Título: Los gatos de la montaña
Fandom: Level E Pareja: Príncipe Baka Ki El Dogra x Originales
Autor: KiraH69
Género: Yaoi/Shota
Clasificación: +18 Advertencias: Lemon, Incesto
Capítulos: 1
Resumen: El Príncipe se encuentra un anuncio en el que buscan un cazador o exorcista de demonios para acabar con un monstruo devorador de energía que ataca una aldea cada noche. Cuando llega allí, no se encuentra lo que los aldeanos se imaginan.
* * * * *
El
Príncipe Baka, de ojos tan azules como el cielo, miraba fijamente la
pantalla de un ordenador en la que aparecían constantemente noticias
e imágenes sobre alienígenas. Desde extrañas marcas en cultivos o
fotografías con lo que podría ser tanto un ovni como una mosca,
hasta noticias sobre avistamientos y abducciones, todas ellas
tratadas como delirios de locos por los escépticos.
—
¿Príncipe, qué está
haciendo?—le preguntó Sado, uno de sus guardaespaldas, sin estar
seguro de querer saber la respuesta.
—Quiero
saber hasta qué punto los humanos son conscientes de
nosotros—contestó con su monótona voz—. ¡Bingo!
En
la pantalla del ordenador se mostró un gran anuncio muy llamativo,
con el título parpadeando en rojo, que rezaba lo siguiente:
¡AYUDA URGENTE!
Se necesita cazador o
exorcista de demonios.
Un monstruo devorador de
energía está atacando nuestra aldea casi todas las noches. Se
camufla con la forma de un gato entre una manada que habita en la
montaña cerca del pueblo. ¡SÁLVENNOS!
—
¿Qué tienen que ver los
demonios con los extraterrestres?—preguntó Sado, extrañado.
—
¿Y quién dice que no sean
extraterrestres? Los llaman demonios pero en realidad no saben lo que
son—comenzaba a sentirse entusiasmado aunque no se mostraba en su
expresión.
Más
abajo de la misma página había un fragmento de texto de alguna
noticia o libro:
«En
una montaña, cerca de un pueblo alejado de la mano de Dios, se
encuentra una manada de unos 50 gatos. Pero se dice que uno de estos
gatos se transforma en hombre y por las noches se escabulle en el
pueblo y roba la energía vital de sus habitantes. Nadie puede
asegurarlo ya que las personas de las que se alimentan acaban cerca
de la muerte aunque luego se reponen, pero sus mentes están borrosas
y sólo recuerdan a una sombra que les asaltó en la noche. Sin
embargo algunos dicen haber visto una figura humana adentrarse en la
montaña y transformarse en gato. Nadie se atreve a penetrar más
allá del bosque que rodea la montaña y, sin embargo, todos desean
deshacerse de aquel monstruo, dios o demonio que les atemoriza».
—Interesante—sentenció
el Príncipe.
Y
por deseos del caprichoso Príncipe Baka, a primera hora de la mañana
siguiente, los tres guardaespaldas y el joven de largos cabellos
dorados se presentaron en el pueblo. Un lugar pequeño, casi parecido
a una aldea, con una larga y ancha calle principal, alrededor de la
cual se encontraban las antiguas casas de dos alturas como mucho. Y
al fondo de la calle principal se podía ver una gran montaña llena
de una arbolada espesa.
—Príncipe…
¿Por qué lleva esa… ropa?—le preguntó Colin.
El
Príncipe vestía un kimono de pantalones rojos y chaqueta blanca,
con cuatro velas atadas a la cabeza con una cinta y sosteniendo en
sus manos dos finos palos llenos de tiras blancas a un extremo. Con
solo mirarle, su guardia privada sentía vergüenza ajena.
—He
investigado, este es el traje típico de un exorcista. Quiero que me
tomen en serio y no piensen que soy un loco que se va a burlar de
ellos—contestó mientras agitaba los palos.
—Estarían
en lo correcto y con estas pintas lo pensarán igualmente—murmuró
Kraft de muy mal humor.
—Um…
Creo que debería quedarme en un segundo plano para poder observarlo
todo desde una perspectiva mejor—dijo pensativo el Príncipe Baka.
—Tiene
razón, señor—afirmó Kraft, aliviado por dejar de llamar tanto la
atención.
—Bien,
entonces tú llevarás esto.
En
un abrir y cerrar de ojos, Kraft estaba cubierto por el extravagante
disfraz de exorcista y el Príncipe volvía a sus ropas normales.
—
¿¡Ah!? ¿¡Pe-pe-pero qué!?
¿Por qué yo?—exclamó sobresaltado, moviendo agitado los palos.
