Título: El viajero, el fabricante de té y el rey.
Fandom: Free! Pareja: Makoto ♥ Haruka; Haruka ♥ Rin; y más
Autor: KiraH69
Género: Yaoi, Romance Clasificación +18 Advertencias: Lemon
Capítulos: 2 partes (2/2)
Resumen: Basado en el ending de Free!: Splash Free!. Un viajero sediento, a punto de desfallecer en medio del desierto, llega a un reino amurallado que sufre una terrible sequía. Cuando está a punto de caer al suelo en medio de la calle, sin que nadie quiera venderle agua, un amable joven lo recoge y lo lleva a su casa.
La
intensa luz de la mañana atravesando la raída tela que cubría la
ventana le hizo despertar. Estaba solo en la pequeña habitación. El
olor a té impregnaba su piel. Se quedó un momento inmóvil,
analizando todas las sensaciones que percibía en su propio cuerpo.
Había humedad entre sus piernas y un dolor punzante en sus caderas.
Aún sentía las manos de Makoto aferrarse a él y sus labios
devorando cada rincón de su cuerpo. Acarició con la punta de los
dedos sus labios y los sintió calientes y algo hinchados. Había
sido su primer beso y también su primera vez. No podía creer que lo
hubiera disfrutado tanto y además con un chico (aunque esto último
realmente nunca le había preocupado).
Escuchó
voces de niños en alguna habitación cercana. Debían de ser los
hermanos de Makoto. Se levantó lentamente, intentando que sus
extremidades no temblaran al sostenerlo. Se puso la ropa,
cuidadosamente doblada en un rincón. Habría querido lavarse
primero, la humedad entre sus piernas se sentía incómoda, pero no
quería gastar más agua de la escasa que tenía su anfitrión. Bajó
rápidamente las escaleras cargando su mercancía, evitando la
habitación de donde salían las voces y donde había vislumbrado la
espalda de Makoto y los brazos de unos niños. No quería encontrarse
con él. No sentía vergüenza en absoluto, es más, le habría
gustado darle un último beso. Pero sabía que Makoto habría querido
darle de comer y de beber, tal vez incluso que se quedara un tiempo
allí, y tal vez en otra ocasión aceptaría, pero en aquel momento
no podía, no se sentiría bien aceptando más agua, tampoco le
sobraba la comida, y necesitaba reemprender su viaje cuanto antes.
—¡Haru-chan!—la
voz de Makoto le alcanzó justo antes de dejar la casa—. ¿Vas a
irte sin despedirte?
La
expresión de tristeza en el rostro de Makoto, como un cachorro a
punto de ser abandonado, hizo que su pecho doliera por un momento.
—Lo
siento, no quería...
No
sabía qué decir, a una sola palabra de Makoto se vería arrastrado
sin remedio. Sin embargo, para su propia sorpresa, no fue así.
Makoto sonrió amablemente, aunque no se disipó del todo la pena en
su mirada.
—Deja
aquí al camello, yo te lo cuidaré. Dile al guarda de la puerta de
palacio que vas de mi parte.
Haruka
asintió ligeramente con la cabeza y rápidamente se dio la vuelta
alejándose. Sentía que si permanecía un minuto más allí no
querría irse de aquella casa. Caminó por las polvorientas calles,
intensamente marcadas por la sequía que asolaba aquel reino y la
pobreza que derivaba de ella.
Llegó
al portón de la muralla que rodeaba el palacio, casi tan alta como
la que rodeaba la ciudad. Más allá apenas era capaz de ver unas
torres con cúpulas de oro. De una garita junto al portón salieron
dos jóvenes. El primero de ellos era bajito y de rizos dorados, con
unas ropas muy coloridas un tanto femeninas. Tenía una gran sonrisa
en el rostro y parecía muy animado. Cuando pasó frente a Haruka le
guiñó un ojo y se marchó dando ligeros saltitos. El segundo joven,
con uniforme de la guardia real, salía algo apresurado, con su
rostro ruborizado y descompuesto. Se plantó frente al portón con
lanza en ristre. Haruka, después de observar esto, se acercó a
aquel guarda. De inmediato este se puso firme y con el ceño fruncido
dijo con voz potente aunque ligeramente temblorosa.
