Título: Nuestro momento predestinado
Fandom: Mentes Criminales Pareja: Aaron Hotchner x Spencer Reid
Autor: KiraH69
Género: Yaoi, Slash
Clasificación: +18 Advertencias: lemon, violencia
Capítulos: 30 (1 de 30)
Resumen: El gobierno dice que Spencer Reid es el Alma Gemela de Aaron Hotchner, y Aaron siempre ha confiado en el sistema, pero ese chico flacucho con pinta de ayudante de profesor universitario y claros problemas de personalidad no puede ser su Alma Gemela. No le queda otro remedio que casarse con él, pero eso no significa que tenga que aceptarlo como su pareja.
Nota: Atención, esta es una historia dura que involucra a niños que han sido violados y torturados. Estos hechos no se describen en sí, pero sí se habla posteriormente de ellos y también se incluye la muerte de menores.
Nota 2: Esta historia está inspirada en un fanfic que leí en inglés, Partners de VincentMeoblinn, y la mayor parte de este capítulo es muy, muy similar al inicio de esa historia, pero diverge absolutamente a partir del último párrafo y ya no tiene nada que ver salvo por otra escena más adelante.
Capítulo 1
Después de que el gobierno descubriera
el algoritmo perfecto para emparejarte con tu pareja ideal, se
desarrolló una ley por la cual solo podías casarte con esa persona,
tu Alma Gemela. La medida causó conmoción al principio, pero con el
tiempo se descubrió que el algoritmo realmente funcionaba y la gran
mayoría de parejas vivían felizmente. Se ahorraron millones en
trámites de divorcio cada año y finalmente este se suprimió.
Aaron Hotchner confiaba en el gobierno
y confiaba en esta política de matrimonios concertados. Sus padres
se habían casado antes de la entrada en vigor de la ley y habían
sido siempre desgraciados, mientras que no conocía a ninguna pareja
casada dentro de la ley que no fuera feliz, salvo si les había
sucedido alguna desgracia mayor. Cierto que estuvo algo decepcionado
cuando, al cumplir los veinte, le dijeron que aún tendría que
esperar otros quince años porque su Alma Gemela aún tenía cinco
años. No era extraño que hubiera una cierta diferencia de edad,
pero quince años era mucho.
Sin embargo, no le importó esperar
porque sabía que sería realmente su Alma Gemela y viviría
felizmente el resto de su vida. Se la había imaginado de muchas
formas, pero el físico realmente no le importaba. Estaba seguro de
que tendrían muchos gustos y aficiones en común, después de todo
estarían hechos el uno para el otro. Quizás le gustara salir a
correr y las novelas de espías y sería una persona animada y
extrovertida que le ayudaría a socializar y a olvidarse de las cosas
terribles que veía en su trabajo. Y, lo más importante, esperaba
que quisiera tener hijos. Aaron siempre había sentido la llamada de
la paternidad y se había prometido ser un buen padre como no lo
había sido el suyo.
Tenía tantas expectativas y tantas
incógnitas en mente que el día que al fin lo citaron para conocer a
su Alma Gemela se moría de los nervios. Sí, él, Aaron Hotchner,
capaz de interrogar a un asesino en serie sin pestañear (bastante
literalmente), estaba casi temblando como una hoja ante el inminente
momento de conocer a la persona destinada para él.
Respiró hondo y entró en los
juzgados, donde todos se casaban primero aunque luego celebraran una
boda religiosa. Llegaba a su hora así que no tuvo que esperar,
tomaron sus datos y lo llevaron a un despacho. Había un juez tras el
escritorio con su toga negra y un chico joven a un lado que parecía
un becario.
—¿Aaron Hotchner?—preguntó el
juez, mirándole por encima de sus gafas de cerca.
—Sí, señoría—bien, su voz sonó
tan firme como siempre.
—Bien, podemos empezar.
—¿Disculpe?—Aaron le miró
confuso. Aún tendrían que esperar a la que iba a ser su esposa—.
¿Dónde...?
—U-um... S-soy Spencer Reid, um...
El chico a su lado habló, pero no le
prestó atención.
