Título: Perfect Soul
Fandom: Soul Eater Pareja: Dr. Frank Stein x Original
Autor: KiraH69
Género: Shota
Clasificación: +18 Advertencias: lemon
Capítulos: 1
Resumen: El doctor ha creado un alma perfecta y va a convertirla en su obediente sirviente introduciéndola en el cuerpo de un niño esculpido en porcelana.
* * * * *
— ¡Jeje, lo conseguí, lo
conseguí! Es perfecta, simplemente perfecta.
— ¿Qué pasa Stein? ¿Para
qué me has llamado?—la voz de Death Scythe sonó en la casa del
doctor.
—Aquí, aquí. Ven Spirit—el
parcheado hombre estaba excepcionalmente entusiasmado aquel día.
—Te he dicho que ahora me
llamo Death Scythe—le dijo desganado, entrando en una de las salas
de experimentos.
—Sí, sí. Mira esto Spirit,
¿no te parece hermosa?
Una pequeña esfera del tamaño
de un puño, blanquecina casi transparente, sin imperfección alguna
sobre su superficie, brillaba flotando ligeramente en las manos de
Stein, quien la observaba maravillado.
— ¿Es… un alma?—preguntó
el pelirrojo.
—No es solo un alma, es un
alma perfecta y pura—su voz sonaba impaciente mientras una gran
sonrisa se dibujaba en su rostro, de esas que hacían pensar a los
demás «¿qué
estará planeando este pirado ahora?»—.
No tiene impureza alguna, sin rebeldía, sin egocentrismo, sin
soberbia, sin vanidad, sin ningún defecto humano. Yo mismo la he
creado y le he conferido los conocimientos justos y necesarios para
ser mi sirviente.
—E-espera, ¿tu sirviente? ¿A
qué estás jugando?—preguntó confuso.
—No es ningún juego, es un
experimento—Stein se acercó a una camilla en medio de la estancia
y descubrió la sábana blanca que la envolvía—. Observa, este es
Omocha y, en cuanto infunda esta alma en él, será mi fiel
sirviente.
— ¿Un muñeco? Ya podías
haber escogido algo mejor, una jovencita con buenas formas, por
ejemplo—rio perdido en sus lascivos pensamientos.
—Yo mismo lo he fabricado y, a
diferencia de ti, yo no estoy obsesionado por las mujeres y menos
hasta el punto de perder a mi esposa e hija, si las tuviera—contestó
indiferente.
—Huh… eso ha sido un golpe
bajo—se quejó lloriqueando.
—Silencio, ahora tengo que
concentrarme—ignorándolo, le apartó del centro de la camilla con
un golpe de cadera.
Colocó sus manos sobre el pecho
del muñeco y dejó caer el alma liviana sobre él. Cuando ambos se
tocaron saltó una pequeña chispa, pero nada más.
— ¡Je! ¡No ha
funcionado!—rio Death Scythe contento por su fracaso.
—Te equivocas, aún no he
empezado—tocando con una mano el alma y con la otra el cuerpo de
lustrosa porcelana del muñeco, la longitud de onda de su alma se
hizo visible y penetró en ambos, provocando una brillante reacción
que cegó a ambos hombres.
Cuando pudieron ver de nuevo, el
alma había entrado en el muñeco. Sin embargo, ya no era un muñeco,
las hendiduras que había en sus articulaciones habían desaparecido,
la dura porcelana era ahora elástica piel, su pecho subía y bajaba
suavemente y sus ojos se abrieron despacio.
—Lo he conseguido… Un ser
humano… de carne y hueso… totalmente perfecto…—murmuraba
extasiado en júbilo.
— ¡Vaya, sí que ha cobrado
vida!—exclamó sorprendido el pelirrojo—. ¿Pero esto no va en
contra de alguna ley?
— ¿Qué importa eso? He
creado una vida que podré moldear a mi antojo. Es maravilloso—reía
en un ataque de locura.
