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El viajero, el fabricante de té y el rey [p1]


Título: El viajero, el fabricante de té y el rey.
Fandom: Free!     Pareja: Makoto ♥ Haruka; Haruka ♥ Rin; y más
Autor: KiraH69
Género: Yaoi, Romance     Clasificación +18     Advertencias: Lemon
Capítulos: 2 partes (1/2)
Resumen: Basado en el ending de Free!: Splash Free!. Un viajero sediento, a punto de desfallecer en medio del desierto, llega a un reino amurallado que sufre una terrible sequía. Cuando está a punto de caer al suelo en medio de la calle, sin que nadie quiera venderle agua, un amable joven lo recoge y lo lleva a su casa.


Los intensos rayos del sol del medio día golpeaban la piel morena descubierta de su vientre y sus brazos. Había cubierto su rostro y cabeza con un turbante blanco y una bufanda azul con rallas amarillas dejando apenas una rendija en los ojos para que la arena que volaba en el fuerte viento no le molestara para avanzar. Aun así, era complicado dar un solo paso, estaba tan agotado como su camello. Llevaba más de una semana caminando por aquel abrasador desierto con el viento en contra y ya habían pasado casi dos días desde la última vez que había bebido algo. El pozo en el que iba a reaprovisionarse se había secado debido a la falta de lluvias, algo inusual a aquellas alturas en las que ya debía de haber llegado la época de lluvias.
Agotado y sediento, a punto de caer exhausto, tan solo podía pensar en el agua. Agua... La necesitaba con desesperación. ¿Pero la conseguiría antes de desmayarse en medio de aquel árido desierto y ser enterrado por siempre bajo una de aquellas dunas móviles? Sabía que en su camino había una pequeña ciudad pero desconocía a qué distancia estaba. Su mente estaba tan aturdida que había perdido la noción del tiempo y el espacio. No sabía cuánto había avanzado, ni siquiera si lo había hecho en la dirección correcta. Pero ya no tenía otra opción más que seguir avanzando.
Creyó que aquello que veía a lo lejos no era más que un espejismo como otros que ya habían sacudido su mente. Pero era poco hermoso para ser un espejismo. No era un enorme lago de agua cristalina, ni una fuente manando de las entrañas de la tierra rodeada de palmeras, era solo una muralla, alta y amarillenta, con enormes montones de arena acumulándose a su alrededor. Sin embargo solo se convenció de su existencia cuando pudo tocarla con su mano.
La rodeó hasta encontrar la puerta de entrada a pocos metros que le parecieron eternos, y llamó con las pocas fuerzas que le quedaban, casi dejándose caer sobre ella para que el sonido fuera perceptible. Agua, al fin podría conseguir algo de agua.
¡¿Quién va?!—gritó una voz desde dentro.
Nn... Un... viajero...—dijo, descubriendo la mitad inferior de su rostro, pero su voz apenas salía de su garganta y no sonó más que como un susurro.
Aun así las puertas se abrieron, chirriando pesadamente, y dieron paso a la ciudad de Aroseda. Tenía entendido que aquella había sido una ciudad rica y esplendorosa en otro tiempo, llena de comerciantes y objetos preciosos, pero desde la llegada del nuevo rey había caído en desgracia. Pudo comprobarlo al momento de cruzar las puertas. La arena se acumulaba en las calles y en puestos abandonados de tenderos. Las fachadas de las casas estaban llenas de grietas y con partes de la capa exterior descascarillada, y el olor que impregnaba el aire no era muy agradable.
Dígame su nombre y a qué ha venido—le ordenó el hombre que custodiaba la entrada.
Haruka Nanase. Solo estoy de paso, necesito agua—respondió, mirando de reojo al otro hombre que revisaba su camello.
Si quiere pasar tendrá que pagar una tasa del diez por ciento de todo lo que lleve.
¡¿Diez por ciento?! ¿De qué habla? ¡Eso es imposible!—intentaba gritar pero le resultaba casi imposible con la boca completamente seca.
Si no paga, no puede pasar, usted decide—le advirtió tajante con cara de pocos amigos, moviendo su lanza de forma amenazante.
