Título: Una novela homoerótica
Fandom: Mentes Criminales Pareja: Aaron Hotchner x Spencer Reid
Autor: KiraH69
Género: Yaoi, Slash
Clasificación: +18 Advertencias: Lemon
Capítulos: 2 (1 de 2)
Resumen: Una de sus vecinas le da una caja llena de libros a Spencer, entre los cuales hay uno que alterará su comportamiento hasta el punto en que hasta su jefe se dé cuenta de que algo está pasando.
Notas:
- Hago un pequeño cameo en la primera escena, pero no os preocupéis, no salgo más ;)
- El libro al que se hace referencia no existe, me lo he inventado (bueno, quizás haya algún libro con ese título, pero no esa historia), y tampoco tengo ninguna intención de escribirlo, al menos no por el momento.
- Esto empezó como una historia corta sin apenas sexo y por algún motivo ha derivado en una larga escena de sexo y algunos tonos de BDSM, no tengo remedio.
Capítulo 1
—¡Spencer! Qué bien que te
pillo.
Una mujer vestida con ropa de
estar por casa le llamó cuando estaba a punto de cerrar con llave la
puerta de su apartamento. Bajaba lentamente las escaleras con una
gran caja de cartón en brazos. Era su vecina de arriba, una chica
algo loca con tres gatos y una afición casi tan apasionada como la
suya por los libros. La había conocido cuando uno de sus gatos se
había escapado y andaba rascando su puerta pensando que era su casa.
—Kirah, buenos días—saludó
Spencer sonriente.
—Muy buenos días. Tengo esto
para ti—le dijo la mujer, dejando con un resoplido la caja en el
suelo.
—¿Y esto es...?—miró curioso
la caja, que al parecer pesaba bastante por el ruido que había hecho
al dejarla.
—Verás, ayer me llegó un nuevo
pedido de libros y aún los tengo en la caja porque no tengo sitio
donde meterlos así que estoy haciendo limpieza—destapó la caja y
el rostro de Spencer se iluminó al ver que estaba repleta de
libros—. Ya he leído todos estos y pensaba en llevarlos a la
biblioteca o algo, pero creo que tú los apreciarás mejor que nadie.
No son grandes obras, pero sabes que me encanta la ciencia ficción
así que la mayoría son de ese tema, y sé que a ti también te
gusta.
—¡Oh, Kirah, gracias!—exclamó
entusiasmado, casi queriendo darle un abrazo (cosa que no haría
porque su ropa estaba cubierta de pelos de gato).
—Encantada, ya me dirás qué te
parecen. Hasta luego—se despidió, volviendo a subir las escaleras.
—¡Hasta luego!
Spencer miró los libros en la
caja. Había varias decenas, tanto antiguos como más nuevos. El
primer título que vio fue Fringe: the zodiac paradox, la
novela de una serie que ella le había recomendado y que aún no
había tenido tiempo de ver. Leer el libro será más rápido,
pensó. Tuvo el impulso de examinarlos uno a uno para descubrir todo
lo que había en esa caja, pero no podía hacerlo en ese momento,
tenía que ir a trabajar y no le sobraba tiempo. Abrió la puerta del
apartamento y metió la caja, marchándose a toda prisa al trabajo.
La caja de libros permaneció
junto a la puerta casi dos semanas más. Tuvieron que marcharse a un
caso ese mismo día y no regresaron hasta el martes de dos semanas
después. Cuando Spencer entró en su apartamento, completamente
exhausto, casi se tropieza con la caja. Se había olvidado de ella.
Bueno, no, Spencer no olvidaba nada, pero desde que habían comenzado
con el caso, uno nada agradable, no le había podido dedicar un solo
pensamiento a los nuevos libros que le esperaban en casa.
Estaba agotado, pero irse a dormir
en ese momento no era buena idea, las imágenes del caso estaban
demasiado vivas en su mente, así que decidió echar un vistazo a los
libros. Con un gruñido molesto por lo pesada que resultaba la caja,
la llevó hasta el salón y la dejó en el suelo frente al sofá.
Encendió la cafetera, se puso un pijama, se sirvió una taza de café
repleta de azúcar y se sentó en el sofá. Comenzó a sacar libro a
libro. Los había en diferentes idiomas, cosa que no le sorprendió
ya que era traductora y sabía que él también hablaba varios
idiomas. Había algunos de Isaac Asimov y otros autores clásicos de
ciencia ficción y bastantes actuales; también había algo de
fantasía para adultos, unos cuantos de asesinos en serie (si ella
supiera a qué se dedicaba) y muchos de terror. Se sorprendió al no
encontrar ninguno de zombies, sabía que era su género favorito,
aunque imaginó que esos preferiría quedárselos. Y entre todos
encontró uno que no encajaba con el resto, Tu sonrisa me derrite.