—Sí, por fin alguien que no
saldrá por patas espantado cuando te le acerques—masculló
mirándole fastidiado.
— ¿Decías algo?—preguntó
Stein.
—N-no, nada. Preguntaba que si
se podía mover—contestó algo acojonado.
—Por supuesto que puede.
Omocha, levántate—le ordenó, observándolo atentamente.
Con movimientos lentos y algo
torpes, el ahora humano se incorporó en la camilla y se puso de pie
tambaleándose. Y allí estaba frente a los dos hombres, un niño con
la apariencia de 10 años, de poco más de 1 metro de altura; con un
cuerpo delgado de suaves formas, piel tan blanca y suave como la
porcelana que la había precedido; su rostro redondeado, totalmente
inexpresivo, coronado por los cortos cabellos negros y brillantes,
estaba formado por unos finos labios rosados cual pétalos de cerezo,
una pequeña y respingona nariz, amelocotonadas mejillas, estrechas
cejas negras sobre unos grandes ojos rojos púrpura como la sangre
fresca pero serenos.
—Fantástico. Jeje, ven aquí
Omocha—le dijo entusiasmado por su creación extendiéndole la
mano.
Cuando el pequeño quiso avanzar
no supo cómo y cayó al suelo de morros cual bebé, pero a pesar del
golpe su expresión no cambió.
—Stein…—ambos hombres se
habían quedado en blanco.
— ¿Sí?
— ¿No le has enseñado a
andar?
—Se me olvidó.
—Idiota—masculló hastiado.
—Tenía demasiado en mente y
demasiadas cosas que enseñarle y se me olvidó algo tan
básico—explicó con una sonrisa como si nada—. Pero no importa,
Omocha tiene la capacidad de aprender cualquier cosa simplemente
viéndolo una vez.
—Vaya, eso es muy
práctico—advirtió el pelirrojo.
—Omocha, observa bien, esto es
andar o caminar—el remendado se paseó un par de veces frente a la
atenta mirada del pequeño—. Vamos, ¿a qué esperas? Levanta y
anda.
Omocha, tembloroso e inestable,
se levantó y comenzó a caminar hacia el doctor, andando como un
pollito.
—Bueno, hay que admitir que es
adorable—rio Death Scythe enternecido.
—Sin duda, y será mi perfecto
sirviente—sus gafas destellaron mientras acariciaba sus sedosos y
tupidos cabellos.
—Pobrecillo—suspiró el
pelirrojo, lamentándose por el pequeño.
—Bien, ahora ve a prepararme
un café y tú lárgate de aquí, tengo que registrar los datos sobre
los resultados del experimento—les dijo sentándose en el
escritorio lleno de papeles.
—Espera, ¿para qué me has
llamado aquí? ¿Solo para mostrarme esto?—le preguntó Death
Scythe mientras Omocha salía de la estancia.
—Exacto, quería mostrarle a
alguien mi gran experimento—respondió sin volverse—. Y tener un
chivo expiatorio al que cargárselo si salía mal.
— ¿Huh? Ya estás
utilizándome como siempre—ofendido y lastimero, se marchó
corriendo de la casa-laboratorio.
Al poco rato, Omocha regresó
con un café sobre la bandeja y esperó a que el doctor lo cogiera.
—Mm~ Fabuloso, justo como
esperaba—exclamó al saborear el café—. Vamos, tengo que hacerte
más pruebas.
Dejó el café en la mesa y se
llevó al pequeño hasta la camilla sentándolo en ella. Le hizo una
revisión a fondo, desde auscultarle o tomarle la tensión, hasta
sacarle sangre e incluso una biopsia medular. A pesar de lo doloroso
de esta prueba, Omocha no emitió queja alguna ni la expresión de su
rostro cambió lo más mínimo, solo un leve tic en su cuerpo le hizo
saber a Stein que sí lo estaba sintiendo.
