Título: La bestia de Gotham
Fandom: Gotham Pareja: Edward Nygma/Oswald Cobblepot
Autor: KiraH69
Género: Yaoi, Slash
Clasificación: +18 Advertencias: gote, violación, lemon, bestiality
Capítulos: 1
Resumen: Alguien quiere vengarse del alcalde Cobblepot y deciden utilizar a Nigma para ello, convirtiéndolo en una terrible bestia.
* * * * *
Primero
sintió el dolor de cabeza, palpitante. No abrió los ojos, quería
valorar primero la situación. Recordaba estar en la calle, pero no
llegar a ningún sitio. Estaba tumbado sobre una superficie dura y
fría. Movió ligeramente sus extremidades, estaba atado por las
muñecas y los tobillos. Correas, no cuerda. También estaba atado
por la cintura, el pecho y la frente. Había cierto olor a químicos.
Lejía, amoniaco y otras sustancias que no podía distinguir bajo el
olor de estas. No podía oír nada. No podía sentir nada contra su
piel aparte de la superficie sobre la que estaba tumbado y las
correas. Podía ver luz a través de sus párpados cerrados. Estaba
bastante seguro de que no había nadie en la sala donde se encontraba
así que abrió los ojos.
La
sala constaba de paredes de hormigón y luces fluorescentes en el
techo. Había una puerta de metal en la pared a sus pies con un
estrecho visor cerrado en la parte superior. También había un
altavoz y una cámara de vigilancia sobre la puerta, nada más. La
sala estaba completamente vacía a excepción de la camilla en la que
se encontraba, situada en el centro.
—Señor
Nigma, me alegra que esté despierto—una educada voz distorsionada
resonó en la sala.
—¿Quién
habla?—preguntó, sintiendo su lengua hinchada y adormecida.
—Un
viejo amigo de su jefe. El señor Cobblepot, ahora nuestro querido
alcalde, se ha ganado una considerable cantidad de enemigos para
llegar a donde está.
—Y
usted es uno de esos enemigos y quiere utilizarme para vengarse, qué
cliché—replicó, poniendo los ojos en blanco—. ¿Cuál es el
plan? ¿Amenazarle con matarme a cambio de unos cuantos dólares y
pedirle que los entregue él mismo para poder matarlo durante el
intercambio? Aburrido.
—Me
apena que me subestime de ese modo, aunque se lo perdonaré ya que no
me conoce. Tengo algo más interesante preparado. Además, no me
gusta mancharme las manos, lo hará usted por mí.
—No
voy a matar al alcalde, no hay nada que pueda hacer para convencerme
de que lo haga—le aseguró tajante.
—No
necesitaré convencerlo de nada, cuando se transforme no deseará
otra cosa.
—¿Transformarme?
En
ese momento sintió la primera punzada en su espalda. Quiso arquear
la espalda, pero las correas se lo impidieron. Ese fue solo el
comienzo y desde ahí no se detuvo. Una serie de punzadas sacudieron
su columna, como si estuvieran pulverizando cada una de sus
vértebras. Intentó no gritar al principio, pero eso no duró mucho.
Pronto la sala vibraba con los ecos de sus gritos y el desagradable
sonido de huesos rozando unos contra otros. Crack, crack, crack.
Estaba tan absorto en el dolor de su espalda que apenas fue
consciente cuando se extendió hacia sus extremidades. Crack,
crack, crack en brazos y
piernas, en manos y pies. Las lágrimas se desbordaban de sus ojos y
humedecían los cabellos en sus sienes. Se estaba quedando afónico
de tanto gritar y no comprendía cómo no se había quedado
inconsciente ya, sin duda había superado el umbral del dolor
tolerable. Si fuera capaz de pensar, tal vez descubriría el porqué,
pero su mente estaba llena de dolor y nada más.
