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Sexo, Muerte, Rock c4
Título: Sexo, Muerte, Rock
Categoría: Original
Género: Yaoi
Clasificación: +14 años
Advertencia: Lemon, Incesto, Violación
Capítulo: 4 de 14 Finalizado: No
Resumen: Sexo Muerte y Rock, las tres palabras que más le gustan al protagonista de esta historia
Un misterioso guitarrista llega a una nueva ciudad. Allí comienza a tocar en un bar de mala muerte donde se encuentra con joven muy inocente por el que empieza a sentir interes. Su jefe le manda hacer un trabajito especial que le dará problemas.
Eran las 11 de la mañana y ambos hermanos seguían en la cama. Llamaron a la puerta del mayor.
—Sora ¿Qué haces todavía en la cama? Aunque sea sábado no debes hacer el vago—el ojimamba se removió bajo las sabanas y se levantó somnoliento—despierta a tu hermano y bajar a desayunar.
El moreno se quitó la chaqueta del pijama y se lavó la cara en el baño que compartía con su hermano para después pasar a su habitación con tan solo los pantalones. No hizo ruido para no despertarle, le observó unos momentos, su rostro se veía aun más lindo cuando dormía. Se metió despacio bajo las sabanas y abrazó el cuerpo del menor. Lo acercó mucho al suyo sintiendo aquella calidez. Deslizó una mano bajo la chaqueta del pijama para acariciar la piel de aquella delicada espalda, rozando sus labios con los del rubio pero apartó el rostro bruscamente cuando sintió que despertaba.
—Hum? Sora, tengo sueño—dijo el ojiaqua acurrucándose contra su hermano inocentemente.
—Regresamos a la una y son las once, llevas diez horas durmiendo.
—No, anoche me costó mucho conciliar el sueño—contestó abrazando el torso desnudo de su hermano—estuve barias horas despierto.
— ¿Y eso por qué?—el moreno se sentía algo excitado pero se controló como siempre.
—No lo sé—el pequeño no lo había contado nada a nadie de su extraño encuentro con el guitarrista que se hacía llamar Argón—Por cierto, ¿los padres se han dado cuenta de algo?
—Creo que no, mamá no ha dicho nada, como anoche no estaban, si no se lo dice algún vecino, estamos a salvo.
—No me gusta engañarles así—dijo algo triste.
—Lo sé, pero no es para tanto, ya tenemos edad para salir.
—Tú la tienes, yo aun no.
—Pero tú sales conmigo así que no pasa nada—le dio un beso en la frente y lo abrazó tiernamente.
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—No me jodas ¿Por qué no escoges a otro?
—Porque te prefiero a ti, eres de los mejores y además estás en la ciudad.
—Joder, si lo hago tendré que largarme.
— ¿Y qué? llevas mudándote de ciudad varios años, no duras en ninguna más de un par de semanas ¿Qué más te da mudarte otra vez?
—Esta vez he encontrado algo interesante y por una vez me gustaría divertirme un poco.
—Bueno, tienes tiempo para realizar el encargo podrás divertirte.
— ¡¡¡ R !!!
—No hay más que hablar, ya sabes lo que hacer.
Pipipi… pipipi…
— ¡¡¡MALDITO BASTARDO!!!
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—¡¡Nao!!
— ¡¡Hola Ryou!! ¿Qué tal?—los tres amigos se habían encontrado en el parque de siempre para dar una vuelta.
—Muy bien, gracias por lo de anoche, nos divertimos mucho—el rubio sonreía ampliamente a su amigo.
—Ya te lo dije—contestó el pelirrojo triunfante.
— ¿Podríamos ir hoy también?
— ¿Por qué quieres ir otra vez?—preguntó su hermano extrañado.
—Etto… es que me gustó mucho como tocaba y me gustaría volver a escucharlo.
Ninguno de los dos pudo resistirse a los ojos suplicantes del rubio que aquel día tenían un brillo especial.
— ¡Vaaaaaale!—dijeron ambos a la vez.
—A ver quien es capaz de negarle algo a este—murmuró el pelirrojo recibiendo una afirmación del moreno.
El rostro del rubio lucía sonriente, más brillante de lo normal y ya comenzaba a ponerse nervioso, un extraño hormigueo recorría su estomago y sus extremidades.
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—Agh, maldito R, estoy arto, nunca me deja tranquilo.
—¡¡Argón!! ¡¿Qué murmuras?!—la voz ronca del tipo dueño del local le gritó entrando en la trastienda.
—¡¡Nada que te importe viejo!!—contestó de mal humor.
—Cuida tu lengua niño, que te estoy dejando tocar aquí y hasta de doy de comer.
Argón dejó la guitarra con cuidado en su caja y después se levantó rápidamente y cogió al maloliente ser por el cuello de la sucia camisa.
—He traído más gente a esta mierda de local en una noche de la que ha entrado en toda su historia. Merezco la comida, la cena y hasta el alojamiento, además de que esta noche te lo volveré a llenar, no deberías ni levantarme la voz.
Sus fríos ojos hicieron temblar al hombre haciendo que la sangre se le congelara en las venas. Le costaba respirar y apenas podía tenerse en pie, cuando lo soltó estuvo apunto de caer de rodillas al suelo. El pelinegro cogió su guitarra y salió del local para tomar aire fresco y calmarse. Decidió ir a un parque cercano, estaría bien ver algunos árboles entre tanto cemento. Lo bueno de los parques era que, a pesar de tener que oír los gritos y estupideces de la gente, el aire parecía más fresco y no se escuchaban tanto los molestos coches. Se sentó en un banco con Sarah en las manos, acariciándola como si fuera su amante, suave y delicadamente. Al otro lado del parque le llamaron la atención unos rizos dorados y una voz melodiosa.
—Sora, voy a comprar unas palmeras, préstame algo de dinero porfa.
—Anda toma.
—La mía de chocolate.
Un grupo de tres chicos estaban charlando divertidos. El de rizos dorados se alejó de los otros hacia un kiosco cercano al pelinegro. El pelinegro se levantó y se acercó sigiloso por detrás.
— ¿Eres goloso?—le preguntó muy cerca de su oído sobresaltándole.
—Ah! Em… e-etto… yo…—las palabras no le salían, aquel era el increíble guitarrista de la noche anterior, el que le había hecho temblar tan solo con un beso en la mejilla, con su intensa mirada. Una sonrisa tierna apareció en el rostro del pelinegro al ver el efecto que había tenido en aquel ángel de sublime inocencia.
—Yo también soy muy goloso—le dijo pagando al quiosquero por otra palmera de chocolate. El rubio sonrojado era incapaz de desviar la mirada de aquel increíble hombre—me gustaría verte también esta noche en el concierto. Haré que entres gratis. Acarició uno de los rizos dorados sin dejar de mirar aquellos ojos brillantes del joven que temblaba incapaz de reaccionar. ¿Qué le sucedía? ¿Qué estaba sintiendo? Los finos dedos acariciaban su mejilla, eran fríos y le hicieron suspirar entrecerrando los ojos. Los labios del pelinegro rozaron su mejilla y sus piernas flaquearon, apenas podían sostenerle—hasta la noche—se apartó de él, regresó al banco para coger la guitarra y se marchó ya más tranquilo y animado.
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