—Bien, ya está todo—concluyó,
guardando todas las muestras que había tomado—. Ahora ve a
preparar la cena.
Le puso un camisón azul de
hospital de esos que se cierran por detrás, cosido a puntos en
varios lugares y regresó a su trabajo mientras Omocha se iba a hacer
la comida.
El trabajo que el pequeño
realizaba en la casa era perfecto, el doctor no podía tener queja
alguna sobre él. Sigiloso y discreto, Stein a veces incluso ni
siquiera advertía su presencia, jamás le molestaba en su trabajo y
eso era lo más importante para él. Además, no solo servía para
cuidar la casa, también era un preciado sujeto de experimentos. Los
análisis se repetían día tras día. No importaba dónde pinchara
la aguja o cortara el bisturí, sin anestesia alguna Omocha no se
quejaba ni lloraba. En ese sentido al doctor le resultaba tan
agradable como manipular un cadáver, con la ventaja de que en el
pequeño las heridas cicatrizaban, más rápido incluso que en un
humano normal, sin dejar señal alguna en su pálida piel. Pero que
su rostro no se inmutara no significaba que Omocha no lo sintiera. El
dolor para él era el mismo que para cualquier otra persona,
simplemente era incapaz de expresarlo. Y, aunque cada día le
aterraba más el momento en que su creador le llamaba para comenzar
los experimentos, no podía negarse cuando lo hacía y como un buen
sirviente obedecía todas sus órdenes sin vacilar. Quizás Stein no
se daba cuenta de esto o ni siquiera pensaba en ello o quizás le
importaba más bien poco, el caso es que no se contenía lo más
mínimo a la hora de experimentar, probando los límites de aquel
pequeño cuerpo.
— ¿Está listo ya?—preguntó
el doctor desde la planta baja, girando el tornillo que atravesaba su
cabeza mientras leía resultados.
Habían pasado tres semanas ya
desde el «nacimiento»
de Omocha.
— ¡Responde! ¿Está listo el
baño?—pero no obtuvo respuesta.
Mientras, en la segunda planta,
el pequeño se apresuraba en cerrar los grifos con la bañera de
estilo clásico europeo ya llena y a óptima temperatura.
— ¿Es que no me oyes?—Stein
había subido, cansado de gritar—. ¿Ya has acabado?
Omocha se inclinó en señal de
disculpa y afirmó con la cabeza.
— ¿Y por qué no respondes?
Dilo en voz alta—le ordenó mientras se quitaba la bata.
Pero esta vez tampoco hubo
respuesta y entonces cayó en la cuenta. Nunca había escuchado
hablar a Omocha. ¿Cómo era eso posible? ¿Tantos días y no se
había percatado de que el pequeño no había abierto la boca ni una
sola vez? No se lo podía creer, qué descuido tan imperdonable había
sido aquel. Pero más importante, ¿por qué no hablaba? En su mente
estaba metido todo un diccionario y le había visto hablar muchas
veces así que ya debería saber hacerlo. Se acercó a él y alzó su
rostro con los dedos.
—Intenta hablar, di cualquier
cosa—le ordenó mientras observaba atento.
Los labios de Omocha se movieron
y de ellos salió aire, se pudo leer claramente «lo
siento», pero no
emitieron sonido alguno.
—Ya veo, el problema está en
las cuerdas vocales, no sabes utilizarlas y tampoco puedo mostrarte
cómo se hace porque no se ven. Tengo que encontrar la manera de
enseñarte.
Para relajarse y pensar mejor,
Stein se dio un largo baño mientras Omocha le frotaba la espalda.
Aquella misma noche el doctor
era incapaz de dormir, dando vueltas en su cabeza una y otra vez al
modo en que le haría hablar. Llamó al pequeño que ya dormía en su
propio cuarto tranquilamente y le hizo ir a su cama. Omocha se quedó
arrodillado a su lado formalmente mientras Stein le observaba
meticuloso. Ya le dolía la cabeza de tanto pensar en ello y estaba
de mal humor.
