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Eat Me, Drink Me [cap2]


Título: Eat Me, Drink Me
Fandom: Mentes Criminales (+Hannibal, +TWD)
Pareja: Aaron Hotchner x Spencer Reid & otras
Autor: KiraH69 
Género: Yaoi, Slash, acción
Clasificación: +18          Advertencias: Lemon, Descripciones de escenarios, Violencia
Capítulos: 4 (2 de 4)
ResumenHotch adora la melena de Reid y cuando este aparece un día con el pelo corto, Hotch tiene que controlar su desagrado. Mientras, el equipo recibe un caso desde Texas, un asesino en serie que deja los cadáveres mutilados y en posiciones inusuales.


Capítulo 2

Aquella noche, bastante tarde, ya cuando el sol se había ocultado y la temperatura había descendido levemente, un coche negro aparcó frente a una pequeña casa individual de dos alturas con el exterior blanco. El agente Morgan y el doctor Reid salieron del coche y se acercaron a la puerta. Había una ventana iluminada en la planta inferior. Tras llamar, en pocos segundos un hombre abrió la puerta. Era tan alto como ellos, con el pelo pulcramente peinado con la raya a un lado, de nariz recta y marcados pómulos y barbilla; vestido con una camisa blanca y un chaleco beis con pantalones de traje marrones a cuadros. Iba remangado hasta los codos y llevaba un delantal a la cintura.
—¿En qué puedo ayudarles, caballeros?—les preguntó con una sonrisa educada.
—¿Es usted el Dr. Hannibal Lecter?—preguntó Morgan.
—En efecto.
Ambos agentes le mostraron sus credenciales del FBI.
—Soy el Agente Especial Derek Morgan y él es el Dr. Spencer Reid, de la Unidad de Análisis de Conducta del FBI. Estamos investigando un caso y nos gustaría hacerle unas preguntas. ¿Podríamos pasar?
—Por supuesto, adelante—se echó a un lado para dejarles pasar—. Discúlpenme, pero estaba haciendo la cena. Si me dan un minuto apagaré todo y estaré con ustedes. Por favor, tomen asiento. ¿Quieren tomar algo?
—No, estamos bien, gracias.
El Dr. Lecter acompañó a los dos agentes al salón y desapareció de inmediato en la cocina. Reid tuvo una sensación extraña, aquel salón, y lo poco que había visto de la entrada y el pasillo, parecían sacados de una revista de decoración de interiores; era acogedor y perfecto, tan perfecto que daba miedo estropear o descolocar algo, hasta el punto de que no parecía que nadie viviera allí. Aunque parecía un hombre con posibles, así que perfectamente podría haber contratado a un decorador profesional.
—Perdonen la espera, ya estoy con ustedes—el Dr. Lecter regresó, sin el delantal y colocándose una chaqueta a juego con los pantalones, y se sentó en el sillón, indicándoles que se sentaran en el sofá—. ¿Qué querían preguntarme?
—¿Ha estado usted en el restaurante Montesquieu?—comenzó Morgan.
—Así es, fui a cenar la semana pasada—respondió, con su amable expresión.
—¿Había estado ya antes?
—Sí, hace... un par de meses, creo—pensó durante un segundo—, fui a comer con un amigo.
—¿Qué amigo?
—El Dr. Frederick Chilton, dirige el hospital psiquiátrico en el que trabajo. ¿Podrían decirme por qué me preguntan por el Montesquieu?
El perfecto acento francés con el que pronunció el nombre del restaurante en aquel profundo tono de voz hizo que Spencer se estremeciera, no supo por qué.
—No podemos darle detalles, pero estamos investigando al Dr. Chilton. ¿Ha visto algo fuera de lo habitual en él ayer u hoy?
—Mm... Ayer solo le vi una vez por la mañana y nos saludamos normalmente. Hoy he almorzado con él y el Dr. Bloom y no he apreciado nada fuera de lo habitual.
—¿Qué podría decirnos sobre su personalidad o su vida?
—Um... Es un hombre muy trabajador y bueno en su trabajo, casi obsesionado con él. Siempre es el primero que llega y el último que se va. Es muy educado e inteligente, es agradable conversar con él. No conozco mucho de su vida privada, solo que está soltero; solemos hablar más de trabajo.
—¿Es irascible? ¿Pierde fácilmente el control?
—No... bueno, no le he visto nunca perder el control, aunque sí se pone muy tenso cuando las cosas no salen como él quiere, pero siempre se contiene.
—¿Le ha visto discutir con alguien?
—En el hospital no discute, da órdenes y los subordinados obedecen. No nos relacionamos mucho fuera del trabajo, pero nunca le he visto discutir con nadie.
—¿Y usted?—preguntó por primera vez Reid.
—¿Yo?—replicó el Dr. Lecter, inclinando ligeramente la cabeza.
—¿Usted suele discutir? ¿Pierde el control?
Morgan evitó mirar confundido a su compañero, no estaban allí para preguntar por el Dr. Lecter, pero no dijo nada.
—No, no pierdo el control, al menos no es algo habitual. Aunque sí suelo discutir, sobre temas de filosofía y psicología sobre todo. A veces estas discusiones se vuelven acaloradas con el conversador adecuado.
—¿Dónde estuvo anoche?
—Aquí. Pasé por el supermercado después del trabajo, vine a casa y no salí hasta la mañana siguiente—explicó tranquilamente—. ¿Necesito una coartada para algo? ¿Qué sucedió anoche?
—No se preocupe, no lo estamos investigando, son preguntas rutinarias—intervino Morgan—. Muchas gracias por su colaboración, nos vamos ya.
Los dos agentes se levantaron y el Dr. Lecter les dio un apretón de manos a ambos. De nuevo Spencer sintió su cuerpo estremecerse de esa forma tan extraña. No conseguía identificar qué era.
—Buenas noches, caballeros.
—Buenas noches, Dr. Lecter. Gracias por atendernos—se despidió Morgan, sintiéndose forzado a ser excesivamente educado por la propia educación del doctor.
Cuando estuvieron en el coche, se giró tras el volante para mirar a su compañero.
—¿A qué ha venido eso?
—¿A qué ha venido el qué?—aunque ya sabía de qué hablaba.
—¿Crees que el Dr. Lecter podría ser el sudes? No estuvo en la ópera.
—No compró entradas con su tarjeta, pero no sabemos si estuvo o no. De todos modos, no es que crea que sea él, simplemente... no sé, siento que podría encajar en el perfil.
—Hmm... Hablaré con García para que le investigue, pero el Dr. Chilton me parece un candidato más probable.
—Sí... puede ser.
Informaron a sus compañeros de lo que habían hablado con el Dr. Lecter y se dirigieron directamente al hotel para pasar la noche. Cenaron en la propia habitación que compartían y se fueron a dormir enseguida, por la mañana se levantarían muy pronto para seguir con el caso.
Reid no volvió a mencionar sus inquietudes sobre el Dr. Lecter, parecían no convencer a su compañero, pero no podía quitárselo de la cabeza. Se le notaba un hombre muy inteligente, extremadamente educado y refinado. Su acento al pronunciar Montesquieu había sido perfecto, y le había hecho estremecer por motivos que aún desconocía; mientras que, durante el resto de la conversación, había notado un sutil acento que no lograba identificar. Estaba seguro de que era de procedencia europea, quizás del este de Europa, pero era incapaz de precisar. Además de eso, el apretón de manos que le había dado antes de marcharse había durado unos segundos de más, aún no sabía si con un propósito o no. Y sus manos le habían sorprendido. Eran grandes y fuertes, una voz casual en su cabeza había sugerido lo bien que se sentiría ser tocado por ellas, recorrido por ellas, pero lo que le había llamado la atención había sido que no eran suaves como solían ser las de los hombres que trabajaban en un despacho, sino algo ásperas y curtidas, aunque muy cuidadas. No era un hombre que se limitara al papeleo, trabajaba con las manos, aunque ¿en qué?
También le llamaba la atención que fuera soltero. Era un hombre muy atractivo y con su caballerosidad y buena posición no le sería difícil enamorar a cualquier mujer. ¿Pero qué pensaba? ¿Cuántas mujeres no estarían ya enamoradas de él? Lo tendría difícil con sus pacientes femeninos, incluso con algunos masculinos. Sintió un hormigueo en el bajo vientre y se dio media vuelta en la cama. Agarró con fuerza la almohada con ambas manos para evitar llevarlas a otra parte. Su compañero estaba durmiendo en la cama de al lado así que no era un buen momento.
Había un coche de vigilancia apostado frente a la casa del Dr. Chilton. El psiquiatra llegó por la noche directamente desde el trabajo y no salió de casa hasta primera hora de la mañana. Otro coche de policía camuflado lo siguió hasta el hospital Green Oaks y se quedó aparcado frente al edificio mientras otro esperaba en la parte trasera. El Dr. Chilton no salió del centro en todo el día.
—Reid, ¿por qué sospechas del Dr. Lecter?—le preguntó J. J. cuando el joven doctor le insistió a Penélope para que buscara información sobre él.
—No es que sospeche, es solo que... podría encajar en el perfil y tuve una sensación extraña cuando le visitamos ayer.
—Tú precisamente no sueles llevarte por presentimientos.
—Lo sé, pero... es un hombre peculiar, eso es todo.
—A mí no me pareció sospechoso, simplemente no estamos acostumbrados a gente tan... educada—comentó Morgan—. Creo que eso es solo porque no tiene un aire muy americano, parecía más un noble europeo.
«De hecho lo es, bombón. Nació en Lituania, su padre era un noble y su madre pertenecía a la alta burguesía italiana. Se quedó huérfano cuando era muy pequeño y se crió con su tía, estudiando en los mejores colegios de Europa. A los 22 años se trasladó a Maryland donde se sacó el título de Doctor en Psiquiatría y trabajó como perito para las cortes de Maryland y Virginia. Después de eso ha trabajado en diferentes ciudades tanto en clínicas privadas como de forma autónoma, normalmente con clientes de gran nivel económico y social. Tiene mucho prestigio en el mundo de la psiquiatría, ha publicado muchos artículos y le nombran en otros tantos. También ha colaborado esporádicamente en diferentes actividades relacionadas con el arte, incluso ha dado seminarios en algunas universidades o ha participado en el montaje de exposiciones en museos».
—¿Por qué ha cambiado tanto de empleo y ciudad?—preguntó Reid frunciendo el ceño.
«Um... No se especifica siempre el por qué, pero nunca lo han despedido de ningún empleo, eso seguro. Normalmente recibe una solicitud de un cliente o de un centro psiquiátrico para que trabaje con ellos y él acude. O incluso para trabajar en uno de estos museos en lo que dura la preparación de la exposición».
—¿Quejas de pacientes o compañeros?
«Prácticamente nada. Algún compañero le ha acusado de robar pacientes, pero creo que los pacientes querían ir con él por su popularidad. No tiene ninguna queja ni denuncia que haya prosperado».
—¿Te convence eso?—preguntó Morgan.
—Sí, supongo. Aun así me gustaría tenerlo en cuenta por si acaso.
—Bien, eso no hará daño.
Los seis agentes pasaron el resto del día haciendo entrevistas a amigos y familiares de las víctimas, también a algunos conocidos –porque no tenía amigos– del Dr. Chilton. Aunque nada de aquello les dio ninguna pista nueva. La novia de Mikkelsen no recordaba haber visto al doctor en la ópera; otros trabajadores del Montesquieu sí recordaban haberle visto en el restaurante, pero eso ya lo sabían, y también comentaron que había tenido una pequeña riña con Armitage, lo que tampoco era nada extraño; en el entorno de Pitt algunos reconocieron al doctor, algo que no resultaba raro ya que la sucursal estaba muy cerca del hospital, pero no recordaban haberle visto nunca hablando con la víctima. Solo quedaba esperar...

...Y no tuvieron que esperar mucho.
—Agente Hotchner, tenemos un desaparecido—le informó la propia sheriff cuando estaban a punto de marcharse al hotel.
—Infórmeme.
—Se llama Mads Dancy, es psiquiatra. Denunciaron su desaparición hace media hora.
—¿Desde cuándo está desaparecido?
—La última vez que se le vio fue hace dos horas.
Hotch y los otros miembros del equipo la miraron extrañados.
—¿Estamos seguros de que es una desaparición?
—Sí, agente. Es padre de un niño, viudo, y no ha ido a recoger a su hijo a la guardería como todos los días. Ni los encargados de la guardería ni su hermana, que es su único familiar, pueden contactar con él.
—Matar a un compañero de profesión parece algo muy arriesgado—comentó J. J.
—Si se ha dado cuenta de que le estamos investigando podría haber perdido el control—replicó Prentiss.
—Pero Chilton está bajo vigilancia, ¿no es así?—le preguntó Rossi a la sheriff.
—Sí, fue directo a casa nada más salir del trabajo y los agentes están vigilando frente a la entrada, no ha vuelto a salir.
—Dígale ahora mismo a esos agentes que llamen a la puerta—le ordenó Hotch, con un mal presentimiento.
La pequeña mujer se le quedó mirando un momento, queriendo decir algo como si creía que sus agentes eran unos incompetentes, pero con una vida en peligro no era momento para eso. Llamó ella misma a sus agentes y unos minutos después obtuvo la respuesta a la pregunta que no había hecho.
—Agente Hotchner, no hay nadie en la casa.
Los seis agentes se miraron entre sí. Hotch sacó su móvil y usó la marcación rápida para contactar con García.
«¿En qué puedo ayudar-».
—García, ¿posee el Dr. Chilton alguna propiedad en Dallas, un lugar donde pueda llevar a sus víctimas?—preguntó, cortando la bien intencionada amabilidad de la mujer.
«Señor, investigando al Dr. Chilton no he encontrado ninguna propiedad a su nombre», les informó desde el manos libres. «Peeeero, el hospital sí que tiene algunas propiedades a las que el Dr. Chilton tendría pleno acceso al ser el director del centro. He descartado varias de ellas por estar en uso actualmente o en zonas céntricas y he reducido la lista a dos lugares: una granja en desuso a 135 kilómetros de la ciudad y una fábrica abandonada en las afueras al norte».
—La granja supondría casi tres horas de viaje de ida y vuelta. No se queda los cuerpos lo suficiente como para pasar tanto tiempo en carretera—comentó Prentiss.
—García.
«Os envío la dirección de la fábrica».
Cuarto de hora después, los seis miembros del equipo salían de los coches con sus chalecos puestos y las armas preparadas frente a un viejo edificio de dos plantas con aspecto de estar abandonado. Pero había un coche en la entrada, un viejo dos puertas negro que nadie intentaría siquiera robar.
—¡Iré con Prentiss y Rossi por detrás!—gritó Morgan ya en camino.
La otra mitad del equipo fue por delante, seguidos por casi una docena de policías. Los coches rodeaban el edificio, nadie podría salir de él sin ser visto. Pero nadie iba a salir de él. Abrieron la puerta principal con un estruendo. Lo único que querían era encontrar a Mads Dancy con vida, evitar la cuarta víctima (si es que esta era solo la cuarta y no había muchas más antes como suponía Reid).
En aquella zona la noche era tan oscura que no verían nada de no ser por sus linternas y había un desagradable olor a basuras en el aire. Avanzaron por el pasillo de entrada, asegurando cada una de las puertas que daba a diferentes salas y despachos, todos vacíos, hasta que finalmente llegaron a una amplia sala donde en su día debieron de haber máquinas y que ahora estaba vacía, a excepción de un pequeño montaje en el centro: una mesa de metal alargada; un gran foco a su lado iluminándola, la única luz en toda la sala; otra mesa también de metal más pequeña a su lado, con diverso instrumental médico sobre ella; y una silla. Sobre la mesa grande había un cuerpo desnudo, un hombre joven, en sus treinta, con el vientre abierto desde el extremo del esternón hasta los genitales en una fina línea apenas notable por el brillo rubí de la sangre que brotaba y cuyo exceso había sido limpiado con unos trapos que yacían en el suelo. Las piernas estaban seccionadas a la altura de las ingles, pero apenas habían sido separadas unos centímetros del cuerpo, permaneciendo en la misma posición en la que estarían de seguir unidas al tronco. Lo mismo sucedía con los brazos, seccionados a la altura de las axilas. Había una sierra eléctrica junto a la cabeza, el cuello estaba a medio camino de sufrir el mismo fin que las extremidades.
Tras la mesa, sentado en la silla, aferrado con fuerza a los reposabrazos con manos enguantadas y ensangrentadas, el Dr. Chilton, pálido y con ojos desorbitados, miraba el cuerpo frente a él. El sudor brillaba sobre su rostro. Temblaba. Murmuraba algo que los agentes no lograron entender hasta que se acercaron, apuntándole con sus pistolas.
—Yo no... no he hecho esto... no recuerdo... no he hecho... no...


—Alegará demencia—comentó Prentiss.
—No le servirá de nada con lo que ha hecho—replicó Morgan.
Los cinco agentes estaban reunidos en el puesto de mando mientras su jefe hablaba con la sheriff. Habían llevado al Dr. Chilton a la oficina del sheriff sin ningún percance, aunque el hombre no dejaba de repetir una y otra vez que no recordaba nada, que no había hecho aquello, que lo último que recordaba era estar en su casa y después había despertado en aquella silla frente al cadáver.
—Es psiquiatra, no le será difícil fingir los síntomas de lo que más le convenga, pero eso también lo tendrá en cuenta quien lo evalúe—explicó Rossi.
—Es una lástima no haber podido salvar al señor Dancy, deja a su hijo huérfano.
—Su tía cuidará de él, pero sí, es una lástima.
Ya no podían seguir interrogándolo porque había pedido, casi rogado, un abogado, pero no lo necesitaban, le habían encontrado en plena acción, eso valdría tanto ante un jurado como cualquier confesión. Hotch regresó a la sala con su habitual expresión seria –no podía sonreír después de no haber llegado a tiempo para salvar a la última víctima–, pero más relajado.
—Ya es tarde y hasta mañana no volveremos a Quántico, id a descansar al hotel.
Todos los agentes aceptaron encantados. Hotch aún tenía algo de papeleo que terminar, pero prometió irse también pronto.
—Reid, ¿no vienes?—le preguntó Morgan cuando vio que remoloneaba en la entrada del edificio.
—Um... No, tengo algo que hacer, iré más tarde—respondió, con un gesto nervioso de la mano sin moverse de la puerta.
Morgan le miró por un momento frunciendo el ceño, pero finalmente se dio la vuelta y subió al coche junto a sus compañeros. Cuando los perdió de vista, Spencer fue hasta la parada de taxis en la acera de enfrente. Era tarde y lo sabía –de hecho estaba a punto de dar la media noche–, no era el momento apropiado para hacerlo y lo sabía, pero necesitaba hacerlo. Se sentía mal por haber dudado de él, se daba cuenta de que no había sido porque encajara en el perfil sino porque, por algún motivo ajeno al caso, se había puesto muy nervioso en su presencia. No quería marcharse dejándole una mala impresión, creyendo que lo veía como a un psicópata.
En pocos minutos el taxi se detuvo frente a la casa del Dr. Lecter. Spencer se sintió aliviado al ver una luz aún encendida en el piso de arriba. Se acercó a la puerta y, aun sabiendo que el psiquiatra estaba despierto, vaciló durante varios segundos antes de llamar, después de todo ya era media noche. Tras llamar al timbre, aún sintió el deseo de salir corriendo durante el tiempo que tardó en abrir la puerta, solo le detuvo lo infantil que habría resultado aquello –y el no tener ningún sitio donde esconderse–. Se alegró de haber permanecido allí cuando el doctor lo recibió con la camisa blanca remangada hasta los codos y los dos primeros botones abiertos.
—Oh, doctor Reid, ¿verdad?—Spencer sintió un hormigueo descendiendo desde su vientre al escuchar su nombre en aquel elegante acento, con aquella suave y ¿seductora? sonrisa—. ¿Ha sucedido algo?
—N-no... Bueno, sí, pero...—tragó saliva, intentando controlarse. No entendía por qué se estaba poniendo tan nervioso—. Um... ¿Podría hablar con usted un momento?
—Por supuesto. Pase, por favor—en contraste con su nerviosismo, el Dr. Lecter estaba completamente tranquilo. Se echó a un lado y le dejó pasar, cerrando la puerta tras él—. ¿Puedo ofrecerle algo de beber?
—E-estoy bien, gracias.
—Si no está trabajando, debo insistir. He abierto una botella de Château L'Evangile que estoy seguro le gustará, estaba tomándome una copa.
Las piernas de Spencer temblaron por más de un segundo al oír de nuevo aquel perfecto francés pronunciado con el acento más atractivo que había oído nunca. En un momento el Dr. Lecter regresó al salón sosteniendo dos copas de vino. Le entregó una a Reid con una sonrisa que le impidió por completo rechazarla. No le gustaba el vino, o eso pensaba. Tampoco había probado muchos y no sabía cuál sería la mejor forma de tomarlo. Ver, oler, degustar... La teoría la conocía, la práctica era otra cosa. Pero cuando vio al doctor tomar un sorbo sin más, se relajó y simplemente le imitó. Se sorprendió ante el gusto, profundo pero suave, con un toque a frutos silvestres, tal vez, o tal vez solo era su imaginación. En fin, estaba bueno.
Vio una sonrisa en el rostro del Dr. Lecter mientras le observaba disfrutar del vino. Sintió sus mejillas ruborizarse y su cuerpo se puso tenso.
—El vino es una de las bebidas más antiguas que se conocen. La uva es un fruto con una tendencia natural a fermentar, por lo que es muy probable que el vino fuera la primera bebida alcohólica conocida. Se han encontrado restos de viñedos cultivados en el Cáucaso con una antigüedad de siete mil años, y también se han encontrado vasijas de vino del antiguo Egipto con el nombre del producto, el viñedo y el año inscritos, lo que indica su preocupación por la calidad del vino. Y estoy hablando demasiado y probablemente ya sepa todo esto, lo siento.
Bajó la mirada avergonzado, fijándola en los brillos que creaba la luz en la superficie del vino. Cuando se ponía nervioso hablaba de más. Bueno, siempre hablaba de más, pero cuando se ponía nervioso hablaba de cosas que ya sabía que no serían de ningún interés y que normalmente intentaría evitar.
—Sí, ya lo sabía, pero la forma en que usted lo dice es encantadora, hace que parezca aún más interesante de lo que es.
Si no estaba todo rojo antes, lo estaba ahora. Tuvo el irracional miedo de que su rostro se volviera del mismo tono que el vino. No sabía cómo reaccionar, no estaba acostumbrado a que sus comentarios del tipo enciclopedia resultaran alabados.
—Um... Puede tutearme—eligió cambiar de tema.
—De acuerdo, entonces te pido lo mismo. Puedes llamarme Hannibal, ¿está bien si te llamo Spencer?
¿Spencer? Oh, sí, porque ese era su nombre, pero no lo había parecido en absoluto cuando ese hombre lo había pronunciado. Sintió una sacudida en la base de su columna que le hizo ponerse más recto en un movimiento claramente perceptible para su anfitrión. Solo acertó a asentir con la cabeza, sentía que el tono de voz que saldría de su boca no sería el más apropiado.
—Siéntate conmigo, por favor—le pidió, haciendo un gesto hacia el sofá.
Spencer se sentó en un extremo con la espalda recta y la copa de vino entre ambas manos, calentándolo innecesariamente, mientras que Lecter se sentó al otro lado del sofá, más cerca del centro, con elegantes movimientos precisos, como parecían serlo todos.
—¿Y a qué debo esta agradable visita?—preguntó con una sonrisa cortés, solo cortés porque Spencer no era capaz de asimilar más en ese momento.
—Ya hemos resuelto el caso por el que vinimos—se sintió aliviado de poder pasar a un tema que podía controlar—. Hemos cogido al culpable.
—¿Del asesinato del teatro? He visto las noticias. Vinisteis por él, ¿verdad?
—Así es, pero ese no fue el único asesinato que cometió, hubo dos hace más de dos meses, un trabajador de un banco y la gerente del Montesquieu. Aunque, según creo, estos no habrían sido los primeros tampoco. Por lo calculados y bien ejecutados que estaban, estoy seguro de que no era un principiante.
—Sí, recuerdo, los cuerpos que aparecieron en los parques, ¿verdad? Y... ¿fue el Dr. Chilton?—preguntó con expresión preocupada.
—Sí, lo siento mucho.
—No, por favor, no lo sientas. Debería sentirlo yo. Estaba rodeado de psicólogos y psiquiatras y ninguno fuimos capaces de ver lo que era. Sin duda, eso no dice mucho a nuestro favor.
—No era algo fácil de averiguar, no es un psicópata de manual, no actúa por impulsos sino con plena racionalidad. En su vida diaria se desenvuelve de forma completamente normal y funcional, y asesina del mismo modo. Solo perdió el control cuando se dio cuenta de que estábamos tras él, probablemente no podríamos haber confirmado nuestras sospechas de lo contrario, no había pruebas en ninguno de los escenarios.
—¿Perdió el control? ¿Qué hizo?
—Oh, bueno... asesinó a otro hombre, lo encontramos mientras estaba... ocupándose de su cuerpo. Aunque no haya pruebas en los otros asesinatos, con esto será suficiente para condenarlo—por su tono casi lúgubre no parecía una buena noticia, no lograba mostrar el entusiasmo que quería y estaba seguro de que el psiquiatra lo notaría.
—Te sientes culpable—no era una pregunta, sabía sin ninguna duda que era así.
Spencer bebió un sorbo de vino y lentamente asintió con la cabeza.
—Me habría gustado, a todos los del equipo, haber llegado mientras aún estaba con vida. No los mataba de inmediato, quizás unos minutos antes y podríamos...
—Tú no lo mataste, no es tu culpa.
—No lo maté yo, pero dejamos que él lo hiciera. Lo estábamos vigilando en su casa y dejamos que se nos escapara. Por nuestra negligencia, él pudo matar de nuevo—el vino se agitaba en la copa. Su cuerpo estaba tenso y era incapaz de mantener sus manos quietas. Dejó la copa en la mesa, tenía miedo de derramarla sobre la seguramente costosa alfombra.
—Si os hubierais percatado de su huida y hubierais ido tras él, quizás le habríais podido capturar cuando secuestraba a su víctima—su tono no era acusador, solo decía las cosas tal como eran. Reid asintió, apretando los labios. Oírlo era aún más doloroso que pensarlo—. Sin embargo, solo habríais podido acusarlo de intento de secuestro y, sin pruebas que lo relacionaran con los otros asesinatos y sin antecedentes, ni siquiera habría entrado en la cárcel. Una vez libre, se habría marchado a cualquier otra ciudad o país y habría comenzado de nuevo a asesinar.
—¿Quieres decir que está bien que matara de nuevo para poder capturarlo?—replicó frunciendo el ceño.
—Cualquier asesinato es indeseable, pero puede que este fuera necesario para evitar que otras personas murieran.
No tendría que haber sido necesario. Oh, y es posible que le conocieras, es el Dr. Mads Dancy.
El cuerpo de Lecter se tensó, lo justo para que Spencer lo apreciara. Le miró sorprendido por un momento y bajó la mirada hasta su copa de vino.
—Sí, le conocía. Quiso trabajar en el hospital, pero sus terapias fueron rechazadas por todos los demás psiquiatras. Yo tampoco estaba a favor de su opinión, va en contra de mi propia naturaleza, pero por supuesto que no le deseaba la muerte por ello—intentó que su voz pareciera afectada—. Además, creo recordar que tenía un hijo, ¿él se encuentra bien?
—Está bien, estaba en la guardería, su tía le cuidará. ¿Cuáles eran esas terapias?
—Terapias para... «curar» la homosexualidad. Aún hay mucha gente que piensa que es una enfermedad, pero no admitimos esa clase de pseudotratamientos en el hospital.
—¿Tú no piensas que sea una enfermedad?—preguntó Spencer curioso.
—No, por supuesto que no. La mayoría de los argumentos en contra se centran en que es antinatural, sin embargo, el ser humano dejó de ser «natural» hace mucho tiempo. Con la superpoblación, ya ni siquiera es algo vital que todos los humanos se reproduzcan así que ese argumento tampoco es válido. Puede que se deba a una modificación en alguna parte del cerebro o a razones hormonales, o puede que se nazca con ello o se desarrolle por razones socioculturales, aún no se sabe, pero cualquier motivo, físico o psicológico, no podrá ser denominado una enfermedad porque, incluso aunque fuera una mutación en alguna parte del cerebro, la evolución se basa en las mutaciones. Dado que no supone ningún perjuicio a la vida de la propia persona ni la de otros, ni para la existencia de la raza humana, no hay ningún motivo para intentar «curarlo».
—Mm... Dijiste... que va contra tu naturaleza—no se atrevía a preguntar directamente, pero no podía contenerse.
—Sí, soy bisexual. Y nunca he considerado que estuviera enfermo por ello ni ha sido un problema para mi vida—explicó sin darle mayor importancia.
Spencer tragó saliva, su boca se quedó seca. Tomó la copa de vino y dio un sorbo algo más largo que los anteriores. Sintió su rostro acalorarse de nuevo. Era consciente por primera vez de la situación en la que se encontraba. Unas copas de vino, un sofá, un ambiente con luz tenue y un atractivo hombre bisexual con el acento más sexy que había oído nunca. Y era consciente de sí mismo. Había aparecido frente a la puerta de este hombre a media noche, solo, sin una excusa decente. Estaba nervioso, ruborizado y con lo que esperaba no fuera una erección en sus pantalones.
—¿Es un inconveniente para ti?—preguntó ladeando ligeramente la cabeza.
—¡N-no! En... en absoluto, es solo que... yo, bueno...—aquella era la primera vez en su vida que no lograba encontrar las palabras. Tomó otro largo trago de vino.
—¿Tienes dudas sobre tu sexualidad?
Si no hubiera tragado ya el vino, Spencer se hubiera puesto a toser. Se mordió el labio inferior y agachó la cabeza. Ese hombre era un reputado psiquiatra, sin duda le leía con tanta facilidad como él leía a los psicópatas a los que perseguían.
—Um... yo... creo que estoy... mh... enamorado de un hombre—suspiró como si hubiera estado conteniendo la respiración. Era la primera vez que lo decía en voz alta, de hecho era la primera vez que pensaba lo suficiente en ello como para poder ponerlo en palabras.
—¿Tu jefe?
Giró la cabeza tan rápido que casi pudo oír un crack. Se encontró con una suave sonrisa comprensiva.
—C-cómo...—imposible, era imposible que hubiera descubierto eso, imposible. Si él lo había descubierto...
—Te sientes atraído por mí, un hombre considerablemente mayor, y sin duda eres un genio, por lo que no pasaste una buena infancia... Bueno, estoy seguro de que no necesitas que te explique todo lo que veo cuando te miro –nada desagradable, por cierto–. Y eso me ha hecho suponer que buscas una figura paternal, un hombre mayor con autoridad. No es algo extraño en jóvenes como tú.
—¿Tengo problemas con papá?
—Probablemente.
Reid se quedó algo descolocado y sin saber cómo reaccionar ante una confirmación tan directa de su problema (del que ya tenía cierto conocimiento, aunque nunca había querido reconocerlo).
—Va-vale... ¿Y cómo podría solucionarlo?—consiguió decir al fin.
—¿Solucionarlo? No he dicho que debas hacerlo. ¿Acaso es un problema?
—Bueno... no, pero...—aquello lo dejó aún más desconcertado.
—Si no resulta un problema para tu vida, no tienes por qué intentar solucionarlo. Una relación con un hombre mayor sin duda resultaría por lo menos llamativa para personas ajenas y quizás esa preocupación por el qué dirán podría terminar con la relación; también podrías buscar una pareja de tu edad, pero esto tampoco te aseguraría tener una relación larga y provechosa. Ambas podrían durar toda la vida o podrían durar unos días y ser una pérdida de tiempo. No es cuestión de edad ni de problemas parentales, sino de encontrar a la persona adecuada.
Con sus palabras, los hombros de Spencer se relajaron y se sintió sorprendentemente calmado. No esperaba encontrarse una compresión tan sincera. Los ojos del Dr. Lecter no le juzgaban, le analizaban de modo científico y, por algún motivo, eso le hacía sentir bien.
—Nunca he pensado en ello en profundidad. Cuando le conocí, él estaba casado y cuando se divorció yo simplemente... bueno, asumí que era heterosexual así que no me planteé nada, sin embargo, hace poco ha sucedido algo que me ha hecho pensar que puede que... No sé, tal vez sean imaginaciones mías, pero puede que él también sienta... algo por mí—dijo dubitativo, entrelazando nerviosamente sus dedos.
—Tienes miedo. Pensar que puedas ser correspondido te da más miedo que no serlo—Spencer solo asintió con la cabeza—. ¿Por qué?
—Porque no estoy seguro de ser homosexual. No sé si sería capaz siquiera de besarle, mucho menos de acostarme con él, nunca he intentado hacerlo con un hombre –tampoco es que tenga mucha experiencia con mujeres–. Tal vez no sea amor y solo admiración mal entendida. Él ya ha sufrido mucho y no querría hacerle sufrir más rechazándolo después de confesarme.
—Con lo último no puedo ayudarte, descubrir si realmente estás enamorado o no es algo que solo depende de ti, pero con lo demás, estaría encantado de echarte una mano. Es imposible que sepas si realmente puedes tener relaciones con un hombre si no lo intentas.
Su cerebro tardó un segundo más de lo habitual en entender lo que le estaba queriendo decir. Cuando al fin lo comprendió, se levantó casi de un salto. Dejó la copa con un balance precario en la mesa y dio la vuelta al sofá para dirigirse apresurado a la puerta.
—Gra-gracias por... recibirme a esta hora, debería irme—soltó casi tartamudeando.
—Spencer.
Su tono firme le hizo detenerse en el sitio. Lecter se levantó tranquilamente del sofá y salió del salón para darle alcance cerca de la puerta de entrada. Se acercó a él hasta que solo estuvieron a un paso de distancia. Ante el silencio del hombre, como si estuviera esperando algo, Spencer se vio forzado a levantar la mirada. No se encontró con un rostro enfadado como esperaba, sino con una agradable sonrisa y unos ojos tranquilizadores.
—Sé que tienes miedo, y entiendo y respeto que no quieras tener relaciones sexuales con un hombre al que apenas acabas de conocer, pero quiero darte un consejo, no te quedes en el limbo, ahí nunca podrás ser feliz. Descubre si te gustan los hombres o no, descubre si estás enamorado o no. El proceso puede ser doloroso, pero el resultado, sea cual sea, te hará libre.
Spencer sintió que su corazón se contraía en un latido desgarrador al tiempo que esperanzado. Observó aquellos ojos castaños con brillos cobrizos que le miraban sosteniéndole sin tocarle, sacándole de un profundo y denso abismo en el que llevaba mucho tiempo sumido, su limbo.
—Spencer, solo puedo ofrecerte una noche.
Aunque hubiera utilizado otras palabras, aunque hubiera estado hablando de cualquier otro tema, su oscura y profunda voz habría sido igualmente una invitación directa a su cama.
No podía, tenía que regresar al hotel, Morgan se preocuparía si no lo hacía. No podía, aunque su cuerpo estuviera temblando ansioso por ser tocado y se estuviera mordiendo el labio inferior, conteniendo el deseo de besar a ese hombre. No podía, porque era un completo desconocido con el que apenas había hablado.
Su móvil sonó brevemente y el momento de tensión se rompió casi audiblemente. Spencer sacó nerviosamente el móvil de su bolsillo y leyó el mensaje. «Voy a tener una noche ocupada, no me esperes. Morgan». Al parecer su amigo había encontrado compañía para esa noche. Conociéndole como le conocía, sabía que no regresaría a la habitación hasta la mañana siguiente. El primer impedimento para pasar la noche con el doctor se había esfumado, y con él todos los demás.
—U-um... Una noche me parece bien...—respondió, sin apartar la vista de su móvil y sin ver así la fugaz sonrisa en el rostro de Lecter.


Una amable mano acarició su hombro y Reid despertó con lentitud. Inspiró hondo y abrió los ojos. La luz en el cuarto era tenue, pero pudo distinguir el rostro de Hannibal, que le miraba con una suave sonrisa, sentado a su lado. Se estiró y se restregó el rostro con las manos, echándose los rizos hacia atrás.
—Buenos días.
—Buenos días, Spencer. Siento despertarte, pero pensé que querrías regresar pronto al hotel con tus compañeros.
—Oh, sí, gracias- ¡ngh!—fue a incorporarse y sintió un punzante dolor en la zona baja de su espalda.
—Despacio. Déjame ayudarte—con sus hábiles manos, que tanto placer le habían proporcionado aquella noche, Hannibal le ayudó a sentarse en la cama y después a levantarse, completamente desnudo—. ¿Quieres que te ayude en el baño?
—Ah. N-no, estoy bien, gracias.
—Si quieres darte una ducha, te traeré una toalla.
—Sí, gracias.
Olía a sexo, toda la habitación olía a sexo, y no podía encontrarse en esas condiciones con sus compañeros, sabrían de inmediato lo que había hecho. Entró al cuarto de baño adjunto al dormitorio y se metió en la ducha. Su cuerpo se sentía algo dolorido, sobre todo en la zona media, pero al mismo tiempo parecía goma, como si toda la tensión acumulada caso tras caso se hubiera desvanecido. También había dormido como un bebé, de un tirón, cosa que no le había sucedido en... años, al menos sin medicación. Eso era lo que conseguía el sexo. Le gustaba.
Tampoco le quedaba ninguna duda, le gustaba el sexo con hombres. Si no era homosexual, al menos sí bisexual. Daba igual, ya pensaría en eso en otro momento, lo importante era que estaba seguro de que le gustaban los hombres, que podía tener sexo con uno, y eso significaba que podría tener sexo con Hotch. Aunque no era solo sexo lo que quería con él, pero tampoco sabía si podría tener siquiera eso. Le había besado, en la nuca, y después parecía haber despertado de una pesadilla. Tal vez solo le había besado por error. Sintió un profundo dolor en el pecho ante este pensamiento.
Salió de la ducha y se secó con la toalla que Hannibal le había dejado mientras se duchaba. Se encontró su ropa perfectamente colocada sobre la cama. Se vistió y se miró en el espejo, asegurándose de que nada delataba lo que había hecho aquella noche. Lecter había sido lo bastante cuidadoso como para no dejarle ninguna marca, pero su rostro estaba reluciente, incluso su piel parecía tener más color y sus ojos brillaban. Él mismo no se daba cuenta de esto, pero sería evidente para cualquiera que lo conociera.
Bajó a la planta de abajo y Hannibal salió de la cocina, con un mandil blanco a la cintura.
—Desayuna algo antes de irte, necesitas recuperar energías.
Después de todo el ejercicio que hicimos anoche, fueron las palabras no dichas las que sonrojaron a Spencer. Miró su reloj y asintió con la cabeza. Aún tenía tiempo y estaba hambriento. Se encontró en la mesa de la cocina un plato con dos lonchas de jamón, una salchicha casera, un huevo frito y dos tostadas de pan integral. También había un cuenco con una macedonia de frutas y un zumo de naranja. Era mucha cantidad, sobre todo cuando no solía desayunar, pero tenía tan buena pinta que no podía resistirse.
—¿Prefieres té o café?—le preguntó Hannibal.
—Té, por favor.
Reid se sorprendió de lo delicioso que estaba el desayuno a pesar de lo sencillo que era, especialmente la carne, todo perfectamente sazonado y en su punto.
—Eres buen cocinero—comentó, comiendo el último trozo de jamón.
Hannibal sonrió, pero ni siquiera le miró.
Cuando terminó el desayuno, sin dejar casi ni una miga, su anfitrión le acompañó hasta la puerta.
—Adiós y um... Muchas gracias por...
—Ni lo menciones, por favor. Te aseguro que ha sido un verdadero placer. Espero que volvamos a vernos, Spencer—su sonrisa educada era algo desconcertante, como si le hubiera dado las gracias por cuidar de su perro o algo así. Pero el recuerdo de su apasionado rostro aquella noche se solapó en su mente y Reid volvió a sonrojarse una vez más antes de salir de la casa.


«El espíritu cree naturalmente y la voluntad naturalmente ama; de modo que, a falta de objetos verdaderos, es preciso apegarse a los falsos». Blaise Pascal.

Continuará...

3 comentarios:

  1. Jamás hubiera imaginado esta pareja de Mentes criminales, pero me ha encantado, estoy como "Quiero mas, debo saber que pasar´!! Sé que Lecter es diabólico, lo sé!! Ya no sé que pensar, diablos, solo sé que necesito saber que pasara!!! Saludos enormes, soy gran admiradora de tu trabajo... Aunque nunca comento, trataré de hacerlo mas seguido.

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    1. Me alegra que te esté gustando ^^
      La verdad es que para mí Hannibal queda bien con cualquiera, es muy fácil hacer crossovers con él.
      Para el viernes o sábado tendrás el siguiente capítulo ^^
      ¡Muchas gracias por leer y comentar!

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  2. Me gusta bastante la manera en que desarrollas la historia y como se desenvuelven los personajes.
    Quiero leer más de esta pareja.

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