Fandom: Hannibal (Serie TV) Pareja: Hannibal Lecter x Will Graham
Autor: KiraH69
Género: Yaoi (Slash)
Clasificación: +18 Advertencias: Lemon
Capítulos: One-shot
Resumen: Will Graham es incapaz de dormir y las alucinaciones son cada vez más habituales y han podido provocar la muerte de dos policías. Desesperado acude a su psicólogo, el Dr. Hannibal Lecter, y este le pide que vaya a su casa, asegurándole que esa noche dormirá sin pesadillas ni sonambulismo.
La historia se sitúa tras el capítulo 8 de la primera temporada, hay ligeros spoilers de los capítulos anteriores pero no de los posteriores. Es posible que haya una continuación si los siguientes capítulos me inspiran para ello. Y por cierto, este es el plato que aparece:
—Fue...
fue culpa mía. Fue mi culpa.
—Tú
no los mataste.
—¡Pero
murieron por mi culpa!
Will
daba vueltas por todo el enorme despacho. Sus cabellos ondulados
estaban más revueltos de lo habitual. Unas profundas ojeras
enmarcaban sus ojos. Agitaba los brazos frenéticamente, expresando
con ellos lo que no podía con sus palabras. Se agarraba la cabeza
con ambas manos, intentando detener el intenso dolor que lo
atormentaba. El Dr. Lecter, desde su sillón lo observaba calmado,
sin perderse un solo detalle de sus movimientos. Su mente analizaba
cada palabra, a veces incoherentes, e intentaba descifrarlas.
—Tú
no estabas ahí cuando lo hizo—le dijo con la voz más suave y
pausada que pudo para no alterarle aún más.
—¡Precisamente
por eso! Un minuto antes había vuelto a escucharlo y salí de la
tienda dejándolos solos con él.
—¿Un
animal?
—Sí...
Era un perro... siendo atropellado. Pero nadie más lo había
escuchado, solo yo. Salí y por supuesto no había nada, nada en la
carretera—hizo una pausa, un silencio que el Dr. Lecter no
interrumpió—. Y cuando volví ya estaban muertos.
—Así
que te sientes culpable por omisión.
—Tenía
que haber estado ahí. Podría haberme enfrentado a él, podría...
podría haber evitado todo eso. Y no solo los agentes, tu paciente
también, incluso tú mismo.
—Yo
estoy vivo.
—Pero
podrías no estarlo. Por mi culpa.
Se
dejó caer en el sillón frente al doctor. Sentado en el borde, apoyó
los codos sobre las rodillas y hundió la cabeza entre sus manos,
deslizando los dedos por sus negros cabellos.
—No
puedo dormir por miedo a acabar de nuevo en el tejado o en medio de
la carretera. O simplemente no volver a despertar. Pero estar
despierto no es mejor porque los sueños, las pesadillas empiezan a
invadirme también cuando estoy despierto. Oigo animales sufriendo,
hasta el punto de echar abajo una pared en su busca. Tengo visiones,
que sé que son imposibles, pero son terriblemente reales. Cada vez
me cuesta más distinguir lo real de lo imaginario, despierto y
dormido. Mi mente no es capaz de pensar claramente.
—Entonces
deberías ayudarla.
—¿Ayudarla?
¿Cómo? Ya tomo esas pastillas y no parecen servir de nada. ¿Qué
más puedo hacer?
—Dormir,
descansar. Cuando estamos privados largo tiempo de sueño la barrera
entre ambos mundos, el consciente y el subconsciente, comienza a
distorsionarse. En tu caso esta barrera ya de por sí es muy fina, y
la fuerzas cada vez que te introduces en la mente de un asesino en el
escenario de un crimen. Sumándolo todo, tus constantes trabajos para
Jack, el trauma causado por los Hobbs, y la falta de sueño derivada
de todo ello, es natural que tu mente esté tan alterada como para
causarte sonambulismo y alucinaciones auditivas y visuales. Debes
darle un descanso a tu mente, unas vacaciones.
—¡Pero
te estoy diciendo que no puedo dormir! ¡Tampoco puedo irme ahora de
vacaciones en medio de un caso!
—Tampoco
creo que eso sirviera. Estar tu solo podría acrecentar el problema
si te obsesionas por ello.
—¿Entonces
qué debo hacer?
—Will,
¿confías en mí?
Aquella
pregunta le pilló por sorpresa. Su columna se enderezó
inconscientemente y miró al doctor con ojos muy abiertos. En
realidad no tenía que pensar la respuesta, solo buscarla en su
mente.
—Sí...—respondió
tras unos segundos.
—Entonces
ven a mi casa esta noche, te ayudaré.
Con
la boca entreabierta, Will asintió dubitativo. Como siempre, no
sabía en qué estaba pensando el doctor, qué estaba planeando
hacer. Pero confiaba en él. Sí, lo hacía. No estaba seguro de por
qué, no tenía ni idea, pero supo que aquella noche podría dormir.
En realidad ya no le importaba el método que utilizara –¿tal vez
hipnosis? ¿alguna potente droga?– solo quería separar de una
maldita vez ambos mundos. Estaba acostumbrado a las pesadillas, pero
no las quería ver mientras estaba despierto.
En
cuanto Will hubo salido del despacho, el Dr. Lecter recogió sus
cosas y se marchó de inmediato a su casa. No tenía más citas, Will
Graham era siempre su última cita.
Abrió
el frigorífico de su magnífica cocina. Habría querido preparar
algo especial, algo fresco, pero no tenía tiempo para ir a
“comprar”. La cena de esa noche sería Paté
con salsa de arándanos.