Era evidentemente una novela romántica, la única de toda la caja.
Le resultó extraño porque sabía que no le gustaba el romanticismo.
¿Quizás no era suya? El libro picó su curiosidad.
Volvió a meter el resto de libros
en la caja, ya los colocaría en otro momento, y se tumbó en el sofá
con la taza de café al alcance de la mano en la mesa de centro y la
manta cubriendo sus piernas. Comenzó a leer sin prisa, sin utilizar
su capacidad al máximo, porque no estaba leyendo por trabajo sino
por placer, para apartar de su mente las imágenes del último caso.
Y tuvo que admitir que fue un completo éxito, el caso voló de su
mente al poco de comenzar el libro.
» Elliott solo levantó la
mirada de su ordenador cuando alguien se sentó frente a él. Sus
ojos se abrieron como platos y sintió un sudor frío romper por su
espalda. Un hombre de pelo corto y negro, hombros anchos con un
impecable traje oscuro le observaba fijamente con sus ojos castaños
y el ceño fruncido en una expresión que le hacían querer encogerse
en la silla. Bajó la vista, incapaz de mantenerle la mirada. Debía
de tener unos cuarenta años y era uno de los hombres más atractivos
que había visto (ya había admitido a estas alturas que lo suyo eran
los hombres maduros). Sus mejillas se ruborizaron y su corazón se
aceleró, aunque probablemente no debería reaccionar así cuando lo
más seguro era que ese hombre estuviera allí para llevarlo a la
cárcel. Primero tenía que terminar. Sus dedos se contrajeron para
volver a teclear.
—Yo no haría eso—le dijo
el hombre en un tono profundo e increíblemente sexy.
Elliott se quedó paralizado.
Era como si hubiera recibido una orden y no tenía por qué
obedecerla, pero quería hacerlo. El hombre deslizó sobre la
mesa una placa junto a unos credenciales y cualquier esperanza que
hubiera podido tener se desvaneció de un plumazo.
—Agente Especial James
Sather, NSA. Acompáñeme. Deje su ordenador tal como está. «
Vale, quizás ese tal Agente
Especial James Sather tenía un cierto parecido a otro Agente
Especial que él conocía, pero eso no significaba nada, ¿verdad?
Podía ser simplemente un personaje secundario. Aunque por la forma
en que se le había descrito, Spencer ya sabía que no era así. ¿Y
por qué demonios ese chico pensaba en él como «atractivo» y
«sexy» y habla de ruborizarse y de acelerársele el corazón? Por
el título sonaba a novela romántica, pero hasta ahora solo le
parecía una novela policíaca y aún no había aparecido ningún
personaje femenino relevante.
Oh.
Quizás no femenino, pero este
agente sí parecía un personaje relevante, el único descrito
detalladamente aparte del protagonista. Realmente esperaba
equivocarse.
Releyó esa última página, a
pesar de que ya la había memorizado, y siguió leyendo.
Terminó el libro esa misma tarde
(claro que terminó el libro), pero le llevó más tiempo del
habitual, incluso para una lectura relajada y a pesar de no ser muy
extenso. Había tenido que detenerse y volver a leer algunas partes
para asegurarse de que lo había entendido bien. Y por supuesto que
lo había entendido bien, pero no era posible que lo hubiera
entendido bien. No era posible que Ho- Sather y Elliott hicieran eso,
definitivamente no.
Voy a matarla.
Porque ya no podría borrarse de
la cabeza lo que había leído y ahora no eran las escenas de un caso
las que iban a poblar sus pesadillas. Aunque quizás ya no serían
pesadillas.
* * * * *
Tras una ducha fría para bajar
una indeseada e involuntaria erección matinal, Spencer se vistió y
salió a trabajar. Habiendo regresado el día anterior de un caso,
Hotch les había dicho que no tenían que aparecer por la oficina
hasta las diez, así que Spencer aprovechó y fue a la cafetería
cerca de su casa para tomarse un café con un bollo. Estaba a punto
de sentarse en una de las mesas cuando vio a un chico con un
ordenador justo al lado. Eso le hizo recordar cierto encuentro y
prefirió tomarse su desayuno dando un paseo. ¿Cuánto tiempo iba a
atormentarle esa novela?
Cuando llegó a la oficina, el
primero de todos (excepto Hotch que ya estaba en su despacho), se
sentó en su mesa y comenzó con el papeleo del caso. Probablemente
estaría todo el día con ello, no solo por lo que le tocaba a él
sino porque seguramente Emily y Morgan le deslizarían parte del
suyo. Como si no se diera cuenta cada vez que lo hacían, aunque
realmente no le importaba.
—Buenos días, Reid—le saludó
Hotch desde la puerta de su despacho, saliendo con una carpeta en la
mano.
—Buenos días.