—¡Está
prohibido el paso!
—Vengo
de parte de Makoto—respondió Haruka tranquilamente.
El
guardia, de cabellos cortos y oscuros, abrió ampliamente los ojos
tras las gafas y observó a Haruka de arriba a abajo para después
mirar de lado a lado por si alguien les estaba observando. Frunció
de nuevo el ceño y se ajustó las gafas.
—Acompáñame—le
dijo al fin y entró de nuevo a la garita con Haruka tras él.
Allí
había otra puerta, pequeña y con una gran cerradura. El guardia
sacó la tintineante llave y abrió la puerta. Inmediatamente al otro
lado había otro guarda que miró extrañado al extranjero.
—¿Rei,
qué es esto?—le preguntó al primer guarda.
—Viene
de parte de Makoto-san—se explicó.
—Oh...
Mm, está bien, acompáñame—respondió sin meditarlo mucho.
Haruka
siguió a aquel joven alto y de pelo corto y naranja, a través de
unos jardines de tierra seca con algún resto de planta casi muerta
en los rincones más a la sombra. El enorme palacio de piedra que en
algún momento fue blanca, con algunas grietas, parecía casi un
abandonado monumento en medio de las arenas. Pero en él había vida,
algunos sirvientes se veían caminar con calma, llevados por sus
tareas cotidianas. No debía de haber mucho que hacer allí, tampoco
era apropiado fatigarse con el calor abrasador que hacía y sin mucha
agua que beber para reponerse.
—¿Makoto
es alguien importante?—preguntó Haruka sintiendo curiosidad. Las
puertas se le habían abierto muy fácilmente con tan solo decir su
nombre.
—Es
el fabricante de té. Todo el reino bebe su té, al menos cuando hay
agua para ello. Incluso el rey lo toma.
Por
supuesto, aquel olor a té no podía tener otra explicación. Pero a
pesar de ello, aun siendo el fabricante de té para el propio rey,
vivía en aquellas condiciones. ¿Qué clase de rey tendrían?
Subieron
las escaleras y cruzaron las columnas grabadas con diseños de
animales. Nada más entrar a la primera estancia, Haruka sintió un
inmediato alivio. Hacía fresco, era muy tenue pero agradable, y
cuanto más avanzaban entre las paredes y suelos de mármol desnudos
más podía sentirse, y el fino vello de sus brazos se erizaba. Por
todas partes les escoltaban estatuas blancas de musculosos y
perfectos hombres, concienzudamente limpias, que casi desaparecían
en las paredes. También había figuras de animales salvajes
esculpidas en oro, con piedras preciosas como ojos y adornando su
cuerpo. Tigres, jaguares, águilas, serpientes, escorpiones... todos
en poses realmente agresivas, que parecían a punto de saltar sobre
ti.
Se
detuvieron finalmente en una antesala redonda a la que llegaban
varios pasillos, con un par de asientos forrados de rojo en el
centro. Dos guardias se erguían firmes ante una puerta de madera,
adornada con forjados de oro. El hombre que guiaba a Haruka habló
con ellos. Uno cruzó la puerta y tardó unos segundos en salir. Les
hizo una señal indicando que podían pasar.
Aquel
era el despacho del rey, uno secundario en realidad, donde a aquella
hora hacía menos calor porque no daba directamente el sol por la
ventana a sus espaldas. No era el despacho principal, tremendamente
ostentoso, donde recibía a las visitas importantes, aquel solo era
el lugar donde hacía las pesadas tareas diarias, cuando le apetecía
hacerlas.
El
rey estaba sentado en su escritorio de piedra pulida, con un turbante
rojo adornado con unas plumas que colgaban de él, una túnica blanca
que mostraba gran parte de su pecho, ajustada con un fajín negro,
una capa negra sobre sus hombros con brocados de oro y el forro
naranja, y múltiples y ostentosos collares de oro con piedras
preciosas adornando su cuello. Tenía frente a él un papiro y
jugueteaba entre sus dedos con una pluma, aburrido. Tras él había
dos guardias y en la pared a su izquierda dos sirvientes esperando
cualquier orden.
