Título: Hotter
Fandom: Original
Autor: KiraH69
Imagen de portada: Purin (¡gracias! ^^)
Género: Yaoi, Sobrenatural, Vampiros
Clasificación: +18 Advertencias: Lemon, S&M, Violencia, Violación
Longitud: 6 capítulos (1 de 6)
Resumen: Guido, un ex-sacerdote que se dedicaba a cazar vampiros antes de ser expulsado de la Iglesia, se topa con Nathan, un joven vampiro que pretende devorarle pero acaba siendo devorado por él.
Capítulo
1: El Vampiro y el Sacerdote se conocen.
Deslicé
mi mano en sus entrañas. Los intestinos me envolvieron, suaves,
húmedos y calientes. Se deslizaban entre mis dedos resbaladizos como
enormes gusanos. El aroma de la sangre impregnaba el aire, rebosaba
de aquella pálida carne, y cubría cualquier otro desagradable olor.
Un cuerpo tan vivo, tan enérgico. Rodeé con mi mano el intestino
que a su vez envolvía mi verga y la sentí palpitar a través de la
fina pared.
Sus
gritos se intensificaron. Sus manos agarraron mi muñeca intentando
apartarla, arañándome, pero toda su grandiosa fuerza se hallaba
entumecida por el filo que atravesaba su corazón. Las lágrimas
rojas formaban una línea temblorosa por sus sienes y cubrían sus
ojos de oro. Gemidos incesantes salían de aquella boca de finos
labios y afilados colmillos como los de una serpiente. Lo disfrutaba,
no podía creer cuánto lo estaba disfrutando aquella criatura,
henchido por aquellas sensaciones extremas. Y porqué negarlo, yo lo
disfrutaba casi tanto como él.
Su
pene erecto, sacudiéndose como loco, no derramaba fluidos
reproductores, tan solo la sangre salía de su cuerpo. Y cuánta
sangre, parecía increíble que hubiera tanta. Empapaba el suelo,
empapaba mi piel y mi ropa. Pocas gotas debían de quedar ya en su
cuerpo y aun así se sacudía, gritaba, gemía y lloraba con
increíble energía. No habría necesitado penetrarlo, solo con
aquella magnífica visión habría sido capaz de correrme como lo
hice en sus entrañas, con una sacudida electrizante recorriendo mi
columna de extremo a extremo.
Una
hora antes.
El
olor de la basura a mi lado era nauseabundo, alguna alimaña había
rasgado las bolsas y alimentado de los desechos en su interior.
Ninguna luz iluminaba directamente el callejón, tan solo llegaba a
él un tenue resplandor de las farolas de las calles poco transitadas
a los extremos. Los muros de ladrillo de los edificios que
conformaban el callejón, ambos de cinco plantas, carecían de
ventanas. Apenas se diferenciaba la última planta del cielo negro,
ni siquiera se alcanzaba a ver la luna en aquella estrecha franja.
Era asqueroso, pero era un lugar tranquilo. Por eso lo había
escogido aquella noche para dormir. No me apetecía pelearme de nuevo
con algún mísero vagabundo por un banco en el parque, me sentía
ridículo. Pero qué digo, ahí el más miserable era yo. Había
escogido aquel lugar por la soledad, para que nadie pudiera verme en
aquel estado lamentable.
Y
ciertamente ningún humano se acercó a aquel callejón, sin embargo
se me había pasado por alto que lugares como aquel eran los
favoritos de los cazadores para atraer a sus presas y devorarlas.
Aunque esperaba que ninguno tuviera tan mal gusto como para escoger
aquel mugriento lugar para su cena. Pero me equivocaba. Poco después
de que tocaran las campanas de media noche en una iglesia cercana,
aquella criatura envuelta en un abrigo negro hasta las rodillas entró
al callejón. Su pelo blanco y frondoso parecía brillar. ¿En qué
estaba pensando? ¿No se le había ocurrido teñirlo para llamar algo
menos la atención? Con aquel cabello y la piel completamente blanca
parecía una cabeza cortada flotando en el aire, al ir vestido todo
de negro entre aquellas sombras.