—Tiene que haber algún modo
de hacerte hablar. Quizás manipulando tus cuerdas vocales de forma
externa…—su mano se dirigió al fino cuello, pero algo le
sobresaltó en ese momento—. Está… temblando. ¡Tu alma se ha
puesto a temblar! ¡¿Me tienes miedo?!—Completamente alterado,
fuera de si, le agarró por el camisón zarandeándolo
violentamente—. ¡Eso no es posible! Eres perfecto, no puedes tener
ese tipo de sentimiento hacia mí—le empujó sobre la cama
poniéndose sobre él, rodeando su cuello con una mano casi
ahogándolo—. Eres mío, eres mi sirviente ¡No puedes tenerme
miedo, tú no!—arrancó su camisón bruscamente y como si su mano
fuera una garra, rasguñó su pecho apretándolo fuertemente—. Esto
es mío, todo tu cuerpo y tu alma son míos, yo te creé. ¡No te
permito tener esos sentimientos imperfectos, no te he creado para ser
así! No quiero un sirviente imperfecto… te castigaré.
Como si fuera a devorar un
delicioso pastel de blanca nata, su boca se abrió sobre la suave
piel y la mordió y besó ávidamente mientras sus manos se movían
con ferocidad por su cuerpo. Por toda su inmaculada figura quedaban
marcas rojas, incluso de alguna de ellas brotaba la sangre tan
brillante como sus ojos. El rostro de Omocha seguía inexpresivo, sin
resistirse lo más mínimo a pesar del dolor que sentía, tanto
físico como en su alma, y fue esta última la que Stein vio,
encogida, temblando, apocada, incluso se podía ver el llanto
silencioso brotar de ella. Al fin, en ese momento, tras ver el
sufrimiento que estaba soportando aquella frágil alma, Stein
reaccionó. Se separó de él y observó las huellas que había
dejado sobre el pequeño, dándose cuenta de lo que había hecho,
despejando su cabeza.
—Márchate…—susurró sin
que la voz quisiera salir apenas de su garganta—. ¡Fuera!
Obediente, el pequeño Omocha,
que no se había movido hasta entonces, se bajó de la cama y salió
corriendo de la habitación.
Fueron 30, quizás 40 los
cigarrillos que se fumó aquella noche el doctor. ¿Qué demonios le
había pasado? ¿Cómo había podido perder el control de aquel modo
con la única persona en el mundo que podía soportarle, a él y a
sus experimentos? Un momento, ¿había sido acaso esa la causa?
Claro, cómo no se había dado cuenta antes. Había realizado
incontables experimentos con aquel pequeño, cada uno más traumático
y doloroso que el anterior y como nunca se había quejado lo más
mínimo había olvidado que él también podía sentir. Y se daba
cuenta de que prácticamente le había estado torturando. No era de
extrañar que ahora tuviera miedo incluso de que lo tocara. Y el
terror cayó sobre él. ¿Y si se marchaba? ¿Y si le dejaba solo de
nuevo? ¿Y si le odiaba?
En la mañana, cuando el sol
apenas había despertado, un mal presentimiento oprimió su pecho. Se
levantó corriendo y salió de la habitación.
— ¡Omocha! ¡Omocha!—le
llamó una y otra vez, pero el pequeño no apareció.
Alterado, buscó por toda la
casa hasta que sintió su alma en una de las salas de experimentos.
Hasta allí corrió y se lo encontró nada más abrir la puerta, de
pie desnudo junto a la mesa con un bisturí clavado en el centro de
su pecho marcado todavía por la agresión de aquella noche. Lo
sujetaba con las manos, intentándolo meter más adentro, pero el
metal no avanzaba más allá de los 3cm del filo.
— ¡Para! ¡¿Qué estás
haciendo?!—corrió hacia él y apartó sus manos.