—Mi
señor, este joven viajero quería hablar con usted—se explicó el
guardia pelirrojo—. Viene con recomendación de Makoto-san.
El
rey levantó entonces la vista de sus escritos y observó a Haruka
con expresión de molestia y tedio.
—¿Qué
es lo que quieres?—preguntó secamente.
—Agua,
solo necesito un poco de agua para reemprender mi viaje—respondió
Haruka calmadamente.
—¿Qué
tienes para ofrecerme a cambio?—agitaba la pluma con la que
escribía entre sus dedos impaciente.
—Unas
cuántas alhajas, es lo que me queda para pagar. Ya me han quitado
parte de mi carga al entrar aquí, y ni siquiera es mía, la llevo
para vender en el reino próximo. Creo que con esto es suficiente—su
voz monótona no varió ni lo más mínimo.
Todos
los presentes se sobrecogieron, guardias y sirvientes, por aquella
respuesta tan atrevida y poco respetuosa. Miraron a su temperamental
rey, temiendo la peor de las reacciones. “Otra ejecución”
pensaron algunos de los guardias, dentro y fuera del despacho. Pero
la reacción no fue la que esperaban y suspiraron aliviados.
—Qué
tipo tan impertinente—salió una risa perturbadora del fondo de su
garganta—. Pero no te preocupes, hay otras formas de pagar por el
agua y tienes suerte, estoy muy aburrido.
Hizo
un leve gesto con la cabeza y de inmediato los guardias a sus
espaldas supieron lo que debían hacer. Se acercaron a Haruka, le
agarraron por ambos brazos y le obligaron a arrodillarse. Uno de
ellos levantó su camiseta hasta descubrir todo su torso y el otro
bajó sus pantalones. Se oyó una risilla del rey.
—Bien,
no está mal, puedes ser interesante—comentó observando el cuerpo
de Haruka con detenimiento.
Haruka
estaba aturdido, no comprendía lo que sucedía y durante un instante
fue incapaz de reaccionar. Pero cuando lo hizo, su rostro se
ruborizó, perdiendo ligeramente su habitual serenidad, y siguió sin
poder hacer nada, totalmente inmovilizado por los fuertes guardias.
El
guardia de pelo naranja observaba aquello con el ceño fruncido y una
mueca de desapruebo en el rostro, no le agradaba lo más mínimo pero
tampoco se atrevía a enfrentar al rey por un mero viajero, así que
simplemente agachó la cabeza y evitó mirar.
Con
un gesto el rey indicó a sus guardias que continuaran. Tumbaron a
Haruka boca abajo, levantando su trasero desnudo en pompa mientras
este se retorcía. El rey dejó la pluma en el escritorio y apartó
un poco la silla, de debajo del escritorio se levantó un joven de
pelo recto plateado y grandes ojos azul cielo. Hilos de saliva y algo
más se escurrían por las comisuras de su boca.
—Nitori,
encárgate de él—le dijo el rey acomodándose las ropas.
—Sí,
mi señor—respondió el joven con entusiasmo, relamiéndose los
labios.
Se
acercó a Haruka y se arrodilló tras él. Sin dudarlo un momento se
inclinó y besó su agujero.
—¡Hya!
¡N-no! ¡Aparta!—Haruka gritó sobresaltado, intentó apartarse
pero las manos de los guardias presionando sobre él lo impedían.
—No
te resistas, dame un buen espectáculo y tal vez te dé el agua que
necesitas—le dijo el rey, inclinado en su silla hacia delante.
Haruka
quiso responder y negarse, pero la lengua de Nitori en su trasero
hacía que todo su cuerpo se estremeciera y apenas podía respirar.