—Te
has ofrecido—contestó ignorando sus quejas—. Vamos a ver al
alcalde.
Fueron
hasta el ayuntamiento del pequeño pueblo y allí se vieron recibidos
desde la entrada casi con vítores por el alcalde y su segundo.
—Gracias,
gracias, muchas gracias por venir—dijo el alcalde dirigiéndose a
Kraft.
—N-no
es necesario…—contestó abrumado—. “Parece que el trajecito
de las narices ha triunfado”—pensó sintiéndose humillado.
—Hace
mucho que esperamos a alguien que pueda ayudarnos con esta desgracia.
Son bienvenidos en nuestro humilde pueblo. Pero pasen, pasen, no se
queden ahí. ¿Quieren tomar algo?—les dijo ofreciéndoles entrar
al ayuntamiento.
—No
hace falt-
—Claro,
yo tomaré un café—el Príncipe se adelantó y pasó dentro
esquivando al resto de hombres.
—To-tomaremos
algo—no podría quitarse todavía el ridículo traje.
Sentados
ya alrededor de una mesa, con las tazas de té y café humeando
frente a ellos, los seis hombres comenzaron a hablar de demonios.
—
¿Podrían darme algún detalle
más sobre ese demonio al que temen?—preguntó el Príncipe,
tomando un sorbo del café.
«¿No
se iba a quedar en segundo plano?»,
pensó Kraft. «¿Por
qué estoy vestido así sino?»
—Claro,
verán, en nuestro pueblo siempre ha habido leyendas sobre los gatos
que habitan en la montaña, pero eran solo eso: leyendas—comenzó a
decir el alcalde mientras los demás escuchaban atentamente—. Sin
embargo, desde hace unos ocho años esas leyendas se han hecho
reales. Sufrimos ataques de un ser que se alimenta de nuestra energía
hasta dejarnos al borde de la muerte. Y cada vez los ataques son más
frecuentes, hasta tres por semana.
—
¿Nunca habéis visto a quienes
os ataca?—preguntó Sado, también interesado en la historia.
—No,
las víctimas no recuerdan nada tras el ataque y lo máximo que hemos
llegado a ver ha sido una sombra con forma humana regresando al
bosque.
—
¿Y de dónde sacáis eso de que
se camufla entre los gatos?—preguntó el Príncipe.
—Bueno…
de eso no estamos seguros, la verdad, es lo que nos dijo el
monje—ambos funcionarios se miraron no muy confiados con lo que
decían—. Pero sin duda es cierto que esos gatos tienen algo de
infernal.
—
¿Dónde está ese monje?—el
Príncipe se levantó ya dispuesto a marcharse.
—Antes
de la montaña hay un pequeño monte que hay que cruzar o rodear para
llegar a ella. En la cima se encuentra el templo donde vive nuestro
monje. Estoy seguro de que les recibirá con gusto, él también está
deseando que ese demonio desaparezca.
El
Príncipe Baka ya no escuchó esas últimas palabras. Se dirigió a
paso largo al monte, seguido como siempre por sus guardaespaldas.
Según caminaban por la calle principal del pueblo, viendo al fondo
la montaña, los ojos de los vecinos les miraban esperanzados a su
paso. Parecía que en aquel lugar todos deseaban la llegada de un
héroe. También se dieron cuenta de que cuanto más se acercaban al
monte, más gatos veían zanganear por los rincones. Subieron los
interminables escalones bordeados por el frondoso y oscuro bosque.
Los árboles eran tan altos y de ramas tan abiertas que incluso por
el camino al santuario era difícil ver el cielo. Varios minutos más
tarde se encontraron frente a un viejo templo algo descuidado, de
colores ya apagados. Vieron aparecer desde un lateral a un monje
calvo de arrugada piel con una escoba en sus manos.
—
¡Oh! ¿Son turistas?
Bienvenidos al templo—les dijo con una amplia sonrisa, acercándose
a ellos—. Si desean rezar-
—No
somos turistas. Venimos por el demonio que ataca este pueblo—le
cortó el Príncipe.
—
¿Vienen a ayudarnos? Entonces
son aún más bienvenidos. Mi nombre es Kawase. ¿En qué puedo
ayudarles?
—
¿Qué sabe sobre ese supuesto
demonio?—le preguntó, observando los deseos colgados en un mural a
un lateral del camino de entrada. Casi todos ellos eran el mismo: que
el demonio desaparezca.
—Es
un terrible demonio que se alimenta de la vida de los pobres
ciudadanos. Durante el día se camufla entre la manada de gatos que
habita en la montaña como uno de ellos, pero por la noche baja al
pueblo y se cuela en las casa con su forma real.
—
¿Cómo sabe todo eso, señor
Kawase? Lo de que se transforma en gato—inquirió el Príncipe.