Se
percató de mi presencia al instante. Se acercó a mí con una medio
sonrisa en sus labios. Parecía tener curiosidad, preguntarse si
sería comestible. No me moví, sentado contra aquella fría pared
sobre unos trozos de cartón. Quería saber cuál sería su reacción.
Sus ojos dorados, brillantes, se fijaron en los míos a través de
los cristales de mis gafas. Se paró frente a mí y se inclinó
adelantando su mano hacia mi cuello.
—Esta
es una noche realmente fría, deje que le ayude a calentarse—los
colmillos asomaron en su boca, afilados como agujas.
Fingí
mirarle con sorpresa. Sus dedos se deslizaron con fría suavidad por
mis cabellos hasta mi bufanda y al apartarla para dejar al
descubierto mi cuello un grito se ahogó en su garganta.
—Sacerdote...—murmuró.
El
tatuaje de la corona de espinas alrededor de mi cuello lo
evidenciaba. Era un símbolo de odio y terror para aquellos como él.
Antes
de que pudiera reaccionar y apartarse, agarré sus muñecas y lo
empujé contra el suelo. Saqué el cuchillo oculto en mi bota y lo
clavé sin titubear en su corazón.
—Gah...
ah... No...
Ya
apenas podía moverse, aquello paralizaba su cuerpo casi por
completo. No le mataba pero le hacía fácil de manejar. Tampoco
había atravesado por completo su corazón para que al menos pudiera
hablar, o gritar. Pero me sorprendió lo simple que me había sido
controlarle, sin duda aquel era apenas un recién nacido.
—Tranquilo,
no te mataré, no les haré el trabajo a esos malditos hipócritas.
Pero te ayudaré a calentarte esta noche tan fría—reí, abriendo
sus piernas y arrodillándome entre ellas.
—Qué...
¿Qué vas a hacer?—preguntó con una mirada aterrada en su rostro.
—A
veces es mejor no saber lo que va a suceder—susurré en su oreja y
me aparté antes de que pudiera darme un mordisco.
Me
alegré de haber escogido aquel lugar para pasar la noche, allí
nadie vería lo que estábamos a punto de hacer.
Desabroché
su abrigo, su americana, su camisa y su pantalón, aunque no me
molesté en quitárselos. Dejé al descubierto aquel pálido cuerpo,
con la misma apariencia de una escultura tallada en mármol. Pero no
tenía nada que ver con aquellos musculosos hombres griegos, esta
criatura era delgada, sin que sus músculos se marcaran en absoluto,
de suaves formas casi femeninas. Sin duda era hermoso, tanto su
cuerpo como su fino rostro juvenil. Con aquellas ropas elegantes
intentaba aparentar ser un hombre adulto, y aunque tal vez tuviera la
edad, habían detenido su tiempo en su adolescencia y aún
conservaba, y lo haría para siempre, aquellos rasgos imberbes. Sentí
crecer el bulto en mi entrepierna, anticipándose.
Casi
todos ellos solían ser hermosos, ¿para qué volver eterno algo que
no lo es? Pero este en particular despertó en mí el deseo de
mancillar su pulcro cuerpo más intensamente que ningún otro. Y no
me contuve. Saqué del bolsillo una pequeña navaja y deslicé su
filo muy lentamente sobre su pecho. Primero tan solo un leve corte y
cuando este sanó uno más profundo hasta que uno tras otro llegué a
sus vísceras entre gritos y gemidos. No se contuvo en lo más
mínimo, yo tampoco por supuesto. Por suerte era una noche fría, sí,
y no había nadie en la calle a aquellas horas para escuchar tales
sonidos lascivos.