Hotch caminó por el pasillo,
pasando frente al despacho de Rossi y dejándolo atrás al ver que
aún no había llegado.
» Elliott no podía apartar la
vista del agente Sather mientras le seguía por los pasillos de la
agencia escoltado por otros dos agentes, uno de los cuales llevaba su
portátil. Su espalda era amplia y el traje parecía hecho a medida y
de alta calidad, sentándole como un guante y permitiendo adivinar
que debajo de él había un cuerpo bien trabajado. Pensó en cómo se
sentiría un cuerpo como ese sobre él en la cama, cubriéndole
completamente, tan fuerte, tan caliente. Esa voz profunda susurrando
en su oído... Quería recolocarse los pantalones para acomodar la
erección que estaba teniendo, pero temía hacer un movimiento
extraño y que los agentes lo tomaran por otra cosa (aunque ya le
habían registrado en la entrada). «
Cuando Hotch cruzó las puertas de
cristal de la oficina, Spencer sacudió la cabeza.
Mierda.
En serio. ¿Por qué? No. ¿Es que
ya no iba a ser capaz de mirar a su jefe, su jefe, sin
recordar una escena de ese maldito libro?
Y eran solo las diez.
A las once, con todos ya en la
oficina y cargados de café, tuvieron una reunión. Hablaron
básicamente del caso, de sus impresiones, de lo que se hizo mal y de
lo que podrían haber hecho para que hubiera ido mejor. Y, durante
todo ese rato, Spencer solo podía pensar en una cosa.
» Sather era un hombre
intimidante, eso fue evidente desde el momento en que se sentó
frente a él en la cafetería, pero también intimidaba al resto de
agentes. Debía de tener una reputación terrible y Elliott debería
sentirse intimidado sentado allí frente al agente, en una fría y
vacía sala de interrogatorios con un enorme espejo ocupando casi
toda una pared, pero su mente le daba prioridad a otros temas.
Debería estar prestando atención a lo que estaba diciendo porque
seguramente era algo muy importante, pero solo podía imaginar cómo
se sentiría la mesa de metal contra su pecho desnudo mientras Hot-
Sather le retorcía un brazo a la espalda y le bajaba los pantalones
con la otra mano. Entonces presionaría las caderas contra su
trasero, dejándole sentir su gran miembro erecto aún cubierto por
los pantalones solo para oírle suplicar. Y claro que suplicaría
porque no había nada que quisiera más en ese momento que ser
follado por ese hombre, duro y sin pausa. Porque seguro que Sather
era como un animal en la cama, salvaje y dominante. A Elliott se le
daba bien saber esas cosas.
—¡¿Me estás escuchando?!
Elliott salió de sus
pensamientos cuando Sather alzó la voz. En realidad no había
levantado la voz, su tono tan solo se había vuelto más... duro.
—L-lo siento, señor—respondió
casi automáticamente. Su rostro se ruborizó al darse cuenta de que
la erección que apenas acababa de apaciguar había regresado.
—Deberías tomarte esto más
en serio. Si no colaboras, acabarás en una cárcel federal. Si
pensabas que estabas seguro detrás de un teclado, te equivocabas.
¿Entiendes la gravedad de lo que está pasando?
—Sí, señor, lo entiendo—¿Le
gustará que le llamen «señor» en la cama? «
—Reid, ¿algo que añadir?—la
pregunta directa de su jefe le sacó de sus pensamientos.
—No, señor.
Mierda.
Todas las miradas en la sala se
dirigieron a él. ¿Señor? Vamos, ¿desde cuándo llamaba
«señor» a Hotch? Tan solo rogaba porque ninguno le preguntara a
qué venía eso porque de ningún modo podía explicar que se le
había escapado porque así es como llamaba Elliott a Sather (y, por
supuesto, no podía explicar quién demonios era Sather y por qué
estaba pensando en él en ese momento). Lo que es peor, en su cabeza
el personaje de Sather y Hotch se habían superpuesto por un momento.
Y además había estado mentalmente ausente durante toda la reunión.
Esto estaba empezando a preocuparle.
Por suerte, nadie preguntó nada.
Hotch finalizó la reunión y cada uno regresó a su trabajo. Spencer
apenas era capaz de concentrarse, todo su esfuerzo lo ponía en
evitar pensar en el libro. Al día siguiente le tocaba hacer
entrevistas a unos asesinos en la cárcel junto con Rossi. Nunca
había estado tan agradecido de ir a una cárcel. Tal vez después de
eso podría sacar el libro de su cabeza.
Apenas vio a su jefe el resto de
la jornada, todos estaban ocupados con papeleo, aunque eso no le
evitó quedarse en las nubes algunos momentos. Hacia el final del
día, cuando ya todos se habían ido a casa y solo quedaban él y su
jefe, como siempre, estaba preparándose para marcharse cuando Hotch
se asomó a la puerta de su despacho.
