Título: En la oficina
Fandom: James Bond (Graig) Pareja: Q x M (Gareth Mallory)
Autor: Castillon02 Trabajo original: In the office
Traducción: Kirah69 Género: Yaoi, Slash
Clasificación: +18 Advertencias: Lemon, S&M
Capítulos: 1
Resumen: Q consigue que Mallory pase un muy buen rato en su oficina.
* * * * *
—A
mi oficina. Ahora, si hace el favor—le dijo Gareth a Q, frunciendo
el ceño como siempre lo hacía cuando regañaba a su gente. Era
importante ser coherente, incluso a última hora de la noche aunque
fuera solo para las cámaras.
Q
entró en la oficina de M, rígido como los bigotes de un gato, con
los labios presionados con aparente inquietud.
Gareth
le siguió, cerró la puerta y encendió la luz azul fuera de su
oficina, indicando que no deseaba ser molestado.
En
el momento en que la luz azul estuvo encendida, Q le estaba
haciéndole retroceder contra la puerta, acorralándolo sin llegar a
tocarlo, con los ojos ya oscuros por el deseo. Su lengua asomó y se
lamió los labios.
—¿Color?—preguntó,
mirando alrededor por la oficina antes de dejar que su mirada se
detuviera sobre el rostro de Gareth.
Los
omóplatos de Gareth se hundieron en el tapizado de cuero de la
puerta tras él. Frente a él, los adornos de su poder profesional
surgían bajo la tenue luz de la lámpara del escritorio que Q debía
de haber encendido: las oscuras paredes con sus estanterías
empotradas, el navío HMS Victory colgando entre las cortinas
cerradas, las sillas de cuero para visitantes y, finalmente, el
antiguo escritorio de madera, el trono al final de la sala del trono,
un bastión de autoridad británica.
Gareth
no podía esperar a ensuciarlo todo.
—Verde—respondió,
ya medio duro.
Dios,
estaba teniendo una tienda de campaña en los mismos pantalones a
rayas que llevaba para decidir los destinos de vidas, de naciones.
Estaba completamente jodido si la prensa llegaba a enterarse de esto.
Afortunadamente, estaba haciendo esto con Q, lo que le daba la
seguridad de que joder sería siempre placentero más literal que
metafóricamente: Q nunca dejaba ninguna evidencia.
—Quieto—le
dijo Q, presionando los hombros de Gareth contra la puerta para
asegurarse de que comprendía el mensaje.
El
estómago de Gareth dio un vuelco, como siempre le sucedía al
comienzo, mientras veía a Q caminar a lo largo de su oficina. Una
parte de él ansiaba alcanzar a Q y mostrarle quién podía soportar
una lección sobre quedarse quieto. A Q también le gustaría eso,
pero no era por eso por lo que estaban ahí.
Permaneció
quieto. Podía ser bueno.
Q
recorrió con los dedos el respaldo de cuero de la silla para visitas
frente al escritorio de M, viéndose pensativo. Hizo lo mismo con el
propio escritorio, una de sus pálidas manos deslizándose sobre la
superficie vacía, limpiada de trastos justo antes de que Q entrara.
Tocando. Poseyendo. Entonces levantó la mirada, encontrándose con
los ojos de Gareth, y pasó la mano por el respaldo de la silla de M.
—Creo
que esto servirá—dijo. Se sentó. En la silla de M.
Gareth
se quedó sin aliento. Su mano se sacudió hacia su polla antes de
recordar que Q no le había dicho que se moviera; presionó la mano
de nuevo contra la puerta.
Q
se percató del movimiento y asintió su aprobación.
—Un
prometedor comienzo—dijo, su voz un poco más profunda ya. Hizo un
gesto hacia la silla frente al escritorio—. Siéntate, por favor,
para que podamos empezar.