Y
cuando ya terminé, me quedé un momento allí, jadeante, observando
cómo lentamente su piel se cerraba, cicatrizando sin dejar rastro de
la herida que yo mismo le había causado en el vientre. Arranqué el
cuchillo de su corazón y nuevamente, en esta ocasión algo más
rápido, la herida desapareció. Volvió a ser blanco y pulcro en
apenas unos minutos, una piel sin la más mínima imperfección. La
criatura también jadeaba, le resultaba difícil calmar su cuerpo y
parecía no tener fuerzas para ponerse en pie a pesar de haberse
librado de aquella atadura. Salí de su interior suavemente, arreglé
mis ropas y después las suyas, aunque no podía hacer nada con la
sangre que las cubría. Pero era de noche y con un poco de cuidado
nadie se percataría.
—¿Necesitas
algo?—le pregunté de pie junto a él.
Su
boca se abría, mostrando los brillantes colmillos. Parecía anhelar
algo para morder.
—San...
Sangre...—casi siseó suplicante. No se levantaba, parecía que sus
extremidades no le respondían.
—Mm...
Lo siento, pero sabes que yo no puedo darte eso. No puedo permitir
que bebas de mi sangre, en tu estado sin duda me succionarías hasta
la última gota, y por la misma razón no puedo traerte a nadie para
que bebas de él, no quiero llevar esa muerte sobre mi conciencia.
—Conciencia...
un sacerdote... No me hagas reír.
—Te
ruego no me llames así. Ya no soy un sacerdote. ¿Acaso has visto
alguno durmiendo en la calle?
—No...
Tampoco sé de ninguno capaz de hacerle esto a un vampiro.
—Exacto.
Me
incliné sobre él y, tirando de sus brazos, le cargué sobre mi
espalda.
—¡¿Qué
estás haciendo?!—exclamó revolviéndose.
—Estate
quieto. Tomaré la responsabilidad. Ya que no puedes moverte por mi
culpa, yo mismo te llevaré a tu casa. Y así tendré un techo bajo
el que dormir.
—¿Piensas
que dejaré a un sacerdote dormir en mi casa?—parecía reticente
pero no intentó bajarse. Sus brazos colgaron desganados frente a mí
mientras apoyaba su cabeza contra la mía.
Con
unas vagas indicaciones llegamos a su casa. Por supuesto, como todos
los de su especie en estos tiempos, no se contenía ni un pelo. Vivía
en los últimos pisos de un lujoso edificio de apartamentos, de los
más grandes de la ciudad. En mi vida había estado varias veces en
lugares como aquel y siempre había sido por trabajo.
Le
llevé hasta el dormitorio, una habitación interior sin ventanas y
con una puerta blindada. Aunque joven, al menos era cauteloso. Le
senté en la cama y le ayudé a quitarse la ropa ensangrentada. Se
dejó caer sobre el colchón mientras peleaba por mantener los ojos
abiertos.
—Dormiré
en el sofá—le dije dirigiéndome a la puerta.
—Intentarás
matarme mientras duermo—su voz se había convertido en un susurro.
—Si
quisiera matarte ya lo habría hecho, no eres precisamente un reto.
Duerme, cuando despiertes mañana por la noche te habré conseguido
algo de sangre donada.
—No
quiero esa porquería.
—Tendrás
que conformarte, es todo lo que obtendrás de mí y hasta que no
bebas un poco no podrás salir a cazar.
Cerré
la pesada puerta tras salir de la habitación y usé aquel gran piso
como si fuera mío. Me di una ducha, lavé mi ropa, comí de la
comida que aquella criatura seguramente tenía por si había visita y
me eché a dormir en el cómodo sofá. Me sentía feliz, no me había
dado cuenta hasta entonces de cuánto había añorado aquellas cosas
tan cotidianas.