Algo sencillo, debían cenar ligero, pero elaborado enteramente por
él. Se puso a cocinar apasionadamente, más de lo habitual, aunque
ni él mismo se percataba de ello. Mientras manejaba cuidadosamente
todos los ingredientes, tarareaba una cancioncilla y una sonrisa se
dibujaba en su refinado rostro. Estaba emocionado.
Pasadas
las nueve Will llamó a la puerta. Ya estaba todo preparado, justo a
tiempo. Lecter se quedó por un instante inmóvil, saboreando ese
momento anterior a que el cordero entrara en la cueva del lobo. Abrió
la puerta y allí estaba, con la mirada clavada en el suelo a través
de sus gafas de pasta y un ligero temblor en todo su cuerpo con cada
respiración. Estaba nervioso, inquieto. No sabía lo que le esperaba
esa noche y tenía miedo, tal vez más de sí mismo que del doctor.
Aunque por supuesto ni se imaginaba lo que realmente podría
esperarle con aquel hombre.
Con
su amable sonrisa Lecter le hizo pasar. El delicioso olor procedente
de la cocina recibió al profesor. No sabía lo que era pero se le
hizo la boca agua, aunque no había ido con intención de cenar. Su
anfitrión lo hizo pasar al comedor, donde la mesa estaba
elegantemente puesta, adornada con un centro de flores frescas.
—No
tengo... hambre—murmuró Will observando la mesa.
Los
platos no estaban puestos en los lados estrechos –los extremos más
alejados– de la mesa como solía ser cuando cenaban dos personas
allí, sino que estaban uno frente a otro en los lados largos de la
mesa, estando lo más cercanos posibles.
—Debes
comer un poco, no se puede dormir bien con el estómago vacío—le
dijo separándole la silla.
Will
no pudo rechazarlo. Se sentó y esperó a que trajera el plato. El
olor se hizo más intenso e inundó sus fosas nasales. Carne y algo
ligeramente ácido. Cuando puso el plato frente a él tragó
audiblemente saliva. Hacía tiempo que no comía decentemente y
aquello parecía una exquisitez. De hecho lo era. Después de servir
vino tinto –uno de los mejores que tenía– en las copas de ambos,
Lecter se sentó frente a él.
—Por
favor, adelante—le indicó con un gesto que comenzara a comer.
Will
no se lo pensó dos veces, aquello tenía una pinta deliciosa y su
estómago estaba reclamando por ello. Y por alguna razón los nervios
con los que había llegado se estaban disipando. ¿Era Hannibal
Lecter quien le tranquilizaba con aquella serena presencia o con su
amable sonrisa y aquella mirada casi tierna a la que no podía evitar
corresponder de vez en cuando? Aquel pensamiento le pareció
incoherente, pero se sentía más a gusto allí que en cualquier otra
parte en ese momento y en las últimas semanas.
Lecter
le observaba atentamente. Se quedó completamente inmóvil cuando su
tenedor se hundió por primera vez en el paté y llevó una pequeña
porción a su boca. Observó cómo la carne se colaba entre sus finos
labios y la lengua la recibía un instante antes de cerrar la boca.
Lo masticó y saboreó y el placer inundó su rostro. Una oleada de
excitación recorrió todo el cuerpo de Lecter. Sonrió satisfecho
fugazmente y regresó a su habitual aspecto impasible.
—¿Qué
te parece?—le preguntó, sin necesitar realmente la respuesta.
—Impresionante,
absolutamente delicioso—no era un experto en cocina, no tenía
palabras para describirlo más precisamente, pero aquello trascendía
el simple acto de alimentarse, era un verdadero placer al que habría
lamentado renunciar.
—Me
alegro. Entonces disfruta de la comida, come tranquilamente. Esta
noche no existe el trabajo, deja que tu mente se centre solo en las
experiencias que yo te proporcione.
Will
no le dio mayor significado a aquella frase del que tenía en ese
momento. Entrecerró los ojos y cenó, degustando cada bocado de
aquel plato. Sentía la mirada de Lecter sobre él, pero no le
incomodaba. Vació una copa de vino, y otra después de esa, y dejó
el plato limpio. Casi se sintió avergonzado de habérselo comido
todo. Terminaron la cena sin intercambiar más palabras. Realmente
Will no sabía de qué otra cosa podían hablar si no era sobre
trabajo, pero tampoco importó, fue agradable.
Dejaron
la mesa y fueron a un pequeño salón de suelos alfombrados. No era
donde recibía a la mayoría de la gente, era más acogedor y cálido,
más íntimo. Una chimenea iluminaba y calentaba la estancia. Will
sintió ganas de tumbarse frente a ella y quedarse dormido. Pero
sabía que de inmediato acudirían a él aquellas pesadillas y
probablemente caminaría sonámbulo por el apartamento del doctor.
Lecter le indicó que se sentara en el sofá frente a la chimenea.
Era mullido y suave, de color crema. Sirvió dos copas de vino y le
ofreció una.
—Creo
que no debería beber más con las pastillas—le dijo Will sacando
el botecito de su bolsillo.
—Pero
esta noche no habrá pastillas.
Se
lo quitó suavemente de la mano y lo guardó en el bolsillo de su
chaqueta. Will se vio un poco molesto. ¿Qué pretendía Lecter
quitándole lo único que ligeramente le aliviaba? Pero no dijo nada,
cogió la copa y dio un pequeño sorbo. Lecter encendió un antiguo
tocadiscos en un rincón y puso el vinilo de una ópera, la que
siempre había imaginado para aquel momento. A bajo volumen envolvió
la habitación, como si fuera parte del ambiente. A continuación
Lecter se sentó en un sillón que formaba ángulo recto con el
sofá.