Lo levantó en brazos y lo tumbó
en la camilla. Tras sacar el bisturí curó la herida y pudo ver cómo
su alma tiritaba y lloraba triste.
— ¿Por qué has hecho algo
como eso? ¿Qué pretendías?—le preguntó, acabando de vendar la
herida como si fuera su alma justo debajo.
Omocha quiso decírselo, quiso
hablar, pero solo pudo mirarle con su inexpresivo rostro, con
aquellos ojos púrpuras incapaces de llorar. Entonces, a Stein se le
ocurrió. ¿Cómo no había caído antes? Cogió una libreta y un
bolígrafo de la mesa y se lo llevó al pequeño, que ya se había
sentado en la camilla.
—Quizás no puedas hablar,
pero sabes escribir, ¿verdad? Escríbelo, ¿porqué has hecho
esto?—le pidió entregándoselo.
Algo dubitativo, Omocha comenzó
a escribir.
«Quería
sacar esa alma imperfecta de mí».
— ¿Por qué? ¿Por qué
querías eso?—preguntó extrañado.
«No quiero que el doctor me
odie. Mi alma tiene que ser perfecta, así es como quiere el doctor».
— ¿Por… por mí? Me tienes
miedo y aun así quieres complacerme…—se maldecía a sí mismo
por haber causado algo como aquello.
«NO. No le tengo miedo, yo
admiro al doctor», lo escribía tan rápido que parecía desesperado
porque le entendiera.
—Pero… tu alma temblaba
cuando te fui a tocar, incluso ahora está temblando—Stein era
incapaz de comprender.
«Porque tengo miedo, pero de
que el doctor ya no me quiera más a su lado por ser imperfecto. El
doctor me creó para ser perfecto, si no lo soy, si no puedo hablar
ya no sirvo y el doctor creará a otro que sí sea perfecto y me
sustituya».
—Entonces tú… ¿no quieres
marcharte y abandonarme?—tenía el corazón en un puño y su
respiración se había vuelto pesada.
«No quiero separarme nunca del
doctor».
—Omocha… Omocha, te
equivocas—le rodeó con sus brazos, enredando los dedos en sus
finos cabellos—. Yo jamás te sustituiré. Eres perfecto,
completamente perfecto tal y como eres. Da igual que no puedas
hablar, mientras te quedes a mi lado nada más importa. Solo te
necesito a ti conmigo.
Por primera vez, Omocha mostró
sus sentimientos, agarrándose con sus pequeñas manos al jersey del
doctor, juntándose más a él, enterrando su aún inexpresivo rostro
en su pecho.
Cuando los corazones de ambos se
calmaron, Stein se apartó levemente del pequeño. Observó su
rostro, acariciándolo con una mano, y no pudo resistirse más a
aquellos ojos que tanto le gustaban. Le besó suave y dulcemente,
como a una frágil pieza de porcelana que se fuera a romper en
cualquier momento. Apenas duró unos segundos, dándose cuenta de que
quizás no era correspondido.
—Omocha, puedes resistirte si
quieres, no me enfadaré si te niegas a esto—le dijo a pesar de las
ganas que tenía de aquello.
Con la punta de sus dedos, el
pequeño sujetó tenuemente el rostro del doctor y él mismo le besó,
inocente, apenas rozando sus labios. Conmovido por aquella tierna
acción, Stein ya no se contuvo más. Sin dejar de besarle le tumbó
sobre la camilla y se puso sobre él. Durante un instante separaron
sus labios y se miraron fijamente a los ojos.
—Si quieres que me detenga en
cualquier momento no dudes en golpearme—le dijo el doctor
acariciando su rostro.
Las manos y los labios de Stein
recorrieron aquellos lugares que tan mal había tratado la noche
anterior, pero esta vez sus caricias fueron gentiles y sus besos y
lamidas se sintieron curativas sobre las heridas y morados. Aquella
blanca piel le resultó aún más deliciosa degustándola lenta y
detenidamente, sus dedos la presionaban esta vez para hacerle sentir
bien y sin duda funcionaba. Su pequeña alma estaba vibrando sin
miedo alguno e incluso se podía ver cómo suspiraba suavemente.
