Título: Nuestro momento predestinado
Fandom: Mentes Criminales Pareja: Aaron Hotchner x Spencer Reid
Autor: KiraH69
Género: Yaoi, Slash
Clasificación: +18 Advertencias: lemon, violencia
Capítulos: 30 (13 de 30)
Resumen: El gobierno dice que Spencer Reid es el Alma Gemela de Aaron Hotchner, y Aaron siempre ha confiado en el sistema, pero ese chico flacucho con pinta de ayudante de profesor universitario y claros problemas de personalidad no puede ser su Alma Gemela. No le queda otro remedio que casarse con él, pero eso no significa que tenga que aceptarlo como su pareja.
Nota: Atención, esta es una historia dura que involucra a niños que han sido violados y torturados. Estos hechos no se describen en sí, pero sí se habla posteriormente de ellos y también se incluye la muerte de menores.
Capítulo 13
Pasaron horas hechos un ovillo en las
frías baldosas del suelo. En algún momento el llanto dejó de
resonar en las paredes del baño, dando paso a lágrimas silenciosas
hasta que estas también se secaron. No estaba seguro de si Spencer
estaba dormido, quizás inconsciente o tal vez solo demasiado
cansado; no se movía y su respiración era casi imperceptible.
Cuando se apartó lo suficiente para mirarle a la cara, vio que tenía
los ojos abiertos y, sin embargo, parecía completamente ausente. Le
llamó suavemente, pero no obtuvo reacción. No le presionó,
simplemente limpió su rostro con una toalla húmeda, lo tomó en
brazos y lo llevó a su cama. Le quitó la ropa innecesaria dejándolo
en camisa y pantalón, solo porque sabía que Spencer no querría que
él se los quitara. El joven no reaccionó lo más mínimo a nada
durante todo ese tiempo. Lo cubrió con la sábana y la colcha y lo
dejó descansar. Sabía que iba a llevar tiempo, no solo que su
cuerpo se recuperara sino también su mente, pero no le importaba,
estaría a su lado el tiempo que hiciera falta, el tiempo que le
permitiera.
Spencer pasó días en la cama, no
siempre durmiendo, a veces solo mirando al vacío. Se movía como un
zombi tan solo para ir al baño. No decía una sola palabra. Aaron le
hablaba, le preguntaba cómo estaba y le pedía que comiera algo,
pero no obtenía respuesta para nada de eso. Dejaba un vaso de leche
o zumo en la mesilla y en algún momento se lo bebía, pero jamás
tocaba la comida que le dejaba. Verle así dolía. Una persona tan
enérgica y vital como él. Aaron sentía angustia en su pecho cada
vez que le observaba. Quería tumbarse a su lado y abrazarlo y
consolarlo, pero no estaba seguro de si sería bienvenido.
No podía estar más sorprendido cuando
un día de pronto lo vio entrar en la cocina en pijama y sentarse en
una banqueta de la barra de desayuno como si nada mientras preparaba
la comida. Y lo primero que le dijo le dejó algo confuso.
—Dulces.
—¿Huh?
—¿Tienes dulces?—le preguntó con
voz ronca, como si apenas recordara cómo hablar.
—Am... Azúcar y crema para el café.
—¿Entonces puedo tomar un café con
azúcar y crema?
—Claro... ¿Quieres dulces?—estaba
algo aturdido, le había pillado desprevenido, aunque se alegraba de
que al fin pareciera vivo de nuevo, no en muy buen estado, pero vivo.
—El cerebro se alimenta de glucosa y
apuesto a que mis niveles en sangre son muy bajos ahora mismo—Aaron
colocó una taza de café frente a él y Spencer comenzó a llenarla
de azúcar y crema—. Además, los dulces sirven contra el estrés y
como antidepresivos, no tanto por sus efectos físicos sino más bien
psicológicos. Lo más recomendable sería el chocolate, que contiene
feniletilamina, reguladora del estado de ánimo, y triptófano, que
estimula la producción de serotonina, un neurotransmisor de efectos
antidepresivos.
—¿Así eres cuando tu cerebro no
tiene azúcar?
—Sí.
