirada y ambos tenían claro lo que debían hacer.
Se lanzaron sobre los cazadores, sorprendiéndolos por la espalda. El
oso aprovechó el despiste de los cazadores para abalanzarse sobre
uno de ellos, usando sin reprimirse sus garras y sus mandíbulas para
despedazarlo. Después tiró al suelo al cazador con el que Derek
estaba peleando.
—¡Ve
a buscarla!—gritó el oso con voz grave y casi un rugido—.
¡Encuentra a mi hija!—le ordenó a Derek mientras le arrancaba al
cazador el brazo con el que sostenía el arma.
Derek
se percató en ese momento de que había un olor infantil en el coche
volcado que se adentraba en el bosque. No dudó en salir corriendo en
esa dirección, siguiendo el rastro que la pequeña había dejado.
Peter destrozó al otro cazador mientras el oso se encargaba del que
tenía entre sus zarpas. Cuando los latidos de los tres cazadores se
detuvieron, por fin se hizo el silencio en la carretera. Lo único
que se oían eran los jadeos de Peter y aquel hombre oso. Peter
observó cómo aquel enorme cuerpo se reducía, el pelo
desapareciendo y dejando en su lugar a un muchacho que no podía
tener más de veinte años, delgado y pálido con el pelo oscuro
hecho un desastre.
—¿Te
encuentras bien?—le preguntó Peter, observando las balas salir de
su cuerpo y caer al suelo. Olían a acónito, pero no parecían tener
efecto sobre el hombre oso.
—Mi
hija.
Se
giró hacia el bosque y estaba a punto de echar a correr antes de que
Peter lo detuviera. Recibió un rugido a cambio de su esfuerzo, pero
no soltó el agarre de su brazo.
—Tranquilo,
mi sobrino Derek la está buscando, la traerá enseguida.
Había
lágrimas brotando de sus ojos y estaba temblando. Parecía ignorar
las heridas que salpicaban su cuerpo y aún no se habían curado.
Cuando Derek apareció con la pequeña en brazos, el hombre oso cayó
de rodillas al suelo con un fuerte sollozo. Al ver a su padre, la
pequeña forcejeó para bajarse de los brazos de Derek y fue
corriendo hasta su padre, quien la abrazó con desesperación.
—Mi
amor, mi amor, ¿estás bien? ¿Estás herida? ¿Te encuentras
bien?—le preguntó, apartándose de ella solo para comprobar el
estado de su cuerpo. Había algunos arañazos de ramas en sus
piernas, pero por lo demás se encontraba bien. La pequeña tan solo
asintió sin decir palabra.
—Derek,
ve a traer mi coche—le ordenó Peter, lanzándole sus llaves.
Habría preferido utilizar el coche de Derek, pero el suyo se
encontraba más cerca.
—¿Quiénes
sois?—le preguntó el joven sosteniendo a la pequeña en brazos
cuando Derek ya se había marchado.
—Yo
soy Peter Hale, somos parte de la manada que vive en estas tierras.
¿Y vosotros sois?
Por
un momento pareció algo reticente a responder, cubriendo a su hija
aún sollozante con su propio cuerpo, pero finalmente se dio la
vuelta.
—Me
llamo Stiles y esta es Claudia. Siento haber entrado en vuestro
territorio, solo iba-
—Solo
ibas huyendo de los cazadores, no tienes de qué disculparte. Sois
bienvenidos aquí—le aseguró. Podía oler en él el miedo, el
pánico, y no era por su propia seguridad sino por la de su hija.
Peter había visto la fiereza con la que la protegía y no podía más
que admirarlo.
—Gracias,
muchas gracias.
Peter
asintió con la cabeza y le observó mientras intentaba consolar a la
pequeña. Claudia tendría unos cinco años, Stiles debía de ser
mayor de lo que aparentaba.
Escucharon
un coche acercarse y Stiles estuvo a punto de salir corriendo, pero
Peter lo detuvo, podía reconocer el motor de su coche. Derek aparcó
junto a ellos y Peter abrió el maletero.
