Título: Eat Me, Drink Me
Fandom: Mentes Criminales (+Hannibal, +TWD)
Pareja: Aaron Hotchner x Spencer Reid & otras
Autor: KiraH69
Género: Yaoi, Slash, acción
Clasificación: +18 Advertencias: Lemon, Descripciones de escenarios, Violencia
Capítulos: 4 (1 de 4)
Resumen: Hotch adora la melena de Reid y cuando este aparece un día con el pelo corto, Hotch tiene que controlar su desagrado. Mientras, el equipo recibe un caso desde Texas, un asesino en serie que deja los cadáveres mutilados y en posiciones inusuales.
Crossover con Hannibal (cap 1 y 2), The Walking Dead (cap 3 y 4).
Nota: No me he inspirado en ninguna temporada en concreto, para el peinado pensaba en el de la temporada 9, pero el equipo no corresponde al de esa temporada, he puesto solo a los que más me gustan.
Capítulo 1
«La cortesía
ha sido definida, algo cínicamente, como un artificio de las personas
inteligentes para mantener a cierta distancia a los necios».
Ralph Waldo Emerson.
A Aaron Hotchner siempre le ha gustado el
pelo del doctor Reid. Le gusta lo brillante que es, lo suave que parece; las
decenas de tonalidades diferentes que aporta cada mechón, entre el rubio más
claro y el castaño más oscuro; le gusta que sea liso y se curve graciosamente
en las puntas; también le gusta la adorable forma que tiene Reid de colocárselo
detrás de la oreja para que después vuelva a soltarse en cuestión de segundos e
incluso el olor fresco que desprende cuando el joven pasa a su lado. Aaron
Hotchner siempre ha pensado que su subalterno tiene un pelo que podría competir
con el de cualquier mujer, con un toque que le hace único y más hermoso que el
de cualquier fémina. Lo admiraba en secreto, sin permitir que nadie se diera
cuenta, pero en absoluto –de verdad que no– en un sentido sexual, más bien como
admirar una obra de arte. Insistía en esto una y otra vez para su propio
convencimiento.
Y, entonces, un día, Reid apareció en la
oficina con el pelo corto. Pero no cualquier «corto». Adiós a esas maravillosas
ondulaciones alrededor de las orejas y el cuello, toda la mitad inferior de su
cabeza estaba prácticamente rapada. En la parte superior, los mechones sí eran
más largos, pero apenas quedaban por encima de las orejas. Sintió un terrible
impulso de mandarle a casa y ordenarle que no volviera hasta que hubiera
recuperado su precioso cabello. Pero se contuvo, manteniendo la compostura como
siempre mientras los demás miembros de la Unidad mencionaban el cambio de look.
En su lugar, apretó los dientes y tragó saliva. Aun así, no fue capaz de
sonreír ni hacer ninguna clase de comentario amable; por suerte no tenía porqué
hacerlo, tenían un caso.
—Preparaos, salimos en cinco minutos, os
daré los detalles en el avión—en la oficina, los cinco miembros del equipo
levantaron las cabezas para ver a su jefe asomado a la barandilla frente a su
despacho.
—Buenos días a ti también, Hotch—le saludó
Morgan con la mano cuando ya estaba entrando de nuevo a su despacho.
—Debe ser serio—comentó Prentiss.
Lo era, aunque no se trataba de la razón
principal de la brusquedad de su jefe.
Media hora después estaban ya asentados en
su jet de camino a Dallas, Texas.
—Es extraño que la gente de Texas pida o
acepte ayuda, debe de ser algo muy grave—nunca lo habían tenido fácil cuando un
caso caía en el Estado de Texas, ahora sí les empezaba a preocupar.
Hotch se sentó junto a Prentiss a un lado
de una de las mesas, con J. J. y Morgan de frente y David y Reid en los
asientos junto a ellos, al otro lado del pasillo. Abrió el portátil y lo puso
de cara a ellos contra la pared para que todos pudieran ver. En la pantalla
apareció la imagen de García, con sus auriculares puestos y un bolígrafo con
plumas rosas en el extremo.