En
cuanto el sol se ocultó, entré en la habitación con un par de
bolsas de sangre. Aquel joven se desperezaba en la cama, sobre las
negras sábanas arrugadas. Su blanco cuerpo destacaba entre ellas
como una luna en la noche. Sentí el calor brotar en mi entrepierna y
comencé a salivar. En cuanto di un paso hacia él, se incorporó,
aún débil. Había olido la sangre y su boca se abría queriendo
morder. Le lancé una bolsa de sangre y de inmediato clavó sus
colmillos en ella con tanta ansia que la desgarró. La sangre comenzó
a salir, siendo más la que manchaba su piel que la que llegaba a su
boca.
—Ah...
Pero mira qué desastre has hecho—el bulto en mi entrepierna
crecía. Ver aquel pálido cuerpo cubierto por la roja sangre me
excitaba desde lo más profundo—. Tómate esta con más calma o la
desperdiciarás toda.
Me
la arrebató de las manos y la devoró con la misma gula. No podía
dejar de observarle ensimismado mientras mis pantalones apretaban
cada vez más. La sangre se deslizaba por su pecho, por su vientre y
por sus muslos. Cubría aquella zona, libre de vello alguno, que
comenzaba a despertar. Me arrodillé frente a él y acaricié con mis
dedos sus rodillas, subiendo hasta llegar a sus caderas. Me incliné
y abrí mi boca para lamerlo pero de repente sentí sus brazos
alrededor de mis hombros y sus colmillos se hundieron en mi cuello.
Maldición,
estaba tan excitado que había bajado por completo la guardia.
No
podía apartarle, se aferraba a mí como una sanguijuela, aunque
tampoco me esforcé mucho. Le agarré por las nalgas y le levanté
conmigo. Sus piernas se enredaron alrededor de mi cintura, sin soltar
un momento su fuerte abrazo. Bajé mis pantalones junto a la ropa
interior, dejando que al fin mi erección fuera libre. No dudé un
instante en penetrarlo y sentí que rasgaba su interior. Tan
caliente, suave y resbaladizo por la sangre. Podía correrme en aquel
mismo momento.
Moví
mis caderas sosteniéndole en el aire y sus colmillos se hundieron
más en mi carne, succionando con más intensidad. Escuchaba sus
lascivos gemidos mientras bebía mi sangre. Sentía su polla
presionando húmeda contra mi vientre. De nuevo mi ropa se había
manchado por la sangre que le recubría.
Llegué
a mi límite. Supe que si bebía una sola gota más ya no habría
retorno. Le empujé contra la cama sin salir de su interior. Sus
afilados dientes me desgarraron al separarse bruscamente. Levanté
sus piernas agarrándole por los tobillos y seguí embistiéndolo con
todas mis fuerzas mientras sus gritos y gemidos llenaban la
habitación. Su mente estaba nublada por la sangre, no intentaba
apartarse ni matarme, solo gozaba de aquello, de la verga de un
ex-sacerdote perforando su culo y del sabor de su sangre aún en la
boca.
Su
espalda se arqueó y su pene sacudiéndose salpicó de sangre su
rostro. Sus paredes se apretaron sobre mí llevándome al límite y
eyaculé dentro de él antes de lo que esperaba.
No
quería salir de su interior, era una sensación tan agradable que me
hacía sentir mareado. O tal vez era la pérdida de sangre.
—Eres
realmente extraño para ser un sacerdote—me dijo, bajándome de las
nubes.
Salí
de su interior y me senté al borde de la cama. De nuevo mi ropa
estaba ensangrentada y tenía que lavarla.
—Te
excita la sangre y aún más que te muerda un vampiro. Se te pone
dura abriéndole el estómago a un vampiro y hurgando en sus tripas.
Eres más sádico que los vampiros que he conocido. Y aún no me has
matado. ¿Qué clase de sacerdote eres?
—Ya
te lo he dicho, ya no soy un sacerdote, precisamente por eso.
—¿Así
que te echaron por ser un degenerado?