Qué sensación tan extraña y a la vez... ¿tan placentera? No, eso
no podía ser, pero la lengua de Nitori era tan experta. Haruka se
retorcía y apretaba herméticamente los labios para que no saliera
ningún vergonzoso sonido de su boca. Nitori lubricaba su agujero
casi con gula, separando con ambas manos sus nalgas.
—¿Sabe
bien, Nitori?—preguntó el rey riendo.
—Sí,
mi señor, es delicioso—respondió sin apartar la boca, dejando que
Haruka sintiera su aliento en aquel lugar. Su rostro también estaba
ruborizado y bajo su cinturón resaltaba un bulto que ya comenzaba a
humedecer la fina tela de los pantalones blancos. Se afanaba en su
tarea, deslizando ya el primer dedo en la entrada del viajero.
Aquello
no era tan agradable como lo había sentido la noche anterior con
Makoto. Haruka levantó la vista y, a pesar de su situación, miró
desafiante al rey y dijo con voz algo jadeante:
—¿Se
divierte detrás de su mesa? ¿O es que es tan poco hombre que ni
siquiera es capaz de hacer esto usted mismo? No, no sería capaz de
manejarme sin sus guardias sujetándome, ni siquiera de hacerme
soltar un solo gemido.
El
rey apretó sus afilados dientes y golpeó con el puño la mesa,
levantándose de súbitamente.
—¡Soltadlo!
¡Yo me encargaré de él!
Los
soldados y Nitori obedecieron de inmediato. Haruka, al fin libre,
permaneció en el suelo, intentando recuperar el aliento.
—¡Fuera
todos de aquí, ahora mismo!—gritó el rey.
Los
guardias intentaron replicar, temiendo que el viajero pudiera hacer
daño a su rey, pero la furiosa mirada del gobernante ahogó las
palabras en sus bocas, tampoco querían ser castigados por
desobediencia. Salieron todos del despacho, el guardia pelirrojo
mirando de reojo preocupado a Haruka, y Nitori frotando sus muslos
entre sí, apenado por no poder seguir y sin saber cómo o con quién
aliviar aquello.
Ya
solos en el despacho el rey se acercó con sus pies descalzos a
Haruka, que intentaba subirse el pantalón, y sonrió ampliamente. La
erección se notaba aún bajo sus pantalones.
—Ahora
te castigaré personalmente por tu impertinencia.
Empujó
con el pie a Haruka, tumbándolo boca arriba, y se quitó la capa
negra y naranja arrojándola a un lado. Haruka observó sus fuertes
brazos desnudos, no eran los brazos de un rey enclenque. El rey le
quitó el pantalón negro de un tirón, dejando la mitad inferior de
su cuerpo desnuda salvo por el cinturón dorado. La saliva se acumuló
en su boca observando aquel moreno cuerpo semidesnudo tan bien
moldeado. Separó bruscamente las piernas de Haruka y se arrodilló
entre ellas, volviendo a sacar la erección de entre su túnica.
Haruka sintió la punta del miembro contra su agujero, aún no le
habían dilatado del todo y sabía que iba a doler, así que apretó
los dientes.
Pero
para su sorpresa el rey fue lentamente, entrando poco a poco mientras
su respiración también se agitaba, como si se sintiera inseguro. Su
miembro no era tan grande como el de Makoto así que no resultó tan
doloroso como esperaba. El rostro cruel de aquel rey se había roto y
ahora comenzaba a verse la excitación y el deseo. Haruka lo observó
y en aquel momento, viendo sus mejillas ruborizadas, pensó que
aquello no era tan malo.
El
rey agarró sus caderas y de una embestida lo penetró por completo.
El turbante rojo adornado de plumas resbaló de su cabeza cayendo a
un lado. Haruka apenas logró contener a medias un profundo gemido y
escuchó una risa sofocada.
—Actuabas
tan engreído y ya empiezas a sonar como una mujer cuando apenas he
empezado—le dijo el rey con soberbia, a pesar de que él también
se veía agitado.
El
sudor resbalaba por su frente y los mechones de cabello rojos se
pegaban a su piel. Respiraba pesadamente y sentía cada vez más
calor en todo su cuerpo. Aquellas estrechas paredes lo envolvían tan
firme y agradablemente que apenas podía mantener su mente clara. Se
aferró a las caderas de Haruka y comenzó a moverse lentamente en su
interior.