—Reid, ¿puedes venir un
momento?—le pidió, entrando de nuevo.
Spencer suspiró y miró su
bandolera. ¿Debía dejarla o llevarla? Entonces recordó el
escritorio y decidió llevarla. Entró en el despacho de Hotch y se
quedó de pie ante la mesa, con la bolsa frente a él. Y sí, ahí
estaba, Hotch en su escritorio y un único pensamiento en su cabeza.
» —Dios, sí, Jim...
¡Ah!—Elliott gritó cuando Sather le dio un sonoro azote en su
trasero desnudo.
—¿Quién demonios te dio
permiso para llamarme Jim?—dijo la palabra con disgusto,
viendo cómo la silueta de su mano marcaba de rojo la pálida nalga
del chico—. Para ti, señor.
Lo sabía. Elliott no se había
equivocado lo más mínimo con él y estaba encantado con ello. Los
dedos de Hotch abrían su interior con una confianza como si ya lo
poseyera, impaciente por tomar lo que consideraba suyo desde el
momento en que Elliott se había ofrecido.
—Lo siento, señor—se
disculpó, moviendo tentadoramente su trasero en el aire, aunque no
estaba seguro de si lo que quería era ser penetrado ya u otro azote.
Daba igual, cualquiera de las dos opciones le parecía bien. «
—¿Va todo bien?—le pregunto
Hotch.
Spencer parpadeó. Su boca se
sentía seca. Parpadeó de nuevo y se humedeció los labios. Ahora
Hotch había sustituido completamente a Sather en su cabeza. Eso iba
a ser un problema. Gracias a su bolsa que su jefe no podía ver la
creciente erección en sus pantalones.
—Sí, Hotch—se aseguró de
utilizar su nombre—, todo está bien.
—No lo creo. Te pasa algo, Reid.
Has estado distraído todo el día y eso no es propio de ti—le dijo
seriamente—. Creo que hay algo que te molesta. Como amigo puedes
contarme lo que sea, estoy aquí para lo que necesites, y como jefe
quiero saber lo que pasa si va a afectar a tu trabajo.
—No es nada tan serio, de
verdad, Hotch. Ayer leí un libro que resultó algo... perturbador,
nada más—respondió, viendo que su jefe estaba realmente
preocupado.
—¿Un libro?—arqueó una ceja,
aunque algo así no le sorprendía tanto—. ¿Qué clase de libro?
—Es... bueno... es
que...—¡Genial! ¿Ahora cómo se lo explico? No, es que es un
libro erótico en el que un personaje idéntico a ti se folla a un
genio informático. Un chico, por si no ha quedado claro. Sí,
perfecto—. Es una novela –no la compré yo, me la regaló una
amiga, una vecina en realidad, también amiga. Y no es que me
regalara esa novela en concreto, me dio una caja con libros de los
que iba a deshacerse para hacer sitio a otros, y resultó estar ahí
entre otros que no tenían nada que ver-
—Reid.
—Sí, estoy divagando, lo
siento, el caso es que uno de los protagonistas es... muy parecido a
ti. Resultó algo extraño leerlo y aún me resulta extraño pensar
en ello.
—¿Parecido a mí en qué
sentido? ¿Físicamente?
—Sí, pero también tu
personalidad y además también es un Agente Especial, aunque de la
NSA. Es un tanto perturbador, todas las similitudes—respondió,
moviendo nerviosamente las manos. Realmente esperaba que con eso
fuera suficiente.
—¿Puedes prestarme ese
libro?—parecía casi divertido con la idea de ser un personaje de
libro.
—Claro—No, mierda. Esa
había sido una respuesta totalmente automática—. Ah, no.
Se corrigió de inmediato, pero no
fue capaz de disimular la mirada casi de pánico en su rostro. Estaba
a punto de darle un ataque, estaba casi hiperventilando. Si Hotch
leía el libro no sabía qué podría pensar de él.
—¿Sí o no?—Hotch frunció el
ceño en una de esas miradas que decían que no estaba preguntando,
no aceptaría un no por respuesta.
—V-vale—Sather y él se
parecen demasiado, pensó, intentando ignorar cuánto le
inquietaba eso—. Mañana te lo traeré.
—Si no te sientes cómodo
trayéndolo aquí, puedo llevarte a casa y cogerlo yo mismo. Ya había
terminado por hoy—y eso tampoco era una pregunta, ya se estaba
levantando y recogiendo sus cosas.
Spencer asintió con la cabeza,
maldiciendo para sus adentros. En un coche con Hotch. Ya sabía en
qué iba a estar pensando durante todo el trayecto.
» —Joder, James, eso no
tiene buena pinta, deberíamos ir a un hospital o al- Ngh...
