Título: ¿Quieres ser papá?
Fandom: NCIS (Navy, investigación criminal) Pareja: Leroy Jethro Gibbs x Anthony DiNozzo
Autor: KiraH69
Género: yaoi, slash
Clasificación: +18 Advertencias: lemon, Mpreg (no omegaverso)
Capítulos: 3 (2 de 3)
Resumen: Tony y Gibbs están en el sótano y una cosa lleva a la otra y acaban durmiendo juntos. Un mes después Tony comienza a encontrarse mal y acude a Abby para que le haga un análisis... ¡Imposible, está embarazado!
Capítulo 2
—¿No vas a comer?—le preguntó Gibbs cuando rechazó la
invitación de Ziva a comer.
Había pasado una semana y desde su charla en casa de Gibbs no
habían vuelto a mencionar el embarazo, nada había cambiado entre ellos ni en el
trabajo. Tony estaba agradecido por ello y le sorprendió la repentina
preocupación de su jefe.
—Um... No...—miró a su alrededor para asegurarse de que sus
compañeros ya se habían marchado. Ellos aún no sabían nada y deseaba no tener
que contárselo nunca—. Tengo náuseas así que prefiero no comer ahora.
—¿Estás comiendo bien estos días?
—Ah... Sí, claro.
—DiNozzo.
—No mucho, acabo vomitándolo casi todo. Ni siquiera puedo
acercarme a la comida que me gustaba antes, vomito solo con olerla—solo
pensándolo se ponía enfermo.
Gibbs frunció el ceño y se marchó sin decir nada más. Tony
se quedó algo confuso, no sabía en qué podía estar pensando su jefe, se
esperaba una bronca por no estar cuidándose. Lo había intentado, de verdad,
pero es que era muy desagradable estar vomitando todos los días cada vez que
comía.
—Sígueme a mi casa—le dijo Gibbs simplemente cuando
terminaron la jornada.
Tony obedeció y le siguió en su coche hasta su casa.
—Siéntate, prepararé la cena.
—Am, Gibbs, estoy bien, no tienes que preocuparte.
—Que digas eso no servirá de nada—se dio la vuelta y entró a
la cocina.
Tony suspiró. Gibbs se preocupaba siempre aunque no lo
demostrara y él llevaba a su hijo en su interior, era normal que se preocupara
aún más. Y eso le hizo sentir algo feliz. No podía esperar sentado mientras
Gibbs cocinaba (mentira, solo quería verle cocinar), así que fue con él a la
cocina.
—La mayoría de las cosas me dan náuseas, ¿qué vas a
preparar?—se quitó la chaqueta y se sentó en un taburete.
—¿Hay algo que te moleste en particular?
—Los huevos. Me encantan, pero no puedo ni pensar en ellos.
—Es normal.
Gibbs siguió cocinando mientras Tony le observaba. Cenaron
un plato de pasta con verduras pero sin tomate. Le sorprendió no vomitarlo y lo
delicioso que estaba. Después le hizo una infusión que le sentó aún mejor
aunque su sabor no le convencía. La caja estaba sin abrir, supo que la había
comprado específicamente para él. Se sentaron en el sofá y le dio algunos
consejos sobre lo que debía y no debía comer y sobre los cambios que podría
experimentar, había aprendido unas cuántas cosas tras su primera hija.
Acabó sintiéndose adormilado. Estaba demasiado relajado, tal
vez por la infusión o tal vez por escuchar a Gibbs hablar.
—Quédate aquí a dormir—le dijo Gibbs cuando se levantó.
—Estoy bien, no he bebido ni nada.
—Preferiría que no condujeras así. No hace falta que duermas
conmigo, hay otra habitación que puedes usar.
—¿Y si... quisiera? Dormir contigo—esa era la primera vez
que flirteaba desde que se habían acostado.
Gibbs sonrió.
—Me temo que es una cama individual.
—No será un problema.
Gibbs le asaltó nada más entrar en la habitación. Se hizo
con sus labios, invadiendo su boca con la lengua. Tony no pudo contener un
gemido. No había duda de por qué se había casado cuatro veces, era un experto
besando, conseguía que sus piernas temblaran. Tony era bueno, pero no podía
evitar ser dominado por él.
La ropa comenzó a caer por el suelo. Tony acabó desnudo
antes de darse cuenta, con aquellas fuertes manos acariciando su cuerpo. Las
había echado tanto de menos. Gibbs le agarró ambas nalgas y le apretó contra
sí. Sus vergas, ya algo erectas, presionaron una contra la otra.