La
oficina se sentía tan amplia como un campo de fútbol mientras la
cruzaba bajo la mirada de Q. Se sentó en la que normalmente era la
silla de Q, o la silla de cualquiera al que llamara para ser
interrogado o castigado. Gareth tragó saliva. Su propia silla, la
silla de M, tenía ruedas. Esta no tenía. Ahora estaba inmovilizado,
atrapado donde Q le había puesto.
—Saca
tu polla—dijo Q, sonriendo mientras observaba el bulto en los
pantalones de Gareth.
Polla
fuera. En su oficina. Jesús. Gareth no pudo evitarlo, miró hacia la
puerta y hacia las cortinas. Aún cerradas. Vale. Sus manos temblaban
mientras desabotonaban y bajaban la cremallera y exponían. Miró a Q
por instrucciones.
—Ponte
duro—dijo Q—. Despacio.
El
aire frío de la oficina pinchó la piel expuesta de Gareth, así que
fue un alivio agarrar su polla medio dura con su mano cálida. Todos
sus sentidos se centraron en su polla mientras la trabajaba, lento y
provocativo, el roce de su piel seca por el invierno totalmente
diferente de su habitual rutina eficiente. Redescubrió la
provocadora fricción de los callos de sus dedos, el modo en que
cierto giro de muñeca podía prolongar el placer en lugar de
acelerarlo hacia la culminación.
Se
puso duro.
Q
observó, mirando fijamente sin vergüenza, y Gareth le observó a
él, observó el complacido gesto de la boca de Q, el rubor
aumentando en las mejillas de Q, el modo en que Q se reclinaba en la
silla de M con sus muslos separados mientras se palmeaba él mismo a
través de sus pantalones a cuadros.
Q
se lamió los labios; los dedos de los pies de Gareth se doblaron en
sus pulidos zapatos derby negros.
—Lo
estás haciendo tan bien—dijo Q—. Te encanta ser bueno para mí,
¿verdad?
Unas
gotas de presemen brotaron del orificio de Gareth, mostrando cuánta
razón tenía Q. Gareth humedeció la palma de su mano con él,
ruborizándose ante el brillo cómplice en los ojos de Q, y gimió
mientras la deslizaba sobre su polla. Sintió un hormigueo en su
vientre.
—Agarra
ahora tus bolas—dijo Q—. No, déjatelos. Puedes hacerlo así si
lo deseas lo suficiente.
Gareth
se detuvo cuando iba a bajarse los pantalones, los dedos de la mano
con la que no se estaba frotando sujetando la cinturilla.
—¿Y
bien?—Q arqueó las cejas.
No
serviría de nada hacerle esperar. Gareth tragó saliva.
—Sí,
señor—dijo.
La
polla de Q se sacudió en sus pantalones y sus ojos se oscurecieron.
—Bien—dijo—.
Ahora sigue adelante.
Con
algo de dificultad, Gareth metió la mano en sus calzoncillos y
retorció las caderas hasta que pudo alcanzar debajo y agarrarse. Se
quedó sin aliento cuando sus dedos se curvaron alrededor de sus
bolas; eran sensibles.
—Balancéate—dijo
Q, con una leve sonrisa en su rostro—. Sigue tocándote.
—Oh,
dios—las palabras se escaparon sin el permiso de Gareth y apretó
más el agarre sobre su polla. Esto ni siquiera era un polvo en toda
regla, era-
—Sigue—dijo
Q, su voz un poco más suave. Alentador—. Quiero verte. ¿Color?
Verme
en mi oficina follando mis manos como una perra en celo, en mi
oficina frotando mis bolas como alguien que no puede conseguir un
culo, verme en mi oficina corriéndome en mis calzoncillos, EN MI
OFICINA-
—Verde—respondió
Gareth, con la boca seca. Q tenía las mejores ideas.
Gareth
comenzó a balancear las caderas. Le llevó un momento encontrar un
ritmo entre el giro de sus caderas y el movimiento de su mano sobre
su polla, pero una vez que lo hizo... el calor se expandió a través
de él, presemen deslizándose por sus dedos y humedeciendo su polla
mientras sus bolas se contraían. Aceleró el ritmo, esperando que Q
objetara.
