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Entre dinosaurios [cap1]

Título: Entre dinosaurios

Fandom: Jurassic World         Pareja: Owen Grady/Zach Mitchell

Autor: KiraH69

Género: Slash, Yaoi

Clasificación: +18         Advertencias: lemon

Capítulos: 3 (1 de 3)

Resumen: Tras el desastre de Jurassic World, Isla Nublar está en manos de la ONU y Owen es el encargado de vigilarla. La ONU envía un dinólogo para que pueda ayudarle a cuidar de los dinosaurios.

Capítulo 1

Owen se dejó caer en la silla frente a la pantalla, donde ya aparecía el rostro de Mila Summer. La nueva responsable de operaciones de Isla Nublar, una funcionaria de las Naciones Unidas, siempre estaba perfectamente arreglada, como si esperara una conferencia de prensa en cualquier momento. También estaba siempre sonriendo, más cercana de lo que resultaban la mayoría de altos cargos.

—Te ves agotado—comentó, aunque no mostraba la preocupación de otros días.

—Hola a ti también. ¿Cuándo vais a mandarme a alguien para que me eche una mano aquí?

Las cosas habían mejorado mucho desde que la ONU se había hecho cargo de Isla Nublar y de sus criaturas. Durante dos años, los cascos azules habían trabajado en la isla para reorganizarla todo lo posible. Establecieron una zona segura alrededor de la entrada lo bastante grande para un embarcadero, dos helipuertos, una zona de descarga y un edificio con capacidad para cincuenta personas con un laboratorio en el sótano. No era un laboratorio con fines de experimentación, no habría más experimentos en esa isla (ni en ninguna otra parte del mundo si la ONU tenía algo que decir al respecto), sino un lugar para analizar muestras de posibles dinosaurios enfermos u otras anomalías. Eso si algún día enviaban a un científico que pudiera utilizarlo. Por lo demás, el resto de la isla era de los dinosaurios, incluso los hoteles, los laboratorios, las zonas de personal y cualquier otro edificio construido por los humanos. Los soldados habían procurado limpiar la zona de todos los restos dejados atrás por los humanos, lo único que había quedado eran los esqueletos de los edificios.

Owen era el único humano en la isla. Cuando los soldados se marcharon, la ONU le ofreció el puesto de Vigilante de la Isla (más o menos, ese no era el nombre oficial). Había aceptado de inmediato, no conseguía adaptarse a vivir en sociedad y trabajar en un zoo ni se acercaba a su antiguo trabajo. Se ocupaba de echarle un ojo a los dinosaurios, básicamente se pasaba el día recorriendo la isla en su moto. Ninguna otra presencia humana innecesaria iba a perturbar la existencia de los dinosaurios.

—Está de camino—respondió Mila con una sonrisa aún más grande.

Owen se incorporó un poco y prestó más atención. Esperaba que fuera solo un informe regular, pero al parecer había noticias.

—¿Quieres decir que ya han conseguido a un dino-lo-que-sea?

—Dinólogo. Al menos apréndete su profesión—le dijo con cansancio, no era la primera vez que se lo repetía. Owen se encogió de hombros y Mila suspiró—. Llegará mañana por la mañana, espéralo en el embarcadero. Quiero que lo acompañes siempre que salga de la zona segura. Sabe manejarse bien, pero será vulnerable cuando tenga que sacar muestras de algún animal o analizar restos. No quiero una sola muerte más en esa isla.

—Entendido. No voy a dejar a un novato a sus anchas por la isla para que desate el caos. Por cierto, ¿es un principiante o uno de esos paleontólogos reconvertidos?

Mila sonrió con un brillo travieso en los ojos y Owen sintió un escalofrío. Su nueva jefa era simpática y amable, pero sabía que también podía tener una mano firme (solo así habría podido enderezar aquel desastre).

—Ya lo verás. Hablaremos mañana.

Cortó la conexión antes de que Owen pudiera preguntar nada más. Apagó el ordenador y se tumbó en el sofá. Debería darse una ducha, tal vez podría ir a dormir a la zona segura, no sabía a qué hora llegaría el barco. Se estiró y cerró los ojos. Al fin habían conseguido ayuda. Por lo que le habían dicho, no era fácil encontrar a un experto en una materia tan reciente y que además estuviera dispuesto a vivir en una isla solitaria llena de peligrosos dinosaurios sueltos. Les apasionaban los dinosaurios, pero las historias de la caída de Jurassic World eran demasiado aterradoras.