—¿Dónde está mi Alma Gemela? No
podremos empezar hasta que-
—Lo tiene a su lado, señor Hotchner.
El doctor Spencer Reid es su Alma Gemela. Ahora, si no le importa,
tengo algo de prisa, muchas parejas por casar.
Aaron se giró y miró realmente por
primera vez al joven que había creído el ayudante del juez. Era tan
alto como él, pero mucho más delgado, con el pelo castaño largo
hasta los hombros y ondulado de tal modo que asimilaba un nido de
pájaro. Miraba hacia el suelo y parecía usar sus gafas de pasta
gruesa para ocultarse como si fueran un disfraz, junto con un jersey
marrón excesivamente grande, pantalones más oscuros demasiado
sueltos y una horrible corbata violeta. No dejaba de morderse el
labio inferior en un gesto nervioso y retorcía en sus manos la
correa de la vieja bolsa de cuero que llevaba cruzada sobre el
hombro.
—Esto tiene que ser una broma—fue
lo único que alcanzó a decir.
Ese crío que ni siquiera aparentaba
los veinte años que tendría que tener no podía ser su Alma Gemela,
era imposible. No solo tenía una apariencia totalmente descuidada,
sino que sus dotes sociales eran evidentemente deficientes, si es que
tenía siquiera, y, por encima de todo, era un hombre. Si algo tenía
claro Aaron, eso era su heterosexualidad. No era homófobo ni tenía
nada en contra de los homosexuales, pero él jamás había sentido
ninguna clase de atracción sentimental ni física hacia otros
hombres y, desde luego, no hacia ese crío.
—No es ninguna broma, señor
Hotchner. ¿Voy a poder casarle ahora o tengo que darle cita para
otro día?—no había otra opción, tenía que casarse sí o sí,
esa era la ley y Aaron respetaba la ley.
Apenas asintió con la cabeza, el juez
comenzó con el discurso. Ni siquiera lo escuchó, no podía dejar de
mirar al chico que cada vez parecía más incómodo bajo su mirada y
se encogía más y más sobre sí mismo. ¿Qué demonios iba a hacer
con alguien así?
—Pueden firmar—dijo finalmente el
juez, colocando los papeles frente a ellos.
Viendo que Aaron no se movía, el joven
firmó primero. El juez carraspeó su garganta ante su inmovilidad.
No le quedó otro remedio, Aaron firmó los papeles que le condenaban
a un matrimonio con ese crío.
—Muy bien, ya están casados, pueden
irse.
No necesitó que se lo repitiera dos
veces, Aaron abrió la puerta y salió del despacho como si hubiera
fuego en él. El joven salió tras él con la cabeza gacha y
simplemente bajaron hasta el garaje juntos, sin decir palabra. Aaron
supuso que tendría allí su coche, si no, no tendría sentido que le
siguiera. Estaban casados, pero eso no significaba que tuvieran que
comportarse como tal. Era solamente un trámite legal inevitable,
pero ninguna ley les obligaba a vivir juntos o a siquiera tener
contacto. Cierto, nada de eso era necesario.
—¿De dónde eres?—preguntó
mientras se dirigía a su coche, tan solo porque el silencio le
estaba poniendo de los nervios.
—Las Vegas...
—Bien, bueno, nos veremos—se
despidió secamente si girarse a mirarle. De todos modos no es que
fuera a devolverle la mirada.
Se dirigió a grandes zancadas hacia su
coche, alejándose del chico, y salió con un chirrido de sus ruedas
de aquel garaje. No miró por el retrovisor la figura inmóvil del
chico en medio del negro pavimento. Ya no tenía que volver a verle,
no tendría por qué verle jamás. Solo había sido una pesadilla y
continuaría con su vida como si nada. Bueno, no podría casarse,
pero eso no significaba que tuviera que permanecer solo el resto de
su vida. Siempre quedaban las viudas, había locales en los que se
reunían hombres y mujeres que habían perdido sus parejas. No podían
casarse, pero podían volver a encontrar la felicidad. Él podría
encontrar la felicidad con alguna de esas mujeres, que le gustara
correr, las novelas de espías y que fuera extrovertida. Cualquier
cosa menos ese crío asocial.
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