Q
captó su mirada.
—Sí,
continúa, joder-...—dijo sin aliento, y le hizo una señal con su
mano libre para que siguiera. Su otra mano estaba metida en sus
pantalones, frotando y apretando mientras observaba.
Gareth
se estimuló aún más rápido, sintiendo el calor crecer y recorrer
su cuerpo con cada impacto de sus huevos contra su mano
suave-dura-rasposa, con cada roce de sus dedos alrededor de su polla
y cada electrizante giro alrededor de la cabeza. El sonido de sus
jadeos llenaban la habitación. Le dolían las muñecas y las
costuras de los pantalones crujían, pero no podía parar. Sus
músculos se tensaron. Sus dedos se curvaron mientras cada sacudida
de placer lo llevaba más y más cerca-
Aflojó
el agarre en su polla, acariciando delicadamente, y el dulce filo del
cuchillo de la denegación le sacudió, comenzó el epicentro de un
terremoto que florecía en la base de su columna. Echó la cabeza
hacia atrás, un gemido comenzando en el fondo de su garganta...
—Dije
que siguieras, no dije que pudieras correrte—dijo Q, su voz
restallando en la habitación como una bala, su rostro serio.
La
boca de Gareth se abrió.
—Yo...—protestó
con los ojos muy abiertos, aún balanceándose, aún persiguiendo esa
ola final de placer, una ola cuya cresta había comenzado a ir a la
deriva tan pronto como se había percatado de la desaprobación de Q.
Q
sonrió débilmente, viéndose muy poco impresionado.
—¿Debo
ir ahí a detenerte o puedes conseguirlo tú mismo?
Oh,
joder. Gareth casi llegó al límite en ese momento, casi salpicó
todo sobre su traje a rayas. Por un instante, estuvo atrapado entre
dos futuros:
Podría
tener la satisfacción del orgasmo seguido por un delicioso castigo,
quizás ser empujado con sus empapados calzoncillos sobre esta silla,
esta silla que era para reacios subordinados, y ser obligado a mirar
mientras Q se corría sin ninguna ayuda suya; quizás alguna otra
cosa, algo nuevo que el retorcido cerebro de Q hubiera planeado solo
para esta situación.
O
podría hacer como Q le decía y cosechar la recompensa de la
satisfacción de Q.
Gareth
gimoteó en el fondo de su garganta y apretó con fuerza sus huevos.
Maldijo y se quejó por el dolor, pero le sacó de la zona de
peligro.
Iba
a ser bueno para Q. Lo era.
Q
se levantó, ajustó sus gafas y caminó hacia él. Debería haberse
visto ridículo en su chaqueta de punto del trabajo, la tienda de
campaña en sus pantalones y parte del nido de pájaro que era su
pelo pegado por el sudor a sus sienes, pero la arrogancia emanaba de
él en una ola de calor que Gareth agradecía como en una mañana
helada.
—Buena
elección—dijo Q, de pie tras él y acariciando con sus dedos el
pelo de Gareth—. Lo estás haciendo tan bien.
Gareth
inclinó la cabeza contra el vientre de Q, frotó su mejilla contra
la suave chaqueta y cerró los ojos. Tendría que volver a peinarse,
pero qué lujo que alguien fuera amable con él. Que Q fuera amable
con él, ¡y en su oficina!
Tras
un silencioso minuto de Gareth presionando sus ojos en la chaqueta de
Q, oliendo el olor de Q y sintiendo los dedos de Q rascando
placenteramente su cabellera, Q dio una palmada en su hombro y se
apartó un poco.
Gareth
gimoteó, siguiendo la chaqueta con su mejilla tanto como pudo sin
moverse de la silla.
Q
rio.
—Aquí
tienes otra elección—dijo—. ¿Quieres correrte ahora, en esta
silla? ¿O preferirías correrte más tarde, en tu escritorio?
El
corazón de Gareth se aceleró abruptamente tras haberse calmado.