—¡Nnh! Gibbs... Je-Jethro...—debería estar avergonzado de
mostrarse tan desesperado.
—¿Has estado jugando con tu culo desde que lo hicimos?—le preguntó,
mirándole directamente a los ojos.
Tony sintió que su rostro se ruborizaba de inmediato.
—E-eso no es... Am... yo...
—Necesito saberlo, Tony. Tengo que saber cuánto debo
prepararte.
—Ngh... No me... no me he tocado ahí—había pensado en
hacerlo, cada vez que se acordaba de la noche que había pasado con Gibbs, pero
no se había atrevido.
—Buen chico.
No estaba seguro de si se lo decía por contestar o porque le
gustaba la respuesta, pero Tony sintió un hormigueo contento en su pecho.
* * * * *
—Deberías trasladarte aquí—sugirió Gibbs mientras le
preparaba el desayuno.
—¿Qué?
—Puedo trasladarme yo a tu casa si lo prefieres. Creo que
sería conveniente para que pueda cuidar de ti, puedo prepararte las comidas.
—Ah... S-sí... creo que estaría bien—no podía creer que
Gibbs le estuviera pidiendo vivir juntos (a su modo), pero estaba realmente
feliz, aunque quizás fuera por las hormonas del embarazo—. Esta casa es más
grande, sería mejor aquí.
—Bien, compraré una cama doble entonces. Puedes instalarte
en tu propio cuarto también. ¿Has hablado con Ducky?
—¿Por qué debería?—preguntó extrañado.
—Dijo que podría recomendarnos algún doctor. Deberías
hacerte un análisis completo y necesitarás un seguimiento.
—Mm... Sí, cierto...—lo último que quería era que otras
personas se enteraran, pero sabía que era importante.
* * * * *
—Me alegra que hayas decidido tenerlo—le dijo Ducky mientras
ojeaba en su agenda—. Y felicidades, Gibbs. Debes de estar muy emocionado.
Tony vio de reojo la sonrisa de Gibbs y no pudo evitar
sonreír él también.
—Duck, ¿tienes a algún conocido de fiar? ¿Un buen médico?—le
interrumpió Gibbs antes de que siguiera hablando.
—Um... No hay muchas personas especializadas en embarazos
masculinos, pero tengo una amiga en una clínica privada que es especialista en
embarazos complicados. Ella podría examinarte y, si no se ve capacitada, estoy
seguro de que sí conocerá a alguien que pueda llevar tu embarazo—escribió el
número en un papel y se lo entregó a Tony—. Es importante que vayas cuanto
antes, pueden surgir muchas complicaciones en un embarazo masculino.
—Lo haré. Gracias, Ducky.
Según subían en el ascensor, los móviles de ambos vibraron.
—Tenemos un caso—eso estaba bien, no por quien estuviera
muerto, claro, sino porque podría dejar de pensar por un momento en su embarazo.
—Iré con Ziva y McGee, tú te quedarás aquí.
—¡¿Qué?! ¿Por qué?
Gibbs le miró con su expresión de «ya sabes por qué» y Tony
apretó los labios frustrado.
—No harías esto si la que estuviera embarazada fuera Ziva.
—Ziva no llevaría mi hijo.
Ante eso no podía replicar nada.
—¿Qué haré cuando empiecen a preguntar? Enseguida sospecharán
que pasa algo.
—Puedes decirles la verdad o puedes tomarte un año sabático
con la excusa que quieras, lo que prefieras. Aunque el director tendrá que
saberlo y mejor que lo sepa por ti que por tu ficha médica.
Tony se lo pensó durante todo el día, esperando en la
oficina mientras sus compañeros investigaban en el escenario del crimen. Por el
momento solo les dio una excusa de que tenía otras cosas que hacer. Por la
tarde, fue a hablar con el director junto a Gibbs. Tras un tira y afloja,
consiguieron que le permitiera trabajar desde la oficina, solo si sus
compañeros estaban cómodos con ello. Al terminar la jornada, habló con Ziva y
McGee. Estaban estupefactos, pero finalmente les dieron la enhorabuena. Tony se
alegró de poder seguir trabajando allí. Aunque no duró ni tres meses. Cuando el
embarazo comenzó a notarse, Tony se cogió la baja. No quería que todo el mundo
se enterara de ello.