Sather le acalló con un beso,
brusco e intenso como siempre. Le invadió con su lengua al momento y
comenzó a penetrar su boca como si estuviera follándola. Elliott
solo podía gemir y derretirse y ser completamente sumiso. Sather
liberó su boca cuando maniobró para echar el asiento hacia atrás.
—James, estás herido—eso
era más que evidente por la sangre en su camisa, pero al agente
parecía no importarle lo más mínimo.
—Cállate, no quiero oír
nada que no sean gemidos o ruegos por más—le advirtió, bajándole
los pantalones y los calzoncillos de un tirón.
Se arrodilló entre sus
piernas, intentando no golpearse la cabeza en el techo del coche, y
sonrió ante la mirada llena de deseo y preocupación de su precioso
amante. El joven estaba dividido entre insistir en cuidar su herida o
abrirse de piernas para él y decidió ayudarle a decidirse. Envolvió
su erección con una mano y la frotó unas cuántas veces. El cuerpo
de Elliott se contoneó y gimió dulcemente. Separó sus piernas
tanto como el limitado espacio le permitía, mandando a paseo a su
parte lógica y sensata que le decía que tenían que estar de camino
a un hospital. «
Sí, ahí está, pensó
Spencer resignado al notar la erección en sus pantalones mientras
llegaban ya a su apartamento. Se había colocado la bolsa sobre el
regazo precisamente para que Hotch no pudiera verlo porque ya sabía
lo que iba a pasar, había sido una constante todo el día. Nunca
había tenido tantas erecciones seguidas, pero tampoco le resultaba
extraño dado que no se había podido masturbar para aliviarse de
verdad.
Hotch detuvo el coche y Spencer
salió tan rápido como pudo. Caminar con la bolsa frente a él
resultaba incómodo y sospechoso, aún más subir las escaleras, pero
no tenía otra opción. Cuando llegaron a su planta, la vecina de
enfrente, una señora de casi 70 años, estaba entrando en su piso y
les saludó con un breve «Buenos días. Dr. Reid» antes de cerrar
la puerta.
—¿La vecina que te dio el
libro?—preguntó Hotch.
—¿Huh? ¡Oh! ¡Dios,
no!—realmente esperaba que esa mujer no leyera ese tipo de cosas—.
No, eso habría sido directamente traumatizante. Fue la vecina de
arriba.
Abrió la puerta y le invitó a
pasar, quitándose los zapatos junto a la puerta.
—¿Quieres un café o algo?
—No, tengo que ir a recoger a
Jack—respondió con una leve sonrisa.
—Sí, claro—realmente esperaba
que al final se olvidara del libro después de tomar un café y
hablar un rato. Cogió el libro de la mesa de centro y le dio vueltas
en las manos una y otra vez mientras regresaba a la entrada, aún sin
quitarse la bolsa—. No tienes por qué leerlo. Quiero decir, ni
siquiera es bueno realmente. Seguro que tienes muchas otras cosas por
leer mucho mejores.
—Buenas noches, Reid—tomó el
libro de su mano viendo que era reticente a dárselo y salió del
apartamento antes de que pudiera decir nada más.
—Buenas noches, Sather—respondió
Spencer después de cerrar la puerta.
Estaba perdido. Hotch iba a leer
el libro y sabría por qué había estado tan distraído todo el día,
en qué había estado pensando cada vez que le veía (y cuando no,
también). Quizás podría encontrar algún modo de convencerle de
que simplemente era «perturbador» y de que absolutamente no estaba
teniendo erecciones pensando en él teniendo sexo.
Debería masturbarme, una
erección en la cárcel no sería nada deseable.
* * * * *
Al día siguiente, las entrevistas
con los presos fueron bien, tan bien como estas cosas podían ir,
desde luego mejor que otras ocasiones. Antes de ir tuvo que
masturbarse otra vez en la ducha, había tenido un sueño demasiado
intenso y el agua fría no sería suficiente. «Sather» ya había
desaparecido de su cabeza, ahora solo estaba Hotch. En apariencia,
Sather siempre había estado interpretado por Hotch, pero ahora ya ni
siquiera usaba su nombre. Eso le había hecho sentir algo incómodo
al pensar en Hotch acostándose con ese Elliott, pero se negaba a
dejar que el personaje de Elliott se transformara en otra persona.
En la cárcel no tuvo tiempo ni
ganas de pensar en otras cosas, simplemente no se sentía apropiado.
Nunca era apropiado, pero allí menos que en cualquier otra parte.
Por suerte, no tenía que regresar a la oficina, entregaría los
informes mañana por la mañana, así que fue directamente a casa.