Podía sentir cada cambio en su
cuerpo, era hiperconsciente de todo lo que sucedía. Las punzadas en
sus huesos se extendieron a sus músculos. Podía sentirlos
contraerse y estirarse hasta romperse y... volver a unirse. ¿Cómo
era posible? Las correas que lo mantenían sujeto a la camilla se
tensaron alrededor de él, como si fueran demasiado estrechas, a
punto de romperse. Un hormigueo comenzó en su piel y pronto pasó a
ser un insoportable ardor. Podía sentir su piel endurecerse y
cambiar. No sabía en qué estaba cambiando, estaba demasiado ocupado
retorciéndose de dolor como para comprobarlo.
Su
voz se ahogó cuando el dolor se extendió a su cabeza. Todo
en su cabeza dolía. Sus mandíbulas se tensaron y sus dientes
rechinaron, podía saborear la sangre inundando su boca. Sentía como
si su nariz se estuviera hundiendo al tiempo que la parte posterior
de su cabeza se estiraba. Sus ojos ardían y todo lo que podía ver
eran brillantes luces de diferentes colores. Incluso su lengua dolía,
pero ya no conocía más que el dolor así que ni se percató de
ello.
Agradeció el vacío de la
inconsciencia cuando llegó.
Oscuridad.
Encerrado.
Huellas
de calor.
Presa.
La puerta de metal reventó y
los gritos comenzaron a inundar las instalaciones. Sangre y vísceras
esparcidas por el suelo y las paredes. No se suponía que eso pasara.
Libre.
Noche.
Huellas
de calor. Muchas.
Guarida.
En
la agitada noche de Gotham, una criatura acecha entre las sombras.
Sus piel es escamosa, verde oliva y rojo sangre, tan gruesa que un
cuchillo no podría atravesarla. Sus patas traseras son cortas y
gruesas, y puede sostenerse sobre ellas; mientras que las delanteras
son largas, pero también musculosas. Hay afiladas y mortales zarpas
en las cuatro, ya manchadas de sangre. Sus gruesos colmillos brillan
con las luces de las farolas, no son afilados, pero pueden triturar
un hueso como si fuera una hoja. Sus ojos amarillos de pupilas
alargadas siguen cada movimiento y su lengua bífida olfatea
cualquier rastro a su alrededor. Su mente ya no es humana.
No estaba hambriento, su único
objetivo era encontrar un lugar donde establecer su guarida.
Manteniéndose en las sombras, recorría la ciudad en busca de algo
familiar, un olor que le indicara seguridad. No era más que otra
sombra en la periferia de la visión de los ciudadanos de Gotham, una
de tantas que preferían ignorar.
Mío.
Míomíomíomío.
De repente, un olor particular
llegó a su lengua. Ese olor despertaba una idea en su cabeza que
superó a todas las demás. Era suyo, el origen de ese olor era suyo,
le pertenecía. Tenía que reclamarlo. Su necesidad se volvió cada
vez más apremiante, seguía el rastro de aquel olor más y más
rápido, su cola sacudiéndose con la emoción.
Atravesó el cristal que se
interponía en su camino cuando llegó a la fuente de aquel olor.
Estaba tan ansioso que no se molestó en ser sigiloso, sus patas
golpeaban el suelo de madera y su cola tiraba los muebles frente a
los que pasaba. Cuando dos hombres aparecieron frente a él y ninguno
era la fuente de ese olor, sus garras y colmillos los atravesaron
para continuar su camino.
¡Míomíomíomío!
Al fin lo encontró y sus
sentidos se volvieron locos. Aquel delicioso olor evitaba que pudiera
percibir nada más y solo podía pensar en una cosa.
Follar,
follar, marcar, marcar.
Cuando Oswald vio la criatura
aparecer en su habitación, se quedó paralizado. El enorme lagarto
lo miraba con sus colmillos ensangrentados y su lengua bífida
agitándose en su dirección. Fish Mooney no había acabado con él,
Galavan no había acabado con él y ahora un lagarto gigante iba a
devorarlo. ¿Qué demonios pasaba con esa ciudad?