—¿Te
gusta pescar?—preguntó, pillando desprevenido a Will.
—Me
gusta hacer anzuelos, me ayuda a pensar—¿Qué tenía que ver
aquello con lo que le sucedía?
—Concentrarse
en una tarea tan minuciosa ayuda a despejar la mente y ver luego el
problema desde otro ángulo, con ojos nuevos.
—Exacto.
—¿Entonces
no pescas?
—No
muy a menudo, menos de lo que me gustaría. No tengo el tiempo
suficiente.
—Tómatelo.
Tómate un día libre y ve a pescar, a relajarte. Te sentará bien.
—Sí...
tal vez. Oye, ¿de qué sirve esto? ¿Qué estamos haciendo? ¿Es
alguna clase de terapia?—preguntó sin poder aguantar más aquella
conversación trivial.
—Somos
dos amigos charlando, nada más—respondió con un ligero gesto
tranquilizador de sus manos—. Puedes verlo como una terapia si
quieres ya que tiene como fin ayudarte, pero valdría lo mismo una
charla en un bar con amigos frente a unas cervezas. Pero eso serviría
si fueras otra persona, no contigo.
—Si
fuera una persona normal—replicó con un tono triste.
—Así
es, si fueras normal. Pero no eres normal, eres más que eso, eres
especial.
—La
palabra “especial” suele usarse de forma despectiva en el caso de
las personas—no le animaba mucho precisamente.
—Tienes
razón, entonces tal vez debería decir singular, único, o tal vez
más exacto sería excepcional, en un sentido positivo de la palabra,
por supuesto. Todos estos adjetivos podrías tomártelos en un mal
sentido pero te aseguro que no es así.
Will
no supo cómo responder a aquellas palabras. Era raro, eso estaba
claro, pero nunca, a pesar de todo el bien que había hecho ayudando
en las investigaciones, lo había visto como algo bueno.
—Sea
como sea, no creo que todo esto sirva para nada. Mi mente no logra
desconectar de todo lo sucedido. Esto no servirá para que duerma
esta noche—estuvo a punto de levantarse pero Lecter se incorporó
antes de su sillón y su cuerpo se quedó paralizado.
—Muy
bien, si eso crees entonces debería ir directo al último paso.
Estoy seguro de que con eso dormirás sin ningún problema hasta la
mañana, sin una sola pesadilla.
¿Qué
sería? ¿Qué podría haber tan milagroso? ¿Por qué no lo había
hecho antes? ¿Por qué se acercaba cada vez más a él? Un
escalofrío recorrió su columna según miraba sus brillantes zapatos
situarse entre los suyos propios, tan sucios y gastados. Pero no se
movió, no hizo ademán de apartarse aun sin saber en absoluto lo que
sucedería. Se sobresaltó cuando Lecter le quitó las gafas negras.
Las dobló cuidadosamente y las dejó sobre una mesita junto al sofá.
Los
dedos de la mano derecha de Lecter se deslizaron por la mandíbula de
Will, cubierta por aquella fina barba, hasta su barbilla, alzándola
ligeramente. Forzándole a mirarle a los ojos. Sintió cómo todo su
cuerpo se tensaba, aún ignorante de lo que sucedía. Lecter se
inclinó sobre él lentamente, dándole tiempo si quería escapar.
Will no lo hizo, estaba paralizado, tanto su cuerpo como su mente.
Sus labios se rozaron, se acariciaron y se presionaron juntos.
Ninguno de los dos cerró los ojos. Lecter le miraba con calma,
analizando las reacciones de sus pupilas, aunque en su interior algo
estaba bullendo de emoción, deseando liberarse, como un volcán a
punto de erupcionar. Los ojos de Will temblaban, todo su cuerpo
temblaba. ¿Qué era aquello? ¿Por qué estaba haciendo aquello? Era
algo tan inesperado para él que ni siquiera era capaz de asimilarlo,
como si no fuera él mismo quien estuviera viviendo aquello sino
alguna clase de proyección.
Un
interruptor se encendió en su mente, casi pudo escuchar el
chasquido, y entonces entendió –más o menos– lo que sucedía.
Se echó bruscamente hacia atrás en el sofá, rebotando en el
respaldo.
—Qu-
qué estás...—la voz no quería salir de su boca, solo era un
jadeo ahogado.
Hizo
ademán de huir pero Lecter lo agarró por ambos brazos y lo presionó
suavemente contra el sofá, apoyando una rodilla a su lado. No
necesitó ejercer mucha fuerza, Will no parecía poder oponer
resistencia, tal vez por el shock.
—Tranquilo,
ya te dije que con esto dormirás toda la noche sin pesadillas—le
susurró con una suave y profunda voz, tan cerca de su rostro que
pudo sentir su aliento contra sus labios.
—E-esto
no, no es ninguna terapia.
—Por
supuesto que no, esta noche no hay trabajo, ni para ti ni para mí.
Otro
beso, tierno y delicado, con los ojos entrecerrados. Si le soltaba
los brazos intentaría escapar, pero no necesitaba esforzarse en
retenerlo. Parecía que le decía: “si me dejas escapar escaparé,
pero sino tampoco lo intentaré”. Y Lecter se lo tomó como una
invitación a continuar. Aunque sencillamente Will estaba
completamente aturdido, nunca se había encontrado en aquella
situación y su mente no parecía responder a la pregunta sobre qué
debía hacer.
Cuando
sus labios rompieron aquel beso un poco más largo, Will estaba
respirando pesadamente. Su pecho subía y bajaba perceptiblemente y
necesitaba abrir la boca para que le llegara el aire. Sus manos
temblaban apoyadas sobre el asiento del sofá, presionando la tela
bajo sus dedos. Pero siguió sin moverse ante un tercer beso. Y
cuando sintió la lengua de Lecter acariciar su labio un pequeño
gemido se ahogó en su garganta y su cuerpo se sacudió
inconscientemente. Lecter no encontró resistencia para entrar en su
boca. Los labios se abrieron para él buscando aire, y deslizó
dentro su lengua, acariciando la de Will inmóvil.
¡Oh
dios! ¡Cuánto tenía que contenerse ante aquella mirada aturdida y
asustada para no sacarle los pantalones en ese mismo instante! Las
mejillas sonrojadas lo estaban incitando, aquellos casi inaudibles
gemidos también. La saliva estaba brotando en su boca y no lo
intentaba expulsar. Era receptivo. Dejó de sujetar sus brazos, ya no
era necesario. Deslizó las manos alrededor de su espalda y lo
envolvió entre sus brazos.
Will
estaba mareado. ¿Era el vino? ¿Le había dado algo para amansarlo?
No, no era nada de eso, no había tomado nada fuera de lo normal
–ninguna droga o medicina al menos–. Era la calidez de aquella
habitación, y del cuerpo que ahora lo rodeaba, su firmeza y
tenacidad. Más bien estabilidad
es la palabra que Will estaba buscando. Actuaba sabiendo lo que
quería conseguir y no titubeaba ante ningún obstáculo, ni su
cuerpo ni su mente vacilaban. Sus brazos lo envolvían con seguridad,
su boca no dudaba en un solo movimiento de aquellos besos. Aquello
podía acabar terriblemente mal y sin embargo pareciera que eso fuera
imposible, que todo iría, pasara lo que pasara, como él planeaba,
fuera cual fuera su plan. Y para alguien tan inestable como Will
aquello era un sólido pilar en el que apoyarse y no querer soltar
sabiendo que jamás se derrumbaría.
Todo
esto no pasó de forma racional por su mente, fueron solo sensaciones
codificadas que no llegaba a descifrar, pero que su cuerpo conocía
instintivamente y, ante una mente tan aturdida, tomó el control. Su
lengua se movió por primera vez y acarició la de Lecter, que por un
instante se sorprendió pero no se detuvo. Will cerró los ojos con
fuerza mientras que su asaltante seguía observándole con los ojos
entrecerrados, concentrado en el beso pero sin perderse un solo
detalle de sus expresiones. Las manos de Will subieron hasta la
chaqueta de Lecter y se aferraron a sus solapas. No le apartaba,
aunque tampoco le atraía, solo se sujetaba como si fuera a caerse, a
pesar de que Lecter lo abrazaba con firmeza.
Dejaron
al fin el largo y profundo beso para tomar aliento. Will respiraba
con dificultad y no quería abrir los ojos, sentía que le ardían
por dentro. Parecía un cachorrito, como los que le esperaban en su
casa. La respiración de Lecter también era más agitada de lo
habitual. Cuánto le estaba costando contenerse y mantener la
compostura ante aquella abrumadora tentación. Ansiaba devorarlo por
completo, en todos los sentidos que pudiera tener esa palabra.
Las
manos de Will no dejaban de temblar, tal vez porque apretaban con
demasiada fuerza las solapas. Lecter cogió ambas manos y las separó
a los lados lentamente, quitándose así la chaqueta de aquel
elegante traje oscuro. Cayó detrás de él y Will ya no tuvo a dónde
agarrarse así que sus manos volvieron de nuevo al sofá, intentando
sujetarse a los cojines del asiento. Lecter se quitó también la
corbata y la dejó sobre el brazo del sofá. Miró la ropa de Will,
pensando de qué manera sería mejor quitársela. Llevaba su chaqueta
gris que utilizaba durante sus clases, con el jersey marrón y una
camisa blanca, algo amarillenta. Se había puesto aquella ropa, que
realmente le hacía parecer un profesor, porque de lo contrario
sentía que no encajaba en la elegante casa del Dr. Lecter.
—Will,
quítate la chaqueta—por supuesto que le habría gustado desnudarle
él mismo. Habría sido un gran placer hacerlo lenta y tortuosamente
como despellejando a un animal, pero si Will le obedecía sería un
gran paso—. Will, hazlo—insistió ante su inmovilidad. Acarició
su mejilla y Will respiró con fuerza. Se inclinó sobre él y acercó
los labios a su oído, rozando ligeramente su piel—. No podré
continuar si no lo haces.
Su
respiración hizo estremecer a Will, que soltó un leve gemido. Por
supuesto habría continuado aunque hubiera tenido que forzarlo, ya no
podía detenerse, no quería. Pero no necesitó hacerlo. Muy
lentamente movió sus manos temblorosas hasta quitarse la chaqueta,
que quedó arrugada tras él. ¿Por qué obedecía? ¿Es que quería
que continuara? No lo entendía, pero no podía desobedecer aquella
profunda voz. Lo tenía, Lecter ya no necesitaba más pruebas de
ello, podía continuar él mismo y así lo hizo. Deslizó las manos
bajo el jersey y lo fue levantando, acariciando en su camino el
delgado torso. Estaba casi en los huesos, apenas comía últimamente.
Podía notar sus costillas bajo la camisa. Sacó su cabeza del jersey
pero dejó los brazos atrapados en él y lo sujetó con la mano
derecha por encima de su cabeza. Will no hizo grandes esfuerzos para
liberarse, a pesar de que estaba totalmente a su merced.
—Will,
no llevas camiseta interior, ¿verdad? Esta camisa es tan vieja que
casi se transparenta, puedo ver tu piel a través de ella—dijo con
voz algo burlona.