—Hola, preciosa—le saludó Morgan con una
sonrisa.
—Buenos días, guapo, buenos días a todos—Penélope
correspondió con una sonrisa, que enseguida se tornó en una expresión de
preocupación—. Espero que estéis preparados porque vais de camino a uno de esos
casos que... bueno, ojalá ninguno existiera, pero este es uno de esos que
podría aparecer en una novela de Thomas Harris.
—Al grano, García—interrumpió Hotch.
—Sí, señor, lo siento.
La imagen de Penélope fue sustituida por
la de un escenario. Se trataba de un parque, con árboles de fondo llenos de
verdes hojas, frondosos arbustos y el césped de un intenso verde iluminado por
el sol y algunas flores salvajes repartidas aquí y allá. En primer plano había
un banco de piedra con respaldo de metal forjado algo oxidado. En el banco
había un hombre sentado, vestido con un traje azul con corbata roja.
—¿Lo que sujeta en el regazo es su cabeza?—preguntó
Prentiss, tratando de captar los detalles de la fotografía tomada a contraluz.
—Eso me temo, y lo que hay esparcido por
el suelo y en su mano son sus propios... su propio cerebro—explicó García.
—Déjame adivinar, las palomas se estaban
comiendo los sesos—continuó la agente.
Se oyó cómo García tragaba saliva,
incómoda ante la idea.
—Así es. Se trata de Laurence Pitt, 52
años, residente en Dallas y asesor en una sucursal del Daily Bank. Hace tres
meses desapareció en su camino de vuelta a casa un sábado por la noche tras
salir de un restaurante, en el que había cenado con unos clientes, y fue
encontrado en el parque William Blair Jr. a primera hora de la mañana siguiente
por una pareja que estaba haciendo footing.
—Murió entre la 1 y las 2 de la mañana—murmuró
J. J., leyendo el informe del forense en su tableta.
—Lo trasladó y montó el escenario de
noche, probablemente no sea un sitio por el que la gente se atreva a pasear a
esas horas—añadió Morgan.
—Murió por una sobredosis de Propofol. ¿No
tuvo nada que ver ser decapitado ni que le extrajeran el cerebro?—comentó
Rossi.
—No le extrajeron el cerebro, aún conserva
gran parte, quitando lo que tiene un su mano, lo que hay en el suelo y lo que
se comerían los pájaros y algunos otros animales. La decapitación fue
postmortem. El Propofol es un agente anestésico intravenoso de corta duración,
también usado para la sedación en las Unidades de Cuidados Intensivos. No se
puede conseguir en farmacias, pero es relativamente fácil de adquirir en
cualquier hospital—les informó Reid.
—Espera, la decapitación fue postmorten,
pero la extracción de la tapa del cráneo no—señaló Morgan—. Si de todos modos
no iba a estar consciente con el Propofol, ¿por qué no hacerlo cuando ya
estuviera muerto? No parece que nos encontremos ante un sádico, no quiere
provocar dolor, parece algo más retorcido.
—Te equivocas, Morgan—intervino de nuevo
Reid—. Puede que no quiera provocar un dolor físico, pero tal vez lo que busque
sea el sufrimiento psicológico—ante la mirada inquisitiva de sus compañeros
continuó—. El Propofol se utiliza a menudo para la sedación consciente, por
ejemplo en craneotomías en las que el paciente deba estar despierto para
realizar un mapeo cortical e identificar con fiabilidad las áreas corticales y
las vías subcorticales que participan en las funciones motrices, senso-
—Vamos, que estaba despierto mientras le
abría el cráneo—interrumpió Prentiss.
—Dado que no se ha detectado ningún otro
medicamento en su organismo, me inclino a pensar eso. Además hay que añadir
que, según el informe, utilizó una sierra eléctrica quirúrgica.
—Le abrió el cráneo e hizo algo con su
cerebro mientras estaba consciente. Sí, eso probablemente sería una tortura tan
intensa como cualquier tortura física—Rossi asintió con la cabeza en tono serio—.