—Escritorio—dijo
inmediatamente—. Escritorio, por favor, señor—miró hacia arriba
a Q.
Q
se inclinó y le besó hasta que ambos se quedaron jadeando sin
aliento.
—Excelente
elección—dijo, apartándose—. ¿Comenzamos?
Gareth,
con su polla ya volviendo a la vida, se sentó con la espalda recta
en su silla y esperó por las instrucciones de Q.
—Levanta—dijo
Q—. Quítate la chaqueta del traje y dóblala sobre el respaldo de
la silla. Quiero tus pantalones y calzoncillos en el suelo, pero
puedes dejarte la camisa puesta. Ve al escritorio y prepárate para
mí—sacó un paquete de lubricante del bolsillo de sus pantalones y
lo metió en el bolsillo de la camisa de Gareth—. A trabajar—dijo,
y se acomodó de nuevo en su silla tras el escritorio de M, donde
presionó los dedos juntos y pareció expectante.
Gareth
inspiró profundamente, se quitó la ropa como le había indicado e
intentó no tropezarse con sus pantalones mientras se aproximaba al
escritorio. Logísticamente, Q le había presentado un dilema: ¿dónde
comenzar a follarse? Q había eliminado la opción más estresante:
la que involucraba el trasero desnudo de la cabeza del MI6 frente a
la puerta asegurada pero de madera que teóricamente cualquiera
podría echar abajo si estaba lo suficientemente motivado. Sin
embargo, eso aún dejaba algunas posiciones disponibles.
Podría
arrodillarse a cuatro patas a los pies de Q. Podría inclinarse sobre
el escritorio desde un lado, provocando a Q con la silueta de sus
preparaciones, pero sin su vista explícita.
O
podría hacer lo que estaba haciendo ahora: podría subirse sobre el
escritorio una pierna tras otra, ponerse sobre sus manos y rodillas,
y separar sus piernas tanto como fuera posible, dando a Q un primer
plano del trasero que iba a follar.
—Muy
bien—dijo Q con aprobación.
Recorrió
con sus manos la espalda de Gareth y agarró su trasero, apretando
posesivamente. Mordisqueó la nalga izquierda de Gareth, la besó y
la atrapó en un punzante y succionador beso que definitivamente iba
a dejar una marca. Las manos de Q separaron las nalgas de Gareth,
exponiendo su agujero al aire frío de la oficina, y la boca de Q
comenzó a viajar, mordiendo y lamiendo su camino a través del
trasero de Gareth, y su cálida lengua húmeda se acercó más y más
a su entrada.
Q
se entretuvo en la hormigueante base de la columna de Gareth para
dejar otra marca. Estaba tan cerca de donde Gareth más lo quería
que podría haber gritado. Sí gimió y dejó que sus caderas se
sacudieran en el aire solo para sentir los fuertes dedos de Q
sostenerle con firmeza.
—Por
favor—dijo, porque Q normalmente recompensaba los por favor. Porque
Gareth siempre podía decir por favor a Q, incluso aquí.
El
murmullo de Q vibró a través de la fina piel de su columna. Su
caliente aliento descendió, su húmeda lengua bajó lamiendo su
camino... y se detuvo.
—Oh,
cariño—dijo—. No me sabe para nada a lubricante aquí abajo.
Creo que mejor me siento de nuevo; no querría distraerte de tu
tarea.
Gareth
sintió la sonrisa de Q contra su piel antes de que se apartara. Por
el sonido de la silla moviéndose tras él, Q se había recostado.
Esperando.
Esperando
a que Gareth se abriera en la oficina más ejecutiva del MI6,
mientras estaba arrodillado en el escritorio más importante del MI6.
Ante
ese pensamiento, una caliente gota de presemen salpicó sobre la
madera bajo él.
Semen
en su escritorio. Jesús.
No
podía esperar a gotear también algo de lubricante sobre él. Buscó
a tientas el paquete, lo abrió y vertió el contenido sobre sus
dedos.