—Toma,
ponte esto—le dijo a Stiles, entregándole un cambio de ropa que
siempre llevaba por precaución en el coche. La ropa del chico había
quedado completamente destrozada con su transformación. Mientras
Stiles se vestía, Peter se acercó a Derek—. Encárgate de ocultar
todo esto. No le diremos nada a Scott por ahora.
—¿Por
qué no?—preguntó su sobrino frunciendo el ceño.
—¿Crees
que aprobaría que hubiéramos matado a tres cazadores aun para
salvarlos?
Derek
gruñó, pero sabía que tenía razón.
—Stiles,
¿hay algo de tu coche que quieras coger antes de irnos?—le
preguntó cuando ya estaba vestido, con la pequeña de nuevo en sus
brazos.
—No,
salimos con lo puesto, no tuve tiempo ni de coger mi cartera.
—De
acuerdo, entonces vámonos. Derek se ocupará de todo esto—por
suerte aquella no era una carretera muy transitada de noche.
Subieron
al coche y se dirigieron al loft. Stiles miraba constantemente hacia
atrás, temiendo que más cazadores estuvieran detrás de ellos.
Peter no sabía los detalles de su situación, pero nunca se podía
ser demasiado precavido en estos casos así que se aseguró de que
ningún coche los seguía.
Entraron
en el loft y Stiles miró a su alrededor con expresión de
desconfianza, probablemente preguntándose cómo podía aquello ser
la casa de una manada. Peter también se lo preguntaba.
—Arriba
tenéis un baño, podéis daros una ducha. Os dejaré ropa limpia.
Bueno, no tengo nada para la pequeña, pero creo que una camiseta le
servirá de vestido.
—Gracias—murmuró
Stiles y se llevó a la pequeña arriba.
—Hay
un kit de primeros auxilios en el armario por si lo necesitas—le
gritó desde abajo sin saber si el hombre oso tendría el mismo oído
que los hombres lobo.
Cuando
escuchó el agua de la ducha correr, subió a su habitación y cogió
ropa para ambos. La que le había prestado a Stiles estaría manchada
de sangre. La dejó en la puerta del baño y bajó a la cocina.
Estarían hambrientos, al menos Stiles tras su transformación, y no
sabía cuánto tiempo llevaban en la carretera sin detenerse así que
preparó abundante comida. No se equivocó, ambos devoraron la
comida. Claudia, vestida con una de sus camisetas que le llegaba
hasta las rodillas, se aferraba a su padre como un adorable bebé
panda y solo comía lo que su padre le daba. Eran casi copias
idénticas, ojos brillantes como el whisky, lunares salpicando ambos
rostros de piel pálida, cabellos negros revueltos en una maraña a
pesar de estar recién lavados, largos dedos llevándose la comida a
la boca y extremidades igualmente largas que parecían no poder
estarse quietas ni un instante. La nariz respingona era el rasgo más
adorable en ambos. No conseguía discernir ningún rasgo que la
pequeña pudiera haber sacado de su madre. ¿Y dónde estaba ella?
Sabía que no era momento de preguntar, pero sentía curiosidad.
—Gracias
por la comida, estaba deliciosa—le dijo Stiles, sacándolo de su
contemplación.
—Gracias—añadió
la pequeña.
—De
nada. Supongo que estaréis cansados, podéis dormir en mi
habitación.
En
realidad había una habitación libre, pero Peter prefería, por
razones que desconocía, que durmieran en su habitación, incluso si
apenas la utilizaba. Escuchó constantemente los latidos de sus
corazones mientras limpiaba los platos. Primero se relajó el de la
pequeña, pero el de Stiles tardó un rato más.
Stiles
no podía evitar estar alerta. No comprendía por qué estos hombres
lobos estaban tan interesados en ayudarles. Había sentido desinterés
y confusión por parte del Hale más joven, pero Peter parecía
preocupado y realmente interesado en su bienestar. Aun así, no podía
evitar sentirse receloso, la seguridad de su hija era una
preocupación constante en su mente.
Derek
llegó mientras dormían, cuando ya amanecía. Asintió para indicar
que ya había hecho el trabajo y fue a lavarse a su propia
habitación.