Hasta entonces, vivir con Gibbs había sido casi como
compartir piso o estar de invitado en casa de alguien. Apenas estaban en casa
por el trabajo, desayunaban juntos, se marchaban, volvían y cenaban juntos. Era
Gibbs quien solía cocinar y poco a poco le enseñaba cómo preparar cosas
apropiadas para el embarazo. También dormían juntos, aunque raramente se
limitaban a dormir.
Pero, a partir de ese día, Tony sintió que las cosas
cambiaban. Se pasaba casi todo el día en casa, solo, pero por los cambios que
le provocaba el embarazo, tanto físicos como anímicos, ningún día era igual al
anterior. Unos días estaba completamente falto de energía y ni siquiera quería
salir de la cama. Sentía todo su cuerpo hinchado y pesado, o como si estuviera
atrapado en un cuerpo que no era el suyo. A veces necesitaba llorar, y lo
hacía, pero solo cuando Gibbs se había marchado a trabajar. Otros días eran
totalmente lo contrario, desbordaba energía.
Ese día, por ejemplo, preparó el desayuno, despidió a Gibbs y
se fue de compras vestido con ropa suelta que disimulara su estado (aunque
apenas tenía la barriguita habitual en muchos hombres de su edad, no pegaba
nada con su atractivo rostro). La casa de Gibbs era tan austera como él, los
muebles justos y necesarios, sin el mínimo gusto de la decoración. Tony compró
unos cuántos muebles. No se atrevía a deshacerse de los que había, pero sí
podía añadir otros. Aprovechó también para comprarse algo de ropa de su nueva
talla y para el futuro. Por la tarde, le llevaron los muebles y se dedicó a
colocarlos. Debería estar agotado, pero en lugar de sentarse se puso a hacer la
cena.
Cuando Gibbs llegó a casa, sonrió al oír los canturreos de
Tony. Eso significaba que había tenido un buen día y además llegaba un
delicioso olor desde la cocina. Se quedó sorprendido al ver los muebles que
ahora llenaban su salón y su comedor. Se planteó quejarse, pero al ver el
brillante rostro de su pareja decidió dejarlo pasar.
—¡Jethro! He preparado lasaña de verduras, ¿te apetece?—le
preguntó mientras fregaba los cacharros.
—Estoy deseando probarla.
No podía apartar los ojos de él. Estaba descalzo, con un
pantalón de chándal, una camiseta negra ajustada que dejaba ver la mitad
inferior de su barriga y un delantal blanco. Se veía increíblemente sexy para
él. Llegaba a casa tras un duro día de trabajo y su preciosa esposa embarazada
lo esperaba cocinando. Sabía que era un pensamiento anticuado, pero le hacía
sentir orgulloso.
Se acercó a él por detrás y le agarró de las caderas. Su
pelo olía a fresco y aún estaba algo húmedo. Le gustaba ducharse antes de
hacerlo, incluso prepararse en la ducha cuando quería que Gibbs llegara y le
penetrara directamente. Presionó la creciente erección contra su trasero.
—Uhn... Jethro, ¿en qué venías pensando?
—En nada, esto es solo por verte—le susurró al oído.
Las piernas del joven temblaron al sentir su aliento en la
oreja. Dejó un plato en la pila antes de que se le cayera.
—Pareces un adolescente. No puedo creer cuánta energía
tienes siempre.
La risa de Gibbs vibró por su espalda. Deslizó las manos por
su vientre bajo el delantal. Adoraba esa forma. Aún no podía sentir a su hijo,
pero adoraba acariciar el redondo vientre. Tony lo sabía, siempre que estaba lo
bastante cerca lo hacía, y a él le encantaba, podía sentir su amor.
—Deberíamos esperar a después de cenar—le dijo, aunque ya
sabía la respuesta. Suspiró cuando comenzó a besar su cuello.
—¿Crees que podré?
—Nunca puedes—respondió, mirándole de reojo.
—¿Estás abierto?
Ups, sí, quizás él no era quien para hablar. Asintió con la cabeza,
ruborizado, presionando el trasero contra él.
—¿No hay otro lugar mejor para hacerlo?
—Como cuál.
—¿La cama?—sugirió. No iba a admitir que realmente quería
ser follado allí mismo.
—En la cocina.
—Oh. Entonces no, aquí está bien.
—Podemos hacerlo en la mesa.
—No, no, no podemos. Ahí como, no vamos a hacerlo en la
mesa—se negó con rotundidad.
—Entonces...
Tony emitió un suave gruñido y él mismo se bajó los
pantalones y los calzoncillos. Se agarró al fregadero, inclinándose hacia
delante.