—Bueno,
ciertamente no puedo asegurarlo con pleno conocimiento pero… tengo
varias razones para creerlo—parecía estar eludiendo la pregunta.
—
¿Cuáles?—el Príncipe
comenzaba a molestarse por tantos rodeos.
—La
primera es una antigua leyenda que se cuenta desde generaciones en
este pueblo. Fue escrita por un monje capaz de ver tiempos futuros.
Para resumirla, decía algo así como que entre las sombras del
bosque nacería un demonio que se ocultaría con una forma familiar y
devoraría la vida de todos los aldeanos, uno por uno, hasta dejar un
pueblo fantasma—apretaba entre sus manos el palo de la escoba,
atemorizado de sus propias palabras.
—
Pero en este caso, ese supuesto
demonio no está matando a nadie, las personas se recuperan después
de su ataque—puntualizó el Príncipe.
—Sí…
eso es cierto… pero puede que esto sea tan solo el principio—el
Príncipe pensaba que aquel hombre se estaba autosugestionando para
creerse lo que él mismo decía—. De todos modos hay otra
razón—parecía algo reticente a decirlo pero ante la mirada
imperturbable de aquellos ojos celestes no pudo aguantar—. Verán…
yo soy alérgico a los gatos, esa es la misma razón por la que no
puedo hacer nada contra el demonio, en cuanto me acerco a un gato
comienzo a estornudar, me cuesta respirar y… bueno, todos los
síntomas. El caso es que cada vez que he ido a una de las
habitaciones donde las víctimas han sido atacadas he sufrido ataques
de alergia, aquellos lugares estaban llenos de pelos de gato.
—Pero
toda la ciudad está llena de gatos—replicó Sado.
—Así
es, pero no entran en las casas, son todos gatos callejeros y tampoco
vienen a este templo.
—
¿Cómo es eso posible, señor
Kawase?—preguntó extrañado Kraft.
—Todas
las casas y el templo han sido impregnadas con una sustancia que
espanta a los gatos. El único que podría ser capaz de entrar sería
el demonio—explicó.
—Así
que por eso no hay ningún gato en este lugar. Ya me parecía
raro—murmuró pensativo Kraft.
—Nos
quedaremos aquí el resto del día. Buscaremos al demonio por la
noche—decidió el Príncipe, entrando por su cuenta al templo.
—
¿Por la noche? ¿Por qué no
ahora?—preguntó Kraft, aun sabiendo que era inútil intentar que
cambiara de opinión.
—Como
ha dicho el señor Kawase, el demonio se camufla como gato por el
día, tendremos más oportunidades por la noche—respondió, aunque
sus tres guardaespaldas bien sabían que ocultaba algo.
Sin
dar opción a que el monje se quejara, el Príncipe se acomodó en el
templo como si fuera su propia casa. Kawase quería librarse tanto
como los demás de aquel demonio, pero aquel grupo le resultaba algo…
curioso. Al medio día disfrutaron, por decir algo, de una precaria
comida y por la tarde el Príncipe Baka anduvo husmeando por todo el
templo.
—Um…
Señor… ¿Busca algo en concreto?—le preguntó el monje Kawase,
algo molesto por la intrusión.
—Quiero
leer sobre alguna de esas leyendas de las que hablan, présteme un
libro—le exigió más que pidió.
—Oh,
claro, tengo muchos libros sobre esas leyendas—si con eso dejaba de
andar por cada rincón a sus anchas le dejaría todos los libros de
su biblioteca.
Con
el Sol ya ocultándose al otro lado de la montaña, el cielo claro
por los últimos rayos algo anaranjado, el Príncipe Baka se puso a
leer en la entrada del templo, sentado sobre las tablas de madera. Su
mirada oscilaba entre aquel libro con imágenes pintadas a mano de
demonios grotescos y el paisaje sombrío que rodeaba al templo, con
los árboles moviéndose por el viento cada vez más fresco, creando
sonidos e imágenes más espeluznantes que las del libro. Entonces
sus ojos se clavaron en una figura gatuna, sentada elegante sobre una
de las columnas que rodeaban el templo. Los dorados ojos brillantes,
rodeados del negro pelaje, correspondieron a la mirada del Príncipe.
Una larga y silenciosa conversación entre ambos que duró hasta que
el Sol se durmió. El gato bajó de un salto de la columna, a la cual
era imposible que hubiera llegado, y se adentró, más silencioso que
los propios árboles, en el bosque. Antes de perder su pista, el
Príncipe corrió tras el minino, atravesando el tupido bosque. Sus
cabellos ondulados se enredaban entre las ramas y las hojas de los
árboles se quedaban atrapadas en ellos. Pero eso no detuvo el paso
acelerado del Príncipe, quien no tardó en llegar a la montaña,
apareciendo en un pequeño claro iluminado por la naciente Luna. Un
pequeño riachuelo, que apenas parecía un hilo, descendía por entre
las rocas y los gatos se acurrucaban a su alrededor en gran número.