Normalmente
era algo somero al abrirse él mismo, pero Q no había dicho que
fuera rápido. Untó el lubricante generosamente alrededor y dentro
de su agujero; goteó obscenamente entre sus piernas. Con una nalga
separada, asegurándose de que Q tenía una excelente vista, Gareth
comenzó a provocarse.
Exploró
la flexibilidad inminente cuando introdujo la yema, el dedo y el
nudillo en el fruncido músculo, pausando ocasionalmente para
acariciar sus bolas y perineo. Los murmullos de Q y sus comentarios
apreciativos lo acompañaban. El creciente entusiasmo en la voz de Q
le decía cuándo era el momento para añadir finalmente un dedo
completo, para disfrutar del modo en que el ardor se debilitaba y
llevaba a una cálida apertura, familiar y extraña a la vez,
mientras lo deslizaba dentro y fuera de sí mismo.
—Otro
más—ordenó finalmente Q.
Gareth
agachó la cabeza para ocultar su sonrisa ante la impaciencia de Q.
Q
le dio un ligero azote.
—Insolente—dijo.
En
respuesta, Gareth dirigió dos dedos directamente a ese punto dulce
dentro que le hacía jadear cada vez que lo frotaba.
—Eso
es—dijo Q, bajo y áspero—. Fóllate con tus dedos, muéstrame
cuánto los quieres.
Gareth
penetró con sus dedos el caliente y estrecho agujero, estableciendo
un ritmo lento y pausado que comenzó con un metódico estiramiento
en su entrada y giraba sus dedos dentro para que solo rozaran su
próstata, enviando una provocativa y hormigueante sacudida por su
columna y su polla. No tardó mucho en aflojarse y meter un tercer
dedo, no tardó mucho en sacudir las caderas, buscando su propia
mano, cada vez más desesperado por más-más-más, pero negándoselo
porque-
Porque
Q estaba diciendo lo hermoso que era, tan hambriento por ello y tan
dispuesto a provocarse, a usar sus dedos hasta estar boqueando y
listo para un buen polvo, pero dispuesto a esperar hasta que Q se lo
diera.
Porque
Q no había dicho que pudiera correrse todavía.
Porque
había más gotas de presemen en la brillante superficie pulida del
escritorio de M, ¿y cuánto más podría desordenarlo antes de que
acabara la noche? ¿Cuánto más podría desordenarlo Q a él?
Justo
cuando las rodillas de Gareth y la mano con que se sujetaba estaban
realmente comenzando a protestar por la dura superficie del
escritorio, Q agarró la muñeca de Gareth y apartó los dedos
lubricados de su trasero.
—Límpiate
la mano en tu vientre debajo de tu camisa y levántate tras el
escritorio—ordenó Q. Le dio un cariñoso apretón al trasero de
Gareth antes de deslizar la silla hacia atrás y levantarse.
Puede
que las articulaciones de Gareth crujieran un poco al bajar del
escritorio, pero el urgente calor entre sus muslos borró en gran
parte sus otras sensibilidades corporales. Tras él, escuchó los
sonidos de Q desnudándose, tentándole a mirar. En su lugar, Gareth
se inclinó, separó las piernas y estiró los brazos hasta que las
puntas de sus dedos se curvaron sobre el borde opuesto del
escritorio. El borde más cercano se clavó en su pelvis y su polla
dolió, atrapada entre su vientre y la firme madera.
Q
había preguntado, cuando habían discutido este escenario en
concreto días atrás, si Gareth querría usar una toalla o la
chaqueta de su traje o algo para hacerlo más confortable. Gareth
había rehusado. Quería ir a trabajar mañana y saber que bajo el
ordenador y las pilas de papeles que necesitaban su firma se
encontraba el lugar donde Q le había tumbado y follado. Ser M venía
con unos pocos beneficios y un montón de responsabilidad; ser Gareth
venía con esto.
Q
presionó la mano sobre la nuca de Gareth y apretó, relajando
músculos que Gareth ni siquiera sabía que estaban tensos.
