Fandom: The Strain Pareja: Vasiliy Fet x Original
Autor: KiraH69
Género: Slash / Yaoi Clasificación: +18 Advertencias: Lemon
Capítulos: 3 (1 de 3)
Resumen: Una historia alternativa situada a los inicios del apocalipsis vampírico centrada en Vasiliy Fet y Elliott Kaufman, un chico al que rescata de una manada de vampiros a punto de devorarlo. Convivirán juntos en una herrería mientras Vasiliy se prepara para exterminar a las criaturas que asolan su ciudad.
Su corazón estaba latiendo tan fuerte que retumbaba en sus
oídos; respiraba agitadamente y los músculos de sus piernas dolían como si
estuvieran desgarrándose. No sabía cuánto tiempo llevaba corriendo, pero no
podía detenerse. Aquellas monstruosas criaturas estaban tan cerca que si se
detenía siquiera a comprobar si una puerta estaba abierta, le atraparían. Las
fachadas de los edificios pasaban a su lado sin que pudiera distinguir dónde se
encontraba ya. Escuchaba voces, gritos y sonidos de sirenas y disparos, pero no
tenía tiempo de prestarle atención a nada de aquello. Lo único que le
preocupaba eran los gruñidos de las criaturas, cinco la última vez que había
mirado, que se escuchaban cada vez más cerca. El mísero cuchillo que sostenía
con fuerza en su mano no serviría de nada contra todos ellos.
—¡Waaah!—gritó sorprendido y aterrado cuando algo lo agarró
del brazo y lo arrastró consigo—. ¡Suéltame, hijo de perra!—se revolvió con
todas las energías que le quedaban contra el cuerpo que se había cernido sobre
él—¡No vas a devorarme! ¡Te ma-!
Quedó en silencio y detuvo sus forcejeos cuando su cuchillo
fue agarrado. Miraba el arma y la mano que lo sujetaba por el filo. Un hilo de
sangre se deslizó hasta el mango y siguió por su mano.
—No te quemas…—murmuró.
Sintió una inmensa oleada de alivio y todo su cuerpo se
relajó, quedando tumbado sobre el suelo de la furgoneta, donde ahora veía que
estaba. Miró por primera vez al rostro de la persona que lo había arrastrado
allí dentro. No era uno de ellos, era humano. Tenía una densa perilla negra y
el pelo corto; le miraba con unos ojos azules casi transparentes (sin sangre) y
sonreía. Aunque más que una sonrisa amable, parecía una sonrisa burlona. Tragó
saliva, no sabía muy bien qué esperar. Era enorme, estaba arrodillado encima
suyo y era casi el doble que él.
—¿Ya te has tranquilizado?—le preguntó.
Asintió con la cabeza y soltó el cuchillo. Aquel hombre se
apartó, echó un vistazo al arma en su mano ensangrentada y rió.
—Entre todos los cuchillos que tenías en casa, vas y eliges
uno de plata de la cubertería buena, sin apenas filo.
—La plata les afecta, a esos… lo que sean. Cuando tocan la
plata parece que se queman.
—Lo sé, por eso es una buena elección. Un cuchillo normal
no te habría servido de nada. ¿Pero cómo sabes tú lo de la plata?—le preguntó,
mirándole de reojo.
Iba a contestar, pero de repente algo golpeó contra la
furgoneta y la sacudió. De nuevo en alerta, metió la mano en la bandolera que
llevaba colgada y sacó otro cuchillo de plata igual.
—Ya están aquí esos pesados—gruñó el hombre, pasando al
asiento del conductor—. Agárrate, nos vamos de aquí.
Arrancó la furgoneta y aceleró quemando rueda. Iba a mucha
más velocidad de la permitida, pero no había coche en la carretera contra el
que chocar. Se agarró al respaldo del asiento del copiloto, sin soltar el
cuchillo, y observó al hombre que le había rescatado. No dejaba de sonreír,
parecía divertirse con aquello.
—¿Tu nombre?
Apartó la mirada cuando le preguntó y la fijó en la
carretera.
—Elliott Kaufman.
—Vasiliy Fet. ¿Qué hacías corriendo por ahí con una manada
de parásitos pegada al culo, Kaufman?
—Estaba buscando algún lugar donde refugiarme, entonces me
topé con un par de ellos, me persiguieron y se fueron uniendo más. ¿A dónde
vamos?