—Oh~
La guarida de los gatos—canturreó, observando a los animalillos
que giraban sus cabezas para mirarle pero que no se movían de su
descanso.
De
entre aquellos gatos de diferentes razas y colores, su atención fue
llamada por el gato negro que le miraba desde una pequeña roca en la
caída del riachuelo.
—No
deberías haber venido…—una voz, no del todo humana, resonó
entre los árboles como un eco.
Bajo
la luz de la Luna, una sombra se acumuló alrededor del felino como
una gran nube que se expandía cada vez más. De pronto la sombra se
retrajo y dejó a la vista un cuerpo de apariencia humana. Un joven
de metro y medio, de piel pálida como la porcelana, con cortos
cabellos negros azabache; su cuerpo, completamente desnudo, era muy
delgado, con una apariencia tan frágil que parecía poder romperse
con el roce del aire; carecía de orejas humanas y en su lugar tenía
un par de orejas gatunas sobre su cabeza y tras él se podía ver
moverse una larga cola negra. Sus ojos dorados y de pupila alargada
le miraban fijamente con unas largas pestañas enmarcándolos. Sin
duda aquel era el gato al que había seguido hasta allí, pero ahora
tenía la apariencia de un niño de unos 13 años.
—No
deberías estar aquí—le dijo con una susurrante y levemente aguda.
—Has
sido tú quien me ha traído hasta aquí—contestó el Príncipe
Baka, observándole atentamente, grabando en sus pupilas cada rasgo
de aquel ser.
—Hueles
raro, diferente al resto de humanos—lentamente el pequeño se
acercó a él, con pequeños pasos que hacían crujir la hierba tan
ligeramente que parecía que flotara sobre ella.
—Quizás
porque soy diferente a ellos—respondió, teniéndolo ya a apenas un
palmo de sí, contemplando desde su altura aquel hermoso rostro
levantado de piel pulcra, los finos y rosados labios como los pétalos
de una flor y la respingona nariz que resultaba adorable.
—
¿Por qué…? ¿Qué tienes de
diferente?—alzó su mano y desabrochó con los finos dedos los
botones de su camisa azul—. ¿También eres un demonio?
Se
inclinó sobre su pecho y lamió de abajo a arriba. El Príncipe se
estremeció, aquella lengua era rasposa como la de un gato pero en
absoluto desagradable.
—Pareces
un humano pero no sabes como uno—alzó sus brazos y rodeó el
cuello del Príncipe para agacharlo y así poder alcanzar su boca
poniéndose de puntillas. Una leve caricia entre sus labios hasta
sellar un beso—. Ah… Tampoco tu energía es como la de uno—. El
pequeño se sorprendió, aquella cantidad de energía no era algo
normal—. ¿Qué eres?
—Eso
mismo iba a preguntar yo. Tú eres quien absorbe la energía de los
pueblerinos, ¿me equivoco?—llevó los dedos desde su cuello,
acariciando con suavidad la blanca piel, hasta su nuca y le agarró
por los cabellos levantando su cabeza—. Y supongo que esta es tu
forma de hacerlo.
Unió
sus labios a los del pequeño, invadiendo sin resistencia su boca y
acariciando la cálida y cosquillosa lengua con la suya propia.
Sintió inmediatamente cómo su energía fluía fuera de él. Cuando
se separaron tras unos segundos, contempló la expresión de deseo
que se mostraba en el rostro del animalillo.
—
¿Cómo… cómo lo has
sabido?—preguntó el pequeño, juntándose más al cuerpo del
Príncipe, acariciando con sus labios el pecho firme.
—Pude
sentirlo cuando me besaste antes, absorbes la energía a través de
los besos, quizás con tus labios o tu aliento—acarició su cabeza
como lo haría con un felino y al acariciar sus puntiagudas orejas el
pequeño se estremeció y gimió levemente.
—Te
equivocas… un poco. No es con mis labios ni con mi aliento, es con
el intercambio de fluidos. A través de la saliva, del sudor o del
semen… El sexo es la mejor forma de hacerlo—su mano fue hasta el
cierre del cinturón y lo abrió con sorprendente habilidad y
rapidez.
—
¿Entonces quieres absorber mi
energía?—el gatito ya estaba centrado en besar el torso del
Príncipe mientras desabrochaba sus pantalones—. Bien, entonces que
te aproveche. Pero antes dime tu nombre—le pidió levantando su
rostro con uno de sus dedos.