—Te
ves tan bien, Gareth—dijo. Recorrió la columna de Gareth con la
punta de un único dedo, poniéndole la piel de gallina a su paso.
Gareth
se estremeció, esperando.
El
cuerpo de Q cubrió el suyo, su pecho y su vientre cálidos contra la
espalda de Gareth, sus caderas balanceándose contra las de Gareth en
un minúsculo movimiento adelante y atrás, como si una vez que
realmente tocara a Gareth no pudiera evitar moverse. Q frotó su
polla contra la raja del trasero de Gareth, sus caderas moviéndose
más deliberadamente ahora, y el aliento de Gareth atrapado tras sus
dientes.
Iban
a hacerlo. Q iba a follarle en su propia oficina, sobre su propio
escritorio.
—¿Color?—preguntó
Q. La punta de su polla presionó contra la entrada de Gareth, se
retiró y presionó de nuevo juguetonamente.
—Verde—dijo
Gareth, preparándose.
—¿Hmm?—preguntó
Q, sonriendo en su hombro. Su polla provocó la entrada de Gareth,
solo para apartarse de nuevo.
—¡Verde!—repitió
Gareth, separando sus piernas tanto como podía, solo para ser claro.
—Lo
siento, ¿qué fue eso?—Q lo folló esta vez, un rápido y pequeño
movimiento dentro y fuera que hizo que Gareth gruñera y apretara
para intentar mantenerlo dentro.
—¡Verde!—dijo
Gareth—. Verde, verde, verde, jodidamente verd-
Q
penetró abruptamente y, mientras Gareth estaba boqueando y
presionado contra la mesa y en general siendo empalado por la polla
de Q, Q dijo:
—En
serio, no hacía falta que lo dijeras tantas veces.
—Jodido...—murmuró
Gareth en el escritorio. Comenzó a balancear las caderas.
Q
mordió el sensible punto entre sus hombros.
—Sí—dijo,
y salió solo para embestir de nuevo, estableciendo un ritmo pausado
y lento—, estoy jodiéndote. Follándote sobre tu propio
escritorio. Te gusta eso, ¿eh? Ser follado en tu propia oficina,
dejar que alguien se encargue de ti por una vez, que te diga qué
hacer y cuándo correrte—puntualizó sus observaciones con una
fuerte presión contra la próstata de Gareth.
Gareth
hizo un sonido que definitivamente no era un gimoteo y se arqueó
contra él.
—Pregúntame
si puedes correrte—dijo Q.
Gareth
tragó saliva.
—¿Puedo
correrme?—preguntó, aunque sabía cuál sería la respuesta.
—No—respondió
Q, jadeando contra su espalda.
—Oh,
joder, sí—murmuró Gareth, empujando contra él. Chispas surgieron
desde las bolas de Gareth hasta las puntas de sus dedos y su polla,
aplastada contra el escritorio, intentó valientemente sacudirse con
interés.
—Buen
hombre—dijo Q, y comenzó a follarle más rápido, sus bolas
golpeando contra el perineo de Gareth, sus caderas presionando las de
Gareth contra el duro borde del escritorio, su polla frotando la
próstata de Gareth lo suficiente para mantenerlo de puntillas para
recibir cada embestida.
Los
húmedos sonidos de sus cuerpos haciendo eco en la vacía oficina, un
crescendo de placer que nadie fuera sería capaz de oír; la oficina
insonorizada de M protegería su secreto como había protegido tantos
otros. Gareth sentía que su orgasmo comenzaba a crecer de nuevo, el
calor hirviendo lentamente bajo su piel mientras sus muslos se
tensaban en preparación.
El
ritmo de Q comenzó a flaquear, sus embestidas se volvieron más
bruscas y su aliento salía caliente y pesado contra la espalda de
Gareth mientras buscaba ese perfecto-
—¡Joder!—gritó
Q y salió de él, y Gareth sintió calientes gotas de semen
salpicando su trasero.
Gareth
se estremeció, vacío y húmedo y sufriendo por su necesidad.