Las cosas que había hablado con esos asesinos se reproducían una y
otra vez en su cabeza, provocándole una sensación desagradable en
la base del estómago. Se tumbó en el sofá con un café y, a pesar
de tener otros libros en los que refugiarse para limpiar su mente,
decidió releer de memoria ese maldito libro, pronunciando cada
palabra en su cabeza. Aunque Sather ya no era Sather sino Hotch y
Elliott... bueno, cada vez era menos Elliott.
No se planteó cuánto le costaría
mirarle a la cara a su jefe después de eso hasta entrar al día
siguiente en la oficina. Definitivamente pensar en tu jefe
teniendo sexo no es una buena idea, pensó mirando de reojo su
oficina mientras avanzaba hacia su mesa. Morgan ya estaba allí,
charlando muy animadamente con García para ser primera hora de la
mañana.
—Buenos días, mi genio
genialoso—le saludó la analista.
—Buenos días, García. Estás
muy animada.
—Le estaba diciendo a mi querido
bombón que hoy tendremos cena familiar. ¿Te parece bien?
—Por supuesto—decir que no
sería inútil, insistiría hasta convencerle. Era más fácil
aceptar de entrada.
—¡Bien! Voy a decírselo a
Emily y J. J. que acabo de verlas entrar en la cocina—García salió
rápidamente toda entusiasmada.
—Vienes tarde hoy—comentó
Morgan cuando Spencer dejó el café en la mesa y se sentó.
—No es tarde, es la
hora—respondió mirando el reloj.
—Tarde para ti. ¿Qué te ha
entretenido?—parecía esperar alguna historia jugosa sobre alguna
chica a la que hubiera conocido.
—Nada, solo una mala noche—y
no era del todo mentira. Frunció el ceño, solo esperando que no
intentaran emparejarle con nadie cuando salieran esa noche.
—¿Todo bien?
—Sí, lo de siempre, hablar con
los presos no es agradable—y eso era del todo verdad.
Morgan asintió y lo dejó pasar
porque él sabía muy bien lo que era entrevistar a presos. A nadie
le gustaba.
Spencer sacó los informes del día
anterior de su bolsa y se contuvo para no suspirar. Ahora tendría
que ir a ver a su jefe para entregárselos. ¿Se lo habrá leído
ya? No, claro que no. Cuando llega a casa estará demasiado cansado
del trabajo y querrá gastar las energías que le queden con Jack.
Seguro que después se va directamente a la cama. Y no pensó en
su jefe yéndose a la cama, de verdad que no. Probablemente espere
al fin de semana, si es que tiene tiempo y ganas entonces porque
también querrá estar todo lo posible con su hijo. Oh, por favor,
que se olvide del maldito libro. Antes de darse cuenta se
encontró llamando a la puerta del despacho. Ahora sabría sin duda
si lo había leído o no, ni siquiera Hotch podía no verse afectado
ante algo así.
—Adelante.
» —¿Quieres correrte sobre
mi mesa?—Spe- Elliott tembló ante la profunda voz de Hotch en su
oído—. ¿Quieres marcarlo? Adelante, márcalo, así podré
recordar esto cada día que me siente aquí. Tu apretado culo, tus
lascivos gemidos y esa preciosa voz suplicante. Suplica para mí,
pequeño.
—P-por favor... Aaron...
Señor...
—¿Por favor qué?—preguntó,
su sonrisa acariciando la ruborizada oreja de Elliott.
—Deja que... me corra... por
favor ¡Nnh...!—el gemido fue casi un sollozo, saliendo de su boca
tembloroso cuando Hotch soltó el firme agarre que tenía en la base
de su miembro. Dolía, contenido durante tanto tiempo, y a la vez
estalló en éxtasis, marcando con su semen el escritorio del agente.
—Un chico tan bueno. «
Estoy enfermo. ¿Cómo
podía siquiera ponerse duro por una única palabra? Entró al
despacho y no vio nada diferente en Hotch, quien le miró como
siempre, ni un solo indicio de que hubiera leído el libro.
—Buenos días, Hotch—Aaron
casi se le escapa—. Los informes de ayer.
Hotch los tomó y los dejó sobre
un montón que probablemente serían los de Rossi.
—Gracias. ¿Vas a ir a la cena
familiar?—le preguntó casualmente.
—Sí, claro, es inútil intentar
negarle algo a García—se sorprendió al verle sonreír levemente.
Quizás él lo había intentado y, por supuesto, había fracasado.
—Vamos a terminar pronto
entonces.
Spencer asintió y salió del
despacho. Hotch aún no había leído el libro, no había duda de
ello. Ahora solo esperaba que no surgiera ningún caso, realmente le
iría bien una distracción con todo el equipo. Además, no había
nada relacionado con una cena en un restaurante en el libro así que
era zona segura.