—Nngh...
Tan apretado...—murmuró el rey, apenas pudiendo controlar su voz.
Sus
collares de oro y piedras preciosas tintineaban a cada movimiento y
la túnica poco a poco se resbalaba de sus hombros. Observando
aquella expresión de placer, a aquel rey vulnerable y abrumado por
el placer, Haruka ya no pudo contenerse más. Tiró de su brazo y lo
empujó contra el suelo, arrodillándose sobre él. El rey lo miró
confundido y antes de que pudiera reaccionar Haruka ya estaba entre
sus piernas y había apartado su túnica, que había quedado tendida
bajo él como una sábana.
—¡¿Q-qué
estás haciendo?!—exclamó con voz jadeante.
Haruka
no respondió. Levantó las piernas del rey hasta que las rodillas
tocaron su pecho y se inclinó entre sus muslos. Besó su agujero y
escalofríos recorrieron todo el cuerpo del soberano. Intentó
resistirse y forcejear, pero sintió que las fuerzas le abandonaban
por completo cuando la lengua de Haruka se abrió paso en él.
—N-no...
Pa-ara...—jadeó intentando contener los gemidos.
Aun
cuando Haruka soltó sus piernas, el rey no se apartó. Quizás
estaba tan absorbido por aquella sensación húmeda que ni siquiera
se dio cuenta de su oportunidad. Cuando ya tenía dos dedos
moviéndose en su interior y creyó que era suficiente, Haruka se
incorporó y acercó sus caderas, frotando su miembro contra la
entrada del rey.
—¡De-detente! No te atreve-
Pero
era inútil. Haruka no escuchaba sus quejas, solo podía ver su
rostro ruborizado hasta las orejas con los cabellos rojos
desordenados cayendo a su alrededor, sus ojos ardientes llorosos, su
miembro goteando, caliente, y una boca abierta que parecía rogar por
más. Sin entretenerse, presionó la punta de su verga contra el
agujero y, lenta pero constantemente, se abrió paso entre las
estrechas paredes.
El
rey intentó ocultar el rostro bajo sus brazos y ahogar sus gemidos,
pero Haruka quería verlo, se sentía atraído a él como si fuera
agua. Agarró sus brazos y los empujó contra el suelo al tiempo que
llegaba hasta lo más profundo con su miembro. El rey gimió y su
espalda se arqueó, moviendo sus caderas hacia Haruka sin
pretenderlo.
—Ca...liente...—murmuró
el rey, abrumado por aquellas sensaciones.
—Rey,
si me aprieta tanto no puedo moverme—susurró Haruka en su oreja.
El
rey se sobresaltó y avergonzado por un momento regresó a su mal
carácter.
—¡Cá-cállate!—gruñó
con voz ronca.
Haruka
decidió que tenía que ayudarle a relajarse él mismo. Le besó,
deslizando la lengua dentro de su boca antes de que pudiera cerrarla,
y sellando sus finos labios. Con aquel profundo beso el rey pareció
relajarse, sus paredes dejaron de contener a Haruka y este pudo
comenzar a moverse lentamente.
El
rey no había experimentado antes aquella clase de placer. Tenía
miedo y su orgullo luchaba por imponerse, pero al mismo tiempo no
podía evitar verse sumergido en aquellas sensaciones nuevas y
abrumadoras. Sin darse cuenta dejó poco a poco de importarle con
quién lo estaba haciendo, un pobre viajero, incluso quién era él
mismo, un poderoso rey, y se dejó llevar por las oleadas de placer
que lo inundaban con cada embestida.
Haruka
liberó sus brazos sabiendo que ya no se defendería, o al menos no
tendría fuerzas para apartarle. Deslizó sus manos por su pálido
pecho. Oh, una piel tan blanca en medio del desierto solo podía ser
la de un rey. El agua podría reflejarse en ella. Besó sus
pectorales y acarició con la punta de los dedos sus pezones rosados,
pellizcándolos con suavidad. El cuerpo del rey se agitó debajo de
él, y gimió con una voz tan dulce que el propio rey no pudo creer
que fuera suya. Pero ya no podía contenerla.