Peter
debería dormir también un rato, pero en ese momento no podía,
estaba alerta y sentía curiosidad. Se sentó en el sofá con su
portátil y comenzó a investigar sobre hombres oso. Para su
sorpresa, tenían muchas diferencias con los hombres lobo, incluso si
podían parecer nimiedades. Para empezar no vivían en manada, como
mucho en pareja con sus hijos; no tenían una transformación
intermedia como los hombres lobo, solo podían ser humanos u osos; y
tampoco se veían afectados por la luna. Lo que aún no había
descubierto era la forma en que se transformaban. Si no había un
alfa que mordiera, ¿cualquiera podría hacerlo? ¿O es que no se
transformaban a partir de un mordisco? Tal vez tenían otro ritual o
quizá solo podían serlo de nacimiento y de ahí su escasez. Era
algo que le tendría que preguntar a Stiles cuando se encontrara
mejor.
Durmieron
durante casi diez horas. Quién sabe el tiempo que llevaban huyendo,
por su aspecto dudaba que fuera solo aquella noche. Ya tenía comida
preparada cuando despertaron y tuvo que apartar la mano de Derek
varias veces, no había cocinado para él.
Stiles
bajó las escaleras con Claudia en brazos y por un momento se
sobresaltó al ver a Derek hasta que lo reconoció.
—Gracias
por habernos permitido quedarnos—les dijo—. Si conseguimos un
coche podemos seguir-
—Ni
hablar—le interrumpió Peter—. Podéis quedaros aquí, nosotros
os protegeremos. No estáis en condiciones de seguir viajando. Por
cierto, os he preparado más comida.
Stiles
estaba sorprendido y parecía querer replicar, pero Claudia tiró
insistentemente de su jersey, murmurando que tenía hambre. Su padre
no pudo resistirse y se sentó en la mesa con ella.
—¿Qué
hay de vuestro alfa? ¿Le parecerá bien que estemos aquí?—les
preguntó mientras llenaba un plato con comida variada para su hija.
—No
habrá ningún problema, estará encantado de poder ayudaros—le
aseguró Peter—. Tan solo no le menciones lo que hicimos con esos
cazadores, no está muy a favor de matar.
—Pero
iban a matarnos—replicó confuso.
—Ya,
no importa. De todos modos, no te preocupes, estaréis bien aquí con
nosotros. Os protegeremos.
Derek
se sorprendió cuando no escuchó ninguna mentira en su corazón al
oír a su tío decir aquello.
—Cuando
terminéis de desayunar podemos ir a compraros ropa, sobre todo para
Claudia.
—No
tengo dinero, no he podido-
—No
te preocupes, tenemos dinero de sobra—interrumpió de nuevo
agitando la mano. Vio la expresión dudosa de Stiles, mirando a su
alrededor—. A pesar de lo abandonado que parece este lugar, el
edificio entero es de mi sobrino y yo tengo tanto dinero que no
podría llegar a gastarlo en toda mi vida, así que no te preocupes
por eso.
Derek
se acercó a él con el ceño fruncido, sus gruesas cejas juntas en
el medio, y le agarró del brazo.
—¿Por
qué le has dicho todo eso?—le preguntó con un siseo.
Peter
puso los ojos en blanco, estaba bastante seguro de que el hombre oso
lo había oído perfectamente.
—Solo
quiero que no se preocupen por gastar unos cuantos dólares. Ahora,
¿por qué no vas a comprar algo de vestir para Claudia? No puede
salir a la calle así. Cualquier cosa bastará, ya le compraremos
ropa buena en el centro comercial.
Derek
gruñó, pero se dio media vuelta y salió del loft.
—No
queremos ser una molestia—le dijo Stiles, acariciando los cortos
cabellos de su hija.
—No
lo sois. Hacía tiempo que no tenía la oportunidad de cuidar de
alguien y estoy seguro de que vosotros lo merecéis después de lo
que habéis sufrido.
Stiles
todavía parecía dubitativo, receloso, pero no le culpaba por ello.