Recorrió minuciosamente el pequeño cuerpo que tan bien conocía. Su
delgado cuello con la marca de su mano; los rosados pezones,
endurecidos como pepitas; su vientre levemente redondeado y su menudo
miembro que palpitaba, poniéndose rápidamente duro con el sonrosado
glande asomando por el prepucio y con aquel dulce aroma pueril.
Pudiéndose meter por completo sus genitales en la boca, los relamió
una y otra vez cubriéndolos con su saliva. El cuerpo de Omocha
comenzó a estremecerse, dando muestra de lo que estaba sintiendo con
su respiración jadeante. Antes de que el pequeño se corriera, Stein
cambió de lugar, llevando la lengua a su entrada. Su cuerpo se
estremeció y soltó un profundo suspiro al sentir invadir aquel
oculto lugar. Mientras, una de las manos del doctor seguía
conteniéndose por el bien del pequeño, pero ya apenas podía.
—Lo siento, Omocha, va a
dolerte, pero ya no puedo aguantar más—se incorporó y besó
tiernamente sus labios un instante.
Mientras le observaba fijamente,
comenzó a penetrarlo a pesar de lo estrecho que estaba y vio cómo
su cuerpo se contraía a cada milímetro que avanzaba
dificultosamente. Las manos de Omocha se aferraron temblorosas a los
hombros del doctor, invadido por aquel extraño dolor que se tornaba
placer. Cuando de un solo empujón más de media verga entró en su
interior, una gran corriente le atravesó y no pudo contener la
simiente que brotó abundante manchando su estómago. Pero más
intenso fue el gemido que manó de su garganta, el primer sonido que
salía de ella, dulce y excitante para el doctor.
Aquella maravillosa escena que
contemplaba debajo de él provocó que su miembro aumentara aún más
de tamaño en el cálido interior que le apretaba. Esperando a que el
pequeño se calmara y a que se aflojara un poco, deslizó los dedos
por su estómago, recogiendo el blanquecino líquido que lo manchaba
y se lo llevó a la boca. Un intenso fulgor rojo comenzó a aparecer
en las mejillas de Omocha, se sentía avergonzado, emoción que nunca
antes en su corta vida había experimentado. Sin embargo, también se
sentía feliz por poder unirse de un modo tan profundo al doctor.
Alzó su mano hacia el rostro del mayor sin poder alcanzarlo y éste
se agachó y dejó que el pequeño le besara con sus suaves y
hambrientos labios. Stein comenzó a sacar su miembro del interior y
a meterlo de nuevo una y otra vez, con penetraciones cada vez más
profundas y continuas. Omocha apenas podía respirar, sus dedos se
clavaban en la espalda del doctor incluso a través del jersey y los
gemidos comenzaron a fluir de su garganta acompañados de lágrimas
que empañaban sus ojos y recorrían sus mejillas. Un melodioso
sonido que inundó toda la habitación y que se intensificó en el
momento en que Stein se corría en su interior y el pequeño
culminaba de nuevo al mismo tiempo.
Poco a poco, todo se fue
calmando. Cuando la razón regresó, el doctor sacó su miembro de
aquel lugar que bien podía ser el paraíso y observó al hacerlo un
pequeño hilo de sangre salir junto a su simiente. Se dio cuenta de
que le había hecho daño y pensó que quizás había sido él el
único en disfrutar mientras el pequeño sufría. Se levantó de la
camilla, dejándolo allí todavía jadeante, y fue junto a la mesa,
encendiéndose un cigarrillo mientras giraba el tornillo de su
cabeza. Estaba preocupado, sin saber lo que sucedería a
continuación, sin saber si seguiría disfrutando del aprecio del
pequeño.