No tenía otro remedio, necesitaba el agua a vida o muerte. Desabrochó las correas que ataban sus bultos sobre el camello y le entregó un fardo pequeño.
Muy bien, ya puede pasar—le dijo apartándose de su camino.
¿Podrían darme un poco de agua?—le preguntó.
Vaya a comprarla usted mismo—respondió de malos modos.
No podía creer que tuviera que dar otro paso más sin beber una gota de agua. Suspiró y resignado siguió adelante, arrastrando las babuchas. Pasó por delante de varios puestos abandonados y otros tantos que le dijeron que no tenían agua para venderle, no importaba lo que ofreciera por ella. Aquel lugar también estaba sufriendo la sequía. Pero estaba en su límite, ya no podía más, apenas era capaz de ver aun con los ojos abiertos.
¡Hey, cuidado!
Cuando estaba a punto de caer al suelo, perdiendo toda fuerza en sus piernas, un joven se le acercó y le sostuvo. Haruka miró hacia arriba y apenas pudo distinguir unos brillantes ojos esmeralda antes de caer inconsciente.


Antes incluso de abrir los ojos, sintió un intenso olor a hiervas impregnando el aire y el amado frescor del agua mojó sus labios. Abrió la boca pidiendo más, y unas cuántas gotas se derramaron exasperantemente lentas. Adelantó las manos y agarró a tientas el vaso que le daba de beber para sorber el agua más rápidamente.
Con calma, o te sentará mal—escuchó.
Abrió los ojos y se encontró con aquel brillo esmeralda. El joven de atractivo rostro alargado y ojos caídos le miraba con una suave sonrisa.
¿Te encuentras mejor?—le preguntó, echando un pequeño chorro de agua en el vaso.
Mm... Sí...—se incorporó lentamente y cogió el vaso que le ofrecía entre sus manos.
Mientras daba un sorbo, observó la habitación de techo bajo en la que estaba. La luz entraba con intensidad a través de una pequeña ventana e iluminaba una estancia casi vacía por completo. Apenas había unas mantas sobre las que estaba tumbado y una improvisada mesa hecha con una caja de madera, sobre la que había una lámpara de aceite junto a la jarra de agua y un plato con algo de comida. Sus pertenencias estaban colocadas en un rincón. Su anfitrión vestía una túnica verde claro con unos pantalones blancos, envuelto por una capa a rayas blancas y negras con coloridos adornos. El agradable olor a hiervas provenía de él, era olor a té.
Mi nombre es Makoto, ¿y tú eres?
Haruka.
Por cómo le habían tratado al llegar allí, se sorprendió ante la amabilidad de aquel joven, que no dejaba de sonreír.
Haruka, ¿estás de paso o vienes a comerciar?
Solo estoy de paso, cuando me aprovisione de agua me marcharé—respondió—. ¿Puedes darme un poco más?—le pidió levantando el vaso.
Oh, lo siento, pero no tengo más—contestó apenado.
Tenéis muchos problemas con el agua, ¿no?
Me temo que sí. Por la falta de lluvia hay una gran sequía y el agua está racionalizada. Y tampoco tengo dinero para comprar más.
El dinero no sirve. He intentado comprar en varias tiendas y no han querido venderme.
No, no, en las tiendas no. El agua hay que comprársela al rey, él es quien tiene pleno control sobre ella. Pero no creo que tuvieras el dinero suficiente para comprársela, todo lo que supera el límite que ha impuesto de agua por habitante es realmente caro, solo un par de familias pueden permitírselo sin perder todo lo que tienen.
Así que de eso hablaban...—murmuró Haruka pensativo, recordando todos los rumores que había oído sobre aquella ciudad—. Y aun así me diste más de un vaso. ¿Te he dejado sin agua?
Tranquilo, no te preocupes por eso. No puedo dejar tirado en la calle a un viajero sediento. Ahora come un poco, tienes que recuperar energías—le acercó el plato con una torta y unos cuántos dátiles—. Puedes pasar aquí la noche, o los días que necesites hasta conseguir agua.
