Título: El Demonio Castigado y el Íncubo 3
Tercer Libro: "La Sangre de los Kuroichi"
Fandom: The Map of Tokyo Savage
Pareja: Hageshii ♥ Konome y muchas más...
Autor: KiraH69
Género: Yaoi, Acción, Aventura, Romance, Sobrenatural
Clasificación: +18
Advertencias: Incesto, Lemon, SM, Violencia
Capítulos: 17 (de 19)
Resumen: Los cuatro habitantes de la Casa de Té reciben una aterradora visita inesperada. El padre de Hageshii aparece exigiéndole que encuentre a su hermano, el cual se ha escapado de casa por un amor humano. Pero las cosas no son como parecen, el hermano de Hageshii esconde un secreto que arrastrará a Hageshii a luchar a través de los mundos.
Konome, Takashi y Katsuragi son personajes de Dr.Ten, el resto son originales míos.
Capítulo 17
—Konome
estate quieto, nosotros ya no podemos hacer nada, solo esperar con
calma hasta que Kuroichi regrese—le decía Katsuragi, mareado ya de
verle caminar de un lado para otro.
—¿Cómo
voy a hacer eso? Hay algo mal, sé que algo va mal. Mi interior duele
mucho...—el íncubo se agarraba el pecho con ambas manos y tenía
que contenerse mucho para no llorar.
—Es
cierto, está pasándole algo malo a Hageshii—le dijo Reitan, que
seguía siendo curado por Takashi, ya habiendo recuperado la
consciencia—. Puedo sentir cómo su aura empieza a disminuir.
Probablemente ya haya perdido—concluyó con una triste expresión
de derrota.
—¡¡No!!
¡Hagii no puede perder así! ¡Yo confío en Hagii! ¡Hagii volverá
conmigo, no me dejará así!—rompió a llorar, encogiéndose sobre
sí mismo.
—Konome...
¡Ah!—Katsuragi había intentado tocar su cabeza para consolarle
pero algo lo había repelido con una especie de calambrazo—. Qué...
demonios ha sido eso...—preguntó agarrando su mano chamuscada.
—¿Ha
creado una barrera? ¿Tiene ese poder?—Reitan se levantó
apoyándose en el exorcista.
—Quién
sabe. Este pequeño siempre nos sorprende. Pero no le vendrá nada
bien encerrarse en esa barrera en el estado en que está—sacó de
su chaqueta un sello en blanco y comenzó a escribir unos símbolos
en él.
—Ten
cuidado, no le hagas daño. Si Kuroichi le ve herido cuando regrese,
lo pagaremos muy caro—le advirtió el ojiverde, temiendo la furia
del demonio.
—Me
temo que ya no tenéis que preocuparos por eso. El aura de Hageshii
ya casi ha desaparecido. Konome va a pasarlo muy mal, está demasiado
enamorado de él. Los amores prohibidos solo pueden traer
dolor—murmuraba el demonio preparándose ya para lo que le
esperaba.
—Deja
de ser tan agorero. Confía un poco más en tu hermano. El amor de
Konome es totalmente recíproco, Hageshii le ama de forma demasiado
intensa como para separarse de él tan fácilmente—Takashi le
miraba fijamente y Reitan no podía creer la confianza que había en
ellos.
—¡Heh!
Parece que le conozco menos aún de lo que creía—rió, viendo un
atisbo de esperanza en medio de la profunda desesperación que
amenazaba por devorarle.
Takashi
le sonrió y colocó el sello sobre la barrera que el íncubo había
creado a su alrededor. Las chispas comenzaron a saltar por todas
partes y el aura alrededor del pequeño se agitó. La barrera comenzó
a aumentar de tamaño hasta que ocupó la mayor parte de la
habitación.
—¡Shinohara!
¡¿Puede saberse qué demonios has hecho?!—le gritó Katsuragi,
encogido en un rincón de la habitación para que la barrera no le
electrocutara.
—¡Na-nada!
Solo iba a romper la barrera—el exorcista estaba en otro rincón
junto a Reitan, protegiéndole con su propio cuerpo para que no se
hiriera aún más.
La
luz en el interior se volvió cegadora, impidiéndoles ver lo que
ocurría dentro. Konome no dejaba de llorar, sumido en una completa
oscuridad, llamando continuamente entre sollozos a su amante. No
podía creer ni aceptar que nunca más volvería a verlo. De pronto
sintió un frío brazo rodear su cuello y percibió el olor que tan
familiar le era.
Abrió
los ojos sorprendido, con el corazón encogido en su pecho y se
encontró con el cuerpo blanco y ensangrentado de su amante. El
brillo de sus ojos ya casi se había extinguido pero aún le miraban
con ternura.