Deslizó
la punta de los dedos por su pecho, acariciando por encima de la
camisa los pezones que se veían como una sombra. El tórax de Will
subió repentinamente y sus brazos se agitaron un poco pero no se
soltó. Lecter desabrochó botón a botón muy lentamente, y la
camisa se abrió mostrando aquel torso fuerte, casi sin vello. De
nuevo deslizó la yema de sus dedos por el pecho de Will, dando
rodeos como una serpiente, bordeando sus oscuros pezones, rodeando su
ombligo y acabando en la frontera de los pantalones. Una intensa
corriente recorrió la columna de Will y se removió en su asiento,
respirando irregularmente. Se sentía aturdido y mareado, creía
poder desmayarse en cualquier momento. ¿Por qué? No estaban
haciendo aún nada del otro mundo. Aún. Era tal vez la expectativa
lo que más le inquietaba. Pero aquellos dedos acariciándolo se
sentían extrañamente bien.
Lecter
observaba su rostro más que ninguna otra parte, y quería ver sus
ojos. No había vuelto a abrirlos desde que los cerró, y los
apretaba tan fuerte que su alrededor se llenaba de arrugas. Quería
verlos. Aquellos hermosos ojos cristalinos, tan tímidos.
—Will,
abre los ojos—le susurró al oído. Pero Will sacudió vehemente la
cabeza negándose—. Will, mírame, quiero que me mires.
Su
simple nombre en boca de aquel hombre parecía una orden
irrechazable. ¿Por qué tenía que repetirlo tanto? ¿Por qué todo
su cerebro se sacudía cuando lo hacía? Abrió los ojos lentamente,
manteniendo la cabeza gacha, girada hacia el otro lado. Lecter
acarició su cuello y deslizó la mano hacia su nuca. Giró su rostro
suavemente para que lo encarara. Sus ojos al fin lo miraron, húmedos,
al borde de las lágrimas. No conseguían sostener su firme mirada y
vagaban temblorosos de un lado para otro. Un cachorrillo asustado.
Había
sido mala idea, definitivamente había sido muy mala idea que le
mirara. Ahora ya no podía contenerse. El pensamiento de devorarle
–de varias formas– se estaba apoderando de su mente. Él mismo le
estaba provocando con aquella lastimera mirada de cachorrillo.
Siempre lo había visto así, pero en aquellas circunstancias –medio
desnudo, tembloroso y a su merced– era irresistible.
Le
quitó el jersey marrón del todo, arrojándolo tras el sofá. Le
agarró por el brazo y le tumbó bruscamente sobre el sofá,
arrodillándose a horcajadas sobre él. Will le miró sorprendido, no
había esperado aquella reacción del habitualmente tranquilo doctor,
y la mirada que tenía sobre él, tan ardiente y penetrante, le hacía
estremecer, como si pudiera ver a través de él. Ahora no podía
despegar la mirada de los ojos de Lecter, le atraían como un potente
imán y sentía sus mejillas ponerse más calientes a cada segundo.
Las
manos de Lecter se deslizaron por el vientre, subiendo hacia el
agitado pecho, acariciando esta vez con cada milímetro de su mano la
suave piel, con intensidad. Will gimió suavemente. Se inclinó sobre
él y le miró a los ojos, sus grises ojos, rozando sus labios. Un
ligero beso, provocativo, y hundió su rostro en su cuello. Olió su
fragante aroma –y aquel
olor que ya conocía– y lo besó tiernamente, para después lamerlo
desde la base hasta su oreja. El cuerpo de Will se agitó y se aferró
con ambas manos al cojín que sostenía su cabeza.
Las
manos de Lecter siguieron recorriendo su pecho mientras su boca se
entretenía más arriba. Besó su cuello y siguió recorriéndolo con
su lengua. Allí no podía, o no debía dejar marcas, pero sí podía
más abajo. Descendió hasta su clavícula y la mordió
calculadamente, con la presión justa para no sacar sangre pero sí
dejar sus dientes marcados. No podía saborear sangre en aquel
momento o perdería el control. Will soltó un gemido claramente
audible, que le sorprendió tanto –que un sonido tan lascivo
pudiera provenir él– que se cubrió rápidamente la boca con ambas
manos. Lecter sonrió, satisfecho y divertido. Le agarró por las
muñecas y forcejeó un poco para apartarlas, volviendo a dejarlas
sobre el cojín.
—No,
Will. Déjame escucharte—le dijo besando sus labios temblorosos.
Era
tan vergonzoso, tan impropio de él... Pero de nuevo no podía
rechazar su orden.
Lecter
buscó escuchar más aquel delicioso sonido. Frotó los pezones con
sus dedos. Ya estaban erectos, duros como dos pequeñas pepitas.
Lamió en círculos las aureolas y los besó, succionándolos
suavemente. Jugueteó con ellos y con sus pectorales casi como si
fueran pechos de mujer, viendo lo sensibles que eran. Will respiraba
con fuerza, sin poder apretar los labios para que aquel sonido no
volviera a salir de su boca. ¿Cómo podía sentirse tan bien ser
tocado en aquel lugar? ¿Por qué su cuerpo estaba experimentando
tanto placer con las manos de otro hombre? No, no era porque fuera
otro hombre, sino porque era el Dr. Hannibal Lecter. Sí, lo sabía,
era por él. Bueno, una parte de él lo sabía, en su subconsciente,
pero el resto de su mente era incapaz de pensar, de darse cuenta de
nada en aquel momento. Solo estaba sumergido en las caricias de
Lecter, y agobiado por aquel calor que crecía vertiginosamente,
volviendo apretados sus pantalones.
—¡Nn!—la
mano de Lecter presionó su entrepierna.
—Huh...
Una reacción mejor de la que esperaba, Will—comentó Lecter
mirándole directamente a los ojos.
—N-no
toques... ahí...—quería que le tocara ahí, claro que quería,
pero estaba totalmente avergonzado. Por suerte Lecter no le hizo caso
alguno.
Desabrochó
su pantalón y al abrir la cremallera el bulto bajo los calzoncillos
se hizo más evidente. Cuando Will miró hacia abajo, se sorprendió
al darse cuenta de que en los pantalones de Lecter había un bulto
similar. ¿Él también se había excitado con aquello? Durante un
instante no pudo apartar los ojos. Lecter sonrió al verlo.
—¿Quieres
tocarlo?—le preguntó, inclinándose de nuevo sobre él. Will jadeó
y su rostro se sonrojó más si era posible—. Nunca has tocado el
de otro hombre, ¿verdad?
Agarró
su mano derecha y la llevó hasta sus pantalones sin apenas
reticencia. Will estaba asustado, pero no sentía repulsión como
habría esperado, solo una cierta curiosidad. Acarició con dedos
temblorosos el bulto a través de la tela. Estaba sorprendentemente
duro y caliente.
—Desabróchalo,
Will—le pidió.
Había
estado soportando aquella deliciosa presión en sus pantalones desde
hacía rato y no esperaba tener la colaboración de Will para
aliviarlo. Torpemente desató el cinturón, abrió el botón y bajó
la cremallera. El bulto sobresalió entre los pantalones, cubierto
por la tela negra de unos bóxers. Un calor más intenso llegó a su
mano cuando lo acarició apenas con los dedos, y sintió palpitar el
suyo propio.
Lecter
se inclinó sobre él y le besó. Un beso profundo, con sus lenguas
acariciándose y pasando de uno a otro. Ya no era un beso por parte
solo del doctor, también Will estaba correspondiendo activamente.
Buscaba aquella cálida y experta boca que le hacía vibrar. Tan
sumergido estaba en ese apasionado beso, que no se percató de que
Lecter había bajado ya su pantalón y sus calzoncillos hasta las
rodillas. Cuando el beso se rompió y se encontró medio desnudo ya
era tarde para hacer nada. Intentó incorporarse, pero Lecter levantó
sus piernas y se los quitó del todo. Estaba casi completamente
desnudo tendido en aquel sofá, solo le quedaba encima la camisa
desabrochada. Estaba desnudo frente a Lecter y se sentía
insoportablemente avergonzado. Quería cubrir sus partes como fuera,
pero eso habría sido incluso más bochornoso. Sin embargo casi no
pudo evitarlo cuando Lecter abrió sus piernas y se arrodilló entre
ellas. ¿Qué demonios estaba pensando hacer? ¿Y por qué él estaba
desnudo mientras que el doctor aún conservaba pantalones, camisa y
hasta el chaleco? Se aferró a su chaleco, aún sentado en el sofá,
con las lágrimas a punto de caer de sus ojos y el ceño fruncido,
pero sin mirarle directamente a la cara.
—Tu...
ropa...—murmuró.
¡Oh,
qué imagen tan adorable! Lecter estuvo a punto de tomarlo en ese
instante, y el bulto bajo sus bóxers aumentó aún más.
—¿Qué
es lo que quieres? Dilo, Will—con un par de dedos alzó su barbilla
e hizo que le mirara a los ojos.
—Quí...
quítatela... Quítate también la ropa...
Una
lágrima se derramó al fin por su mejilla. Llevaba consigo todo el
conjunto de emociones que había experimentado desde que había
entrado en la casa de Lecter, la mayoría de ellas completamente
desconocidas para él. Lecter se inclinó y lamió con la punta de la
lengua aquella lágrima, deliciosamente salada. Will se estremeció y
agachó la cabeza, ocultando el rostro en su pecho. Lecter se sentó,
aún entre sus piernas, y cogió su otra mano para llevarla también
a su chaleco.
—Adelante,
hazlo tú mismo, Will.
¿Desnudarle...
yo?,
pensó Will. Pero era mejor que ser el único desnudo allí. Tragó
saliva y de inmediato comenzó a desabrochar los plateados botones y,
aunque alguno se le resistió, siguió rápidamente con la camisa sin
necesidad de que se lo dijera. Descubrió un torso con firmes
pectorales, cubierto por un fino vello negro con algunas canas, y
unos abdominales algo marcados. Lecter terminó de quitarse la camisa
y el chaleco él mismo, dejándolos en el respaldo del sofá. Will se
quedó un momento atónito, observando con la boca entreabierta los
increíbles brazos musculosos que ocultaban aquellos trajes. ¿Cómo
podía tener un físico tan increíble? Sintió que su miembro
palpitaba.
—Bien
hecho—le dijo Lecter.
Se
inclinó para besarle una vez más y se tumbó sobre él en el sofá.
Will sintió aquel cuerpo tan bien moldeado presionar contra el suyo,
aquellos fuertes brazos envolverle, el miembro caliente frotar el
suyo aún a través de la tela, y sin darse cuenta rodeó los hombros
de Lecter con sus brazos y cerró los muslos sobre sus caderas. Le
costaba respirar, ahogado en aquel beso, pero no quería que se
detuviera. Cuando lo hizo gruñó disgustado.
—Tranquilo,
en seguida volveré a besarte—rió Lecter—. Por ahora lame mis
dedos. Humedécelos bien.
Acarició
su labio inferior con los dedos índice y corazón de su mano
derecha. Will en seguida abrió los labios y los devoró, sintiendo
cómo la saliva inundaba su boca. Recorrió los dedos con su lengua,
mientras estos jugaban también con ella. Lecter observaba aquel
rostro tan lascivo, tan desesperado. Si otra persona lo viera, él...
No, dejó esos pensamientos a un lado, no quería despertar en aquel
momento esa parte de él.
—Suficiente—sentenció.
Sacó
los dedos de su boca y Will alzó la cabeza para buscarlos y seguir
lamiéndolos, pero Lecter los sustituyó por sus labios. De nuevo se
sumergió en aquel beso, tan apasionado, dulce y profundo. Tan
increíblemente experto y preciso, como si hubiera llevado sus dotes
de cirujano también a ese campo. De repente, cuando sintió los
dedos –aquellos dedos que él mismo había humedecido– tanteando
su trasero, Will se sobresaltó.
—N-n-...
¿Q-qué estás...?—había sido incapaz de decir que no, por temor
a que ello terminara todo, pero no comprendía lo que estaba
haciendo.
—¿No
sabes cómo lo hacen dos hombres?—Lecter le miró fijamente a los
ojos, con aquella tranquila expresión. Su rostro apenas parecía
agitado, sin un solo cabello fuera de su sitio, tan estable
como
siempre—. Debo abrirte,
dilatarte, para entrar después en ti.
Abrirme,
pensó Will. Había marcado tanto aquella palabra que ahora resonaba
en su cabeza. Y lo anhelaba. Sin darse cuenta separó más sus
piernas cuando el primer dedo entró en él. Su cuerpo se estaba
moviendo por su propia cuenta, ya no tenía ningún control sobre él.
Fue
frustrante aquella lentitud. La parsimonia con que se movía aquel
dedo dando vueltas en su interior, y el segundo que le siguió poco
después. Tan despacio, le abría tan poco a poco que Will creía que
aquella tortura no terminaría nunca. Le gustaba, evidentemente;
aunque era una sensación extraña y desconocida, era placentera y
provocaba que su miembro estuviera ya goteando. Pero quería
continuar. Ya estaba anticipando lo que venía y estaba impaciente.
Si aquellos finos y largos dedos le provocaban semejante placer,
¿cómo sería...?
—P-para...
Es suficiente...—jadeó, agarrando el musculoso brazo de Lecter.
—¿Quieres
que lo dejemos?—preguntó, aun sabiendo la respuesta. Estaba
escrita por todo su rostro, pero quería oírlo.
—¡No!
Sigue... pero... l-lo siguiente...—respondió con su voz agitada,
incapaz de saber dónde fijar su vista vacilante.
—¿Y
cuál es lo siguiente? Dímelo, Will—¿Lo diría? ¿Realmente iba a
decirlo o era demasiado para él? Lecter quería oírlo, más que
nada en ese momento. Y aunque él no lo supiera, al decir su nombre
con aquella profunda voz le había dado una orden irrechazable.
—Tu...
polla... dentro...—apenas un susurro pero fue suficiente.
No
podía creer que aquellas palabras hubieran salido tan rápida y
fácilmente de su boca. Estaba tan desesperado porque lo hiciera que
habría hecho cualquier cosa que le pidiera. Los dedos salieron
bruscamente de él y sintió inmediatamente la presión de algo más
caliente y duro. Lecter se había bajado ya los bóxers, y ahora
entre las piernas de Will movía lentamente sus caderas, perforándole
poco a poco con su miembro oscuro.
Will
se tapó la boca apresuradamente, sentía que iban a comenzar a salir
sonidos que jamás nunca había emitido, y que no quería oír. Sin
embargo sus ojos se encontraron con los de Lecter, y con tan solo esa
mirada le dejó claro lo que quería. No necesitó decirle nada, Will
se destapó la boca y se aferró al cojín bajo su cabeza. Según iba
sintiendo cómo avanzaba dentro de él, su cuerpo se contoneaba y sus
gemidos se volvían más intensos. Y cuando de una última estocada
penetró hasta fondo, su espalda se arqueó y un pequeño chorro
salió de su miembro manchando su vientre. ¡Aquel lugar! ¿Cómo
podía un lugar tan oculto sentirse tan bien? Un lugar al que nadie
más, jamás, había llegado, se sentía mejor que ningún otro. El
lugar que solo había tocado Hannibal Lecter, aquel hombre de mirada
tan atrayente y cuerpo tan bien formado.
Se
quedaron inmóviles durante un momento. Lecter podía sentir las
paredes cálidas y estrechas de Will cernirse sobre su verga. Se
adaptaban a él como un guante de látex. ¡Qué magnífica
sensación! ¡Y qué hermosas vistas! El cuerpo desnudo de Will, tan
vulnerable y bello. Pero no era solamente su cuerpo lo que veían sus
ojos, sino su alma. Reflejada en aquellas lágrimas, finas y
transparentes que ahora surcaban sus mejillas, cubiertas por un rubor
que alcanzaba hasta sus orejas. Esos ojos cristalinos, brillantes,
que se habían fijado en él y ya no veían nada más. Lujurioso, al
mismo tiempo que asustado, y con una confianza plena en él más
inquebrantable de lo que jamás habría imaginado. Era una criatura
excepcional sin duda. Era su
criatura excepcional.
Comenzó
a mover sus caderas, sin poder contenerse más. Sus intestinos lo
abrazaban, masajeando su miembro, sin impedir su paso e incluso
succionándolo hacia dentro en algunos momentos. Sintió cómo la
respiración de Will poco a poco se acompasaba con el ritmo de sus
embestidas, cada vez más rápidas y fuertes. Se inclinó sobre él y
besó su mejilla, sintiendo el agradable roce de la barba en sus
labios. Los brazos de Will rodearon nuevamente sus hombros, esta vez
aferrándose a su espalda y clavando ligeramente sus uñas en ella.
Lecter apenas lo sintió, envuelto en el agradable placer de aquel
interior virgen.
—Lecter...—jadeó
Will.
Lecter
se sobresaltó, era la primera vez que le llamaba. Quería oír más.
—Llámame
Hannibal—le susurró al oído, besando el lóbulo de su oreja.
—Ha...
nnibal... ¡Hannibal!—y en su mente repitió ese nombre una y otra
vez, pero no tenía apenas aliento para articular palabra. Se abrazó
con más fuerza a él, enterrando el rostro en su cuello.
Más
rápidas, más profundas, más intensas, las embestidas lo llenaron
una y otra y otra vez, revelando una parte de él que desconocía, no
solo en su cuerpo sino también en su mente. Amaba aquello, amaba la
sensación del pene en su interior, amaba la sensación de aquel
cuerpo fuerte abrazándolo, amaba aquellos besos tan profundos y...
sí, puede que también amara a Hannibal. Pero esas certezas, aunque
se presentaron en ese mismo instante, no pudieron ser analizadas por
su mente hasta mucho más adelante.
Sus
cuerpos, cubiertos ya de sudor, se balanceaban al unísono. Sus
alientos se entremezclaban, con sus labios casi rozándose, pero
imposible fijar el beso con aquellos intensos movimientos. El miembro
de Will se frotaba contra el vientre de Lecter, manchando de líquidos
preseminales a ambos. Sentían como si pequeñas descargas
recorrieran sus cuerpos, invadidos por un calor tan intenso que
creían delirar febrilmente. Semejante placer no se podía alcanzar
de ningún otro modo. Ambos cuerpos se fundían y desaparecían las
fronteras corporales. Sintieron que podían incluso tocar la mente
del otro. Aterrador y maravilloso.
En
una última sacudida de éxtasis, sincronizados, el semen salpicó
entre ambos y llenó el interior de Will. Tan caliente y denso.
Abundante. Oleadas de placer recorrieron sus cuerpos y permanecieron
inmóviles, saciándose de ese placer y nada más.
Se
quedaron jadeantes, uno encima del otro sin despegar sus cuerpos,
recuperando el aliento. Lecter no salió de su interior, no quería
dejar aquel agradable lugar, y Will tampoco apartó los brazos de su
espalda, donde había dejado las marcas de la pasión.
—Hannibal...—susurró
Will con la boca entreabierta, suplicando un último beso antes de
rendirse al sueño.
Lecter
le observó, sonrió. Oír su nombre en aquella voz jadeante, con
aquellos ojos llorosos, cristalinos, y los labios enrojecidos listos
para recibirle, reanimó su cuerpo al instante. Le besó
profundamente, calmando su ansia. El placer de aquellos besos se
había vuelto casi adictivo. Y de pronto Will sintió cómo el
miembro volvía a endurecerse en su interior, volvía a expandir sus
paredes con su perfecta forma, y le miró inquisitivamente con ojos
muy abiertos.
—Aún
no hemos terminado—le respondió Lecter, con una perversa sonrisa
que Will no había visto nunca.
Cuando
despertó era mediodía. No recordaba cuándo había logrado dormirse
al fin, cuándo Lecter había dejado descansar su cuerpo, pero
seguramente fue pasadas las doce de la noche. Pero había dormido
como un tronco. Seguía en el mismo lugar donde se había acostado
–la cama de Lecter– y ni una sola pesadilla le había asaltado en
toda la noche, solo algunos recuerdos de lo que habían hecho. Al
abrir los ojos por un momento le costó creerlo, pero las sensaciones
que aún permanecían impresas en su cuerpo se lo dejaron claro. La
humedad entre sus muslos, sus labios ligeramente hinchados, las
marcas de mordiscos y besos desde la clavícula para abajo, en cada
rincón de su cuerpo. Aquella noche había tenido sexo, y no
precisamente con una mujer. No, lo admitía, había sido algo mejor,
algo que nunca antes había experimentado. Había tenido sexo con el
Dr. Hannibal Lecter. Y sonrió al pensarlo.
—Hannibal...
FIN
wow!! .. Will se volvio adicto a los labios de Dr. Lecter!
ResponderEliminarme encanto el lemon! .. un gran fic! *0* ... y no suelo encontrar muchos con lemon y en español!! ^^
waa el fic me callo como anillo al dedo, acababa de ver un capi de Hannibal cuando lo encontre, el mejor lemon que leido en mucho tiempo gracias
ResponderEliminar¡Oh por dios! Es el mejor lemon de esta pareja que he leido, estaba desayunando cuando lo encontre y se me enfriado el cafe porque me consentre demaciado en la lectura XD muy bueno el fic y la trama de la historia muy interesante diria yo. ¡Hasta luego!
ResponderEliminarel primer fic que leo de esta pareja y me encanto, hace muho que no encontraba el tiempo para leer un buen fic de ellos y como hoy es domingo decidi al fin leer algo de esta sensual parejita y tu one shot me encanto, lo ame <3 tu lemon fue muy hard (Y) <3
ResponderEliminarWowow me encanto todo :') espero que hagas otro one-shot o la contii porque en serio esta increíble :3 gracias por esta hermosa historia ❤❤💙
ResponderEliminares fantástico estoy obsesionada con esta pareja y eh estado buscando lemon eh encontrado algunos pero no todos son buenos,pero este realmente me a puesto de buenas el día
ResponderEliminar¡Dios! Estuvo increíble 😍 lo ame. Perfecto como describiste a Hannibal y a Will, de los pocos lemon con buena trama y sexo.
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