—Algo
así. Esos hipócritas nos entrenan como a monstruos y luego se
sorprenden de que nos convirtamos en uno.
—Lo
que sigo sin entender es por qué no intentas matarme. ¿Acaso no nos
odias a muerte como todos los sacerdotes? Ellos solo piensan en
despedazarnos. ¿O es que primero quieres follarme unas cuántas
veces?
—No
te preocupes, no te mataré. Simplemente no quiero hacerles el
trabajo sucio a quienes me han dado la patada. Además... me parezco
demasiado a vosotros como para consideraros mis enemigos.
—Pero
seguro que alguno intenta matarte de vez en cuando.
—No
lo dudes, pero pronto desisten—sonreí.
—Oh~
¿Así que te dedicas a seducir vampiros, ex-sacerdote?—me susurró
al oído, inclinándose sobre mi espalda.
—Te
equivocas, son ellos los que me seducen a mí, al igual que has hecho
tú.
Sus
mejillas se ruborizaron, me miró con los ojos muy abiertos y
rápidamente se dio la vuelta.
—¡Yo
nunca haría algo como eso!—saltó de la cama y se metió al cuarto
de baño de la habitación cerrando de un portazo.
Contuve
la risa. No podía creer que fuera tan inocente. Recorrí mis dientes
con la punta de la lengua.
Esperando
a que saliera, eché a lavar mi ropa y me di una rápida ducha.
El
agua fría refrescó mi cuerpo y mis ideas. Tenía que salir pronto
de allí, debía alejarme de él. Que ya no trabajara como sacerdote
no significaba que me volviera amigo de los que habían sido mis
enemigos hasta hacía muy poco. Aunque había sido yo mismo quien
había vuelto a su apartamento aquella noche.
Salí
de la ducha y me puse una toalla alrededor de la cintura a falta de
algo más grande. Mi ropa aún estaba en la lavadora y tendría que
esperar un rato. Mirándome en el espejo, acaricié el lugar donde me
había mordido, muy cerca del tatuaje. No había una sola marca, la
saliva de aquellas criaturas tenía propiedades curativas, los
agujeros que dejaban sus colmillos desaparecían aun cuando la
víctima hubiera muerto ya, así no dejaban rastro alguno de sí
mismos que pudiera delatarles. Pero yo aún sentía su boca
succionándome y sus colmillos perforando mi piel. Recordando aquella
sensación mi entrepierna palpitó.
No,
no, no debo volver a calentarme, pensé sacudiendo la cabeza.
Salí
del baño y me senté en el sofá. Mi anfitrión salió poco después
de su dormitorio. Cuando le vi ya no pude contener la risa que había
estado aguantando las ocasiones anteriores. Me resultó adorable con
aquel traje negro de raya diplomática, con chaleco incluido y
corbata gris. Parecía un niño disfrazado con el traje de su padre.
—¡¿D-de
qué te ríes?!—se sobresaltó molesto y ruborizado.
—Dime,
¿hace cuánto que fuiste transformado?—le pregunté entre risas.
—Unos
meses...—respondió dubitativo.
—¿Solo
unos meses? ¿Así que realmente eres un adolescente?—por un
momento me sentí algo culpable. A pesar de su naturaleza, apenas era
un crío y le había hecho cosas aterradoras—. ¿Entonces por qué
te vistes así? No te sienta para nada.
—¡De
adolescente nada! Ya tengo 19 años, hace tiempo que dejé la
adolescencia. Y si no me visto así, los demás vampiros se meten
mucho conmigo por parecer tan joven.
—No
lo pareces, lo eres. Y les comprendo perfectamente, yo también tengo
ganas de meterme contigo, aún más con este aspecto de niño
queriendo parecer adulto—no era broma, sentía el calor crecer bajo
la toalla.
Con
sus mejillas cada vez más rojas, chasqueó la lengua. Se quitó la
chaqueta y la tiró a un lado, molesto.