—Youji,
mi nombre es Youji. ¿Y el tuyo?—preguntó antes de centrarse en su
tarea.
—Puedes
llamarme Príncipe—contestó dejándole seguir.
A
pesar de lo raro que le resultó aquel nombre, Youji no se molestó
en preguntar y siguió besando el pecho del rubio hombre, bajando con
sus dientes afilados los calzoncillos. Besó dulcemente el glande del
miembro que comenzaba a reaccionar y lo lamió de arriba a abajo con
su lengua rasposa pero rebosante de saliva.
El
Príncipe no podía dejar de mirar las orejas moviéndose con
pequeños tics, los ojos entrecerrados del pequeño que miraban el
miembro como si fuera una deliciosa golosina y la cola que se agitaba
tras él. Quizás su rostro siguiera sereno pero todo su cuerpo se
estaba sacudiendo por aquella extraña sensación, sumamente
deliciosa y un desconocido calor le inundaba por momentos.
La
boca de Youji se llenó con la verga erecta, llegando ésta hasta el
fondo de su garganta mientras la lamía constantemente. La acariciaba
con sus manos y enredaba los dedos en el rubio vello púbico. Cuando
alzó la vista sintió que su respiración se detenía durante un
instante. Los brillantes cabellos dorados bailaban con el viento,
iluminados por la Luna como una aureola sobrenatural, y los ojos de
primario color más profundos que el universo, le miraban fijamente,
clavándose en lo más profundo de él. Aquel hombre definitivamente
no era humano y sin duda merecía el nombre de Príncipe.
Las
manos del mayor sostuvieron su rostro y le apartaron del miembro
delicadamente antes de terminar.
—N-no…
Si no lo bebo no absorberé la energía—se quejó el pequeño
intentando volver a acercarse al miembro.
—Tranquilo,
vamos a tomarlo con calma. ¿No tienes prisa, verdad?—el Príncipe
Baka se sentó en la hierba, apoyando la espalda contra unas rocas.
—Um…
No… pero…—Youji parecía estar preocupado por algo y miraba de
soslayo las sombras de los árboles.
Bajo
la atenta mirada de los gatos que descansaban junto al riachuelo, el
Príncipe extendió su mano y el pequeño la aceptó, le atrajo hacia
sí y le sentó sobre su regazo. Sus miembros se frotaron, siendo el
de Youji casi la mitad estando ya erecto. Las manos del Príncipe
recorrieron el cuerpo del pequeño desde sus rodillas hasta sus
caderas y hasta su pecho. Frotó con sus dedos los rosados pezones
duros como pequeñas pepitas y el minino se estremeció, sacudiendo
su cola y emitiendo un suave gemido. El mayor sintió un
incontrolable impulso de saborear aquello con aspecto de frutilla y
no se molestó en contenerse. Se inclinó sobre el pecho que subía y
bajaba algo agitado y chupó con gula las tetillas.
—
¡Nya! ¡Nnh! ¡Ah…!—gimió
el gatito, apretando sin darse cuenta sus caderas contra la
entrepierna del Príncipe.
—Esos
sonidos son fantásticos. ¿Me dejarás escuchar más?—le preguntó
lamiendo sus labios y besándolos tiernamente.
—Uhn…
Sí… más…—jadeó, intensificando su beso.
—
¿Cómo debería continuar
ahora?—le preguntó cuando dejó sus labios—. Desconozco la
práctica en las relaciones entre el mismo sexo.
Sin
responder, el pequeño se echó hacia atrás, apoyando la espalda en
las rodillas levantadas del Príncipe, y abrió sus piernas. Mojó un
par de sus dedos con saliva y los fluidos preseminales de los
miembros de ambos y los llevó hasta su ano, metiendo algo forzado el
primero de ellos.
—
¿Por qué haces eso?—le
preguntó curioso.
—Tengo
que dilatar mi culo… para poder meter tu cosa…—contestó
centrándose en su tarea.
El
Príncipe observaba concentrado aquel lugar con el que comenzaba a
jugar pero no tenía una vista suficientemente buena. Le agarró por
los muslos y sostuvo sus piernas separadas y en alto, teniendo ahora
una perfecta vista de aquel lugar. Otro dedo entró en el agujero que
se abría con sorprendente facilidad mientras el miembro del mayor
palpitaba junto a él, deseoso por entrar.
—Oye,
¿no es suficiente ya?—preguntó ansioso.
—Mm…
Sí… está bien, métela ya…—le dijo sacando los dedos y
usándolos para extender su entrada.