—A un lugar para refugiarnos.
—¿Tienes un sitio seguro?—preguntó sorprendido.
—Sí, estaremos bien por un tiempo.
—Si tienes un lugar así, ¿qué hacías ahí?
—¿Aparte de salvarte la vida? Buscar plata. Había una
joyería ahí, pero ya la han saqueado, apenas he conseguido nada. La gente
aprovecha cualquier oportunidad.
Elliott se puso tenso cuando la furgoneta se detuvo.
—Éntrala tú—le dijo Vasiliy.
—¿Qué? Espera, ¿a dónde vas?—Elliott pasó rápidamente al
asiento del conductor cuando Vasiliy se bajó de la furgoneta.
El hombre abrió unas verjas de hierro forjado que rodeaban
el viejo edificio independiente, construido en hormigón y con dos plantas.
Cuando se lo indicó, Elliott puso en marcha la furgoneta cruzando las verjas y
Vasiliy las cerró de inmediato. Abrió la puerta del conductor y prácticamente
sacó al chico a rastras del vehículo.
—Toma, entra—le dio unas llaves y le empujó hacia la puerta
principal de acero de gran tamaño.
Elliott entró al edificio y Vasiliy movió la furgoneta
hasta que la puerta trasera quedó justo delante de la puerta de entrada y casi
pegando. De hecho, estaban tan cerca que tuvo que salir por la parte trasera
para entrar al edificio. Cerró la puerta y cruzó una barra de metal frente a ella
para que nadie pudiera abrirla.
—¿Aquí estaremos seguros?—preguntó Elliott, iluminándose
con la pantalla de su móvil.
—Este sitio es impenetrable, a menos que esas cosas
aprendan a usar lanzacohetes—Vasiliy dio la luz.
Estaban en un pasillo blanco y ancho, con un par de puertas
a los lados, un escritorio junto a una de ellas, a la izquierda, y unas
escaleras a la derecha. Era alguna clase de negocio y probablemente al menos
una de esas puertas era un despacho. Vasiliy le llevó hasta la enorme sala del
fondo que ocupaba de ancho de un extremo a otro del edificio y al menos la
mitad de lo que era de largo. Estaba llena de herramientas de trabajo, grandes
aparatos que no reconocía y un montón de objetos de metal de toda clase de los
que apenas conocía ninguno. Había un intenso olor a metal y a fuego.
—¿Qué es esto?
—Una herrería—Vasiliy dejó en el suelo una bolsa en la que
se oyeron golpes metálicos.
—¿Trabajas aquí?
—No, es de un amigo—comenzó a avivar el fuego de la fragua.
—¿Por qué viniste aquí?
—Haces muchas preguntas, pareces un niño pequeño.
Las mejillas de Elliott se ruborizaron.
—¿Qué esperas que haga?—gritó molesto—. No entiendo lo que
está pasando ahí fuera y ahora un tipo de dos metros me trae a una herrería.
Solo intento comprender aunque sea una parte de lo que estoy viviendo ahora
mismo.
Vasiliy se acercó a él. Elliott maldijo haber abierto la
boca. ¿Ahora le golpearía? No sobreviviría a un puñetazo de un hombre como
aquel, le sacaba más de una cabeza y su cuerpo era más del doble. Tuvo que
levantar la cabeza para mirarle a los ojos, estaba sonriendo. Le dio una
palmada en el hombro que casi lo tira al suelo.
—Tienes agallas, chico—rió Vasiliy. Se dio la vuelta y
regresó a la fragua—. Este es un sitio seguro, con esas puertas de metal y las
rejas en las ventanas será imposible que entren y aquí puedo prepararme unas
cuantas armas con la plata que encuentro. Además, el dueño era algo paranoico y
tiene un almacén lleno de latas de comida. Tendremos para una buena temporada.
—¿Lo mataron ellos?
—¿Qué?
—Al dueño, dices que «era», ¿lo mataron esas criaturas?
—No, murió hace unos meses, un infarto o algo así. La
esposa cerró el negocio así que no creo que venga nadie, lo cual, creo, será
mejor.