—El resto de la humanidad debemos
parecerte idiotas incluso en nuestros mejores momentos.
—A veces—se encogió de hombros.
—Estoy haciendo pasta, ¿eso está
bien?
—Es uno de los alimentos
apropiados—dio un sorbo a su café cerrando los ojos y suspiró—.
También avena, carnes y pescados, nueces, leche, lentejas, banana,
pan y también el chocolate por su alto aporte calórico.
—Tranquilo, lo del chocolate lo he
pillado. Después de comer iré a comprar. ¿Crees que podrás comer
algo ahora?
—Intentaré—aunque no estaba seguro
de si podría retenerlo, aún sentía como si hubieran molido su
estómago a patadas.
Apenas comió medio plato, pero Aaron
estaba conforme, era lo primero sólido que comía en días. Aún se
veía extremadamente pálido, más de lo que era habitual, con
profundas ojeras y los hombros hundidos. Ese no era el Spencer que
había conocido, el enérgico hombre que todos veían en el trabajo.
Ese era un Spencer que probablemente muy poca gente llegaba a ver. Se
sentía honrado de ser una de esas pocas personas, de que Spencer le
permitiera cuidar de él.
—¿Te importa si me siento en el
sofá? No me apetece volver a la cama—le preguntó mientras
recogían la mesa.
—Claro, puedes poner la televisión
si quieres, también tengo algunos libros en el despacho, puedes
coger los que quieras. Siéntete como en tu casa—ojalá viera esa
como su casa, aunque Aaron preferiría comprar algo más grande para
ellos.
—Apenas suelo pisar mi casa, es
prácticamente un almacén para mis libros.
—No me sorprende. Voy a comprar,
¿algo en concreto o solo dulces en general y chocolate?
—Helado y galletas, helado de
chocolate y galletas con chocolate—respondió mientras se arropaba
con la manta en el sofá, sin ganas siquiera de leer.
—Entendido—no pudo evitar reír.
Spencer podía poner la excusa que
quisiera, pero estaba claro que simplemente le gustaban los dulces y
el chocolate. Media hora más tarde regresó con dos bolsas llenas de
dulces y otra con comida de verdad. Encontró a Spencer dormido en el
sofá, con la cabeza apoyada en el mismo cojín en el que él había
dormido esa noche. Sintió un hormigueo en el estómago. No quiso
despertarle así que aprovechó para cambiar las sábanas de la cama
y hacer la colada. También llamó a Satu como cada día para dejarle
saber cómo se encontraba. La ayudante le había dicho que podía ir
a por él y llevárselo a casa, pero él había insistido en seguir
cuidando del joven. Probablemente ya se imaginaba que había algo
entre ellos (incluso si no lo había) porque llevaba tiempo sin
intentar coquetear con él.
Ya por la tarde, Spencer despertó y se
dirigió a la cocina arrastrando los pies. Abrió el congelador y vio
tres botes de helado, todos de chocolate, pero de diferentes sabores.
Cogió uno con caramelo y una cuchara y regresó al sofá.
—No te lo comas todo, no creo que
tengas el estómago para empacharte a helado—le dijo Aaron cuando
entró al salón y le vio hincar la cuchara en el bote.
—Entonces ayúdame para que no me lo
tenga que comer yo todo.
Aaron se sorprendió por la invitación,
pero no dudó ni un momento. Cogió una cuchara y se sentó junto al
chico en el sofá. Durante un rato comieron en silencio, muy cerca el
uno del otro, tan solo con el bote de helado entre ellos.
—Gracias por lo que estás haciendo
por mí—le dijo Spencer con voz suave cuando ya habían vaciado una
cuarta parte del bote.
—No tienes que agradecerme, haría
cualquier cosa por ti—respondió con total sinceridad.
—Pero no tienes por qué hacerlo.
—Yo creo que sí y, aun si no tuviera
que hacerlo, lo haría igualmente. Eres mi Alma Gemela, solo quiero
que estés bien y seas feliz—incluso si no podía serlo con él—.
Verte sufrir me hace sufrir a mí también. No entiendo cómo no fui
capaz de verlo en aquel momento.
—Eso no fue culpa tuya sino de la
ley.