El monstruo se alzó sobre sus
patas traseras y abrió su enorme boca. En un intento desesperado de
defenderse, sacudió su bastón contra la criatura, pero ni siquiera
pareció notar el golpe. Gritó cuando el lagarto lo agarró por los
hombros y lo tiró al suelo. Estaba seguro de que iba a morir
horrible y dolorosamente en cuestión de segundos por culpa de uno de
los tantos monstruos de Gotham. La bestia hundió el hocico en su
cuello, su aliento caliente y su lengua rozando su piel, y ahí
estaba su final.
Solo que... seguía vivo. ¿Por
qué?
El monstruo restregó el rostro
contra su cuello con un profundo gruñido. Oswald se tensó de dolor
cuando las garras recorrieron su pecho. ¿Iba a destriparlo? No, solo
dejó líneas rojas en su piel y le desgarró la ropa. La criatura
recorrió las marcas que había dejado con su lengua y Oswald se
quedó inmóvil, temeroso de aquellos mortales colmillos, pero ni
siquiera le rozaron. ¿Qué estaba sucediendo? ¿De dónde había
salido aquel monstruo?
Cuando intentó apartarse
arrastrándose sobre sus antebrazos, la bestia gruñó amenazante y
Oswald se quedó inmóvil, su corazón latiendo a mil. Ese iba a ser
su final. Pero no, la criatura pareció relajarse y volvió a
centrarse en... ¿qué demonios estaba haciendo? Sus colmillos se
engancharon al borde de sus pantalones y se los arrancó con un
movimiento de cabeza.
Oh,
dios. Oh, dios. ¿Qué demonios? Un maldito monstruo me ha dejado
desnudo. ¿Desde cuándo los monstruos desnudan a sus víctimas antes
de comérselas?
Esto era una locura e iba a
torturar y matar al científico loco al que se le hubiera ocurrido,
aun si tenía que resucitar para ello (lo cual no era algo imposible
considerando la ciudad donde se encontraban).
La bestia lo agarró con sus
afiladas garras por las piernas y las separó bruscamente. Oswald
gritó ante el agudo dolor en su rodilla y se quedó mudo cuando el
lagarto hundió el rostro en su entrepierna. Pudo sentir su lengua
recorriendo sus partes, su aliento caliente y su saliva. No podía
moverse, tampoco lo habría hecho si hubiera podido, no iba a
arriesgarse a sufrir daños en aquella zona.
La criatura se incorporó y
Oswald suspiró aliviado, hasta que vio su enorme erección, su
larga, gruesa, puntiaguda y aterradora erección.
—Por
favor, no. Devórame, descuartízame, pero eso no—suplicó,
intentando buscar desesperado una forma de escapar. Sabía que no
lograría ni dar dos pasos antes de que lo atrapara si es que llegaba
a liberarse de sus fuertes zarpas y había oído los gritos de sus
dos guardias mientras los mataba y no había nadie más en la
mansión. No podía pensar en ninguna forma de escapar.
De
repente, el monstruo le dio la vuelta y le separó las nalgas,
pinchándolo con sus garras. Oswald se cubrió el rostro con los
brazos y comenzó a suplicar que aquello terminara cuanto antes, que
fuera solo una pesadilla, que lo dejara inconsciente cuanto antes. Se
quedó en blanco cuando sintió la verga rozar contra su raja. Joder,
esto está pasando de verdad,
pensó aterrado, temblando de pies a cabeza.
La criatura no se contuvo, en
cuanto la punta del falo dio con su entrada embistió. El Pingüino
sintió su interior desgarrarse, la sangre sirviendo al menos de
lubricación. Ardía como lava y esa bestia tenía su polla en su
interior y entre todo perdió el conocimiento, no sabía durante
cuánto tiempo.