—Do-oc… tor…—una dulce y
algo ronca voz sonó a su espalda.
El cigarrillo cayó de sus
labios y boquiabierto se dio rápidamente la vuelta. Allí lo tenía,
junto a él estaba Omocha, con los ojos más brillantes e intensos
que nunca.
—Doc-tor…—su mano avanzó
hasta alcanzar el jersey del doctor y agarrarlo con sus pequeños
dedos.
—Has… has hablado…—Stein
se emocionó tanto que no pudo contenerse y le abrazó fuertemente,
arrodillándose—. Omocha… no me odias, ¿verdad?—le preguntó
sin querer soltarle nunca, con el rostro en su pecho.
—Yo… a-amo… al
doc-tor…—contestó, acariciando tiernamente los blancos cabellos.
☻ Unos días después ☺
—Stein ¿estás ahí?—con
precaución como siempre, Death Scythe se adentró en la casa del
doctor y le buscó por varias habitaciones al no obtener respuesta—.
¡Ah! Al fin te encuentro. Experimentando como siempre ¿no?
El doctor estaba sentado en la
mesa de uno de los laboratorios con unos documentos en las manos.
—Estoy ocupado ¿A qué has
venido, Spirit?—preguntó sin quitar ojo a su trabajo.
—No seas tan borde, tan solo
he venido para ver cómo estaba Omocha, si es que sigue vivo, claro.
«No podría haber otra razón
para venir a este lugar»,
pensó.
—Se encuentra perfectamente,
¿verdad, Omocha?—Stein se apartó de la mesa y de allí asomó la
cabeza del pequeño.
Sus manos sostenían y
acariciaban la verga erecta del doctor mientras su pequeña y rojiza
lengua la lamía de abajo arriba, como una deliciosa piruleta.
—Sí, doctor—contestó con
su siempre inexpresivo rostro.
—Pe-pe-pe-pe- ¡¿PERO
QUÉ?!—el estridente grito se oyó por toda la casa—. ¡¿Se
puede saber qué estás haciendo?! ¡Eso es ilegal e inmoral, es solo
un niño! ¿Para eso le has creado?
—Por favor, no quiero que un
hombre que le puso los cuernos a su mujer me hable de
inmoralidad—contestó sin alterarse lo más mínimo mientras
acariciaba los negros cabellos del pequeño que seguía a lo suyo.
—Uh… E-eso no viene al caso
ahora. ¡Él es solo un niño!—no podía creerlo.
—No creo que en este caso
importe eso. Si hubiera hecho el muñeco con forma de adulto ahora
Omocha sería un adulto. Y en cuanto a inteligencia, es superior a
ti, aunque eso no sea decir mucho—le contestó mientras seguía
leyendo unos papeles.
—Pe-pero… aun así… no
puedes obligarle a hacer eso…—se estaba quedando sin argumentos.
—El doctor no me obliga—habló
el pequeño, queriendo que lo dejaran ya tranquilo con su
entretenimiento—, me gusta hacer estas cosas con el doctor.
— ¿Que te gusta?—ahora sí
que estaba sorprendido.
—Sí, porque yo amo al doctor.
—Así es, Omocha ya no es mi
sirviente, es mi amante—lo cogió en brazos y lo sentó sobre sí,
dejando que su verga se frotara contra el trasero descubierto.
—A…mante… uh…—las
lágrimas de emoción comenzaron a saltarse de sus ojos—. Nunca
pensé que oiría eso, por fin te convertirás en una persona normal.
—De eso nada, a Omocha le
gusto tal como soy así que no cambiaré—contestó rompiendo su
esperanza—. Y si no te importa, ahora estoy ocupado.
El pequeño comenzaba a mover
sus caderas, frotándose contra él y tentándole a entrar mientras
lamía su cuello.
—Que os vaya bien—les dijo
saliendo de allí sin querer ver más—. Y yo que me hice ilusiones
de que cambiara. Al menos estará entretenido con él.
FIN
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