Seguramente Q le echaría una mano.
—Túmbate
en el escritorio, boca abajo—dijo Q en cambio.
Gareth
parpadeó y se incorporó, girando los hombros para desentumecerlos.
Q
le dio un pequeño azote.
—Ahora,
si haces el favor—pero se sentó de nuevo en su silla y no pudo
enmascarar la placentera post-orgásmica lasitud en su voz, así que
Gareth se tomó su tiempo subiendo al escritorio.
Se
deleitó con la asquerosa pegajosidad de los goteos del lubricante y
presemen mientras se frotaban en su camisa, su vientre y su
entrepierna. El escritorio no era lo bastante grande para todo su
cuerpo tumbado, por supuesto, así que terminó con sus rodillas
dobladas a los lados y la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados,
sus pies colgando por el borde opuesto.
—Excelente—dijo
Q, acercándose al escritorio en la silla con ruedas—. Ahora puedes
correrte.
—¿Oh,
puedo?—preguntó Gareth.
—Sí—respondió
Q. Frotó una tranquilizadora mano sobre el trasero de Gareth antes
de hurgar de nuevo en su agujero con dos dedos. Tan pronto como
encontró el dulce bulto de la próstata de Gareth, comenzó a
frotar—. Ahora—dijo mientras calientes chispas se condensaban en
la entrepierna de Gareth y sus muslos comenzaban temblar—. Me
tienes a mí y tienes el escritorio. Creo que eso es suficiente con
lo que correrte, ¿no te parece?
El
escritorio. Oh, joder.
Como
para ilustrar el concepto, la mano libre de Q empujó sobre su
trasero hacia abajo, presionando su polla deliciosamente contra la
madera.
—Joder-...—dijo
Gareth.
—Montar,
más bien—dijo Q, con una firme presión sobre la próstata de
Gareth que sacudió sus caderas contra el escritorio casi sin su
permiso.
Era
una superficie terriblemente dura para follar, pero la fricción
contra su polla se sentía fantástica.
—Restregar—siguió
Q, mientras Gareth comenzaba a mover su trasero con más propósito,
follando hacia atrás los talentosos dedos de Q y hacia delante
contra el escritorio en un fantástico y frustrante ciclo—. A ti
también te gusta esto, ¿verdad? Ensuciarte en tu propia oficina,
revolcándote en tu propio desastre, usando tu propio escritorio para
un placer sin sentido. Adelante, tómalo, toma lo que necesitas,
quiero ver cómo te corres-
Restregándose
contra su escritorio, estaba follando su escritorio, Q le estaba
follando con sus dedos en su escritorio, iba a correrse sobre su
escritorio, estaba, estaba casi-
Q
rozó su próstata con exasperante ligereza al mismo tiempo que
plantaba sus uñas en el cuello de Gareth y descendía arañando un
camino por su espalda.
Gareth
gritó, sus caderas sacudiéndose mientras el placer explotaba dentro
de él, la ola finalmente rompiendo, semen caliente brotando de su
polla y salpicando su vientre y el escritorio bajo él en igual
medida.
—Mírate—dijo
Q con cariño, y acarició la calvicie de Gareth y su pelo—. Me
gustas así. Eres tan bueno por mí.
Gareth
suspiró satisfecho.
Q
se vistió y le dejó ahí tumbado en su propia suciedad durante un
maravilloso minuto antes de instar a Gareth a ponerse la ropa.
Limpiaron con toallitas antibacterianas, colocaron el escritorio, las
sillas y el pelo de Gareth, y salieron de la oficina tan
inocentemente como podían, con Q viéndose apropiadamente castigado
según su escenario al comienzo y Gareth agradecido de que las
cámaras no pudieran captar el olor del semen que no había limpiado.
Después, se fueron a casa.
Al
día siguiente, M entró en la oficina y se puso directamente a
trabajar. Pero, de vez en cuando, estando solo, acariciaba el borde
del escritorio donde Q le había follado y sonreía para sí mismo.
FIN
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