—¿Qué quieres decir?—preguntó
confuso.
—Las Almas Gemelas tienen un cierto
momento concreto para encontrarse, su momento predestinado. Con esta
ley, ese momento desaparece y la mayoría son forzadas a encontrarse
antes de tiempo. Por lo general, a pesar de esto, el vínculo se crea
de todos modos nada más verse o no tarda en crearse en cuanto se
conocen. Sin embargo, otros casos requieren de ese momento
predestinado para que se forme el vínculo. Estoy bastante seguro de
que nuestro momento predestinado era el caso en Las Vegas. Si no
hubiera existido esta ley, nos habríamos conocido allí y el vínculo
se habría formado. Al alterar nuestro momento predestinado, yo pude
sentir el vínculo, pero tú no. No es algo tan extraño, por eso el
gobierno obliga a esperar tres años para la revisión del
matrimonio; aun si el vínculo no se forma al instante, acaba por
hacerlo en ese tiempo.
—Pero la gente no es tan idiota como
para abandonar a sus parejas nada más casarse.
—No puedo rebatir eso.
—Lo sé—respondió con una triste
sonrisa—. Cuando te encontré dando el perfil a los agentes sin
duda llamaste mi atención. Después, cuando nos diste el nombre de
uno de los Sudes me dejaste impresionado. Pero creo que el momento
definitivo fue cuando te vi en el coche con el niño. Creo que ese
fue el momento en que me enamoré. No quise admitirlo porque nunca me
ha interesado de ese modo ningún hombre y ya tenía la idea
preconcebida de que no eras mi Alma Gemela, pero creo que en ese
momento sentí el vínculo por primera vez y cada vez que te he visto
desde entonces solo ha servido para reforzarlo y-
En ese momento un teléfono comenzó a
sonar. Aaron frunció el ceño molesto, justo en el peor momento.
Miró a su alrededor porque ese no era su teléfono. Spencer se
levantó y sacó el móvil de su bolsa en una silla. Aaron se
sorprendió al ver la gran sonrisa que iluminó su rostro cuando miró
la pantalla.
—¡Hola!—exclamó con una voz más
enérgica de la que le había oído en días.
«Hey, Spence, ¿cómo estás?».
—Bien, ¿qué tal tú? No esperaba
que llamaras.
«Yo estoy bien, las cosas van bien
aquí, pero sé que tú no estás tan bien».
—Satu te ha avisado, ¿verdad?—ya
no sonaba tan animado.
«Me ha dicho que ha sido bastante
grave y que estás con un tipo del FBI».
—Sí, bueno, todo es... una larga
historia y las llamadas internacionales son muy caras, te costaría
todo el sueldo del mes. No te preocupes, estoy mejor ahora.
«De acuerdo, de acuerdo. ¿Es un buen
tipo? ¿Te está cuidando bien?».
—Sí, estoy entre algodones.
«¿Lo sabe?».
Hubo una pausa en la que Spencer
retorció nerviosamente la correa de su mochila entre los dedos de su
mano libre.
—No.
«Quizás deberías decírselo, si es
de fiar».
—Ah... No sé si...
«¿Lo has sentido? ¿La necesidad?».
De nuevo otra pausa, moviéndose
inquieto, cambiando el peso de un pie a otro. Aaron estaba
preocupándose. No sabía de qué estaba hablando, pero no le gustaba
la reacción de Spencer.
—Sí...
«Entonces debería saberlo, solo por
si acaso. De lo contrario, no podrá ayudarte».
—De acuerdo, se lo diré.
«Bien, ahora empieza a contarme esa
historia, lo que más te haya tocado. Aún tengo un rato antes de ir
a trabajar y gano un buen sueldo».
Spencer hurgó en su bolsa y sacó su
cartera. Regresó a sofá y se sentó junto a Aaron ante la mirada
intrigada de este, dejando la cartera a un lado.