El
Príncipe empujó la punta de su miembro en el estrecho trasero y se
deleitó escuchando los gemidos que salieron de la boca del pequeño
como una melodía. Youji se arrodilló y bajó él mismo sobre el
miembro, devorándolo casi por completo. El interior era tan cálido
y apretado que el Príncipe Baka tenía la sensación de derretirse
dentro de él. Intentaba mantener la mente fría pero era algo
totalmente imposible con su cuerpo calentándose cada vez más y la
energía desbordándose fuera de él.
—
¡Nn…! Príncipe… Se está
haciendo más grande…—jadeaba el pequeño, sintiendo crecer el
miembro dentro de él.
El
mayor agarró a Youji por las nalgas, viendo que era incapaz de
moverse por sí mismo, temblando entre sus brazos, y comenzó a
moverle sobre sí.
—
¡Ah! ¡Nmh! Profundo… tan
profundo…—gemía el pequeño.
Se
aferraba a los hombros del Príncipe, hundiendo el rostro en su
cuello, y se enredaba entre los largos cabellos dorados que le
acariciaban suavemente. El Príncipe Baka se sentía hipnotizado por
aquella cola negra que no dejaba de moverse y la tentación le pudo,
agarró la cola y esta se enredó en su brazo como una serpiente.
—
¡Uh! ¡No! ¡No la toques!—le
pidió el pequeño.
Gimió
con fuerza y su interior se apretó aún más sobre la verga.
—
¡Ooh! ¿Es un lugar
sensible?—preguntó sin dejar de acariciarla de abajo a arriba.
—De-detente…
voy a venirme…
Youji
llegaba a su límite antes de lo normal, con las orejas gachas y sin
poder enfocar la vista, arañaba su espalda intentando contenerse.
—
¿Youji?—una voz resonó en el
bosque—. ¿Qué estás-? ¡Youji!
Un
joven alto completamente desnudo, con músculos marcados y piel
pálida, con cortos cabellos negros, orejas y cola como las de Youji,
apareció de entre los árboles. Miró sorprendido a la pareja y el
enfado se vio claramente en sus ojos dorados.
—Her…
hermano…—pronunció con dificultad el pequeño.
—
¡Youji! ¿¡Cómo has podido
traer a un humano a nuestro refugio!?—le gritó acercándose a
ellos.
—No…
no es humano… Su sabor es diferente… ¡Nn!—no podía detener
sus movimientos en aquel momento.
—Qué…
¿Cuál es tu nombre?—le preguntó al rubio jalándole de sus
cabellos.
—Deberías
presentarte antes de preguntar. Yo soy el Príncipe Baka—contestó
mirándole con aquellos ojos imperturbables.
—
¿Príncipe Baka?—el joven se
inclinó sobre él y devoró sus labios, absorbiendo su energía—.
Mm…—le miró con mala cara y se dio la vuelta alejándose de
ellos—. Soy Nozomi. Youji, asegúrate de quitarle toda su energía,
que no recuerde cómo llegó hasta aquí.
—No…
hermano… no puedo… ¡Ah! Tiene demasiada…—gemía el pequeño
a punto de venirse.
Nozomi
se giró a mirarles, la fija mirada azul le hacía sentir algo
incómodo y sentía que analizaba cada milímetro de su cuerpo.
Resultaba molesto ver al Príncipe tan indiferente hacia el pequeño
que se agitaba en su regazo.
—Ah…
No hay remedio—suspiró acercándose de nuevo a ellos.
Agarró
del brazo al Príncipe y lo empujó boca abajo contra el suelo, con
el pequeño debajo de él sobre la húmeda hierva.
—
¿Huh? ¿Qué vas a hacer?—le
preguntó el Príncipe, apoyándose sobre sus brazos para no aplastar
al pequeño.
—Absorber
tu energía—contestó secamente.
Bajó
los pantalones del príncipe y observó el pálido y bien formado
trasero mientras se lamía los dedos, pero no los necesitó, se
inclinó sobre él y lo lamió con su áspera y húmeda lengua.
—
¡Ah!—la voz salió de su
garganta sin que pudiera controlarla—. Eso… eso no…—aquella
sensación era demasiado extraña para el Príncipe.
—Príncipe…
no pares por favor…—le suplicó Youji, envolviendo las piernas
alrededor de su cintura.
El
Príncipe Baka movió sus caderas lentamente, con sus piernas
temblando por la sensación de la lengua que entraba en su agujero.
Un dedo entró junto a la lengua y le abrió todavía más.
—Suficiente,
hazlo ya—le pidió el Príncipe sintiendo que se correría si no
apartaba la lengua cosquillosa.
—Como
quieras principito—contestó incorporándose.