—Buen chico.
Acarició su costado, relajando su ansioso cuerpo. Alineó su
miembro con la entrada y lo penetró sin contenerse. Estaba perfectamente
abierto para él, se había preparado a conciencia. Y aun así su interior seguía
siendo increíblemente estrecho, eso era lo que más le gustaba.
—Nhnn... Je... thro...—movió su trasero hacia atrás
terminando de empalarse él mismo.
Al poco tiempo de empezar a vivir juntos, Tony había
aprendido que la vergüenza no servía para nada, que Gibbs le daría encantado
todo lo que pidiera y también podía tomarlo él mismo si quería, le gustaba que
llevara la iniciativa.
—Eso es, ya tienes mi forma grabada dentro, te ajustas a mí
como un guante.
—Lo hacemos casi... cada día...—jadeó, estremeciéndose
cuando empezó a salir—. Vas a darme de sí...
—Por supuesto que no—le agarró con fuerza de las caderas y
embistió hasta el fondo, escuchando el delicioso gemido que soltó su amante—,
eres tan apretado como el primer día.
Mientras Tony se aferraba al fregadero e intentaba
mantenerse en pie, Gibbs comenzó a moverse dentro de él. Le sujetaba por la
cadera con una mano y la otra acariciaba su vientre. Se sentía en una fantasía,
en su propia película porno, una de esas que a Tony tanto le gusta ver aún. Su
joven pareja estaba también tan cachonda por culpa de las hormonas del embarazo
que nunca le negaba el sexo, y aunque no hubiera estado embarazado tampoco se
lo habría negado porque no había nada que le gustara más a Tony.
—¡Nh! N-no... no toques ahí...—le pidió cuando comenzó a
tantear su pecho.
—Están más hinchados... y sensibles, ¿verdad?—acarició su
pezón endurecido.
—S-sí... así que deja de- ¡Uhn!—Tony apretó su trasero
cuando Gibbs presionó su pecho, pellizcando su sensible pezón.
Gibbs estuvo a punto de correrse, tuvo que respirar hondo
para contenerse.
—Oh. No me esperaba esto.
Sacó la mano de debajo de su camiseta y le mostró sus dedos
húmedos con un líquido algo blanquecino casi transparente.
—Dios, no, eso no—maldijo, dejando caer la cabeza contra el
borde del fregadero. La doctora le había dicho que pasaría, pero no estaba
preparado, la idea de lactar le aterraba.
Sintió cómo Gibbs reía tras él. Se llevó los dedos a la boca
y relamió el líquido.
—Tan suave. Es casi agua todavía. Espero que para cuando des
a luz puedas amamantar a nuestro hijo—comentó casualmente sin dejar de
penetrarlo.
—Nnh... No quiero...—se quejó avergonzado.
—Claro que sí, será una imagen maravillosa, estoy deseando
verlo—besó dulcemente su nuca y acarició su espalda.
Por mucho que dijera que no le gustaba, Gibbs podía sentir
el interior contrayéndose sobre él. Sabía que también estaba emocionado, o lo
estaría en cuanto se le pasara el momento de pánico. A veces aquello le
sobrepasaba un poco y se asustaba, pero Gibbs sabía que solo tenía que actuar
como siempre, ser paciente y animarle.
Llevó una mano hasta su miembro, que goteaba desatendido, y
comenzó a embestirle con más fuerza mientras lo frotaba. Tony estaba temblando,
apenas era capaz de mantenerse en pie. Tan pronto como Gibbs comenzaba a
ponerse serio, Tony perdía la noción de lo que le rodeaba y el hilo de sus
pensamientos. Se sentía tan bien, tan lleno, que nada más importaba. La mano de
Gibbs se movía sobre su miembro al mismo ritmo que sus estocadas y le llevó al
clímax sin que pudiera contenerse, salpicando sobre los armarios inferiores de
la cocina.
—Ngh... Tony, vas a conseguir que me derrita—apretó su
agarre en las caderas, dejando las marcas de sus dedos como tantas otras veces,
y se corrió en su interior.
Salió de él, le ayudó a incorporarse y le arregló la ropa,
dándole un dulce beso.
—Vamos, descansa un rato en el sofá—le rodeó la cintura con
un brazo y lo acompañó hacia el salón.
—La lasaña...
—Está bien, descansa en lo que pongo la mesa—dejó a su
pareja exhausta en el sofá y le dio un beso en la frente antes de ir a la
cocina para limpiar los armarios y servir la cena.
Continuará...
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