—Encontraron a trece niños
secuestrados, maltratados y violados en una granja, algunos habían
estado allí durante años. Las historias que me contaban sobre su
vida allí eran... de pesadilla. Y había una niña, Olivia. La
secuestraron tan pequeña que ni siquiera recuerda a sus padres ni su
vida antes de llegar allí. Ha sido la única a la que no hemos
podido devolver a sus padres, puede que incluso la abandonaran y la
secuestraran al ver su oportunidad. Es una niña tan fuerte a pesar
de todo lo que ha sufrido, incluso protegiendo a los demás niños a
los que quiere como hermanos. Es impresionante. Por suerte una de las
otras madres decidió acogerla temporal o permanentemente si fuera
necesario.
» Entonces, justo al día siguiente de
regresar a Chicago, nos llaman porque han encontrado a una niña
violada y torturada en un contenedor de basura junto al cadáver de
su padre. Su estado era tan terrible que los médicos no le dieron
ninguna esperanza. Ni siquiera tenía a ningún pariente que pudiera
estar allí con ella así que me quedé a su lado. Una semana después
encontraron a otro niño en las mismas condiciones, su estado no era
tan crítico por suerte. Pero esa misma tarde la niña murió. Murió
en mis brazos...—su voz se quebró y tragó saliva para contener
las lágrimas. Aaron estaba pasmado a su lado, escuchando en silencio
y ni siquiera sabiendo a quién le estaba contando todo eso—.
Tenía... tenía que abrazarla, tenía que sostenerla porque no podía
soportar que fuera a morir y lo último que recordara fuera la
sensación de las manos de su asesino sobre ella. Sé lo ridículo
que es, estaba tan sedada que ni siquiera podía oírme mientras le
habla, pero tenía que hacerlo. Y... y cuando murió lo sentí. No
puedo creer que lo diga en voz alta, es tan absurdo, pero juro que
sentí cómo su peso disminuía, como si... como si una parte de ella
se hubiera desvanecido. Oh dios, en ese momento lo necesitaba
tanto—su cuerpo se sacudió con un intenso sollozo.
«¿Lo hiciste?».
—No, no, no podía, tenía que cuidar
del otro niño. Ni siquiera... La dejé en su cama, se la llevaron y
volví con el niño. Ni siquiera tuve ocasión de llorar. Y dolía
tanto...
«¿Lo quieres ahora?».
—Sí, no, no, no quiero... Siento que
lo necesito, pero no quiero. ¡No quiero volver a eso!
«Por eso tienes que decírselo, es el
único modo de que pueda ayudarte». Lo que salió de Spencer en ese
momento fue un gemido tan lastimoso que apenas pareció humano.
«Vamos, díselo, hazlo mientras estoy aquí para que me quede
tranquilo».
Spencer sollozó de nuevo y se limpió
el rostro nerviosamente con una mano. Entonces cogió su cartera,
abrió el monedero y sacó un pequeño disco de metal que le entregó
a Aaron. Este le miró un momento sin comprender y entonces observó
el pequeño objeto con forma de moneda. Su corazón se rompió casi
audiblemente y sintió náuseas. Era una chapa de tres años de
Narcóticos Anónimos. No, no, no, no puede ser. No era
posible, él no podía haber causado eso. Spencer no podía haber
pasado por eso por su culpa.
—Le he dado la chapa.
«Bien. Ahora habla con él y
explícaselo. Y recuerda que puedes llamarme en cualquier momento
cuando lo necesites».
—Gracias y cuídate.
«Lo mismo digo».
Spencer colgó y dejó el móvil y su
cartera sobre la mesita frente al sofá. Respiró hondo hasta que
estuvo de nuevo calmado y miró de reojo a Aaron, que seguía mirando
fijamente la chapa.
—Pronto tendré la de los cuatro
años—le dijo, algo (muy) asustado por su posible reacción.
—Por mi culpa-
—No, no, soy responsable de mis
propias acciones—le interrumpió—. Tú no tienes la culpa de eso,
yo soy el único culpable.
—Pero empezó después de...
—...Sí. Estaba en una depresión
grave y en lugar de acudir a profesionales como debía confié en los
que creía mis amigos y... acabé enganchado. Dilaudid, en vena—sus
dedos rozaron por un segundo el interior de su codo donde aún
estaban las antiguas marcas de su adicción. Aaron no se perdió este
movimiento inconsciente—. Hacía que el dolor se fuera, dejaba mis
emociones entumecidas.