Tras calmar ese primer hormigueo
que había sentido en el despacho de Hotch y que se había traducido
en un bulto algo notable en sus pantalones, Spencer consiguió pasar
el día sin ninguna otra reacción evidente, aunque aún no podía
quitárselo del todo de la cabeza.
Cenaron en el restaurante habitual
(significando «cena familiar» todo el equipo más Will) y a
continuación fueron a un club. Spencer fue algo más reticente a
esto, pero al final se vio arrastrado igualmente. Era un lugar no
demasiado incómodo de todos modos. Había pista de baile, pero
también mesas más tranquilas al otro lado.
Después de tomar la primera
bebida todos juntos en una mesa, Morgan fue el primero en sugerir ir
a bailar. Intentó convencer a Spencer, pero a esto sí que se negó,
no esta vez. Morgan no se desanimó y salió a bailar con García y
Prentiss, una en cada brazo. Poco después J. J. y Will les
siguieron, un baile más íntimo entre ellos.
Quedaron Rossi, Hotch y Spencer en
la mesa. Eso estaba bien porque Hotch y Rossi estaban sentados juntos
y charlaban entre ellos y Spencer podía simplemente observar desde
lejos a sus amigos mientras bailaban. Eso estaba bien para él.
Eso fue hasta que Rossi le echó
el ojo a una mujer (varios años menor que él) y decidió que era
hora de lanzarse a la conquista. Intentó convencer a Hotch de que le
hiciera de compinche, pero este se negó en redondo. Resoplando «eres
un viejo aburrido», Rossi se marchó de la mesa.
Ahí estaban, solo quedaban Hotch
y Spencer en la mesa, con un par de asientos entre ellos. Y Hotch
estaba tan sexy, con una americana oscura y una camisa blanca, pero
con el toque informal que le daba ir sin corbata. Está bien, no
sale nada así en el libro, no tengo por qué imaginar ninguna escena
del libro. Y no lo hizo, en su lugar imaginó una escena
original.
Aaron se acerca a él (porque
en su fantasía es Aaron y no Hotch), cerrando la distancia entre
ellos. Sus cuerpos tan cerca que se tocan desde el hombro hasta la
rodilla. Coloca una mano en su muslo como si fuera algo natural.
Spencer se tensa, inquieto, su rostro ruborizándose por algo más
que el calor.
—¿Nervioso por algo?—le
pregunta en una voz más profunda de lo habitual, llena de un
sentimiento que nunca había percibido en su jefe.
Entonces aprieta ligeramente su
muslo, subiendo poco a poco su mano, y todo lo que sale de la boca de
Spencer es un gemido ahogado. Aaron sonríe y Spencer siente más que
oye una risa maliciosa. La mano en su muslo sube hasta su entrepierna
y presiona contra la erección aprisionada en sus pantalones.
—¡Nh! Aaron...—es un
susurro, una súplica, aunque no está seguro de qué está pidiendo.
—¿Sucede algo?—ahí está
ese tono de burlón que hace que Spencer quiera gemir frustrado.
Aaron inclina su cabeza y sus
labios rozan su caliente cuello y después siente sus dientes
acariciar su piel antes de que la lengua lo recorra desde la base
hasta la oreja.
—Es un lugar público.
—¿Hm?—murmura
desinteresado, centrándose ahora en besar a conciencia su cuello.
—Y... y nuestros...
compañeros... ¡Nm!—la mano presiona sobre su erección y le
concede por un momento esa fricción que tanto necesita.
—No me importa, estás
irresistible hoy.
—¿Te encuentras bien?
Spencer se sobresaltó hasta casi
levantarse del asiento al escuchar la voz de Hotch en el mundo real,
más cerca de lo que debería estar. Había reducido la distancia
entre ellos, aunque no lo suficiente como para tocarse.
—S-sí, bien—se contuvo para
no repetir la palabra porque eso sonaría a que no estaba bien, y
realmente no lo estaba. Dio gracias a la escasa luz porque Hotch no
pudiera ver su dolorosa erección.
—He leído el libro.
Cuando su cerebro, más lento de
lo habitual por la excitación y los nervios, comprendió esa frase,
Spencer sintió náuseas y echó un largo trago de su segunda
cerveza, vaciándola casi hasta la mitad.
—¿Cómo demonios lo has leído
tan rápido?—preguntó con un tono casi molesto.
—No creo que esa sea una
pregunta apropiada viniendo de ti. Además, no es tan largo.
Echó otro trago y estaba casi
rezando para que alguno de sus amigos llegara para sacarle de esa.
Haría lo que quisieran, lo que fuera. No estaba preparado para eso.
—¿Y qué te parece?—intentó
que sonara como si estuviera hablando de cualquier libro.
—Me parece que te ha afectado
más de lo que en teoría debería.
Mierda.