—Soy
el Príncipe Bak- ¡Ah! ¡Nh!—dejó de controlar su voz cuando
sintió la punta caliente entrar forzosamente en su trasero.
El
miembro estaba duro y muy caliente, se había puesto así solo con
aquel beso negro y los gemidos estimulantes de su hermano. Clavando
sus uñas en las caderas del rubio, Nozomi empujó su miembro
profundamente hasta meterlo por completo en el virgen agujero.
—Ugh…
Está demasiado apretado… Relájate principito, o no podré
moverme—se quejó sintiéndose atrapado.
Levantó
la camisa del Príncipe, dejando al descubierto su espalda, y comenzó
a lamerla y a besarla, mordisqueándola suavemente. El rubio se
estremeció y gimió, no creía poder ser tan sensible, claro que
nunca antes lo había probado. Ya que Nozomi no lo hacía, el propio
Príncipe comenzó a moverse, penetrando en el interior del pequeño
al tiempo que el falo del mayor lo hacía en él.
—
¡Nnh…! Pri-príncipe… me
voy a correr… ¡Ah! Toque mi cosa…—le pidió Youji con lágrimas
derramándose por sus ojos.
El
Príncipe se enterneció viendo su adorable rostro sonrojado y
desbordante de placer envuelto en los dorados rizos que caían a su
alrededor. Le dio un dulce beso, dejándole beber de su saliva y así
absorber su energía, mientras acariciaba con sus dedos el miembro
goteante hasta que eyaculó sacudiendo todo su cuerpo. El Príncipe
contempló su mano recubierta de la blanca simiente y lamió el dulce
líquido.
—Ya
te has saciado y todavía sigue consciente…—murmuró Nozomi—.
Supongo que tendré que saciarme yo también.
Comenzó
a moverse con fuerza dentro del Príncipe, sin tener delicadeza
alguna con él. Sorprendido, las manos del rubio se aferraron a la
hierba y mordió su labio inferior para no gritar por el dolor.
Youji, quien seguía debajo de él aun sin tenerlo dentro, acarició
su rostro con ambas manos y le besó tiernamente para relajarlo.
—Nn…
Tanta energía… Increíble…—jadeaba el felino mayor, sintiendo
que su cabeza daba vueltas llenándose con aquel poder.
—Hermano…
se gentil con el Príncipe. Él me ha tratado muy bien—le pidió
acariciando los hermosos cabellos que le tenían cautivado.
—Claro,
lo seré—no podía negarse a una petición de su amado hermano.
Redujo
un poco la velocidad y la fuerza de sus embestidas. Su falo iba lento
hasta lo más profundo del Príncipe y salía también despacio. El
dolor se tornaba en placer, todo su cuerpo vibraba y se estremecía,
el Príncipe no podía contener los gemidos que llenaban las orejas
gatunas del pequeño. Youji acarició con sus pequeñas manos el
miembro del Príncipe empapado en fluidos y lo envolvió con su cola.
—
¡Ah…! No… Youji… Me
correré…—le dijo el Príncipe, loco por aquella suave sensación
peluda como el terciopelo.
—Está
bien, puedes hacerlo cuando quieras—contestó el pequeño, dándole
pequeños besos y lametones por el cuello.
Pero
el Príncipe no quería que acabara y Nozomi tampoco, aquello era
demasiado bueno. Sin embargo precisamente por eso todo comenzó a
acelerarse cada vez más. Las embestidas de Nozomi se volvieron más
intensas y rápidas, frotando aquel punto tan sensible en el interior
del Príncipe, hasta que el rubio se corrió derramando el semen
sobre el vientre y las manos del pequeño. Pero Nozomi no se detuvo
en ese momento, siguió sus embestidas hasta que poco después se
corrió en el interior del Príncipe. Exhausto por el placer, el
Príncipe Baka se sentó, con el trasero algo dolorido, contra las
rocas.
—Increíble,
a pesar de que ambos hemos absorbido tu energía todavía te quedan
reservas—comentó Nozomi, lavando su miembro con el agua del
riachuelo.
—Eso
debe ser porque el Príncipe también es un demonio,
¿cierto?—preguntó Youji, sentado junto al rubio y acariciando sus
cabellos.
Nozomi
y el Príncipe se miraron cómplices. El gato mayor observó a su
hermano y suspiró.
—Te
equivocas, el principito-
—Príncipe
Baka Ki El Droga—corrigió.
—
¿En serio? Lo que sea. Él no
es un demonio, es un extraterrestre, como aquí los llaman—respondió
sentándose a un par de metros de él.
—
¿Extra… qué?—el pequeño
desconocía aquella palabra.
—Extraterrestre.
Vengo de otro planeta muy lejano a la Tierra, se llama Dogura—explicó
acariciando sus orejas tiernamente.