Gracias—contestó con su voz monótona. Puede que su rostro inmutable no lo mostrara, pero le estaba realmente agradecido a aquel joven por lo que estaba haciendo por él, un completo desconocido, con las dificultades que ya debía de estar pasando.
Come tranquilo, voy a darles la cena a mis hermanos—le dijo levantándose y saliendo de aquella habitación.
Haruka se quedó observando el vaso vacío. Necesitaba conseguir agua fuera como fuera o no podría continuar su camino. ¿Ese nuevo rey tendría la amabilidad de darle un poco de agua, la suficiente como para llegar al próximo punto de abastecimiento? No, por supuesto que no, pero tenía que intentarlo. Llevaba consigo unas cuántas alhajas que tal vez sirvieran para conseguir aunque fuera un poco. Lo que estaba claro es que no podía pedirle una sola gota más a Makoto, que al parecer debía cuidar también de varios hermanos y tal vez se había quedado sin beber nada aquel día por dárselo a él.
Cuando terminó de comer, el sol ya casi se había puesto. Había estado inconsciente más tiempo del que creía. Le habría gustado ir aquel mismo día a ver al rey pero tendría que esperar al día siguiente, por el momento disfrutaría de una noche bajo techo. No tendría que soportar otra noche fría en el desierto pegado a su maloliente camello y cubierto con apenas una manta para despertarse por la mañana lleno de arena por todo el cuerpo. Y hablando de arena. Se levantó y se quitó toda la ropa, sacudiendo la arena que se incrustaba en cada fibra, y la dejó tendida junto a la ventana. No podía lavarla pero al menos se airearía un poco antes de ponérsela al día siguiente.
Se echó desnudo sobre las mantas y se cubrió con una de ellas, acurrucándose de lado. De inmediato el olor a hiervas le envolvió. Makoto debía de dormir con aquellas mantas y su olor se había quedado grabado en ellas. Sintió un hormigueo entre sus piernas. No podía quitarse de la cabeza aquellas dos esmeraldas que tenía por ojos. Una mirada tan dulce y amable. Sus caderas se movieron bajo las mantas. Arropado con aquellas mantas era como si le estuviera abrazando con aquellos fuertes brazos y sus grandes manos.
No pretendía hacer aquello, pero ya eran demasiados días conteniéndose en el desierto y no pudo evitar que su miembro reaccionara ante unos simples pensamientos. Llevó su mano hasta él y comenzó a acariciarlo lentamente mientras ocultaba su rostro en las mantas, ahogándose en su olor. Sin darse cuenta fue absorbido por aquel placer y no se percató de su fuerte respiración que casi llegaba a ser gemidos, ni de la puerta de la habitación abriéndose.
Makoto le miró por un momento preocupado, hasta que se dio cuenta de lo que estaba haciendo y entonces sonrió. Se acercó silenciosamente y se arrodilló a su lado.
No puedes hacer algo así en el desierto, ¿verdad?
Haruka se sobresaltó y se incorporó de un tirón, quedándose inmóvil sentado contra la pared, cubierto de pies a cabeza con la manta. Su corazón latía con rapidez en su pecho y tan fuerte que pensaba que incluso Makoto podía escucharlo.
Tranquilo, puedo echarte una mano si quieres—le dijo su anfitrión, acariciando su rodilla por encima de la manta.
Haruka se sacudió sorprendido y también aliviado porque la amable sonrisa de Makoto no desaparecería. Bajó la manta lo justo para descubrir sus ojos y allí estaba, la tierna sonrisa que esta vez tenía un tinte pervertido. Makoto deslizó una mano bajo la manta y acarició su pantorrilla, siguiendo lentamente por su muslo. Haruka se estremeció y su vello se erizó. Su toque era tan suave que le hacía volverse loco por más, pero no era capaz de pedírselo.
Makoto apartó la manta descubriendo sus piernas desnudas, tras las que intentaba ocultar su miembro ya despierto. Tragó saliva. Quería lanzarse sobre él y arrancarle por completo la manta a la que se aferraba fuertemente, pero parecía tan avergonzado que no quería asustarlo, así que fue poco a poco.