Despertó con la luz que entraba por las ventanas como todos los días, pero entonces recordó que no era un día como los demás. Se levantó rápidamente, casi chocando con la mesa del ordenador, y salió a toda prisa del bungaló. Se subió a su moto y se dirigió a la zona segura. No vivía allí, seguía en su bungaló junto al lago (en realidad era uno nuevo, el suyo no había sobrevivido) casi al otro lado de la isla. Para cuando llegó, los últimos soldados estaban regresando al barco. Además de al doctor, también habrían traído provisiones.

El último grupo de soldados subió por la pasarela y dejó atrás a un hombre sentado sobre una maleta mirando hacia el barco. Owen se acercó a él y se aclaró la garganta.

—Debes de ser el dino...

—Dinólogo—el hombre se levantó y se giró hacia él.

Owen parpadeó ante el rostro familiar y tardó un momento en reconocerlo. Había... madurado.

—¿Zach?





Seis años atrás, Zach nunca pensó que regresaría a Isla Nublar después de haber sido cazado por dinosaurios y casi haber muerto en múltiples ocasiones. Que escogiera Dinología como su carrera universitaria fue una completa sorpresa para toda su familia, incluido Gray. Sus padres habían intentado persuadirle para que lo dejara incluso después de un par de años estudiando. Después de todo el barullo que armaron, decidió no contarles que regresaba a Isla Nublar para trabajar con los dinosaurios.

Y allí estaba Owen Grady, la razón principal por la que había aceptado el trabajo. No es que estuviera buscando verlo, es que nadie más le haría sentir lo bastante seguro como para caminar entre dinosaurios. Había reconocido el sonido de su moto. Algunos flashes de aquellos días pasaron frente a sus ojos, pero no era suficiente para alterarlo. Había ido al psicólogo y tras estudiar tanto a los dinosaurios ya no sentía ningún miedo irracional, tan solo el debido respeto, el necesario para conservar su vida allí.

Se levantó y se dio la vuelta. Owen estaba allí, mirándole con expresión sorprendida y vestido con ropa sucia, manchas de tierra y tal vez grasa. Parecía que había pasado horas recorriendo la isla. Justo como lo recordaba y no se lo imaginaba de ningún otro modo.

—Owen. Así que me recuerdas—le saludó sonriendo. Estaba algo nervioso, su corazón latía más rápido de lo habitual. Quizá sí que quería verlo.

—Uno de los chicos por los que me metí en una selva con un dinosaurio mutante suelto. Sí, creo que te recordaría.

Zach agachó un momento la cabeza y sus mejillas ruborizaron. Aquel no había sido uno de sus mejores momentos.

—Decisiones de adolescente—respondió con una mueca. Se había disculpado tantas veces que ya no le veía sentido.

Owen resopló y se acercó para darle unas palmadas en el hombro.

—Vamos, te acompaño a tu habitación.

Cogió ambas maletas como si no pesaran nada, flexionando los músculos de sus brazos. Su atención se dirigió a su firme trasero cuando se giró para dirigirse al edificio. Zach tuvo que mirar al cielo por un momento para centrarse antes de seguirlo.

El edificio había sido una residencia temporal para trabajadores así que la fachada no tenía nada de especial, un bloque de cemento cuya pintura beis estaba desconchada por culpa del agua salada. Al entrar, había un vestíbulo con unas escaleras al fondo, varias puertas alrededor y una ventanilla que daba a una pequeña recepción.

—El comedor y la cocina están tras alguna de esas puertas. El laboratorio está en el sótano, por la primera puerta de la izquierda—le explicó mientras subía las escaleras—. Creo que habrá alguna habitación preparada, puedes escoger la que quieras.

Dejó las maletas a la entrada de un pasillo con puertas a ambos lados. La única luz entraba por las ventanas del hueco de la escalera. Probó un interruptor, pero no funcionaba, tendría que encontrar el cuadro eléctrico.

—¿No vives aquí?

—No, sigo en mi bungaló al otro lado de la isla.

—Quizá sería más cómodo que vinieras aquí—sugirió—. No puedo pasar al resto de la isla solo así que tendrías que venir y volver todos los días.

—No será problema—respondió agitando una mano—. Voy a coger algo del almacén, está abajo. ¿Vas a salir hoy?