Elliott se quedó observando cómo trabajaba Vasiliy y se
sintió mal por estar allí plantado sin hacer nada. Se acercó a la bolsa que
Vasiliy había dejado en el suelo y volcó su bandolera. Cuchillos, tenedores y
cucharas cayeron con un gran estrépito. Vasiliy se dio la vuelta y rió.
—¿Qué llevas ahí? ¿Toda la cubertería?
—Sí, por si acaso. Si te sirve para fundirlo…
—¡Claro! Por cierto, ¿cómo averiguaste que la plata los
daña?
—Cuando esto empezó, fui a ver a mi madre, no contestaba
mis llamadas. Cuando llegué a su casa, estaba allí, pero… bueno, era uno de
ellos. Me atacó y le golpeé con unos cuantos objetos que tenía sobre los
aparadores. Ninguno conseguía detenerla, hasta que al final le di con una
bandeja de plata. Su cara parecía quemarse y la bandeja vibraba cuando se
reflejaba en ella. Saqué un cuchillo de la cubertería de plata y cuando volvió
a atacarme comprobé que funcionaba.
Vasiliy se le quedó mirando de reojo. Elliott miraba al
suelo con expresión decaída y los párpados entrecerrados.
—¿Mataste a tu madre?
Se sorprendió, no se esperaba aquella pregunta tan directa.
—No, ellos la mataron mucho antes, yo solo maté a una
criatura. Mi madre no habría intentado devorarme.
Volvió a ponerse la bandolera al hombro, ya vacía, y se
quedó solo con un cuchillo. No pensaba soltarlo, al menos hasta tener algo
mejor.
—¿Hay algún baño por aquí?
—La puerta frente al escritorio del pasillo.
Elliott se dirigió al baño. Sentía un nudo en la garganta.
Tenía náuseas. Los ojos le ardían. Levantó la tapa del retrete y vomitó, aunque
llevaba tiempo sin comer nada. Esperó y vomitó un par de veces más, después se
lavó la cara y se enjuagó la boca. Se miró en el espejo. Su rostro daba pena.
Su pelo castaño casi pelirrojo caía lacio sobre su frente cuando normalmente
sus rizos parecían casi una permanente. Unos cuantos pelillos anaranjados
asomaban por su mentón y mandíbula, llevaba varios días sin afeitarse (y
realmente eso era todo lo que iba a conseguir, nunca había logrado una barba
decente). Pero lo que más destacaba eran sus profundas ojeras. ¿Cuánto tiempo
llevaba sin dormir? Ya ni lo recordaba.
Retrocedió hasta que su espalda chocó con la pared opuesta
y se deslizó por ella hasta quedar sentado en el suelo. De nuevo sentía
náuseas. No podía evitarlo cuando recordaba la sensación de la bandeja chocando
contra la cara de su madre – de la que ya no era su madre –. Tragó saliva y
parpadeó varias veces para no dejar salir las lágrimas.
La puerta del baño se abrió y Elliott agarró con fuerza su
cuchillo. Cuando Vasiliy entró, suspiró aliviado y bajó el arma.
—Haz la cena. Arriba tienes una cocina—le dijo.
—No tengo hambre—respondió, agachando la cabeza para
intentar ocultar su rostro.
—Me parece genial, pero yo sí. Ya que no estás haciendo
nada, ve a cocinarme la cena—era directamente una orden.
Elliott se molestó, pero ya que le había salvado la vida
cerraría la boca. Subió al piso de arriba. La mitad de él parecía un almacén de
piezas mientras que la otra mitad era un apartamento con un dormitorio, una
cocina-comedor y un baño con ducha. Los armarios de la cocina estaban llenos de
latas de comida y otra comida no perecedera. Hizo unos espaguetis con tomate y
carne de lata. No tenían muy buena pinta, pero era lo mejor que podía hacer con
lo que disponía. Vasiliy pareció acudir al olor de la comida, entró justo
cuando dejó el plato sobre la mesa.
—Vaya, así que sabes cocinar—sonrió, sentándose a la mesa.
—¿Tú no?
—No.
—¿Y de qué has vivido hasta ahora?—preguntó mientras
fregaba.
—Lo echaba al plato y lo calentaba al microondas.
No le sorprendió, no tenía pinta de cocinillas.
—Bueno, ¿quieres que hagamos turnos para dormir?—se secó
las manos, habiendo recogido ya todo.
—No hace falta, podemos dormir de día sin preocuparnos.
—¿De día?
