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Eat Me, Drink Me [cap3]


Título: Eat Me, Drink Me
Fandom: Mentes Criminales (+Hannibal, +TWD)
Pareja: Aaron Hotchner x Spencer Reid & otras
Autor: KiraH69 
Género: Yaoi, Slash, acción
Clasificación: +18          Advertencias: Lemon, Descripciones de escenarios, Violencia
Capítulos: 4 (3 de 4)
ResumenHotch adora la melena de Reid y cuando este aparece un día con el pelo corto, Hotch tiene que controlar su desagrado. Mientras, el equipo recibe un caso desde Texas, un asesino en serie que deja los cadáveres mutilados y en posiciones inusuales.

Capítulo 3

«Todo niño viene al mundo con cierto sentido del amor, pero depende de los padres, de los amigos, que este amor salve o condene». Graham Greene.

Si alguno de sus compañeros se percató de los sutiles cambios en Reid cuando se encontró con ellos en el hotel, ninguno lo mencionó. Spencer esperaba que ni siquiera se hubieran dado cuenta de que no había dormido allí. Por suerte, cuando llegó a su habitación, Morgan ni siquiera había regresado todavía, aún estaría con su ligue. Subieron al avión y regresaron a Quantico, a sus oficinas.
—Podéis marcharos, intentad disfrutar del fin de semana—les dijo su jefe, al pie de las escaleras para subir a su despacho.
Aún tenían más de medio sábado por delante y todo el domingo, ojalá que no recibieran ningún caso más hasta el lunes.
—Ve tú también pronto a casa, no te quedes trabajando todo el fin de semana—le animó Rossi, con una palmada en su hombro antes de ir hacia el ascensor.
Aaron respondió asintiendo ligeramente con una media sonrisa casi invisible. Vio a sus subalternos recoger sus cosas y dirigirse también al ascensor. Tragó saliva. Incluso él necesitaba reunir valor para ciertas cosas.
—Reid, ¿puedes venir un momento?—le pidió cuando pasaba frente a él.
Spencer no pareció sorprendido, de hecho, ya se lo esperaba. Sabía que Hotch querría hablar o disculparse por lo sucedido en la oficina del sheriff. Podría considerarse acoso sexual y, aunque le afectara a él, no lo iba a dejar pasar como si nada. Prentiss y J. J., las únicas que quedaban, les miraron un momento extrañadas, pero se marcharon sin decir nada. Hotch subió las escaleras y Reid lo siguió hasta su despacho.
—Puedes dejar la puerta abierta si lo prefieres—le ofreció Hotch, sentándose en su escritorio.
Reid cerró la puerta, no estaba preocupado. Se sentó en una silla frente al escritorio, con las piernas cruzadas y las manos sobre su regazo, esperando a que su jefe hablara. Hotch carraspeó aclarándose la garganta. No miraba a Reid a la cara, eso era algo muy poco habitual en él.
—Respecto a lo que sucedió en la sala de la oficina del sheriff, quiero volver a disculparme, o disculparme apropiadamente—su voz no sonaba tan firme como era habitual. Tenía las manos entrelazadas sobre la mesa, frotando nerviosamente los pulgares entre sí. Reid sintió un hormigueo en su vientre, intentó no sonreír—. No era mi intención molestarte ni hacerte sentir incómodo. Realmente no sé por qué lo hice, tenía la cabeza en otra parte.
—¿Estabas pensando en otra persona?—preguntó Reid, antes de que su jefe siguiera disculpándose.
—Ah. No, yo...—Hotch pareció sorprendido por la pregunta y le miró por primera vez, fugazmente. Volvió a carraspear para evadir la pregunta—. Si decides poner una queja contra mí, lo comprenderé y aceptaré las consecuencias.
—Hotch, no voy a poner ninguna queja, no me molestó—le dijo tranquilamente.
Su jefe frunció el ceño confuso. Una cosa es que no le diera importancia, pero que no le molestara era más raro. Aun así, se sentía aliviado. Lo último que quería era que un impulso indeseado estropeara su relación con un miembro de su equipo y, por ende, todo el trabajo en equipo.
—De acuerdo, gracias, te aseguro que no volverá a suceder y, de nuevo, me disculpo.
Con esto, Hotch dio por terminada la conversación. Esperó en silencio a que su compañero se marchara, pero Reid permaneció allí sentado, también en silencio, observando a su jefe. Por un lado quería confesarle sus sentimientos, estaba casi seguro de que Hotch también sentía algo por él, pero si aquello realmente había sido solo un error, entonces tal vez confesarse solo conseguiría que su relación fuera permanentemente incómoda. ¿Cómo podía hacerle llegar sus sentimientos de forma lo suficientemente clara para saber que lo había entendido, pero lo bastante sutil como para darle opción a ignorarlo si no compartía los mismos sentimientos? Las relaciones personales no se le daban bien y aquella era una situación mucho más compleja de lo habitual.
Se levantó de la silla y se dirigió a la puerta. Se detuvo con la mano en la manija y se dio la vuelta.
—No me importaría que volviera a suceder—le dijo, mirándole directamente a los ojos. Y por el cambio en la expresión de Hotch supo que, al menos tras pensarlo un rato, lo entendería.
Abrió la puerta y salió del despacho.
Hotch se quedó sentado en su silla, mirando hacia la puerta con la boca entreabierta. Le costó un poco comprender lo que le acababa de decir y después asimilar lo que significaba. Era una invitación abierta a que le besara de nuevo, no había lugar a error. Pero ¿por qué? Era imposible que aquel beso se hubiera interpretado como un gesto cariñoso, ni siquiera por parte de Reid a pesar de sus pocas dotes sociales. Entonces, si lo había interpretado como algo sexual, que no le importara o que quisiera repetirlo significaba que... ¿tenía sentimientos por él? La seguridad con la que se lo había dicho le hacía pensar que no tenía dudas, que no eran sentimientos que hubieran surgido a raíz del beso sino que ya estaban allí con anterioridad. No le molestaba. Que tuviera sentimientos por él no le preocupaba, no era tan raro ya que los chicos como Spencer solían estar muy unidos a sus figuras de autoridad. Primero había sido Gideon y ahora él.
Reid le daba la opción de ignorarlo al no confesarse directamente. Podía hacerlo, simplemente regresar a su relación habitual fingiendo ignorancia, y estaba seguro de que Spencer jamás volvería a sacar el tema. Sí, eso es lo que debía hacer. Después de todo, él no sentía nada por Reid, o no más que por sus otros compañeros de equipo. Nunca se había interesado por ningún hombre, solo le gustaba el pelo de Reid. Y su cuello. Oh, dios, aquellos pensamientos que había tenido mientras observaba el cuello de Reid no tenían nada que ver con los que se podían tener contemplando una obra de arte. Eran carnales, sucios, lascivos. Lo deseaba. No podía creer que pensara así sobre su subordinado, sobre Spencer.
Tragó saliva. Bueno, puede que sí sintiera algo por él. Algo que no debía sentir. Había muchos motivos por los que no debía sentir nada: eran jefe y subordinado, lo cual estaba prohibido por las normas de la agencia ya que podían entrar en un conflicto de intereses y afectar al buen funcionamiento de la Unidad; se llevaban 18 años de diferencia, podría ser su padre; era un hombre y él siempre se había considerado completamente heterosexual, aunque no tenía ninguna clase de prejuicio hacia los homosexuales; y... vale, no se le ocurrían más y puede que solo la primera fuera relevante, pero era muy importante. Reid era demasiado joven para que algo así afectara a su carrera. Además, era probable que los sentimientos que creyera tener Spencer por él fueran solo una malinterpretación de su admiración o de algún otro sentimiento inocuo.
Cuando miró el reloj sobre su escritorio, se dio cuenta de que se había quedado sumido en sus pensamientos más tiempo del que creía. Iba a ser incapaz de hacer ningún informe tal y como tenía su mente en ese momento, no podía dejar de pensar en Spencer Reid, así que decidió marcharse a casa. Cogió su maletín con todos los papeles que necesitaba para hacer el informe en casa cuando se hubiera despejado y salió de la oficina.


El fin de semana fue más largo de lo que esperaban, tuvieron casi todo el sábado y la mañana del domingo. El domingo por la tarde recibieron un nuevo caso. Al parecer era urgente y se reunieron directamente en el jet.
—¿A dónde vamos?—preguntó J. J. cuando el avión despegó.
—St. Cloud, Minnesota.
«Os presento a Carla, de 8 años», les dijo García desde la pantalla del ordenador, mostrando la imagen de una niña de pelo castaño y ojos azules. «Se dieron cuenta de su desaparición hace dos horas, pero la última vez que tienen constancia de su presencia fue hace ocho horas».
—¿A qué te refieres?—preguntó Prentiss confundida.
«La niña se encontraba en un campamento de fin de semana. La última vez que los monitores tuvieron constancia de su presencia fue durante el almuerzo. Después, los niños se dividieron en tres grupos y nadie se percató de su desaparición. No saben cuándo pudo ser exactamente, no se dieron cuenta hasta que reunieron a los niños para recoger sus cosas antes de que llegaran los padres».
—¿Han pedido ya un rescate?
—Por ahora no—respondió Hotch—, ya tenemos los teléfonos de casa y de los padres controlados.
—Hablando de los padres—comentó Morgan.
«Rick y Lori Grimes. Están casados, Lori es ama de casa y Rick es el sheriff del condado».
—Oh, no, vamos a tener su aliento en la nuca durante toda la investigación—se quejó Prentiss.
—Es el padre, no puede intervenir en la investigación aunque sea sheriff—explicó Hotch.
—La teoría suena muy bien, pero a ver quién lo consigue en la práctica—replicó Rossi—. Además, no solo será él, también todo el departamento. Tendremos docenas de ojos observándonos a cada paso que demos y no nos faltarán intromisiones.
—Es comprensible, nosotros actuaríamos igual de ser uno de los nuestros. ¿Tenemos ya algún sospechoso?—preguntó J. J.
—Dado el trabajo del padre, podemos suponer que tendrá una cantidad considerable de enemigos, tanto criminales que haya encerrado como rivales políticos. García, empieza por ahí. Quiero también una lista de trabajadores y extrabajadores del campamento.
«Sí, señor».
—Entre los secuestros infantiles realizados por depredadores violentos, el 74 % de las víctimas son asesinadas durante las tres primeras horas del secuestro y menos del 10 % de los secuestros duran más de 24 horas. Teniendo en cuenta que han pasado 8 horas desde la última vez que se la vio-
—Reid, está claro, cada minuto cuenta—le interrumpió Prentiss.
El joven asintió con la cabeza, nadie quería oír que aquella niña probablemente ya estaba muerta.


Nada más llegar, dos coches oficiales los llevaron a la oficina del sheriff. El edificio estaba a rebosar de agentes y el movimiento era frenético. Entre todo el ajetreo, consiguieron abrirse paso hasta una sala con cuatro escritorios y una pizarra blanca. Había un par de docenas de agentes y el sheriff se encontraba en medio dando órdenes. Era un hombre de unos cuarenta años, de pelo castaño y expresión desencajada por la situación. Retorcía el sombrero en sus manos, haciendo grandes gestos con ambos brazos a sus subordinados. Hotch se acercó a él y consiguió que le prestara atención.
—¿Sheriff Grimes? Soy el Agente Hotchner, jefe de la Unidad de Análisis de Conducta del FBI—y a continuación presentó al resto de la Unidad—. Sheriff, voy a ser directo, no considero que deba estar aquí en estos momentos. Su mujer lo necesita y es mejor que esté con ella.
—¡Mi hija me necesita!
—Por supuesto, pero no le será útil aquí. Usted es el padre, está implicado emocionalmente, no puede llevar la investigación o podría echarla a perder.
Reid observó a su jefe convencer al sheriff y padre de la niña desaparecida para que se marchara a casa a esperar. Solamente su jefe podía conseguir someter a otro hombre alfa de ese modo. Evitó sonreír, no era momento para ello. Finalmente el sheriff Grimes se marchó junto a Morgan y J. J., a los que su jefe les había encargado analizar a los padres y a la niña. Consiguieron despejar la zona de agentes para montar su propio centro de mando.
—Prentiss, Rossi, vosotros iréis al campamento—su teléfono sonó antes de que terminara—. Hotchner.
«Señor, el teléfono de la casa de los Grimes está recibiendo una llamada en estos momentos».
Hotch maldijo por no tener ningún agente allí todavía, J. J. y Morgan aún no habrían llegado.
—Quiero escucharla.
«Sí, señor».
Puso el manos libres y cuando Lori Grimes respondió al teléfono, los cuatro pudieron oír la conversación.
«¿Di-diga?», respondió una mujer sollozando.
«¿Ha perdido algo, señora?», contestó una voz de hombre burlona.
«Oh, por dios, por favor, devuélvame a mi niña, por favor», suplicó desesperada.
«Claro que se la devolveré, pero antes tendrá que pagarme dos millones de dólares, y los quiero mañana a esta hora».
«¡Pe-pero no podré conseguir todo ese dinero en un día! Por favor, al menos demuéstreme que está bien».
«¡Por supuesto! ¿Qué prefiere que le envíe, un dedo o una oreja?».
La mujer sollozó intensamente, rogando de forma ininteligible.
«Escuche, mañana volveré a llamar para decirle dónde debe dejar el dinero. Si no lo tiene, su hija se convertirá en cebo para osos. ¿Me he explicado?», colgó de inmediato.
—García, ¿has podido localizarla?
«La llamada ha sido demasiado breve, solo he podido reducirla a un radio de unos 175 kilómetros al norte del estado».
—Alrededor del 34 % del estado son terrenos forestales, unos 70 728 kilómetros cuadrados, y la mayor parte se encuentra al noreste.
—Puede que sea una conclusión precipitada, pero ha tenido tiempo de sobra para llegar a un bosque y explicaría la amenaza de convertirla en cebo para osos. Puede que el sudes sea un cazador—sugirió Rossi.
—Eso no reducirá mucho la lista aquí—comentó Prentiss—, la mayor parte de la población serán cazadores.
—Hotch, creo que nos encontramos ante un sádico. Con esa llamada ha buscado causarle dolor a la madre, podría matar a la niña en cualquier momento si no lo ha hecho ya—Reid bajó el tono para que ninguno de los agentes a su alrededor pudiera oírlo—. No creo que el dinero sea prioritario para él.
—Lo sé. Prentiss y Rossi.
—Sí, al campamento—finalizó Rossi, y ambos salieron de la oficina.
—¿García?
«Sí, señor».
—Quiero una lista de licencias de caza y hombres que hayan sido detenidos por algún delito relacionado con la caza ilegal. También investiga todas las propiedades en zona forestal que haya en el radio de la llamada y compáralas con la lista.
«De inmediato, señor».
—Reid, repasa todos los datos que tengamos hasta ahora.
—Estoy en ello.
Todos se pusieron a trabajar en las tareas que su jefe les había asignado, encontrándose con la intervención de agentes del sheriff a cada paso que daban. No les estaban poniendo las cosas más fáciles precisamente.
«Hotch, creo que tenemos algo», le llamó Rossi un par de horas después, sobre la media noche.
—¿Qué es?
«En el pueblo junto al campamento hay una tienda especializada para cazadores. Hemos hablado con el dueño y nos ha comentado que uno de sus clientes hizo una compra esta mañana de munición, un revólver, varias cuerdas y víveres para unos quince días. Esto último le pareció extraño ya que ese hombre normalmente caza todo lo que come. Y después nos dijo que había trabajado en el campamento hace unos tres años».
«En el campamento nos lo han confirmado», continuó Prentiss, «Merle Dixon se encargaba de mantener el recinto protegido y los animales salvajes a distancia. Lo despidieron cuando tuvo unos altercados violentos en el pueblo tras emborracharse. Hemos ido a la dirección que nos han dado en el campamento, pero ya no vive ahí».
—García, localízalo y consigue todo lo que haya sobre él y su familia.
«Ya lo tengo, señor», respondió la analista. «Merle Dixon, 53 años, su único pariente es su hermano, Daryl. Nació en Virginia, Minnesota. Tiene antecedentes por varios altercados violentos y por conducir borracho. Y no hay absolutamente nada a su nombre. La última dirección que consta es a la que han ido Prentiss y Rossi»
—¿Qué hay de su hermano?
«Daryl Dixon vive en una casa a las afueras de Virginia y tiene una camioneta».
—Es un trayecto de unas tres horas, ha tenido tiempo de llevarla hasta allí antes de que se iniciara siquiera la búsqueda—comentó Reid.
—Pongámonos en marcha. Avisaremos a los policías locales para que lo tengan vigilado hasta que lleguemos. Rossi, Prentiss, si Dixon es habitual en la zona, averiguad todo lo que podáis de él.
Hotch y Reid salieron de la oficina del sheriff y se dirigieron en coche a Virginia, con la carretera iluminada solo por sus faros y la luz de la luna. Un trayecto de tres horas. Tres horas solos en el coche. Hotch se preguntó por qué no había asignado a Reid con Rossi o Morgan. Si no estuviera tan oscuro, se olvidaría de los límites de velocidad. Tenía que centrarse en el caso, pero no podía evitar mirar de reojo a su compañero. Reid no había mencionado ni palabra sobre lo sucedido durante el caso anterior, claro que tampoco había tenido tiempo, pero ni ahora que tenían tres horas decía nada. Su vista estaba fija en su tableta, probablemente repasando información del caso.
—Espero que todo esté bien entre nosotros después de... aquello—decidió hablar él primero.
—Todo está bien, está como tú quieres que esté—respondió con un tono que intentó parecer neutro, pero no lo consiguió.
—¿Qué quieres decir?
—Solo digo que esto será como tú quieras que sea. Creo que ya sabes cuáles son mis sentimientos así que la decisión es tuya—no apartaba los ojos de su tableta, era más fácil hablar si no le miraba.
—Reid, eso... no puede ser. Eres mi subordinado y 18 años menor que yo además.
—¿Si no trabajara para ti cambiaría algo?—le miró por primera vez y solo vio la expresión de incomodidad en su rostro.
—Ah... Reid...—mierda, ¿por qué actuaba tan inseguro precisamente en ese momento? Pensar en no trabajar con Reid le hizo sentir una punzada en el pecho.
—Está bien. Quizás lo malinterpreté todo.
—¿Qué?
—No se me da bien entender el comportamiento de la gente cuando se trata de mí. Cuando me besaste...—su mano fue inconscientemente a la nuca. Aún podía sentirlo—, pensé que tal vez tú también sentías algo por mí, pero supongo que realmente solo fue un impulso. Vi lo que quería ver.
Hotch presionó los labios en una fina línea. Eso es lo que debía creer, eso es lo que quería creer él mismo, que solo fue un impulso, y aun así ahora solo sentía el impulso de decirle que se equivocaba, que sentía algo por él.
—¿Desde cuándo...?—no era correcto preguntar, pero necesitaba saber.
—¿Estoy enamorado de ti? Prácticamente desde que nos conocimos.
Hotch se quedó sorprendido, eso no se lo esperaba. Apretó el volante entre sus manos, resistiendo el impulso de detener el coche.
—Nunca dijiste nada, ni siquiera lo imaginé.
—Eras un hombre casado. Y después, aun suponiendo que no fueras del todo hetero, supe que no te interesarías por un chico como yo—tuvo una sensación de vacío en el estómago y sintió náuseas. Ese pensamiento siempre le había dolido y nunca se acostumbraba a él, quizás no lo podía aceptar del todo.
—Eso es ridículo.
—Sí, claro—interrumpió antes de que empezara con algo del tipo «tú eres un chico fantástico, si fuera gay sin duda saldría contigo» y le entraran ganas de tirarse del coche en marcha—. No te preocupes, no tenemos que volver a hablar del tema. Ya están aclaradas las cosas. No te daré problemas, lo prometo.
Suspiró y volvió a centrar la mirada en su tableta. Sentía un intenso dolor en su pecho y unas terribles ganas de llorar, pero tragó saliva y mantuvo la compostura. Hotch también sentía un nudo en el pecho, se sentía culpable por hacer daño a su compañero, sobre todo con algo que ni era cierto. Pero no sabía qué decir sin hacer el problema aún mayor.
Pasaron el resto del viaje en silencio, un incómodo silencio. Cuando llegaron a Virginia, pasadas las 3 de la madrugada, un coche de policía acompañó al suyo hasta la casa de Daryl Dixon, un lugar oscuro y aislado, rodeado de árboles en un jardín que parecía parte del bosque. Había una tenue luz en una de las ventanas. Hotch y Reid junto con otros tres agentes rodearon la casa y entraron pistola en mano. Un hombre de pelo algo largo y descuidado y barba de varios días estaba sentado en un sofá parcheado. Arreglaba unas flechas, con una ballesta a su lado. Dejó la que estaba trabajando sobre la mesa de centro y levantó lentamente las manos. No parecía muy sorprendido.
—¿Daryl Dixon?—preguntó Hotch.
—El mismo.
—Levanta de ahí y apártate de la mesa—le ordenó sin bajar su arma.
Daryl obedeció con calma y se quedó de pie frente a ambos agentes. Hotch y Reid guardaron sus armas, aquel no era el hombre que buscaban y parecía demasiado tranquilo como para estar metido en el secuestro, o quizás estaba tranquilo porque ya los esperaba.
—¿Dónde está tu hermano?
—¿Quién lo pregunta?
—Agente Especial Hotchner del FBI. ¿Dónde está Merle Dixon?
—No lo sé—no pareció impresionado por tener a agentes del FBI irrumpiendo en su casa de madrugada.
—¿Dónde está tu camioneta?
—No lo sé—respondió de nuevo con expresión aburrida.
—¡Escúchame bien, no tengo tiempo para esto! Tu hermano ha secuestrado a una niña de ocho años y no sabemos cuánto tiempo la mantendrá viva. ¿Dónde está?
Spencer se estremeció, casi tanto como Daryl, quien estuvo a punto de dar un paso atrás. En ese momento Hotch había resultado aterrador.
—Mi hermano no ha hecho eso.
—Tu hermano te pegaba, ¿verdad? Te maltrataba—intervino Reid. Daryl le miró con ojos muy abiertos—. Te ha estado utilizando toda tu vida, sigue haciéndolo ahora. Ha salido de muchos problemas gracias a ti y aun así te ha seguido maltratando. Te golpeaba hasta que obedecías sus órdenes, ¿verdad? Y ahora ya no necesita ni golpearte, haces lo que te ordena sin preguntar. ¿Cuántas veces te dejó inconsciente con sus palizas?
—Cállate... ¡Tú no sabes nada!—gruñó amenazador, inclinando la cabeza hacia delante como un lobo.
—¿No es cierto lo que he dicho?—Reid se acercó unos pasos, demostrando que no tenía miedo—. Y ahora vas a dejar que le haga lo mismo a Carla, a una niña inocente de ocho años. Vas a dejar que le golpee, que le haga llorar y gritar, que le dé una paliza hasta matarla. ¿O le estás ayudando tú? ¿Le has ayudado a secuestrarla? ¿Ya la habéis matado?
—¡¡NO!!
Reid sintió el golpe en la nuca antes de percatarse de la mano que se aferraba con fuerza alrededor de su garganta. Sintió que cortaba de inmediato su respiración.
—¡No lo haría! ¡Nunca lo haría!—gritó entre dientes, mirándole furioso sin dejar de apretar su agarre—. ¡Y tampoco le dejaría! Si lo hubiera sabido...
—Suéltalo—Hotch amartilló su pistola, apuntándole directamente a la cabeza.
Daryl soltó lentamente su agarre y se apartó un paso. Hotch guardó el arma y lo esposó sin resistencia.
—¿Si lo hubieras sabido?—preguntó Reid con voz ronca, resistiendo la necesidad de frotar su cuello.
Daryl le miró en silencio un momento, apretando los dientes.
—Le habría matado yo mismo—y supieron que era sincero en su amenaza.
—Entonces dinos dónde puede estar para poder detenerlo—le dijo Hotch a su espalda.
—Tenemos un puesto de caza.
Minutos después todas las unidades disponibles de la zona se dirigían al bosque. Cuando tuvieron que dejar los coches, se adentraron a pie con sus armas en ristre y las linternas iluminando su camino en la plena oscuridad. Les sorprendieron disparos desde una peña oculta entre los árboles. Se pusieron a cubierto.
—¡Si os acercáis le vuelo la cabeza a la mocosa!—gritó un hombre desde una pequeña construcción de madera al pie de la peña. Asomó la cabeza por una abertura a modo de ventana, blandiendo de un lado a otro su rifle y disparando un par de veces más, herrando ambos tiros.
En cuanto tuvo una línea de tiro limpia, Hotch apretó el gatillo de su fusil de francotirador. Justo en la frente. Cuando el eco del disparo se disipó, comenzaron a escuchar unos sollozos. De no ser porque sabían que allí había una niña, podrían haberlo confundido con el sonido de cualquier animalillo. Hotch se acercó corriendo a la pequeña construcción y sacó de allí a la niña llorosa mientras los demás se encargaban del cadáver de Merle Dixon.
La pequeña Carla lloró sobre su hombro durante todo el camino hasta que salieron del bosque. Reid la tomó de sus brazos cuando llegaron al coche y se metió en la parte de atrás con ella mientras Hotch conducía. Pronto dejó de llorar cuando Spencer comenzó a acariciar su cabeza reconfortándola.
—Tranquila, tus padres te están esperando, llegaremos enseguida—le repitió hasta que se quedó dormida apoyada sobre él.
Cuando llegaron a St. Cloud ya eran las siete de la mañana. Los Grimes los esperaban en la calle y abrazaron desesperadamente a su hija mientras el resto de agentes que los rodeaban aplaudían.
—Buen trabajo—les felicitó Rossi, dándole una palmada en el hombro a Reid.
Todos hemos hecho un buen trabajo—corrigió Hotch.
—¡Spencer! ¿Qué te ha pasado?—preguntó preocupada Jennifer al ver las marcas en su cuello.
—Oh, no te preocupes, no ha sido nada—respondió sonriente para quitarle importancia. Sentía una pequeña molestia, pero no tardaría en desaparecer.
—Id a tomar un café y recoger las cosas, nos vamos en unos cuarenta y cinco minutos.
—¿Qué hay del hermano, Daryl Dixon?
Hotch miró de reojo a Reid. Este le había pedido que no se presentaran cargos contra él por agresión a un agente. No estaba de acuerdo, pero, ya que les había ayudado a encontrar a la niña, aceptó.
—El departamento del sheriff se encargará de él, pero no creemos que haya tenido nada que ver en el secuestro.
El avión estuvo silencioso durante el trayecto de vuelta. Rossi y Morgan roncaban al fondo, y en la parte delantera Prentiss estaba también cabeceando y J. J. se mensajeaba con su marido. Hotch y Reid estaban en la mesa del centro, uno frente al otro. El primero comenzaba con el informe mientras que el joven leía en su tableta. Hotch no podía evitar desviar la mirada hacia el cuello de su compañero, preocupado por las marcas de la mano que había estado a punto de estrangularlo. Aún recordaba la ira que había sentido al ver el ataque. Realmente había deseado apretar el gatillo.
Reid levantó la mirada y se encontró con la suya. Hotch se forzó a sostenerla para que no pareciera que le había pillado haciendo algo malo.
—Se te dan bien los niños, conseguiste que se tranquilizara—le dijo.
—Solo estaba agotada—respondió, encogiéndose de hombros.
—Se sentía segura—volvió a centrarse en su informe, creyendo vislumbrar una leve sonrisa en el rostro de su compañero.
Bajaron del avión y se despidieron allí mismo. Era mediodía, pero habían pasado toda la noche y la mañana trabajando así que tenían todo el resto del día libre. Hotch pensó en ofrecerse a llevar a Reid a casa y tal vez por el camino hablar y arreglar las cosas.
—Hey, Spencer, ¿te llevo a casa?
—Gracias, Morgan.

Se le habían adelantado, había perdido su oportunidad.

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