Haru-chan, separa las piernas—le pidió inclinándose sobre él.
¡¿Ha-haru... -chan?!—exclamó con voz temblorosa.
Makoto deslizó las manos por la parte interior de sus muslos y Haruka, avergonzado, abrió lentamente sus piernas, hasta dejar completamente al descubierto su erección. Makoto solo podía ver sus ojos humedecidos, tan azules como el océano, pero sabía que estaba ruborizado debajo de la manta. Llevó una mano entre sus piernas y acarició con la punta de sus dedos el miembro. Haruka se estremeció y su pene palpitó. Cerró los ojos con fuerza, no podía creer que le estuviera viendo en una pose tan vergonzosa. Makoto envolvió el miembro con su mano, frotándolo de arriba a abajo, mientras acariciaba sus muslos con la otra. La boca se le hacía agua y no pudo resistirse cuando los fluidos comenzaron a brotar. Se inclinó sobre él y lamió el miembro palpitante, para meterlo seguidamente en su boca.
N-no... Makoto... te ensuciarás—le dijo mirándole sorprendido.
Makoto miró hacia arriba y sonrió, dejándole pasmado.
Si es de Haru-chan no me molesta, no puede ser sucio—respondió, besando la punta del miembro y volviendo a meterla en su boca tan profunda como pudo.
Haruka ya no pudo más, su mente estaba aturdida y el calor le hacía sentir mareado. Soltó la manta, dejándola caer, mostrando al fin todo su cuerpo desnudo. Makoto se quedó observándolo un momento ensimismado, tan moreno y tan bien formado, con su rostro sonrojado y ojos humedecidos. Su miembro palpitó y abultó entre sus ropas, estaba impaciente.
Deslizó sus manos por el agitado pecho, llegó a sus pezones rosados y comenzó a jugar con ellos, acariciándolos con suavidad. Cuando pellizcó uno de ellos, Haruka gimió y balanceó sus caderas, llevando más profundo su pene en la boca de Makoto. Sus caricias eran tan suaves e intensas que se sentía derretir bajo ellas, su gentileza resultaba casi frustrante. Ante aquella reacción tan adorable, Makoto ya no pudo contenerse más. Se incorporó y se arrodilló entre las piernas de Haruka, deshaciéndose de la capa a rayas que le sofocaba y deslizó las manos por su espalda hasta tantear su trasero.
Haru-chan, ¿puedo seguir hasta el final?—le preguntó, entremezclando sus alientos, casi rozando sus labios.
Haruka le miró a los ojos y pudo percibir claramente su deseo. Sintió presionar contra su entrepierna el bulto que crecía bajo la ropa de Makoto. ¿Cómo podía preguntárselo? ¿Es que no veía lo ansioso que estaba? Rodeó sus hombros con los brazos y le besó desesperadamente. Buscó su lengua y su saliva resultó tan deliciosa como el agua fresca. Jugaron en ambas bocas mientras frotaban sus cuerpos y Haruka intentaba deshacerse de la molesta ropa que estorbaba.
Cuando sus labios se separaron, Makoto sonrió.
Tomaré eso como un sí.
Lamió un par de dedos de su mano derecha y los deslizó hacia el trasero de Haruka, separando sus piernas de par en par. Haruka no pudo contener un gemido cuando le sintió tanteando su entrada, y su espalda se arqueó cuando el primer dedo entró. Nunca había experimentado aquello, era una sensación extraña, pero por alguna razón no le resultaba desagradable, y parecía muy natural hacerlo con aquel joven al que apenas acababa de conocer.
Makoto rodeó su cintura con el otro brazo y, mientras movía el dedo en su interior, lamió y besó su rostro, su cuello, descendiendo muy lenta y suavemente por su clavícula y por su pecho. Metió otro dedo más y siguió moviéndolos, escuchando los dulces gemidos de Haruka, apenas audibles. Le habría gustado oírle gritar y gemir a pleno pulmón, pero se alegraba de que no fuera así o de lo contrario sus hermanos en una habitación cercana podrían oírlo.
Ma... Makoto... ya, hazlo ya—le pidió, moviendo inconscientemente sus caderas.