—Sí, solo tengo que coger unas cosas del laboratorio.

—Te espero abajo entonces.

Owen bajó las escaleras y Zach sacó las cosas que no necesitaba de su mochila y las dejó allí mismo, encima de las maletas. No había nadie más en la isla así que no le preocupaba que le robaran. Las luces se encendieron cuando iba a bajar las escaleras, Owen se habría encargado de ello. Bajó al vestíbulo y después siguió las escaleras tras la primera puerta. No sabía qué había sido aquel sótano anteriormente, pero ahora era un laboratorio bastante bien equipado. No había tecnología propia de la ciencia ficción, la que años atrás se había encontrado en los laboratorios de Jurassic World, pero tenía todos los aparatos necesarios para realizar cualquier análisis que necesitara de los animales y plantas de la isla, incluso distintos tipos de equipos portátiles para realizar pruebas y material quirúrgico en caso de tener que operar a algún dinosaurio (el tamaño de la mayoría de ellos no era precisamente apropiado para un quirófano).

Guardó un maletín con instrumental básico en su mochila y regresó al vestíbulo. Owen estaba esperando con un par de walkie-talkies.

¿Sabes usarlos?—le preguntó ofreciéndole uno y Zach asintió—. Canal 2—Zach lo guardó en su mochila y siguió a Owen fuera del edificio—. ¿Irás bien en la moto o prefieres que cojamos el jeep?

La moto está bien. ¿No les molesta a los dinosaurios?

No, están acostumbrados, ni se inmutan.

Se subió a la moto y esperó a que Zach se subiera tras él. El chico se sujetó tenuemente a sus caderas y tuvo que tirar de sus brazos para colocarlos alrededor de su cintura.

Sujétate bien, el viaje es movido.

Su abrazo se estrechó y Zach se apoyó contra él. La moto arrancó ruidosa, pero se movieron lentamente hasta las puertas de la zona segura. Cuando las cruzaron, aceleró. Era difícil decidir en qué concentrarse, si en el firme cuerpo frente a él o en el exótico mundo a su alrededor. No sería muy oportuno que su cuerpo reaccionara así que se centró en sus alrededores.

Una vez que dejaron atrás las estructuras humanas, era como si el ser humano jamás hubiera puesto un pie allí, como si el tiempo se hubiera detenido hacía millones de años. Las plantas habían crecido libremente y se habían apoderado de todo, borrando caminos y cubriendo vallas. No sabía a dónde lo llevaba, pero no importaba, no tenía nada planeado y con todo el tiempo que había por delante podía tomarse unos días para conocer la isla. La moto desaceleró hasta detenerse frente a una arboleda.

Sigamos andando.

Bajaron de la moto y Owen los guio entre los árboles. El clima en la isla era húmedo y caluroso, pero con la brisa marina era más soportable que en el interior de la arboleda, donde el calor y la humedad se acumulaban a pesar de la sombra de los árboles. No quería quejarse, pero estaba a punto de preguntar hasta dónde tendrían que caminar sobre aquella tierra húmeda cuando una gran sombra pasó entre los árboles. Zach se quedó paralizado, vibrando con anticipación. Sería el primer dinosaurio real que veía desde hacía seis años. Escuchó un agudo bramido y junto a la enorme figura apareció dando saltos una más pequeña, un stegosaurus bebé. Zach inhaló y se cubrió la boca con ambas manos temiendo que cualquier sonido pudiera asustarlo.

Están procreando—susurró maravillado.

Desde hace un año.

La cría los vio y bramó de nuevo, acercándose unos pasos. Retrocedió uno hacia su madre, dubitativa, pero regresó. Zach observó a la madre, no parecía para nada preocupada así que avanzó. La pequeña stegosaurus (o quizá era macho) le dio un juguetón golpe con la cabeza en el estómago y Zach contuvo la risa. Acarició su áspero cuerpo y la criatura bramó contenta. Se quitó la mochila y sacó una jeringa.

¿Qué haces?—susurró Owen preocupado.

Tomar una muestra. No lo notará.

Pegó su cuerpo al de la cría para mantenerla un poco quieta y penetró su gruesa piel con la aguja especial. Bramó y restregó su barbilla con la testa, pero no se movió. Zach rio suavemente mientras le sacaba sangre. Después de sacar la aguja y apartarse un paso, la cría dio un salto y regresó con su madre, que seguía su camino imperturbable, oculta casi del todo por las sombras de los árboles. Guardó la muestra de sangre en un tuvo de refrigeración en su mochila y volvió con Owen.