—¿Entonces
qué debería hacer? Se burlan de un modo y se burlan de otro. ¿Tengo
que ir desnudo?—bufó, quitándose el chaleco.
—Sería
una solución, te aseguro que no se burlarían precisamente. Pero
basta con que seas tú mismo y tengas confianza. Es inevitable que se
metan contigo hasta que consigas años y experiencia, siempre es así
en cualquier sociedad, pero al menos podrás ir con la cabeza alta.
Me
miró un momento, tal vez sopesando mis palabras. Se aflojó la
corbata y se acercó a mí, quitándose los carísimos zapatos por el
camino.
—¿Cómo
te llamas, ex-sacerdote?—me preguntó, arrodillándose a horcajadas
sobre mí.
—Guido—tragué
saliva. La toalla se había levantado hasta casi abrirse.
—Guido...
¿Italiano? Así que eres de la cuna de la Iglesia—sonrió y sus
colmillos resplandecieron—. Yo soy Nathan.
—Hermoso
nombre. Parece que ambos estamos ligados a la Iglesia de un modo u
otro.
Sus
labios se acercaron a los míos, los rozaron, y susurró:
—Quiero
beber más.
Abrió
la boca, inclinándose sobre mi cuello. Sentí su aliento y por un
instante quise dejar que mordiera, pero le detuve. Le agarré por
ambos hombros y le aparté un poco de mí.
—No,
no puedes beber más de mi sangre, ya estoy en el límite. Un poco
más y quedaré inconsciente, no podré detenerte y me matarás
porque no parece que tengas mucho autocontrol.
Frunció
el ceño y chasqueó la lengua. Quiso levantarse, molesto, pero no le
solté.
—Ve
a cazar y vuelve cuando estés satisfecho. Yo te esperaré aquí y
derramaré esa sangre.
¿Pero
qué estaba diciendo? Tenía que salir de allí cuanto antes.
—¿No
vas a impedir que cace?—me preguntó mirándome extrañado.
—¿Por
qué iba a hacerlo? No te proporcionaré las víctimas, pero tampoco
impediré que te alimentes. Aunque preferiría que te conformaras con
la sangre donada.
—Ni
hablar, no tomaré más esa porquería.
Se
levantó pero en lugar de irse, se quedó observando el bulto bajo la
toalla.
—Mm...
Eso se ve doloroso—se arrodilló frente a mí e inconscientemente
se relamió los labios—. ¿Si lo aliviara ahora... luego podría
levantarse de nuevo?
—Por
supuesto—sonreí.
Sus
manos se deslizaron por mis muslos y desataron la toalla. Mi polla
estaba erecta y palpitando, estaba ansiosa por ser devorada.
Mirándola con deseo tragó saliva. Dubitativo la acarició con la
punta de los dedos. Seguramente era la primera vez que tocaba el
miembro de otro hombre, y la boca se le hacía agua. Sacó la lengua
y lamió el glande apenas con la punta. Reí enternecido por aquella
inocencia. Sus mejillas se ruborizaron y me miró ofendido. Reunió
todo su valor y abrió la boca para meter casi la mitad de la verga
en ella.
—Ten
cuidado con los colmillos, no me muerdas—le dije acariciando con
suavidad aquel cabello casi transparente.
Siguió
lamiendo y moviendo su boca torpemente, pero esto no importaba porque
solo verle hacerlo me excitaba lo suficiente. Aquella boca suave y
cálida, y el roce frío de sus colmillos, todo era más que
agradable, pero lo que más me gustaba era aquella piel pálida
ruborizada y la expresión de esfuerzo y concentración en su rostro.
En
ese momento pensé que no estaría mal quedarse un tiempo más con
aquel joven, Nathan, y enseñarle unas cuántas cosas.
Continuará...
Muy bueno, me ha gustado mucho, especialmente la parte sangrienta.
ResponderEliminarhay que bonito *0* adore el eroguro yaoi :v
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