¿Buscamos a un médico entonces? O alguien que no llegara a terminar la carrera
o esté estrechamente relacionado con la medicina.
—No saquéis conclusiones todavía, aún nos
quedan más víctimas.
Kacey Armitage, 34 años, residente en
Dallas y gerente del restaurante Montesquieu.
Hallada hace dos meses y una semana, en una mesa de picnic en el Trinity River
Greenbelt, el otro gran parque de la ciudad, comiendo consigo misma. A un lado
de la mesa, estaba sentada la mitad inferior de su cuerpo, dividido por la
cintura; al otro lado, la mitad superior, con los antebrazos sobre la mesa
sirviéndole de apoyo, además de dos barras metálicas que atravesaban su torso y
el asiento, sujetándolo a este. Vestía impecablemente el uniforme que llevaba
diariamente en el trabajo. Sobre la mesa había dos platos, uno para cada mitad
del cuerpo, con sus respectivos cubiertos, vasos y servilletas. En el plato
frente al torso se encontraba la lengua de la mujer, en el otro había sangre,
pero nada más. La autopsia revelaba que también había muerto por sobredosis de
Propofol después de que le cortaran la lengua y le extrajeran el hígado mediante
un corte de precisión quirúrgica, probablemente con un bisturí.
—Propofol en la sangre, también estaba
despierta. Pero esto no es una craneotomía—comentó Rossi.
—Probablemente dejó el hígado en el otro
plato y algún animal se lo llevó—sugirió Prentiss.
—Es posible, aunque los cubiertos están
perfectamente colocados, ese animal fue muy cuidadoso de no descolocar nada—el
tono de Morgan habría sido casi divertido de no ser por las imágenes que
estaban viendo.
—¿Crees que se lo llevó el asesino?
¿Trofeo?—preguntó la agente.
—O canibalismo. Pudo comérselo allí mismo
aun sin usar los cubiertos—apuntó J.J.
—Es cierto que la escenificación con los
platos puede hacernos pensar en canibalismo, pero también hay que tener en
cuenta el trabajo de la víctima: era gerente de un restaurante; esto puede
tener que ver más con su trabajo que con el canibalismo—señaló Reid.
—En ese caso conocía a la víctima. ¿Podría
conocer también al primero?—preguntó Rossi—. Aunque no había ninguna referencia
a su trabajo.
—Aún queda la víctima más reciente—intervino
de nuevo su jefe—. ¿García?
—Sí, señor. Hugh Mikkelsen, 33 años,
también residente en Dallas y trabajaba como profesor de instituto. Fue visto
vivo por última vez anoche al salir de un bar y su cuerpo ha sido descubierto
esta mañana en el Centro de Teatro de Dallas... bueno, ya podéis ver cómo.
El cuerpo desnudo, o al menos parte de él,
se encontraba sobre un escenario. Unos cables lo sostenían, directamente
enganchados perforando su piel, con el torso inclinado a 90 grados de modo que
parecía estar haciendo una reverencia al público. Sus brazos, por otro lado,
estaban perfectamente cubiertos por unas mangas de traje y camisa con gemelos,
colocados sobre una butaca de la primera fila, atravesados por unas varas de
metal para sostenerlos, con la parte superior donde se veía el músculo y el
hueso apoyada contra el respaldo y los codos sobre el asiento mientras los
antebrazos se levantaban en el aire. Las palmas estaban juntas en una posición
relajada como si estuvieran aplaudiendo.
—Aún no han realizado la autopsia, pero no
hay cortes más allá de los brazos así que parece que no han sacado ningún
órgano esta vez—les explicó Hotch.
—De no ser por el modo en que han colocado
el cuerpo no sería fácil relacionarlo con el anterior, salvo si este también ha
muerto por sobredosis de Propofol—comenzó a analizar Rossi—. Y al de la
señorita Armitage tampoco se le podría relacionar con la primera víctima de no
ser también por el Propofol. Más allá de que vivan en Dallas, no veo ninguna
relación entre los tres. ¿Tú has encontrado algo, García?