El doctor Malcolm tenía razón, la vida se abre camino—musitó ensimismado, observando a las dos criaturas desaparecer en el bosque.

Lo había estudiado, los sucesos de Jurassic Park, y en teoría los científicos de Jurassic World se habían asegurado de que no se repetiría aquel error, pero ahí estaba, lo tenía frente a sus narices.

¿Doctor Malcolm?

Zach lo miró perplejo.

Ian Malcolm, uno de los científicos que visitaron Jurassic Park el día en que... bueno, se fue a la mierda.

Oh, ya. ¿Al que le gustan los dinosaurios o al que no?

Zach tuvo que poner los ojos en blanco y comenzó a caminar de vuelta hacia la moto.

A ambos les gustan, pero el doctor Malcolm es un activista en contra de su manipulación genética.

¿Lo conoces en persona?

Zach asintió.

Vino a dar un seminario en mi universidad y hablamos.

¿Y estás de acuerdo con él?

Zach lo miró de reojo. Tenía que explicarse bien porque sabía cuánto quería Owen a estas criaturas.

Los dinosaurios que hay aquí son criaturas vivas y yo estoy aquí para cuidar de ellas y si tienen crías también cuidaré de ellas y de las crías de estas. Pero Hammond jamás debió clonarlos, no debió abrir esa puerta. Pelearé porque estos dinosaurios vivan, pero también porque nadie más vuelva a repetir esta locura.

Owen no comentó nada, se mantuvo en silencio hasta que llegaron a la moto. Zach estaba algo nervioso, temía haber metido la pata, iba a ser muy incómodo trabajar allí si no se llevaban bien porque no les quedaba otra opción que hacerlo juntos.

No lo hacen por los dinosaurios, lo hacen por su propio placer—comentó Owen, subiéndose a la moto—. Yo tampoco quiero una repetición, otra más, de este desastre porque no se detendrían en clonar dinosaurios, siempre buscarán crear otro Indominus Rex.

Zach sintió un escalofrío solo de escuchar su nombre. Esa criatura no era un dinosaurio, ni siquiera se le podía llamar animal. Aún plagaba sus pesadillas las escasas noches que las tenía. Por lo menos parecía que su opinión sobre el tema no era muy diferente de la de Owen.

Se subió a la moto y se pusieron en marcha. Llegaron a la costa y avanzaron por los acantilados. Los graznidos comenzaron a oírse desde lejos. Aquel sería el sonido típico de la costa de no ser porque aquello no eran gaviotas. Se pegaron al límite del bosque según se acercaban al barullo. Llegaron a la cima de una pequeña cala en medio de la cual había un peñasco. Los graznidos allí eran tan intensos que casi resultaban ensordecedores. La escarpada roca estaba repleta de nidos de pterodáctilo, los ruidosos dinosaurios volando a su alrededor.

No te alejes mucho del bosque—le advirtió Owen en cuanto detuvo la moto.

La advertencia no era necesaria, aún recordaba a Zara en las garras de uno de estos animales justo antes de su muerte. No les odiaba ni mucho menos, pero no pensaba en simples pajaritos cuando los veía. Sacó unos prismáticos y los observó sin apartarse del refugio de los árboles.

Huevos...—suspiró—. Están incubando.

Los primeros. Creo que estos han llegado al continente, ¿no?

Y ha sido un caos. No son precisamente palomas. Algunos han intentado protegerlos, pero tras el shock inicial la mayoría de países los consideran especies invasoras y dejan vía libre para matarlos—suspiró y negó con la cabeza—. Al menos deberían encargarse ellos mismos, así solo fomentan la caza y la crueldad contra estos animales.

Owen colocó una mano sobre su cuello y apretó reconfortante. Una tensión que no había notado desapareció de sus hombros.

No verás nada de eso aquí—le aseguró y el tono en su voz le dejaba saber que Owen pensaba lo mismo que él sobre todos aquellos hombres que disfrutaban con la matanza.

Con ese contacto, Owen lo movió hacia la moto. La arrastraron unos metros en silencio hasta que se alejaron lo suficiente y volvieron a montar. Se adentraron en el bosque, esta vez menos denso, lo que les permitía continuar sobre la moto.


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