Esperaba que al menos aquello
hubiera terminado cuando recuperó el conocimiento y por un momento
creyó que era así, pero entonces lo sintió moverse dentro de sí y
sollozó. Podía sentir la sangre deslizándose por sus muslos y las
zarpas se clavaban en sus caderas. Estaba lleno, tan lleno que
probablemente sus intestinos estaban destrozados. Ya ni siquiera
podía gritar, las lágrimas brotaban en cascada de sus ojos y su
mente se balanceaba al límite de la inconsciencia.
—Por...
f-favor... para...—suplicaba como si pudiera comprenderlo.
No sabía cuánto tiempo había
pasado cuando la criatura se inclinó sobre él y mordió su hombro.
Pensó que ese era el final, que iba a arrancarle la cabeza, pero no
fue así. Sus potentes mandíbulas no aplastaron sus huesos, tan solo
los hundió casi delicadamente en su piel –si es que podía
utilizar esa palabra para referirse a cualquier acción de ese
monstruo–. La criatura se sacudió con fuerza y algo caliente fluyó
dentro de él mientras la bestia gruñía largo y profundo.
Oswald no podía sentir su
cuerpo, ya ni siquiera el dolor. Estaba en un sueño y esperaba
olvidarlo todo al despertar. El monstruo salió de su interior, lo
levantó en brazos y lo llevó hasta el sótano, acurrucándose con
él en una esquina. No comprendía qué estaba pasando, pero estaba
tan exhausto que se quedó dormido o tal vez perdió el conocimiento.
Despertó, quizá horas después
a juzgar por la luz que entraba por las estrechas ventanas cercanas
al techo. Había algo cálido junto a él y Oswald sintió el mismo
terror que la noche anterior, esperando encontrarse a la bestia al
girar la cabeza, pero en su lugar estaba Edward, completamente
desnudo y con sangre sobre su piel. ¿Esa criatura había sido él?
En ese momento, la ira sustituyó al miedo que había sentido. ¿Quién
se había atrevido a tratar de ese modo a su Ed, a utilizarlo para
aquel experimento macabro, fuera cual fuera? Iban a pagar por ello,
iba a torturarlos durante horas hasta que suplicaran morir y después
seguiría.
—Ed,
Edward...—le llamó, acariciando con suavidad su mejilla, ignorando
el dolor en su hombro y en el resto de su cuerpo. Edward gimió y
apretó los ojos.
—Os...
wald...—murmuró con voz ronca.
—Shh...
Está bien, vas a estar bien, voy a cuidar de ti—le aseguró,
rodeándolo con sus brazos.
—Qué...
Ngh...—se quejó, su cuerpo contrayéndose de dolor.
—No
sé qué ha sucedido, pero quien quiera que hiciera esto va a morir
dolorosamente—era una promesa.
—Mío...—murmuró
sin saber de dónde venía ese pensamiento, pero sintiéndolo
profundo dentro de sí.
—¿Qué?—preguntó
Oswald confuso.
—Eres
mío...—declaró, hundiendo el rostro en su cuello donde las marcas
de sus colmillos habían dejado de sangrar pero permanecerían para
siempre.
Oswald comprendió entonces por
qué no lo había matado. Su corazón latía con fuerza y sabía que
estaba sonriendo como un tonto, pero no le importaba.
—Sí,
soy tuyo—respondió, abrazándolo con fuerza. No le importaba el
dolor que había sufrido, no le importaba que su cuerpo estuviera
destrozado, lo había hecho porque lo consideraba suyo y nada podía
hacerle más feliz. (Aun así, los culpables lo pagarían caro).
Sospecho del doctor japonés del cual olvidé el nombre.
ResponderEliminarPor cierto, gracias pr la pareja, vi gotham y no podia dejar de pensar en una pareja obligada entre ellos, aunque imaginé al pinguino forzando a Edward al matrimonio.