—Hugh Mikkelsen tiene una cuenta en el
Daily Bank, pero nunca ha realizado ninguna gestión en la sucursal en la que
trabajaba Pitt. No he encontrado ninguna otra relación entre ellos, lo siento.
—Está bien, García, sigue buscando.
—Lo haré, jefe. Le prometo que encontraré
algo—la ventana en la que aparecía la analista se cerró.
—Lo que no me cuadra sobre todo son los
tiempos, tres semanas entre el primero y el segundo, y más de dos meses hasta
el tercero—resumió Prentiss—. O tiene mucho autocontrol, cosa que sería posible
al ver lo organizados que son los escenarios; o ha estado matando en alguna
otra parte; o bien, algo le ha impedido matar en estos dos meses.
—García ya está buscando posibles casos
relacionados, pero, como has apuntado, dado la organización de los escenarios,
me inclino por la primera opción, el sudes tiene mucho autocontrol. Cuando
lleguemos iremos directamente al tercer escenario, he pedido que dejen el
cuerpo intacto para que podamos verlo de primera mano.
En menos de tres horas llegaron a Dallas.
Nada más salir del confortable jet con aire acondicionado, todos sintieron un
terrible impulso de quitarse hasta la última capa de ropa. Agosto en Texas no
era nada confortable, y casi al mediodía todavía menos. Dos coches negros los
esperaban en la pista de aterrizaje y los llevaron por las calles casi
desérticas de Dallas hasta el Centro de Teatro.
—Feria del Estado de Texas—leyó Prentiss
en un gran cartel—. Oh, ahora entiendo por qué nos han llamado tan rápido.
—Así es, serán unos días importantes de
fiesta y el alcalde no quiere un asesino en serie en la ciudad—explicó Hotch,
en el asiento del copiloto.
—Muchos turistas y visitantes, será fácil
pasar desapercibido y secuestrar a alguien sin que nadie se percate—añadió
Rossi—. Aunque este sudes no intenta ocultar lo que hace así que las personas
de alto riesgo no serán su prioridad.
Llegaron al Centro de Teatro. Unos cuántos
coches de policía y muchos agentes uniformados esperaban fuera, además de varias
decenas de periodistas al otro lado del cordón policial situado alrededor de la
entrada en un radio de quince metros para que no molestaran. Los seis agentes
ignoraron a los periodistas y pasaron entre los policías hasta el moderno
edificio gris con las dos plantas inferiores acristaladas. Entraron al amplio y
luminoso vestíbulo, con luces verticales colgando del techo, y la sheriff los
recibió.
—Los agentes de la Unidad de Análisis de
Conducta, imagino. Bienvenidos—la pequeña mujer de cara redondeada y pelo corto
y negro les recibió intentando sonreír, pero apenas consiguiéndolo.
—Gracias por llamarnos, Sheriff Valdez.
Soy el Agente Especial Aaron Hotchner—se presentó con un apretón de manos y
presentó al resto del equipo.
—Les agradezco que hayan venido tan
rápido, esto no es algo con lo que solamos encontrarnos y nos gustaría que no
hubiera una cuarta víctima—les dijo la sheriff.
—Nos gustaría lo mismo, por eso estamos
aquí. ¿Podríamos ver ahora el cuerpo?
—Por supuesto, acompáñenme.
Subieron varios pisos hasta encontrar en
un pasillo a unos cuántos policías, todos ellos con malas caras y, como algo
inusual, esta vez no era por la presencia del FBI. La sheriff le hizo una señal
con la cabeza a uno y este habló por la radio con alguno de sus compañeros.
—Imaginé que querrían verlo tal y como lo
dejó el asesino, con toda la parafernalia.
—Sí, sería preferible.
Unos acordes musicales comenzaron a
escaparse por la puerta frente a la que estaban los policías.
—Por favor, adelante.