—Ha...
gii...—susurró con su corazón saltando en su pecho, con cientos
de sentimientos agolpándose y queriendo salir a la vez.
—Lo...
sien... to... no he... podido... cumplir... mi prome... sa...—su
voz apenas era un murmullo lejano.
—¡No!
¡Hagii! ¡No quiero perder a Hagii!—se abrazó fuertemente al frío
cuerpo al que apenas le quedaban señales de vida.
—Per...
dóname...—cerró los ojos para sentir por última vez el cuerpo de
su amado.
—¡¡No!!
¡No dejaré que Hagii se aleje de mí!—tenía que salvarlo de
algún modo, no podría seguir viviendo sin el demonio a su lado, y
la única forma que conocía y que había funcionado en el pasado era
la que su propio cuerpo e instinto le pedía. Desabrochó los
pantalones de su amante, quitándose los suyos propios y se
autopenetró dificultosamente con el todavía flácido miembro ante
la sorpresa del demonio.
—Ko...
nome... que estás...
—¡No
perderé a Hagii!—se negaba a la idea de no verle nunca más.
El
íncubo se agarró al cuello de su amante y comenzó a moverse
desesperado intentando que el frío cuerpo reaccionara. Hageshii no
esperaba que aquello pudiera funcionar, pero se sentía feliz de
poder hacer el amor con él por última vez. Las lágrimas del íncubo
no dejaban de caer sobre el pecho del mayor, mezclándose con la
sangre que lo cubría. Era tal el dolor de su pecho que sentía que
podría morir en cualquier momento.
—Konome...
bésame...—le pidió con una apagada sonrisa.
El
íncubo obedeció y besó tiernamente los labios de su amante,
enredando sus lenguas en el que deseaban no fuera su último beso. El
calor del pálido cuerpo del demonio comenzó a aumentar despacio,
estimulado por el propio calor del estrecho interior del íncubo. El
aura alrededor de ambos se agitó y vibró, estimulando sus cuerpos y
alterándolos. El brazo y la mano de Hageshii comenzaron a
restaurarse a gran velocidad y las heridas que recubrían todo su
cuerpo se cerraban sin dejar rastro alguno.
¿Esto
lo está haciendo Konome?, se preguntaba el demonio sintiendo una
gran calidez recorrer todo su cuerpo.
—¡Hagii
se pondrá bien! ¡Yo protegeré a Hagii!—gritaba el pequeño
aferrándose a él, intentándose contener para no correrse primero.
Cuando
el demonio recuperó sus manos agarró de las caderas al íncubo y
comenzó a embestirlo enérgicamente mientras giraban en aquel vacío,
hasta que se corrió en su interior liberando toda su simiente. Rodeó
la cintura del íncubo con un brazo, sin dejar de entrar y salir de
la estrecha entrada mientras que con la otra mano le masturbaba y el
pequeño no tardó mucho en venirse. Konome podía sentir cómo la
energía de su amante había regresado y le hacía el amor tan
intensamente como siempre. Le miró sonriente, con sus mejillas
sonrojadas y sus ojos aún empañados por las lágrimas. Hageshii
correspondió a su sonrisa y le besó tiernamente, abrazándole
fuerte contra su cuerpo. Konome enterró la cabeza en su cuello,
enredando los dedos en los blancos cabellos mientras estos comenzaban
a crecer, agitándose locamente, llegando a envolver a ambos
demonios.
—Mi
chiquito, me has salvado—salió de su interior despacio y le cogió
en brazos.
Sus
cabellos se extendieron y tocaron los bordes de la barrera que ellos
no podía ver, haciendo saltar chispas en cada roce, rasgando la
barrera como cuando un polluelo sale de un cascarón. Cuando la
oscuridad a su alrededor desapareció pudieron ver a Katsuragi,
Takashi y Reitan encogidos en las esquinas muy atemorizados, casi
temblando.
—Ha-...
Hageshii... ¿en serio eres tú?—preguntó Takashi mirándole
pasmado.
—Eso
creo. Konome me ha traído hasta aquí y de paso me ha
salvado—contestó observando el inconsciente rostro del pequeño,
quien se había quedado sin fuerzas.
El
demonio se acercó a la cama y tumbó al íncubo sobre ella
delicadamente.
—¿Qué
es... lo que ha pasado con padre?—le preguntó Reitan con el
corazón en un puño.
—No
he podido hacerle ni un solo rasguño—contestó avergonzado de sí
mismo—. Pero ahora ya tengo el poder para acabar con él. No te
preocupes, no dejaré que sufras más.
—¡Pero!—Gritó
antes de que se marchara—. Pero no dejes que te arrebate la vida
para conseguirlo.