—¿Cuánto tiempo?
—Unos meses, casi un año. En aquel
entonces estaba trabajando con Servicios Sociales. Se me daba bien
ocultarlo o simplemente les daba igual. Veía cosas terribles cada
día que no eran tan terribles si iba puesto. Entonces un día llegué
a una casa por un aviso de unos vecinos. Una mujer colocada me abrió
la puerta y me dejó pasar sin más, solo me preguntó si llevaba
algo para meterse. Aquel lugar estaba completamente abandonado,
envoltorios de comida y ropa sucia por todas partes. Cuando entré al
salón, el marido estaba allí, viendo la tele o... alucinando con
ella más bien. Ni siquiera se percató de mi presencia. La mujer se
sentó junto a él en el sofá y se puso a esnifar una raya que tenía
preparada. Al acercarme un poco más vi un cesto de la ropa con una
toalla y un bebé dentro. No necesité ni tocarle para saber que
estaba muerto. Había muerto por el síndrome de abstinencia
neonatal, había nacido drogado.
» Lo que más me conmocionó de
aquello es que yo también iba colocado y al llamar a su puerta en lo
único que pensaba era en terminar cuanto antes para irme a casa a
pincharme de nuevo. Después de aquello no volví a consumir. Dejé
Servicios Sociales y acudí a mi amigo, uno de verdad, con el que he
hablado ahora, Ethan, y él me ayudó a desintoxicarme. Fue la peor
semana de mi vida. Y de la suya también, probablemente. Después
comencé a ir a Narcóticos Anónimos y no he recaído. He tenido
momentos en los que he estado a punto con casos especialmente duros,
pero logré superarlos. Ethan estaba ahí para ayudarme, Satu no sabe
nada, pero ahora está trabajando en Taiwán así que...
—No estás solo. Si eso es lo que
piensas, no estás solo—apenas se percató de cuánto temblaba su
voz—. Yo estoy aquí contigo y voy a estar a tu lado siempre que me
necesites. No dejaré que recaigas, haré lo que sea para cuidar de
ti. No puedo deshacer el daño que te causé, pero te juro que pasaré
el resto de mi vida compensándotelo.
Pensó que la expresión de sorpresa en
el rostro de Spencer era por sus palabras hasta que el joven levantó
una mano y tocó su mejilla húmeda. Entonces se percató de las
lágrimas que brotaban silenciosas de sus ojos.
—Estás llorando—le dijo como si
fuera lo más insólito del mundo.
Aaron no pudo aguantar más, le rodeó
con sus brazos y le abrazó con fuerza, enterrando el rostro en su
hombro. Era un monstruo que había estado a punto de destrozar una
vida por su estupidez. Y Spencer era la persona más fuerte y
valiente que había conocido nunca. No comprendía cómo le permitía
siquiera estar cerca de él, cómo podía soportar su presencia. Pero
lo hacía, incluso toleraba su abrazo y acariciaba reconfortante su
espalda cuando era él quien más estaba sufriendo allí.
—Lo siento, lo siento tanto.
Spencer ni siquiera intentó darle
palabras de alivio, sabía que no servirían de nada para aplacar su
culpa. Tan solo lloró con él y se dejó abrazar porque estaba
inmensamente aliviado de no haber sido rechazado por ese oscuro
secreto y por tener a alguien que le impidiera caer de nuevo.
Alguien más le quiere pegar a Aaron?
ResponderEliminarbuuuaaa..!!! yoooo tambien..!!!
ResponderEliminarDios ultimamente he llorado mucho por eso pero sere muy fuerte como mi amado spencer..!! woow es si no lo espere esto se esta poniendo cada vez mas emocionante siempre cumple y supera mis espectativas..!!!
de verdad es genial..!!!
me encanta esta historia gracias por tu trabajo y espero los próximos capítulos. ánimo y buenos deseos.
ResponderEliminares una historia genial me encanta. tu trabajo es muy bueno.
ResponderEliminarsoy una lectora que busca lecturas emo ti vas e interesantes y la tuya me a atrapado ansío seguir leyendo.
mil gracias.
saludos. .....