—¿No sabes eso? Esas criaturas no pueden salir a la luz del
sol, se queman y mueren. Fue muy estúpido de tu parte salir precisamente de
noche.
—¡Tú también saliste de noche!
—No salí de noche, se me hizo de noche.
—Bueno, da igual, solo salí porque no tuve más remedio.
Esas criaturas lograron entrar en la casa de mi madre, escapé por los pelos.
Vasiliy le miró de reojo, dejando de llevarse los
espaguetis a la boca por primera vez. Aquel chico no había dormido en días, se
le notaba en la cara. Había permanecido en la casa de su madre, probablemente
con su cadáver aún allí, despierto y alerta por si llegaban más criaturas.
—Yo estoy vigilando ahora así que vete a dormir, tienes una
cara horrible—le dijo, volviendo a comer.
—Qué amable—soltó Elliott sarcástico.
—No es nada—respondió Vasiliy también sarcástico.
Elliott fue al dormitorio y se dejó caer sobre la pequeña
cama del rincón. Estaba exhausto, física y mentalmente, pero aun así no podía
dormir. Cada vez que cerraba los ojos solo conseguía ver a aquellas criaturas
perseguirlo, aún podía escuchar sus gruñidos aterradores.
De un salto se incorporó de la cama, no soportaba seguir
intentando dormir. Se frotó la cara con las manos y dio un par de palmadas en
sus mejillas para despejarse. Se acercó a la pequeña ventana de la habitación.
Como todas, estaba protegida por unos gruesos barrotes, además del cristal. No
había duda de que era un lugar seguro, pero no se quedaba del todo tranquilo.
Esas criaturas seguían ahí fuera, seguían matando gente, devorándola y
convirtiéndola. El edificio era bajo y no podía ver sobre los tejados de las
casas cercanas, pero estaba seguro de que aún se verían los focos de luz
anaranjada, causados por incendios por toda la ciudad. También se escucharían
las sirenas de la policía, bomberos y ambulancias, de no ser por lo gruesos que
eran los cristales. Se sentó en el suelo frente a la ventana, aunque desde esa
posición lo único que podía ver era el cielo, más oscuro de lo habitual. Quería
volver a asomarse a la ventana y que todo hubiera vuelto a la normalidad, pero
no se asomaría porque sabía que no era así.
—Das pena—escuchó la voz de Vasiliy tras él.
—¿Qué?—se giró y vio al hombre en el umbral de la puerta,
ocupándolo casi por completo con su enorme envergadura.
—Que eres penoso. Recupérate de una vez y sigue adelante.
—¡¿De qué coño vas?!—se levantó del suelo y se encaró con
él, atravesando la habitación en un par de zancadas—. ¡No sabes lo que he
pasado ahí fuera, lo que he vivido estos días! ¡No tienes ningún derecho a
hablarme así! ¡Claro que estoy hecho una mierda, toda esta puta ciudad lo está!
Salvo tú, que pareces divertirte de lo lindo.
—A mí solo me pareces un niño asustado por perder a su
mamá—rió burlón.
—Hijo de-
Lanzó un puñetazo, pero ni siquiera llegó a rozarlo.
Vasiliy agarró su brazo y se lo retorció a la espalda. Elliott soltó un
quejido. Vasiliy se inclinó sobre él, con una arrogante sonrisa. Le parecía un
gigante, realmente solo era un niño a su lado.
—Tienes cojones para ser un mocoso.
—Su-suelta…—tartamudeó.
Su corazón latía con fuerza. Por mucho que forcejeara sabía
que no podría zafarse de él, podía sentir contra su pecho los fuertes músculos
pectorales bajo la ropa y no era difícil ver que los brazos duplicaban los
suyos en grosor. Si quería, podría partirle en dos. Y es lo que pensó que haría
cuando lo levantó del suelo rodeándolo con un solo brazo, pero en lugar de eso
lo llevó hasta la cama y lo tiró sobre ella.
—Duerme. Privado de sueño serás inútil.
Se dio la vuelta y salió de la habitación. Elliott se echó
a reír sin entender por qué. Tenía su propio guardaespaldas, esos bichos no
podrían hacerle nada con semejante armario a su lado. De algún modo, con la
pequeña tranquilidad que eso le daba, consiguió dormirse un rato después.
Continuará...
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