Hageshii
no respondió, tan solo les sonrió con gran confianza, lo que
infundió seguridad en todos. El demonio desapareció y regresó al
desierto, encontrándose de frente con su padre.
—Vaya,
ya has vuelto. Me sorprendió mucho que desaparecieras de ese modo.
Por lo que veo te has recuperado. Parece que podré divertirme un
rato más—rió el padre frotándose las manos.
—Ahora
ya no será tan fácil—murmuró sintiendo de nuevo la furia, pero
esta vez no le cegó, tenía aún la sensación del íncubo sobre su
cuerpo, que de algún modo lo calmaba.
Sus
blancos cabellos que ya llegaban por sus rodillas ondearon con el
viento, desprendiendo brillos casi cegadores. Su cuerpo totalmente
recuperado lucía ahora más enérgico que nunca y el fuego de sus
ojos quemaba con solo una mirada, más ardiente que la lava de un
volcán. Por un momento Gorou sintió un gran escalofrío por todo su
cuerpo, fue incapaz de reconocer a su enclenque hijo en aquella
imagen, que era la de un verdadero semidiós. Cuando pudo reaccionar
creó una gran espada con su propia sangre y se lanzó contra el
joven dispuesto a matarlo. Pero antes de que la espada pudiera
siquiera acercarse a su cuerpo, los cabellos de Hageshii se pusieron
enfrente de él y formaron un escudo. Más fuertes que el metal
hicieron añicos la roja espada.
—Qué...
coño...—Gorou se quedó paralizado durante unos segundos, cruzó
su mirada con la del peliblanco y su cuerpo instintivamente
retrocedió.
Los
largos cabellos se relajaron de nuevo y en el rostro de Hageshii se
dibujó una gran sonrisa.
—¿Eso
es todo?—preguntó con soberbia—. En ese caso será rápido.
Lo
cabellos se alargaron hasta alcanzar al demonio quien tuvo que
retroceder a gran velocidad, pero era inútil, los cabellos no
dejaban de perseguirle. Sus puntas se volvieron afiladas agujas que
atacaban a la mínima que podían. Al principio apenas eran leves
rasguños los que el demonio recibía, pero con cada uno de esos
rasguños un fino mechón penetraba en el interior de su cuerpo sin
que siquiera se diera cuenta. Cuando la gran melena alcanzó los 100
metros fue incapaz de crecer más y el mayor se libró de su ataque.
—¡Huhuh!
¿Decías algo?—rió aliviado, algo jadeante—. Aunque ya tengas
esa melena aún no has sacado todo tu poder, así es imposible que me
derrotes.
El
peliblanco no respondió, simplemente siguió mirándole desafiante.
El cuerpo de Gorou comenzó a sufrir extraños espasmos, sus músculos
se contraían sin control, moviendo sus extremidades como si de un
muñeco de madera se tratara. No entendía lo que le estaba sucedido,
su cuerpo no obedecía a las órdenes que enviaba su cerebro. De
pronto se fijó en que los dedos de Hageshii se estaban moviendo y de
ellos colgaban unos casi invisibles hilos en cuyo final se encontraba
un pequeño muñeco hecho por los mismos cabellos. Se dio cuenta de
que su cuerpo seguía los mismos movimientos que la marioneta.
—¿Qué
me has hecho? ¡¿Qué demonios me has hecho?!—gritó el demonio
fuera de sus casillas.
—Los
humanos lo llamarían vudú, aunque es algo mucho más sencillo.
Mientras huías de mi ataque, mis cabellos penetraron en ti y ahora
recorren todo tu cuerpo. Y yo los puedo manejar a mi antojo. Ahora
eres mi juguete igual que Reitan lo ha sido tuyo durante toda tu
vida.
—Maldito
bastardo... ¡¡Voy a destruirte!!—gritó intentando liberarse de
aquel poder.
—Demasiado
tarde.
En
un abrir y cerrar de ojos los cabellos salieron de su interior
desgarrando cada centímetro de piel, cada músculo, separándolos de
los huesos. Fue tan rápido que el demonio no pudo reaccionar. Lo que
quedó en el suelo fue un esqueleto ensangrentado y a su alrededor
pequeños trozos de carne ya irreconocibles con los blancos cabellos
manchados entre ellos. Hageshii sintió un gran alivio en todo su
ser. Cayó de rodillas al suelo con lágrimas desbordándose por sus
ojos, que eran arrastradas por el fuerte viento que azotaba en aquel
momento y a su vez agitaba los blancos cabellos. Era incapaz de
reaccionar, cientos de sentimientos se agolpaban en su pecho casi
ahogándolo. Por fin era libre.
Continuará...
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