Los seis agentes cruzaron la puerta a la
gran sala llena de butacas que ya habían visto en las fotos. Las luces estaban
apagadas a excepción de un foco que iluminaba el cuerpo desnudo en el centro
del escenario. La música sonaba con intensidad, envolviendo toda la sala. Tal
vez era un efecto de la luz o la postura del cuerpo, pero en un primer vistazo
resultaba difícil darse cuenta de que le faltaban los brazos y de que estaba
sostenido por unos cables. Aún parecía vivo, un actor inclinándose ante el
público ausente. Se acercaron por el pasillo central, sin perderse un detalle
de lo que el sudes había querido mostrarles. Los brazos no se veían desde el
fondo de la sala, no te percatabas de ellos hasta que llegabas frente al
escenario y te dabas la vuelta, y aun así la oscuridad los hacía difíciles de
distinguir.
Hotch hizo un gesto a los policías que
estaban en la puerta y las luces de la sala se encendieron al tiempo que la
música se apagaba.
J. J. se acercó a los brazos y se inclinó
para observarlos minuciosamente.
—Preparó las mangas específicamente para
esto—comentó.
—¿A qué te refieres?—Morgan se acercó a
ella.
—No están recortadas de un traje sin más,
ha cosido un dobladillo en los extremos para que no se deshilachen.
—Un trabajo... concienzudo.
Mientras tanto, Prentiss subió al
escenario junto a Rossi. Observaron los ganchos que penetraban profundamente en
sus caderas y sus hombros, conectándolo a los cables que lo sostenían en pie,
en esa posición inclinada a 90 grados.
—No veo más heridas que las de los ganchos
y los cortes de los brazos parecen haber sido hechos limpiamente. ¿No se ha
llevado ningún trofeo esta vez?—preguntó Rossi.
—Tal vez el hígado tampoco lo era—sugirió
Prentiss—. Parece un hombre en buena forma, considerablemente fuerte. No creo
que fuera fácil de dominar.
—No veo ningún signo de lucha en las manos—añadió
J. J.—, incluso parece como si le hubiera hecho la manicura, están demasiado
pulcras para un profesor de instituto. Puede que utilizara el Propofol para
secuestrarlo sin que forcejeara.
—O fue con el sudes voluntariamente si le
conocía.
—¿García?—los cinco agentes se giraron
para mirar a Reid mientras este llama por teléfono.
«Dime mi pequeño gran genio, ¿qué puedo
hacer por ti?», se oyó a la analista por el manos libres.
—¿El señor Mikkelsen acudía habitualmente
a teatros, operas u otros espectáculos?
«Dame un segundo... No, no hay ningún
cargo a su tarjeta ni nada que lo indique... Oh, espera, su novia sí que compró
dos entradas para la ópera hace dos semanas».
—¿Carmen?
«¿Cómo lo has adivinado?».
—La música que sonaba era Toreador, una de las canciones
principales de la ópera Carmen.
García, averigua quién más acudió ese día a esta ópera y contrasta la lista con
los clientes de Pitt y Armitage.
«¡Enseguida!», un pitido y la llamada
terminó.
—¿Crees que lo conoció aquí?
—Sabía qué ópera vio, pero además estos
diseños parecen un castigo con un humor bastante negro. Al primero parecía
llamarle idiota, diciendo que sus sesos valían para darle de comer a las
palomas. A la segunda le cortó la lengua y le extrajo el hígado, donde se
genera la bilis, parecía querer castigarla por tener mal genio o algo así. Y
puede que a este hombre no le gustara la obra, le está humillando colocándolo
desnudo sobre el escenario y obligándole a aplaudirse. No podré confirmar nada
de esto hasta hablar con las familias de las víctimas, pero es una teoría.
—J. J. y Morgan, id a hablar con las
familias. Prentiss y Rossi, a los escenarios de los crímenes y a los lugares
donde pudieron ser secuestrados. Reid, tú seguirás analizando los datos que
tenemos del sudes desde el centro de mando, pareces entender bastante bien a
este sujeto.