—
¡Wow! ¡Eso es
increíble!—exclamó el pequeño poniéndose de rodillas.
—No
debería serlo tanto para vosotros—a pesar de que Nozomi callaba,
el Príncipe estaba decidido a revelarlo todo.
—
¿A qué te refieres?—preguntó
extrañado.
—A
que vosotros-
—
¡Calla! Esto me corresponde a
mí—le frenó Nozomi—. Ven aquí Youji, tengo que contarte
algo—sin dudarlo, el pequeño se levantó y se sentó en el regazo
de su hermano, quien le rodeó con sus brazos tiernamente—. Verás
Youji… sé que siempre has pensado, y yo he dejado que lo hicieras,
que nosotros somos demonios, como todos los del pueblo creen, pero no
es así. Al igual que el Príncipe, nosotros también somos
extraterrestres.
—N-nosotros…
¿venimos de otro planeta?—preguntó el pequeño sorprendido sin
poder asimilarlo del todo.
—Sí,
así es. Llegamos a la Tierra hace casi nueve años. Tú eras tan
pequeño que no recuerdas nada de aquello, y siempre pensé que era
mejor así—acariciaba tiernamente sus cabellos, temiendo su
reacción.
—Y…
¿Y nuestro planeta? ¿Por qué no estamos en nuestro planeta? Allí
habrá más como nosotros ¿no? ¿Por qué vinimos a la Tierra?—Youji
estaba ansioso por saber.
—Nuestro
planeta ya no existe, o al menos no como lo conocíamos. Fue invadido
por otros extraterrestres, otra raza muy violenta. Nuestra raza cayó
bajo su poder, muchos murieron y otros tantos acabaron como sus
esclavos. Muy pocos de nosotros conseguimos huir del planeta pero
muchos murieron por el camino, atacados por las naves enemigas.
Nosotros conseguimos robarles una nave a nuestros invasores y así
logramos escapar—explicó con una sombría expresión mientras
pasaban por su cabeza los terribles recuerdos.
Los
ojos del pequeño se tornaron al borde del llanto pero, en lugar de
echarse a llorar, se abrazó con fuerza al cuello de su hermano
sorprendido.
—No
importa, yo no recuerdo nada así que no estoy triste, mientras tenga
a mi hermano junto a mí yo seré feliz—aunque intentaba
contenerse, las lágrimas se deslizaban silenciosas por sus mejillas.
—Gracias
Youji… muchas gracias—susurró enterrando el rostro en su cuello.
Sus
colas se entrelazaron y ambos se abrazaron con fuerza. Mientras
tanto, el Príncipe se vestía sin quitarles los ojos de encima,
interesado en sus reacciones.
—
¡Príncipe!—le llamó Nozomi
al verle adentrarse en el bosque—. Respecto a-
—Si
alguna vez queréis viajar a otro planeta o necesitáis cualquier
cosa podéis llamarme con esto—les dijo lanzándoles un pequeño
aparatito plateado que Youji cogió al vuelo—. Para lo que queráis.
Sin
decir nada más, el Príncipe penetró en el bosque y desapareció
entre las sombras, dejando a los dos jóvenes gatos algo
sorprendidos.
—
¡Príncipe! ¡Príncipe! ¡Al
fin le encontramos!—gritó Kraft corriendo hacia él cuando le vio
salir de entre los árboles llegando al pueblo.
—
¿Dónde ha estado?
¿¡Príncipe!?—de pronto le vieron desplomarse en el suelo.
El
Príncipe Baka se había quedado sin energías, había utilizado las
últimas que le quedaban para cruzar la montaña.
—
¡El demonio! ¡Ha sido el
demonio quien le ha quitado la vida!—comenzaron a gritar los
pueblerinos aterrorizados.
—Es
bueno—ayudado por sus guardaespaldas el Príncipe logró levantarse
y hablar mientras que todos los pueblerinos callaban—. El demonio
es bueno, solo tienen que dejar que se alimente de vez en cuando de
ustedes y no hará daño a nadie, no matará a nadie.
—Pe-pero
él…
—Además,
ese demonio está protegiendo al pueblo de otros males mayores. Si se
deshacen de él es probable que el pueblo sea atacado y acabe
desapareciendo en poco tiempo. Ustedes elijan lo que prefieran—les
dijo como ultimátum y dejó el pueblo llevado en brazos por sus
guardaespaldas.
—
¿Príncipe… es eso verdad?
¿Lo vamos a dejar así?—le preguntó Colin confuso.
—
¿Qué importa? Está bien como
está—sentenció sonriendo para sí mismo—. Quizás les visitemos
de nuevo algún día.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario