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Flores heladas

Título: Flores heladas

Fandom: Marvel         Pareja: Tony Stark/Loki

Autor: KiraH69

Género: Slash, Yaoi

Clasificación: +14          Advertencias: menciones de muerte

Capítulo único

Resumen: Loki no comprende por qué ha comenzado a escupir unas extrañas flores y acude a un viejo amigo a por consejo.

*Ljósíss - luz-hielo en nórdico antiguo.

(Art by Wombo.art)



La primera vez que Loki escupió un pétalo de flor fue cuando el gran Capitán América lo derribó de una azotea con su escudo. Pero que conste que solo pudo hacerlo porque Loki se permitió distraerse un poco intercambiando insultos con Stark. El inventor era el único, aparte de su no-hermano, que se molestaba en hablar primero en lugar de cargar contra él directamente como una bestia. Y con Thor no tenía ninguna gana de hablar porque ya se conocía el cuento. En definitiva, no le prestó atención a aquel pétalo, le habría entrado en la boca al caer. Lo tiró al suelo, se arregló la ropa y siguió peleando.

Estos días ya no era el psicópata ególatra con el objetivo de conquistar Midgard que había sido al principio, no desde que se había librado del control del cetro. Bueno, tal vez seguía siendo algo ególatra, no obstante eso venía con lo de ser un dios. La cuestión era que, tras el fiasco de la invasión de Nueva York, no había matado a nadie. Sus ataques eran más bien… bromas. Pesadas, pero bromas. Unos cuantos daños materiales aquí y allá, algún herido de menor importancia, etc. Ya no quería conquistar el trono, solo quería divertirse.

Los esfuerzos de los Vengadores para detenerlo también se habían reducido, ya ni siquiera iban todos a la vez, ni mucho menos mandaban al Hulk (que causaba más daños que él mismo). A estas alturas parecían más molestos que enfadados y eso le encantaba. Vivía para conseguir ver esa vena protuberante en la frente del Capitán y ese tic en el ojo del Pájaro.

La siguiente vez que escupió un pétalo, acababa de terminar con una de sus bromas y se había teletransportado a su apartamento en el centro de Nueva York, dejando que los Vengadores lidiaran con la limpieza del desastre. Observó el pequeño objeto cubierto con algo de mucosa en la palma de su mano. Tenía forma de rombo, con dos de las esquinas redondeadas y los otros dos extremos puntiagudos. Era blanco, aunque poseía una especie de luminiscencia propia que le daba un aura azulada casi imperceptible. Era suave como el terciopelo y no medía más de dos centímetros. Loki era un experto de las plantas de Asgard, pero no tanto en las de Midgard. Sin embargo, estaba bastante seguro de que ninguna flor en Midgard brillaba con luz propia. Tampoco había oído nunca de nadie que tosiera pétalos de flor.

Guardó el pétalo en uno de sus bolsillos dimensionales e hizo una nota mental para investigar al respecto. En general no se sentía mal, como siempre, así que supuso que no podría ser nada grave. Tal vez era un efecto secundario de alguno de los hechizos que había estado probando. Tendría que investigarlo, pero no había prisa.





Esta vez fueron conejos gigantes. Sí, conejos. Porque Loki había descubierto que los humanos le tenían pánico a todo lo que fuera gigante (y que no debiera serlo). Primero había probado con arañas y los alaridos de terror habían sido simplemente magníficos. Después, había probado con gatos, esas pequeñas criaturas que gustaban tanto a los humanos, y el pánico entre los transeúntes había resultado igual de intenso. Así que esta vez eran conejos. Inofensivos conejos que devoraban los árboles de Central Park como si fueran lechugas. Los árboles crecerían de nuevo, por supuesto, y a gran velocidad. No iba a dejar a Nueva York, aquel gran bloque de hormigón, sin el único oasis de naturaleza en toda la ciudad. Pero eso los ciudadanos todavía no lo sabían, ni que los conejos no tenían intención de ponerles una pata encima, así que corrían despavoridos del lugar.

—¡Yo, Rudolf! ¿Sacando de paseo a las mascotas?—comentó Stark, aterrizando cerca de él en la azotea desde la que observaba el espectáculo. Por supuesto, lo había oído llegar desde lejos, aunque el superhéroe tampoco estaba intentando ser sigiloso.

—Es un bonito día para que respiren aire fresco—respondió sin apenas girarse para mirarle.

—Eso es cierto—Stark miró hacia arriba, el cielo estaba despejado, el sol brillaba y no hacía demasiado calor—, pero, oye, esto del tamaño extra grande… ¿Es una obsesión tuya? ¿Una especie de fetiche o algo así?

No se iba a ruborizar, no se iba a ruborizar. Era una estupidez y además no era cierto, así que se negaba a ruborizarse. Sin embargo, su cuerpo había hecho un mínimo gesto, un leve tic, y sabía que ahora Stark debía de estar sonriendo debajo de su casco. Fue a replicar algo sarcástico, pero en lugar de eso comenzó a toser. Se cubrió la boca con las manos y sintió los pétalos según salían de entre sus labios.

—Ey, ¿estás bien?—preguntó Stark con algo que parecía preocupación en la voz, aunque debía de ser solo una ilusión porque eran enemigos, ¿por qué iba a preocuparse por él?

—Todo bien—respondió cuando consiguió detener el ataque de tos. Se aclaró la garganta y apretó con fuerza los puños, escondiendo los pétalos—. No termino de acostumbrarme a este aire contaminado—replicó con desdén y se teletransportó de inmediato.

Abrió las manos y dejó caer los pétalos al suelo de su apartamento. Junto a ellos cayó una flor completa. Se agachó y la cogió con cierto recelo por el corto tallo. Tenía casi una docena de pétalos, aunque algunos se habían caído. Aunque fueran blancos, el brillo de todos ellos juntos le daban a la flor un aura azulada. En el centro, el pistilo, pequeño y redondeado como el de una margarita, era de un rojo intenso. Tenía un olor suave y fresco que no podía describir más allá como no se puede describir el olor de una rosa o de la lavanda sin referirse a dichas flores. Sin duda, jamás había visto aquella flor, ni siquiera le resultaba familiar.

Al girarla a la luz, vio una gota de sangre -su sangre- deslizándose por el exterior de uno de los pétalos hacia el tallo. Esto era más grave de lo que pensaba, no podía retrasar más la investigación.





En pocos minutos estaba listo. Tenía sus dagas, un par de libros que pudiera necesitar y alguna ofrenda, todo guardado en sus bolsillos dimensionales junto con la flor. Se colocó la armadura, obviando el casco, y viajó por las raíces de Yggdrasil hasta Alfheim. Probablemente, podría encontrar la respuesta en la biblioteca de Asgard aunque esta no fuera una flor oriunda de allí, pero sabía que no sería bien recibido y, aunque no sería la primera vez que se escabullía entre los pasillos del palacio para conseguir algo, investigar en la biblioteca podría llevar algo más de tiempo y no tenía intención de acabar de nuevo en una celda. Así que se dirigió a Alfheim. Después de todo, siempre se había sentido mejor recibido entre los elfos que entre los æsir. Mientras que los segundos admiraban la fuerza bruta, las habilidades en combate y las hazañas heroicas; los elfos respetaban la inteligencia, se servían de la magia como quien utiliza un tenedor para comer y, los elfos luminosos al menos, rechazaban todo tipo de violencia.

A ellos había acudido, en concreto a su viejo amigo Finsdor. Como siempre solía encontrarlo, el elfo estaba en su jardín, atendiendo a las plantas que cultivaba. La mayoría de ellas eran medicinales, ya que, aunque los elfos no las necesitaran por su excelente salud, no resultaba extraño que gentes de otros mundos vinieran buscando su ayuda. Del mismo modo que Loki lo hacía ahora.

Finsdor tenía casi su misma edad, se habían conocido de pequeños y nunca habían dejado de verse por más de unos cuantos años, aunque el elfo parecía varios siglos más joven que él. En parte se debía a que los elfos vivían más años que los æsir (e, incluso si Loki no era áss, su apariencia los imitaba) y en parte a que los últimos años habían sido duros para Loki y sentía que había envejecido más de lo que debería.

—Hermano, bienvenido—le saludó Finsdor cuando se acercó.

Al contrario que la ira que sentía cada vez que Thor le llamaba así, una calidez se asentó en su pecho cuando Finsdor se lo llamó. Después de todo, ellos sí que eran hermanos, hermanos de magia. Habían crecido aprendiendo el uno del otro. Cada vez que Loki lo visitaba, se enseñaban mutuamente lo que habían aprendido durante el tiempo que habían estado separados y, aunque los elfos luminosos no fueran criaturas traviesas por naturaleza, su amigo, su hermano, y todos los demás respetaban que Loki lo fuera, ya que sabían que no causaría daño real a nadie.

—Me alegra volver, hermano, aunque no sea por diversión—respondió, aceptando de buen gusto el abrazo que Finsdor le ofreció.

—¿Qué sucede? Tu aura se siente inestable—le dijo, mirándole con el ceño fruncido. No directamente a él, sino a la magia que lo rodeaba.

Lo agarró por el codo y lo llevó al interior de su casa. Dicha casa se encontraba en el interior de un árbol. Los elfos no talaban árboles, sino que usaban su magia para que estos crecieran con la forma que necesitaban. El tronco del gigantesco árbol se abría como una cueva y en el interior había sillas y mesas formadas por ramas y raíces. La estancia, que no era más que el comedor y una cama a un lado, estaba iluminada por pequeñas luces anaranjadas que flotaban por encima de sus cabezas. Más arriba aún, las ramas habían formado estanterías que estaban repletas de libros hasta donde el tronco se estrechaba ya demasiado para acceder. Las comidas se preparaban fuera aunque, como vegetarianos, la mayor parte de lo que comían estaba crudo. El fuego se empleaba sobre todo para asuntos mágicos.

Loki tomó asiento y Finsdor le sirvió de inmediato un té, sentándose frente a él. Después de tomar un largo sorbo, Loki suspiró aliviado, tanto por el efecto calmante del propio té como por los agradables recuerdos que su olor y su sabor despertaban.

—Dime qué te aflige—le pidió con voz suave pero evidente preocupación.

Sin una palabra, Loki sacó la flor y la dejó sobre la mesa. Finsdor apretó los labios y la miró con ojos entrecerrados.

—¿La reconoces?—preguntó Loki, sabiendo ya la respuesta por su expresión.

—¿Dónde la has conseguido?—preguntó con cautela.

—De mis propios pulmones.

Finsdor levantó la cabeza de repente y las trenzas de su cabello se sacudieron. Sus brillantes ojos le miraron como si estuviera viendo a un fantasma (bueno, al menos esa sería la reacción humana a un fantasma, no tanto la de un elfo).

—No me mires así, hermano, me asustas—le dijo Loki, su cuerpo más tenso aún que antes.

—Perdona, solo estoy… sorprendido. Y algo asustado, debo añadir, pues soy consciente de tu cabezonería.

—¡Ey! ¿A qué viene el insulto gratuito?—replicó algo ofendido.

—No es un insulto si es cierto—y Loki tenía que darle la razón en eso. Finsdor suspiró y acercó sus largos dedos a la flor sin llegar a tocarla.

—¿Qué flor es esta?—insistió.

—El tipo de flor no es lo que me preocupa, pues es irrelevante en este caso, aunque puede que te moleste. Lo importante aquí es de dónde salió.

Finsdor extendió la mano hacia arriba y un libro descendió hasta ella. Loki casi saltó de su asiento cuando vio el título de la portada, o más bien la única palabra en la que se centraron sus ojos: Jötnar. Finsdor no tardó en encontrar la página que buscaba y giró el libro hacia su hermano.

Con gran recelo, casi como si el libro fuera a cerrarse en sus narices, Loki se inclinó y leyó la lengua de los elfos.

—Hanahaki—dijo en un suspiro.

Al parecer, según ese libro del cual Loki no se fiaba por el simple hecho de hablar de los jötnar, se trataba de una enfermedad que aquella raza -su raza- desarrollaba cuando uno encontraba a su pareja perfecta (algo que se negaba a traducir como alma gemela), pero esta no correspondía sus afectos. Una flor comenzaba a desarrollarse en sus pulmones, extendiendo sus raíces y sus tallos durante semanas, meses, hasta que el jötunn moría con las flores brotando de su cuerpo (y la imagen que acompañaba al texto era demasiado gráfica como para que pudiera mirarla en ese momento). El único remedio contra esa enfermedad era que sus sentimientos fueran correspondidos antes de que fuera demasiado tarde.

Loki leyó los párrafos una y otra vez hasta quedarse mirando el libro sin realmente verlo. Su respiración era demasiado superficial; sus pensamientos, demasiado confusos. Podía sentir el inicio de un ataque de pánico (familiar con ellos después de su estancia en el Vacío). La mano de Finsdor en su espalda y algún conjuro tranquilizador del elfo recorriendo su cuerpo consiguió evitar que se sumergiera en la oscuridad.

—¿Por qué esta flor?—preguntó, intentando apartar su mente de su inminente muerte.

—Ljósíss, ese es su nombre. Solo crece en Jötunheim—respondió, sabiendo que eso le molestaría aún más.

—¿Cuántas desgracias más me va a traer haber nacido como uno de esos monstruos?—se lamentó con el rostro oculto entre sus manos.

—Sabes lo que opino al respecto.

—¡Me estoy muriendo, Fins! Por haber nacido… por ser un…—no podía decirlo, no soportaba decirlo.

—Por estar enamorado—replicó Finsdor y ni tan únicamente levantó una ceja cuando Loki le lanzó una mirada llena de ira—. Sé que has yacido con habitantes de los nueve reinos, incluso con criaturas que otros consideran bestias, pero que son tan inteligentes como nosotros—se sentó de nuevo al otro lado de la mesa, con una postura relajada como si en esos mismos momentos una planta no estuviera creciendo en los pulmones de su hermano—. Sé que tienes hijos viviendo lejos de Asgard, escondidos de la ira de Odín. Y también sé que jamás te habías enamorado. ¿Encaprichado? Sí, pero no enamorado de verdad.

—Lo dices como si fuera algo bueno, como si no fuera una debilidad que cualquiera de mis enemigos podría utilizar en mi contra—siseó entre dientes con los puños apretados sobre la mesa. Quería lanzar algo, destruir cosas, un planeta entero si pudiera, sin embargo, esta era la casa de Finsdor y tenía que respetarla.

—Míralo por el lado positivo, gracias a esto puedes reconocer los sentimientos que tienes ahí dentro y actuar al respecto. Tal vez tengas una oportunidad de ser feliz. Quien quiera que sea de quien te has enamorado, estoy seguro de que es más que capaz de luchar contra esos enemigos a tu lado. Tú no te enamorarías de una criatura indefensa. Por cierto, ¿cómo es?—preguntó, inclinándose sobre la mesa con expresión curiosa.

Loki apretó los dientes, apretó los puños y su magia chisporroteó descontrolada como no lo había hecho en siglos. Quería gritar, golpear, pero al final tan solo se levantó y salió de la casa-árbol a grandes zancadas para gritarle a las estrellas antes de desaparecer.

Finsdor suspiró y solamente pudo esperar que su hermano no muriera por culpa de un amor sin confesar.





Loki, enamorado. ¡Ha! La broma del siglo.

Sus pulmones dolían. Era todavía una ligera molestia que habría pasado por alto de no ser porque no deberían de dolerle en absoluto. Llevaba escupiendo flores las últimas tres semanas. Flores, no simples pétalos. Su garganta también estaba dolorida, terriblemente irritada, y las infusiones que preparaba solo ayudaban hasta cierto punto. No había dejado su apartamento desde que había regresado de Alfheim, ni pensaba dejarlo. No podía permitir que lo vieran en ese estado por la calle. ¡Ni siquiera podía gastar bromas así!

Odiaba resignarse a morir y aún no lo había hecho. Seguía buscando posibles soluciones aparte de la que Finsdor le había sugerido, pero sus conocimientos sobre los jötnar eran muy escasos y tampoco poseía libros al respecto. Había intentado ya un par de hechizos, no obstante ninguno había sido efectivo en lo más mínimo. No se rendía, seguía componiendo su propio hechizo, una mezcla de otros con algunos toques personales, pero crear un hechizo llevaba su tiempo y para algo tan peculiar mucho más.

Quizá era porque estaba muy concentrado o tal vez se debió al cansancio, en cualquier caso, no escuchó la puerta abrirse ni al intruso entrar.

—Así que estás vivo, Bambi.

Loki se sobresaltó tanto que comenzó a toser con fuerza y tiró al suelo sin querer varios de los lápices, bolígrafos y papeles que tenía en la mesa.

—Ey, ey, no pretendía… bueno, no pensaba que pudiera sorprenderte—le dijo Stark con una expresión de confusión y algo de preocupación.

—¿Cómo has…? ¿Cómo has entrado aquí, Stark? ¿Cómo has sabido dónde estaba?—le preguntó. Se levantó y se dirigió al otro lado de la estancia, tanto para poner distancia entre ellos como para intentar apartar su atención de las flores en el suelo y en sus manos.

—La amable anciana del tercero me abrió la puerta, ¿y realmente creías que podías vivir en Nueva York sin que yo me enterara? Lo supe desde el primer día. Cada vez que alguien nuevo se muda a la ciudad, JARVIS lo registra y pasa una inspección preliminar. Si no es nada sospechoso, como un estudiante que viene a la universidad o alguien que cambia de trabajo, lo ignora. ¿Pero alguien cuya identidad es completamente nueva, de quien no hay registros previos ni un motivo para estar aquí? Te tenía fichado desde el minuto uno.

—¿Espías a tus conciudadanos? ¿Qué pensarían ellos sí lo descubrieran?—tampoco es que no lo aprobara, no obstante tenía entendido que esos métodos no estaban bien vistos en ese país.

Stark se encogió de hombros y se llevó las manos a las caderas, como si quisiera meterlas en los bolsillos del pantalón, aunque con la armadura no era posible (sí, llevaba el traje de Iron-Man, por lo menos había sido inteligente, aunque no parecía traer refuerzos).

—No utilizo esos datos para ningún otro fin, ni mucho menos se los doy al gobierno o a SHIELD, claro. Solo es por precaución.

—¿Y por qué no has venido antes a por mí si sabías de mi escondite todo este tiempo?—le preguntó con auténtica curiosidad. Los demás Vengadores no debían de saber nada, ya que ninguno de ellos se habría contenido tanto tiempo.

—Quería saber primero cuáles eran tus intenciones y al ver que tan solo pretendías gastar algunas bromas…—se encogió de hombros y sonrió—, ¿por qué estropear la diversión? No es nada excesivo y tu presencia espanta a la mayoría de villanos de segunda que sí pueden causar problemas mayores.

¿Por qué estropear la diversión? Stark se divertía, Stark disfrutaba con sus travesuras.

Un nuevo ataque de tos lo golpeó y sintió que estaba ahogándose. Cayó de rodillas con las manos cubriendo su boca y las flores desbordándose entre sus dedos.

—Joder, qué…

Lo escuchó acercarse y quería apartarse, pero no podía. Sintió una mano de metal tentativa en su espalda y el ataque de tos por fin se detuvo, al menos por el momento. Estaba seguro de que tener a Stark cerca no le hacía precisamente bien.

—Dios, tienes un aspecto horrible—murmuró el mortal.

Loki quiso reír, pero un pétalo casi subió por la vía equivocada y tuvo que toserlo. Sí, se veía (y se sentía) horrible. Los días sin dormir, sin apenas comer, tosiendo constantemente le estaban pasando factura. Era un dios, pero también necesitaba algo de descanso.

—¿Qué es esto? ¿Alguna clase de enfermedad extraterrestre?—quería intentar sonar casual, aunque la preocupación estaba clara en su voz y su mano aún seguía en la espalda de Loki.

—Me temo que así es, una para la que no hay cura—confesó, demasiado cansado para mentir.

—Oh, vamos, ¿no me dirás que te estás muriendo? Tiene que haber algo…

Loki cerró los ojos. Solo quería sentir su presencia, escuchar su voz, sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Solo esta vez. Pero no duró mucho tiempo. De repente se encontró en el aire, en brazos de Stark. Maldijo la armadura porque con su tamaño y fuerza humanas solamente podía cogerlo en brazos gracias a la armadura.

—¡¿Qué estás haciendo, Stark?!—exclamó alterado cuando vio que se dirigía a la puerta de entrada.

—Te llevaré a la torre. Tenemos médicos que pueden investigar qué te pasa y Bruce también puede ayudar. No es alienígena, pero sabe lo suyo de biología no humana—le explicó con un brillo casi febril en sus ojos.

—Stark. ¡Stark!—Loki tuvo que gritar en su cara para que se detuviera, pero lo hizo—. Solo hay una persona en todo el universo que pueda curar mi enfermedad y no creo que esté dispuesto a hacerlo.

—Dime quién es y yo mismo lo torturaré para que te ayude.

Por supuesto que Loki no quería que Stark torturara a nadie, no quería que cargara con ese peso sobre sus hombros, sin embargo, su expresión seria le decía que sería capaz de hacerlo o al menos que desearía hacerlo. Eso era suficiente para él. De algún modo, en estos últimos años, el inventor había pasado de odiarlo por intentar conquistar su mundo (y por tirarle por una ventana) a sentir cierta simpatía por él.

Otro ataque de tos le sobrevino, pero esta vez no se cubrió el rostro con las manos, sino que se aferró a los hombros de la armadura y ocultó el rostro en su cuello mientras las flores manchadas de sangre brotaban de su boca. Stark lo abrazó con fuerza, indeciso. Seguramente aún quería llevarlo a la torre, no obstante sabía que eso solo serviría para que acabara sus días en manos de SHIELD.

—Solo dime quién e intentaré persuadirlo—le pidió con voz contenida.

—Es difícil hacerte cambiar de idea, no creo que lo consigas—respondió con voz ronca.

En fin, si iba a morir en unos meses de todos modos, bien podía hacerlo con la verdad por delante por una vez.

El genio pareció tardar unos minutos en comprender lo que le había dicho. Inclinó la cabeza a un lado para mirarle a la cara con el ceño fruncido.

—¿Qué podría hacer yo para curarte?—preguntó confuso.

Loki suspiró y se bajó de sus brazos, apartándose con la misma reticencia que Stark parecía tener para soltarlo.

—Sabes que soy adoptado, no soy æsir como Thor, soy… de otra raza—no tenía intención de especificar—. Esta es una enfermedad propia de mi raza que recientemente he descubierto. Consiste en unas flores con tallos y demás que crecen en los pulmones hasta que matan al individuo—explicó, intentando parecer casual como Stark minutos antes y fallando del mismo modo—. Se produce cuando encontramos a nuestra pareja ideal, pero no somos correspondidos. Suele tardar meses en desarrollarse del todo, así que aún tengo algo de tiempo para intentar encontrar un hechizo que elimine la flor de mis pulmones. Es molesto, pero todavía no voy a morir.

No estaba muy seguro de qué deseaba. Si prefería que Stark ignorara la parte en que insinuaba que era su pareja ideal o que lo reconociera y lo rechazara con algo de tacto. Quizá de ese modo podría darlo por zanjado y avanzar. Su cuerpo reaccionaría y la enfermedad detendría su avance.

—JARVIS, ¿puedes reproducir lo que acaba de decir? Pero reduce un poco la velocidad—susurró Stark a su propia armadura.

Loki le miró con los ojos entrecerrados. ¿A qué estaba jugando? Pudo oírse a sí mismo de nuevo, palabra por palabra, con la voz ligeramente distorsionada por el cambio de velocidad. Cuando la grabación terminó, aún pasaron unos segundos hasta que Stark le miró con esa chispa de comprensión en sus ojos.

—¿Quieres decir que estás enamorado de mí? ¿Y solo si yo te correspondo te curarás?

Loki pudo sentir sus mejillas calentarse y realmente esperaba que el glamour disimulara el rubor.

—No es… lo que he dicho, pero… puede resumirse así—confesó entre dientes apretados. Era realmente difícil mostrar sus debilidades, aunque fuera ante esta persona.

Stark suspiró y, de repente, el traje se abrió y salió de él.

—¡Por dios, Loki, me has dado un susto de muerte!

Loki no comprendía qué estaba diciendo ni por qué de repente estaba abrazándolo.

—¿Crees que me aparezco en el escondite de cada villano que está unos días sin pasarse por la ciudad? Wow, y yo pensando que eras inteligente. Puedes ser realmente denso para algunas cosas.

Loki quería protestar, pero aún estaba intentando asimilar el abrazo y lo que estaba intentando decirle. Debía de ser el cansancio de esos días porque de verdad que no era tan lento.

—Espera, ¿quieres decir que tú...? ¿Quieres decir que me…?

Stark tomó su rostro entre las manos y lo besó sin esperar más. Era impaciente, nada delicado al principio, aunque al final sus labios terminaron encajando y fue casi como un suspiro, como si cogieran aire después de haber estado sumergidos.

Se separó cuando ya no podía estar más de puntillas y le miró con una sonrisa algo tonta en el rostro.

—Normalmente, te daría más tiempo para asimilar todo esto, pero creo que tenemos algo de prisa—dijo, señalando vagamente hacia la gran cantidad de flores que alfombraban el suelo.

Loki parpadeó. Miró a su alrededor y se llevó una mano al pecho.

—Ya no lo siento—murmuró.

El dolor y la presión en sus pulmones había sido mayor de lo que pensaba, aunque ya no estaba, había desaparecido sin más. Eso quería decir que Stark… Anthony era sincero. El libro decía que algo así solo funcionaría si era sincero, no se podía fingir.

—Eso es bueno, ¿no?—preguntó Anthony aún con algo de preocupación.



Esta vez fue Loki quien se lanzó sobre él. Anthony rio aliviado, pero pronto calló cuando Loki lo besó. Hacía unos minutos únicamente podía pensar en que le quedaban unas semanas de vida y ahora… bueno, no sabía muy bien qué pasaría ahora, pero Anthony estaba allí y correspondía sus sentimientos, eso era lo único que le importaba ahora.

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