Mientras Reid y Hotch acompañaban a la
sheriff en su coche, los otros dos equipos tomaban los coches para ir a sus
destinos. En la oficina del sheriff ya tenían preparada su zona de trabajo, con
un tablón y toda la información sobre el caso gracias a García. Reid se
sumergió de inmediato en los papeles, extendiendo fotos de los escenarios por
la mesa y revisando datos. Le sorprendía a sí mismo, pero era capaz de ver con
bastante claridad lo que estaba intentando crear aquel sudes. Tal vez era por
la ausencia de caos, por el perfecto orden. Todo tenía sentido, o casi todo.
Aún necesitaba desvelar algunas incógnitas, unir los puntos que faltaban.
Cuando Hotch terminó de hablar con la
sheriff y de asegurarse de que todo estaba listo para su estancia allí, fue al
centro de mando. Al abrir la puerta, la imagen que lo recibió lo dejó por un
momento paralizado. Era la imagen de siempre, con Reid de pie, inclinado sobre
la mesa, llevando sus manos de un papel a otro y moviendo sus ojos de forma
casi frenética. Estaba en mangas de camisa e incluso había desabrochado el
botón superior por el calor que hacía allí a pesar del aire acondicionado, que
apenas funcionaba. Normalmente se habría quedado observando sus cabellos
cayendo alrededor de su rostro, moviéndose revoltosos de un lado a otro. Ahora,
solo veía su cuello desnudo, con un ligero brillo por el sudor, tan esbelto y
provocativo. Con los ondulados mechones cubriéndolo, nunca se había dado cuenta
de que era tan largo. Se humedeció los labios con la punta de la lengua. Podría
trazar un camino con su lengua desde la zona tras la oreja hasta la unión con
su hombro. O morder aquella preciosa nuca despejada. Qué bien quedaría con una
marca roja. Suave y salado.
—¡Wah!
El joven frente a él dio un brinco y se
apartó, chocando contra la mesa, que se sacudió. Hotch se dio cuenta entonces
de que le había besado en la nuca.
—L-lo siento, yo no-
Cuando se topó con los ojos abiertos de
par en par de Reid, mirándole sorprendido y completamente desconcertado, Hotch
se quedó sin palabras. ¿Qué explicación podía darle? ¿Qué explicación tenía
aquello? Sintió el calor subir a su rostro. Cerró la boca, apretando labios y
dientes, y tragó saliva.
—Está... bien... U-um...—Reid se dio la
vuelta incómodo, con sus mejillas tomando un tono rosado cada vez más intenso,
y no era solo por el calor de la sala—. M-mira, creo que nuestro sudes podría
haber conocido a la tercera víctima en la ópera—comenzó a explicar para
intentar aligerar la situación, viendo lo incómodo que se sentía su jefe—. Que
situara su cuerpo allí, con la misma música de la obra que vio, me dice que él
también acudió, le escogería allí y luego esperaría a tenerlo todo preparado y
encontrar el momento oportuno, probablemente acechando a la víctima para
descubrir sus horarios. Es una persona extremadamente paciente, sin duda.
—Por la posición en la que colocó a la
segunda víctima, es posible que la conociera en su restaurante—daba gracias por
poder ignorar que acababa de besar en el cuello a su subordinado—. En cuanto a
la primera, no parece que tenga nada que ver con su trabajo, puede que lo
conociera en alguna otra parte.
—Estoy analizando sus movimientos en los
días previos, pero es difícil saber qué le llevó a escogerlo. Si fue, como
imagino, algo que la víctima hizo para molestarle, entonces puede haber sido
cualquier cosa en cualquier lugar. Un empujón, una mala palabra, una
discusión... Cuando regresen J. J. y Morgan de hablar con las familias sabré
algo más.
—Bien, sigue con esto. Según su modus, va
a ser casi imposible anticipar su próxima acción, pero podríamos dar con él si
lo relacionamos con todas las víctimas, si descubrimos en qué momento y por qué
los escogió.