Debería aflojarlo un poco más—dudó, no quería hacerle daño.
Haruka le agarró por los hombros y le miró fijamente, con unos ojos suplicantes de los que se derramaban finas lágrimas.
Ah... Entendido, entendido—rió, sacando los dedos de su interior.
Se sacó el pene erecto de entre los pantalones y comenzó a frotarlo contra la entrada de Haruka, sosteniéndole por los muslos. Le estaba tentando y Haruka se quejaba, pero su agujero se contraía como si estuviera rogando por él. Finalmente le penetró, lentamente, metiendo primero el glande hasta que se acostumbró a él y luego deslizándose al tiempo que su miembro seguía creciendo, hasta alcanzar lo más profundo. Haruka se mordió el labio inferior para que un gemido no saliera de su boca.
Ya estoy por completo dentro, ¿puedes sentirlo?—le preguntó, respirando pesadamente.
Pero Haruka estaba tan tenso que no podía hablar, ni podía pensar. Makoto le miró enternecido, le resultaba adorable. Sin moverse en su interior, le besó dulcemente, acariciando y lamiendo sus labios, hasta que se relajó y volvió a mirarle con aquellos hermosos ojos marinos. Sus paredes internas lo abrazaron, aceptándolo dentro de sí. Se sentía tan bien, era tan caliente que iba a derretirse dentro de él.
Haru-chan, voy a empezar a moverme, intenta mantener la voz baja—le dijo agarrándole por las nalgas.
Haruka se abrazó a él y ahogó un grito en su cuello cuando dio la primera embestida. Makoto comenzó a sacudir sus caderas, cada vez más rápido y fuerte. Ya no podía ser gentil, los lujuriosos gemidos de Haruka en su oído le estaban provocando y se había sumido por completo en aquel placer.
Ah... Eres tan estrecho Haru-chan, me estás succionado con tanta gula...—le susurró, lamiendo su oreja.
¡Nnh!—Haruka se estremeció y le apretó aún más dentro de sí—. N-no digas... eso...
¿Por qué? Es la verdad, tu cuerpo es muy lascivo. Mira, ni siquiera me estoy moviendo, tú mismo estás balanceando tus caderas para que siga penetrándote.
Haruka se dio cuenta de que era cierto, lo había hecho inconscientemente pero no era capaz de detenerse. Aquel miembro duro y caliente en su interior le estaba volviendo loco. Makoto sonrió ante aquel rostro desbordante de placer, pero no era una sonrisa dulce ni amable, era una sonrisa perversa y pervertida. Le tumbó en el suelo y empujó sus piernas hasta juntarlas con su pecho y de una sola brutal embestida llegó hasta el fondo, estaba por completo dentro. Le penetró una y otra vez, de forma casi rítmica, sacando su pene hasta que apenas quedaba la punta dentro y volviendo a sumergirse hasta lo más profundo en cada estocada.
Haruka se cubría la boca con ambas manos, estaba sofocado, apenas podía respirar y ya no podía controlar su voz. Le estaba llenando y sentía que se desbordaba. Y antes de darse cuenta llegó al clímax, derramando sobre su pecho la abundante y espesa simiente, al tiempo que apretaba a Makoto en su interior con tanta fuerza que este también acabó eyaculando en lo más hondo de sus entrañas con una última sacudida. Se quedó un momento inmóvil, disfrutando de aquella magnífica sensación, y después lamió el pecho de Haruka, limpiando el delicioso líquido que lo manchaba. Haruka podía sentir el semen fluir dentro de sí. No sabía muy bien si era una sensación desagradable o maravillosa, pero hacía que todo su cuerpo se estremeciera. Emitió un leve gruñido a modo de protesta cuando Makoto salió de su interior.
Ya es hora de dormir, Haru-chan, estás agotado—le dijo, acariciando amablemente su cabeza.

Aquella gran mano era reconfortante, le había sostenido en todo momento con mucha gentileza y al mismo tiempo le había dado un gran placer, y ahora le hacía sentirse somnoliento y sin pretenderlo se quedó dormido allí mismo.
Continuará...

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