—Oh, perdona que me resulte por
lo menos perturbador leer sobre mi jefe acostándose en multitud de
lugares (muchos de ellos inapropiados, por cierto) con un chico casi
adolescente—no debería estar usando ese tono, estaba a la
defensiva, pero tenía miedo, no estaba seguro de qué, pero tenía
miedo.
—¿Habrías reaccionado del
mismo modo si el protagonista se hubiera parecido a Morgan o a
Rossi?—preguntó tranquilamente, sin parecer lo más mínimo
afectado, tan imperturbable como siempre (o casi siempre).
No, por supuesto que no, a
Morgan le habría dejado el libro encima de la mesa para ver su
expresión cuando lo leyera y seguramente echar algunas risas con
Emily; y con Rossi lo habría cerrado en la primera escena que
apareciera y no habría seguido leyendo. Y, sobre todo, no me habría
masturbado pensando en ninguno de ellos.
—Sí, claro—respondió.
—Hm.
Hotch sabía que estaba mintiendo
y él sabía que Hotch sabía que estaba mintiendo. ¿Qué sentido
tenía entonces mentir? Solo esperaba que no supiera la verdad.
—¿Y a ti qué te
pareció?—preguntó, desviando el punto de atención.
—He de admitir que no me resultó
del todo agradable leer sobre un personaje tan parecido a mí
teniendo sexo con ese chico—respondió relajándose en el asiento,
sin dejar de mirar de reojo las reacciones de Spencer. Este asintió
con la cabeza. Se lo esperaba, era normal que no le gustara o al
menos se sintiera incómodo leyendo sobre sí mismo teniendo sexo con
un hombre—. Él no es precisamente mi tipo. Me gustan con el pelo
moreno y rebelde, grandes ojos castaños inquisitivos, con largos
dedos habilidosos, más altos que yo y mucho más inteligentes.
—Soy dos centímetros más bajo
que tú—le corrigió sin pensarlo.
—Al menos te has dado cuenta de
que hablaba de ti, algo es algo.
Spencer se puso tenso. No estaba
seguro de qué estaba pasando, qué pretendía Hotch diciendo algo
así. Se sentía más inseguro y más nervioso a cada segundo que
pasaba. Daba miedo, daba mucho miedo. Quizás porque podría estar
malinterpretándolo todo y acabar actuando como un idiota y perder la
buena relación que tenía con el hombre que más admiraba y
respetaba. Ni siquiera se permitió pensar que realmente podía ser
el tipo de Hotch. Aunque un tipo tan específico quizás significara
que solo estaba interesado en él. Pero era absurdo porque en primer
lugar Hotch era heterosexual y en segundo lugar, aunque estuviera
interesado en hombres, podría escoger a cualquiera, a hombres mucho
más atractivos y socialmente capaces que él. Era tan ridículo.
Tomó la cerveza para echar otro trago, pero Hotch le detuvo con la
mano sobre su muñeca.
—No bebas más—le ordenó,
porque eso había sido una orden, no una petición. Spencer le miró
extrañado—. Te quiero capaz de consentir.
—¿Consentir el qué?—preguntó
confuso.
Y entonces, por primera vez en su
vida, Spencer vio la sonrisa perversa de Hotch, con una mirada llena
de lujuria.
Oh. Era eso.
Dejó la cerveza y apoyó la mano
en la mesa, tan solo sintiendo durante los siguientes momentos la
mano de Hotch aún alrededor de su muñeca. Acarició su piel con
pequeños movimientos de sus dedos callosos. Su mano era grande y
fuerte y Spencer se preguntó cómo se sentiría sujetando sus
muñecas contra el colchón. Aunque tal vez estuviera solo a unos
minutos de conocer la respuesta.
—Ho... Aaron...—fue solo un
susurro, aún temiendo equivocarse, pero llevaba consigo toda la
frustración que había experimentado durante los últimos tres días.
—Tan necesitado—Aaron rió
suavemente y Spencer pudo sentirlo a través de su cuerpo, esta vez
sí de verdad, no solo en su fantasía—. Vamos, te llevaré a casa.
Soltó su muñeca y Spencer tuvo
que contener un quejido ante la pérdida, pero enseguida sintió esa
misma mano en la parte baja de su espalda, instándole a levantarse.
Lo hizo con piernas temblorosas y se abrieron camino entre la gente,
evitando pasar cerca de la pista de baile. Sí pasaron junto a Rossi
en la barra y Aaron se aseguró de que viera su mano posesiva ahora
en la cintura de Spencer. Rossi iba a saber de todos modos lo que
habían hecho en cuanto les viera de nuevo, siempre lo sabía todo,
así que mejor ahora para que pudiera evitar que los demás se
preocuparan por su marcha prematura y les molestaran. Vio que el
hombre arqueaba una ceja, pero no se detuvo lo suficiente para
analizar qué le parecía. No le importaba.
Continuará...
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