Las
embestidas se volvieron más rápidas y profundas, el calor de sus
cuerpos superó al calor del desierto, pareciendo derretirse hasta
que las barreras entre uno y otro desaparecían para fusionarse. Era
difícil respirar y el sudor resbalaba por cada centímetro de sus
pieles. Pero ninguno de los dos podía detenerse ya, había una meta
que alcanzar, un clímax que se les presentaba como un oasis y ambos
lo ansiaban como viajeros sedientos. Y pronto, al tiempo, la sed de
Haruka y del rey fue saciada por el blanco elixir, caliente y espeso.
Los
lascivos gemidos eran escuchados desde fuera, gemidos que nunca
habían escuchado a su rey, y sin embargo los guardias no se atrevían
a entrar. Cuando todo se quedó en calma no supieron qué hacer,
hasta que finalmente, pocos minutos después, Haruka salió del
despacho. Llevaba consigo una nota firmada por el rey, que entregó a
un sirviente y este se marchó corriendo.
Cuando
los guardias entraron al despacho, el rey estaba sentado tras su
escritorio. Todo parecía normal, sus ropas y su turbante estaban
correctamente puestos y el rey trabajaba en sus papeles. Sin embargo
su rostro seguía ruborizado intensamente y perlado de sudor, e
intentaba mantener una expresión serena pero le resultaba casi
imposible. Aturdidos, todos los guardias y sirvientes hicieron como
si nada hubiera pasado; si no recibían ninguna orden de su rey, lo
que sucediera en ese despacho no era asunto suyo.
En
seguida, el sirviente que se había marchado regresó con dos odres
llenos de agua. Haruka los tomó y salió del palacio acompañado por
el guarda pelirrojo, que no dijo una sola palabra al ver que no le
había pasado nada.
Haruka
regresó a casa de Makoto, que le esperaba impaciente en la puerta,
temeroso de su destino. Sus ojos se agrandaron y brillaron al verlo,
una gran sonrisa se dibujó en su rostro.
—¡¿Estás
bien?! ¡¿Ha ido todo bien?!—preguntó sin poder contener su
emoción.
—Sí—respondió
secamente. Lo cierto es que en su interior quería que le abrazara en
el entusiasmo del momento, quería sentirse envuelto por aquellos
fuertes brazos de nuevo. Pero no se atrevía a pedirlo.
Haruka
levantó uno de los odres y se lo ofreció a Makoto, este lo miró
sorprendido, pero al ver el rostro de Haruka en seguida lo entendió
y le mostró su amable sonrisa.
—Muchas
gracias—le dijo cogiendo el odre—. Tienes que irte ya, ¿verdad?
Tus cosas están listas.
Lo
cargaron todo en el camello y Haruka se dispuso a marcharse, no sin
sentir algo de pena porque no intentara retenerlo.
—Vuelve
pronto de visita, o para quedarte. Siempre serás bien recibido en
esta casa—estaba triste, pero no dejaba de sonreír.
Haruka
no podía sonreír, ni siquiera podía despedirse porque anhelaba su
abrazo, sus grandes y gentiles manos, y ni siquiera se había ido
aún. Pero Makoto pareció entenderlo al ver su rostro cabizbajo. Se
acercó a él y le abrazó con ternura. Haruka, sorprendido, ocultó
el rostro en su amplio pecho y se dejó envolver por el aroma a hojas
de té.
Antes
de perder la razón, Haruka se apartó suavemente y sin mediar
palabra se alejó con su camello y cruzó las puertas del reino sin
mirar atrás. Pero sabía, estaba seguro, de que volvería muy pronto
al reino del orgulloso rey y a la casa del fabricante de té.
FIN
wow muy buen fic me encanto sobre todo las escenas de Haru-chan y Rin-chan asdasds es hermoso *q*
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