Salió tan pronto como pudo de la sala y
entró al baño. Se lavó la cara para intentar despejarse y aplacar el calor. Aún
sentía una increíble vergüenza y un extraño hormigueo en su vientre. Le gustaba
el pelo del joven doctor, eso lo tenía asumido y lo había llegado a aceptar
como algo natural, pero también le gustaba su cuello, y eso no era tan normal.
Además, por la reacción que había tenido, le gustaba en un sentido bastante
sexual. Hasta entonces, Hotch se había tenido a sí mismo como un hombre heterosexual,
aunque nunca lo había puesto a prueba ya que su única pareja había sido Haley.
Sin embargo, pensar en Spencer Reid, pensar en tocarle e incluso besarle, no se
sentía desagradable. ¡Pero no era el momento de pensar en eso! Sacudió la
cabeza para apartar esos pensamientos. Estaban en medio de un caso, y uno
serio, no era el momento más oportuno de dejar de ser profesional.
Un par de horas después, J. J. y Morgan
llegaron a la oficina del sheriff, pocos minutos después que el otro equipo.
—Por los lugares tan atrevidos donde dejó
los dos primeros cuerpos, aun de noche, sin duda tiene experiencia y es
atrevido—comenzó Rossi—, tiene mucha confianza en sí mismo. Los lugares donde
pudo secuestrar a la primera víctima tampoco parecen nada fáciles, es posible que
incluso lo acompañara por su propia voluntad.
—La novia de Mikkelsen nos ha dicho que no
discutió con nadie en la ópera—comenzó a informarles J. J.—, pero sí estuvo muy
desagradable porque no era algo que le gustara, acabaron teniendo una discusión
que empezó en el vestíbulo y siguió en casa.
—Puede que su comportamiento le molestara
a nuestro sudes—sugirió Prentiss.
—En cuanto a Armitage, parece que era
bastante desagradable con los clientes. El restaurante no iba muy bien y es que
muchos clientes no volvían después de acabar discutiendo con ella. Parece que
ha ido mejorando desde su fallecimiento.
—¿Y Pitt?
—Era serio y no muy amistoso, pero no han
mencionado nada de que fuera desagradable ni que discutiera con la gente. No
hacía nada que pudiera considerarse molesto.
—Tal vez no para nosotros, pero sí para el
sudes—comentó Hotch—. Creo que estamos listos para dar el perfil.
Los seis miembros se presentaron frente
los policías de Dallas.
—Nos encontramos ante un sujeto
inteligente, que pasa desapercibido, sociable, a ninguno de sus conocidos se le
habrá pasado jamás por la cabeza que se trata de un asesino—comenzó Prentiss.
—Es muy habilidoso y probablemente
refinado, le gusta el arte y es educado. Por encima de todo detesta la mala
educación, la grosería. Así es como seleccionó a sus víctimas, hicieron algo
que le desagradó—siguió Morgan.
—¿Es posible que sean dos asesinos?—interrumpió
uno de los policías—. La forma en que coloca los cuerpos lleva mucho tiempo y
trabajo, y los lugares son arriesgados para tomarse mucho tiempo.
—Es poco probable. En los casos de dos
asesinos suelen ser mentes complementarias u opuestas, uno dominante y otro
sumiso, uno metódico y otro desorganizado—explicó Reid, con amplios gestos de
sus brazos—. En este caso parece realizado por una sola mente. Sistemático,
paciente, con cierto sentido artístico –cuestionable– y gran autocontrol, no
solo por los dos meses entre un asesinato y otro, sino porque estoy
completamente seguro de que Laurence Pitt no fue su primera víctima; un
asesinato tan perfecto y calculado no puede ser el primero.
—¿Cómo se han podido pasar por alto unos
asesinatos como estos?—preguntó otro policía.
—No necesariamente son como estos. Es calculador,
los tiene planeados –la utilización de los platos y la cubertería, las varillas
para sostener los cuerpos-, no es algo que haga por necesidad imperiosa, sino
algo que ha decidido hacer–. También
hay cierta evolución, algo más de complejidad en el siguiente. Creo, estoy
seguro—rectificó con algo más de confianza—, de que ha matado antes, pero es
probable que esta sea la primera vez que realiza estos escenarios, está
experimentando. Aunque es probable que la utilización de medicamentos o métodos
quirúrgicos sea una constante dada su relación con la medicina.
—Debido su modus operandi no es posible
predecir su próximo asesinato. Es posible que mate mañana, la semana que viene
o que no vuelva a matar aquí o de este modo. Nuestra mejor opción ahora mismo
es encontrar su relación con las tres víctimas y el momento exacto en que los
escogió.
Las explicaciones de los miembros de la
Unidad de Análisis de Conducta no resultaron muy alentadoras para los policías,
tampoco lo eran para ellos mismos. Los asesinos sin un patrón concreto, los
asesinos inteligentes que matan por puro placer sin estar impulsados por una
necesidad imperiosa, eran los más difíciles de capturar ya que podían dejar de
matar cuando lo desearan en el momento en que la policía se acercara, cambiar
su metodología o victimología.
Comieron rápidamente y siguieron
trabajando en los pocos datos que tenían. No conseguían encontrar una relación
entre los asistentes a la ópera y las otras dos víctimas. Investigando a las
personas que habían comido en el restaurante Montesquieu tampoco habían conseguido nada ni lograban descubrir la
relación entre la primera víctima y el asesino. Sabían mucho y al mismo tiempo
nada que los llevara al asesino. Era frustrante.
«Señores, y señoritas, creo que tengo algo»,
les informó García desde el manos libres. «Entre los asistentes a la ópera
tenemos a dos doctores, al menos que pagaran con tarjeta. Uno de ellos estuvo
en quirófano durante toda la noche de la desaparición de Kacey Armitage, el
otro es el Dr. Frederick Chilton, director del hospital psiquiátrico Green
Oaks. Dejó la cirugía antes de terminar las prácticas y se pasó a la
psiquiatría».
—¿Le tenemos en las cámaras de seguridad?
«Am... No, señor. Para ser un edificio
nuevo, en el Centro de Teatro hay pocas cámaras y muchos puntos ciegos, no
sería difícil evitar ser grabado».
—¿Qué has encontrado sobre él? ¿Ha comido
alguna vez en el Montesquieu?—preguntó
Morgan.
«Veréis, él no pagó con su tarjeta en el
restaurante, pero hay un cargo de un parking a pocos metros del restaurante y
ese mismo día uno de los psicólogos del hospital, el Dr. Hannibal Lecter, pagó
una comida para dos personas en el restaurante. Esto fue una semana antes del
asesinato de Kacey Armitage».
—Pudo invitarle. ¿Alguna relación con
Laurence Pitt?
«No he encontrado nada directo, pero la
sucursal en la que trabajaba el señor Pitt está a un par de calles del hospital
donde trabaja el Dr. Chilton».
—¿Ese doctor tiene alguna clase de
antecedentes?—preguntó Rossi.
«Las denuncias habituales de algunos
pacientes y familiares, nada fuera de lo normal, pero tiene además bastantes
quejas por parte de compañeros y un par de denuncias por despido improcedente
desde que dirige el hospital. Aparte de eso, está limpio».
—Lo esperaba de nuestro sudes, no es
alguien impulsivo al que puedan haber detenido por violencia o similares como
suele ser habitual, pero tendrá dificultades al lidiar con el comportamiento
que considere inadecuado por parte de sus compañeros—comentó Reid—. Si hizo la
mayor parte de las prácticas de cirugía, tendrá los conocimientos suficientes
para las intervenciones que se llevaron a cabo en los cuerpos. Además, tendrá
acceso al Propofol y otros medicamentos.
—Es un buen candidato. ¿Vamos a verle?—sugirió
Morgan.
—No, primero iremos a hablar con el Dr.
Lecter para asegurarnos de que estuvo con él en el restaurante. Aunque
sospechemos que el Dr. Chilton es el sudes, no tenemos ninguna prueba en su
contra, no debemos apresurarnos.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario