Título: El Agradecimiento del Conde
Fandom: Kuroshitsuji
Pareja: Sebastian ♥ Ciel ♥ Olivier (original)
Autor: KiraH69
Género: Yaoi
Clasificación: +18
Advertencias: Lemon, Sadomasoquismo
Capítulos: 3 (2 de 3)
Resumen: En la noche de las calles de Londres dos seres pelean y por su culpa Ciel está a punto de ser aplastado por unas vigas, pero un joven que regresaba a su casa le salva la vida a cambio solo de romperse un brazo, al menos en apariencia. El conde agradecido le ofrece recuperarse en su mansión, pero el joven se niega.
A
la mañana siguiente, antes de que Peach se despertara, Olivier fue a
la cocina donde Sebastian ya comenzaba a preparar el desayuno.
“¿Hay
algo en lo que pueda ayudarle?” Le preguntó a Sebastian.
“Le
agradezco mucho su intención pero no es necesario.” Respondió el
mayordomo con una sonrisa en el rostro.
“Aterradora...”
“¿Disculpe?”
“Su
sonrisa. Es tan falsa siempre que resulta aterradora. No me
malinterprete, todo el mundo es falso de vez en cuando, son normas de
la sociedad. Sin embargo todas sus sonrisas son falsas, siempre. Por
eso dan miedo, al no saber qué hay detrás de ellas.”
“Vaya,
es usted muy perceptivo.” Su sonrisa desapareció y observó a
Olivier con aquellos penetrantes ojos rojos. “Que mi amo se haya
encaprichado de ti no significa que a mí me agrade tu presencia en
la mansión.” Se acercó lentamente a él hasta estar tan solo a
unos centímetros. “Preferiría perderos a ambos de vista cuanto
antes, pero eso no está en mi mano. Y al parecer mi amo está
decidido a manteneros aquí durante un tiempo.” Sebastian le agarró
por el cuello y se acercó a su rostro has casi rozarlo. “Pero
mientras vivas aquí te mantendré vigilado, muy, muy de cerca.”
Su
profunda voz estremeció a Olivier. Sus piernas temblaban. Cuando
Sebastian le soltó cayó de rodillas. Su aliento no salía de su
garganta. Una sonrisa satisfecha se mostró en el rostro de
Sebastian.
“Me
alegra que le haya quedado claro. Puede regresar a su habitación,
aún es pronto para el desayuno.” Le dijo volviendo a su tarea,
pero Olivier no se movió del suelo. “¿Le sucede algo?” Preguntó
extrañado.
“No...
Solo deme... unos minutos.” Su respiración era pesada.
“No
es posible.” Se acercó a él y observó cómo retorcía las manos
sobre su regazo. “¿Estás erecto?” Pisó sus manos, apretando su
entrepierna.
“¡Ah!
¡P-para!” Olivier se sobresaltó.
“¿Te
has puesto así por lo que he hecho? ¿Eres masoquista?” Rió
mientras presionaba aún más y el cuerpo de Olivier se retorcía
contra su pierna.
“N-no...
Sus ojos... esos ojos...” Jadeó intentando soportarlo.
“¿Mis
ojos?” Sebastian le agarró por los cabellos y levantó su cabeza
hasta que sus ojos se cruzaron. “¿Te excitas viendo mis ojos? Eres
un verdadero pervertido.” Presionaba su entrepierna con el pie
mientras tiraba fuerte de sus cabellos.
“No...
Yo solo... amo la belleza... Nn...” Su cuerpo se sacudió.
“¿Y
crees que mis ojos son bellos? ¿Amas estos ojos demoníacos?” Se
inclinó hasta que Olivier pudo ver su reflejo en aquellos ojos de
fuego.
Su
miembro palpitó y, sin poder apartarse de los ojos del mayordomo,
derramó el semen dentro de sus pantalones. Olivier ahogó un gemido
y unas lágrimas que querían salir.
“Te
has corrido. Con mi pie pisoteando tu entrepierna y mirando mis ojos.
¿No necesitas más para eyacular? Eres un verdadero masoquista
pervertido.” Rió divertido.
Le
soltó empujándolo hacia atrás. Olivier agachó el rostro
avergonzado y se levantó dispuesto a marcharse.
“Quíteselos.”
“¿Eh?”
“Quítese
los pantalones. Tengo que lavarlos.”
“A-ahora
se los bajo.” Quería marcharse cuanto antes de allí.
“No.
Quíteselos aquí.” Le ordenó con aquella falsa sonrisa.
Olivier
se estremeció. Sus manos temblorosas bajaron hasta los pantalones.
Se sentía obligado por aquellos ojos tan fríos. No podía
desobedecer su orden. Se desabrochó los pantalones y se los quitó,
cubriéndose al mismo tiempo con ellos.
“La
ropa interior también. Está todo mojado.” Dijo como si se
estuviera preocupando de verdad por él.
El
joven pelirrojo ya no era capaz de mirarle a la cara, sus ojos
estaban fijos en las baldosas del suelo. Se la quitó, dejando que la
camisa le cubriera en parte. Sebastian extendió la mano y Olivier le
entregó la ropa. Se quedó tembloroso en la puerta de la cocina. Su
rostro estaba sonrojado hasta la nariz. Tragó saliva. No se atrevía
a salir.
“Ya
puede regresar a su habitación. Más tarde le llevaré ropa de
sirviente.”
“A-así...
regresar así...”
“¿Hay
algún problema?”
Por
aquella gran sonrisa Olivier supo que no obtendría ayuda alguna.
Salió de la cocina. No sería descubierto en aquella zona, lo que le
daba miedo era subir arriba. ¿Y si se cruzaba con el conde? Pero
tampoco podía quedarse allí. Subió rápido las escaleras, solo con
la parte superior y las botas puestas. Corrió por el pasillo tan
silencioso como pudo y se metió en su habitación. Creyó no haber
sido visto por nadie, sin embargo los ojos del Ciel vigilaban desde
la puerta entreabierta de su habitación.
“Oh
Bocchan, ¿ya está levantado?” Le preguntó Sebastian cuando entró
en su dormitorio.
“Así
es, y he podido ver a Olivier corriendo por el pasillo con el trasero
al aire. ¿Qué le has hecho?”
“Solo...
me dejó las ropas que había manchado para que las limpiara.”
Contestó sirviéndole el té.
“Ya,
claro. Puedes jugar con él pero más te vale no espantarlo.”
“Por
supuesto, no romperé su juguete.” Contestó sonriente con una
inclinación.
Con
un uniforme similar al de Sebastian pero con pajarita en lugar de
corbata, Olivier se pasó el día limpiando los rincones de la casa.
Evitó encontrarse por todos los medios con el conde y su mayordomo,
y no fue muy difícil ya que de nuevo el conde apenas paró por la
mansión.
“¿Oli,
estás bien?” Le preguntó su hermana cuando la arrastró de pronto
a una sala al escuchar al conde subir las escaleras.
“¿Eh?
Ah, sí... No pasa nada.” Le dijo forzando una sonrisa.
No
habría podido mirarles a la cara si se hubiera cruzado con ellos,
con el recuerdo de aquella mañana todavía fresco en su memoria y su
cuerpo.
Cuando
se dio la vuelta y miró el interior de la gran habitación se
sorprendió. Las paredes estaban llenas de cuadros y reconoció
muchos de ellos. Sonrió. De repente se sintió más confiado. Caminó
por la sala, pasando frente a todos los cuadros. Le costaba contener
la risa.
“Oh~
Qué bonitos~” Exclamó Peach maravillada.
“Sí,
son hermosos.” Rió divertido. “Vamos a leer un rato.” Le dijo
cuando el conde ya no estaba por el pasillo.
“¡Sí!”
En
la biblioteca Peach recorrió las estanterías buscando un nuevo
libro que leer. Le llamó la atención un libro grande de tapas rojas
con rebordes dorados.
“Mira
Oli, son fotos.”
“¿Un
álbum de fotos?”
Olivier
no sabía si podía ver aquello pero tenía mucha curiosidad. Sentado
en el sofá con su hermana, observaron las fotos que llenaban el
álbum. Los padres del conde y el propio conde de pequeño aparecían
en casi todas las fotos y otras muchas personas. Olivier sonreía,
aquel niño se veía realmente inocente. No parecía el mismo de
ahora. Pero una foto borró la sonrisa de su rostro. Era una foto de
los sirvientes.
“Oli...
¿No es este papá?” Preguntó Peach mirando la foto de cerca.
“Sí...”
“¿Vuestro
padre? ¿Qué hace en una foto de mi álbum?” Ciel entró en la
biblioteca, acercándose a ellos.
“Debió
trabajar aquí. Él era un sirviente.” Contestó Olivier con un
rostro sombrío.
En
un arrebato, arrancó la foto del libro y la hizo pedazos.
“¿Pero
qué estás haciendo?” Exclamó Ciel sorprendido.
“Lo
siento, pero no debería quedar ni rastro de ese hombre en este
mundo.” Cerró el álbum de fotos y lo dejó de nuevo en su sitio.
“¿Por
qué? ¿Qué sucedió con él? Cuéntamelo.” Le ordenó.
“Peach,
ve a tu dormitorio.” Le dijo a su hermana acariciando su cabeza.
La
pequeña se marchó sin decir nada. Ciel se sentó en el sofá con
las piernas y los brazos cruzados, dispuesto a escuchar.
“Mi
padre era un ladrón, un mal marido, un mal padre y un mal hombre.
Sabía que había trabajado para una mansión pero no sabía cuál.
Ese hombre era un adicto al juego, se endeudó con todo tipo de
gente. Para pagar esas deudas robó cosas del lugar donde estaba
trabajando, imagino que de aquí. Cuando le descubrieron le
despidieron. En aquel momento mi madre estaba embarazada de Peach.
Enfermó durante el embarazo y murió en el parto al no tener dinero
para pagar a un médico. Mi padre se suicidó días después. O lo
mataron por culpa de sus deudas, me da igual.”
“Y
entonces te quedaste solo con tu hermana.”
“Así
es.”
“¿Cuántos
años tenías?”
“Nueve.
Y creo que me las arreglé bastante bien, sigue viva.”
“Eso
parece, pero seguís siendo mendigos.”
“No
es tan fácil salir de ahí.”
No
quería hablar más de aquello así que salió de la biblioteca.
Estaba molesto, recordar aquello le enfurecía.
Por
la noche, mientras los hermanos cenaban en una sala contigua a la
cocina, Sebastian se les acercó. Olivier prácticamente enterró el
rostro en el plato.
“Mañana
tengo que ir temprano a la ciudad a hacer unos recados así que
tendrá que despertar y preparar usted a Bocchan.” No parecía de
muy buen humor.
“D-de
acuerdo.” Contestó sin levantar el rostro.
Sin
decir más Sebastian salió de allí y Olivier suspiró aliviado.
Y
como Sebastian le había pedido, a la mañana siguiente, ya más
tranquilo, Olivier fue a despertar al amo. Entró despacio, sigiloso,
en la oscura habitación. Dejó la bandeja con la taza de té y la
tetera en la mesita y abrió las cortinas. El cuerpo de Ciel se movió
bajo las sábanas y gruñó.
“Lord
Phantomhive, es hora de levantarse.”
“¿Uh?
¿Tú...?” Murmuró.
“Sebastian
me pidió anoche que le despertara ya que tenía que hacer recados
temprano en la ciudad.” Le explicó sirviendo el té.
“Oh,
sí, ya recuerdo.” Ciel se incorporó. Cogió la taza de té y tomó
un sorbo. “¿Este té lo has preparado tú?”
“Así
es. ¿Le desagrada?”
“No,
está bastante bueno para ser hecho por un principiante.”
“Muchas
gracias señor.” Hizo una leve inclinación. “¿Qué traje
desea...?”
“Antes
de eso voy a darme un baño.” Interrumpió.
“En
ese caso le prepararé la bañera.”
Olivier
volvió a ponerse nervioso. No estaba seguro de lo que tendría que
hacer y temía que si veía a Ciel desnudo le sucediera lo mismo que
con Sebastian.
“El
baño está listo.” Le dijo desde la puerta.
Ciel
entró en el baño y se quedó frente a la bañera.
“¿A
qué estás esperando?” Le preguntó a Olivier que se había
quedado en la puerta. “Quítame el camisón y lávame.”
“Sí
señor.”
Lo
que me temía...
Pensó
preocupado.
Se
quitó la chaqueta. Se acercó al conde y le quitó el blanco
camisón, dejándolo completamente desnudo. Le ayudó a entrar en la
bañera y Ciel se sumergió en el agua caliente hasta el cuello.
Suspiró relajado.
“Empieza
con el pelo.”
“Sí
señor.”
Olivier
se sentó en una banqueta junto a la bañera. Con un pequeño
recipiente cogió agua de un cubo con el brazo escayolado y puso la
otra mano sobre los ojos del conde, rociando su cabello con el agua.
Lo repitió un par de veces más y le enjabonó la cabeza. Estaba
encantado de hacerlo, su pelo era muy suave y aquel jabón tenía un
delicioso olor a flores que no pudo identificar. Aclaró el cabello,
dejándolo echado hacia atrás.
“Continúa
con el cuerpo.” Dijo el conde al ver que Olivier se quedaba quieto.
“Sí
señor.”
El
sirviente cogió una esponja y la llenó de jabón hasta que la
espuma salía de cada poro.
“Con
permiso.”
Cogió
delicadamente el brazo del Ciel y comenzó a frotarlo con suavidad.
Pronto se quedó embobado observando aquella blanca y suave piel.
Recorrió lentamente cada centímetro, olvidando por completo su
nerviosismo. Ciel le observaba de reojo, tranquilo al menos en
apariencia. Frotó ambos brazos, su espalda, su pecho. Vio aquella
cicatriz en su costado. Aquella marca a fuego. La acarició
tiernamente con los dedos y Ciel se sobresaltó. Lo había olvidado,
había sido descuidado y se la había mostrado a pesar de cuánto lo
odiaba. Pero Olivier no dijo nada, solo la observó con algo de
tristeza. Le apenaba que una piel tan hermosa hubiera sido mancillada
de tal modo. Siguió con su tarea. Frotó también sus piernas sin
atreverse a bajar mucho por los muslos. Era tan delgado y parecía
tan delicado que por un momento temió romperlo, como si fuera una
exquisita figura de porcelana.
“Ya
que te empeñas al menos debes hacer mejor tu trabajo.” Le dijo
Ciel levantándose. “Lava también esta parte.” Deslizó su mano
por su vientre hacia su pubis.
“S-sí
señor.”
Los
nervios sacudieron de nuevo su cuerpo. Apoyando una mano en su
rodilla, frotó con la esponja el plano vientre, el pubis raso,
bajando lentamente a los muslos, la cara interna de estos. Sentía
que su mano se movía sola. Perdía los nervios extasiado por aquella
pálida belleza. El pequeño miembro comenzaba a ponerse erecto. Pero
Ciel no parecía avergonzado, solo observaba las reacciones del
sirviente. Olivier comenzó a frotarlo con la esponja y llevó la
otra mano también a él sosteniéndolo con la punta de sus dedos. La
punta era rosada y asomaba cada vez más entre el prepucio. Sin darse
cuenta, Olivier se relamió los labios. Los finos dedos de Ciel se
enredaron en sus cabellos. Olivier alzó la mirada hasta aquel ojo
azul que le observaba con soberbia. Y no pudo resistirse más. Besó
la punta del miembro erecto. Lo lamió de abajo a arriba,
acariciándolo con sus dedos. Ciel se sobresaltó, no esperaba
conseguir aquella reacción. Olivier estaba ensimismado con aquella
belleza y solo quería sentirla más, olvidándose de la vergüenza y
del deber. Lo saboreó en su boca, cabía por completo en ella. Sus
manos se deslizaron por sus muslos y caderas. Su lengua lo recorría
de arriba a abajo. Las piernas de Ciel comenzaron a temblar. Ya no
podía mantener su expresión seria. Su rostro se estaba ruborizando
por el calor que sentía todo su cuerpo. La boca de Olivier era
cálida y húmeda, y parecía experta en aquello. Se agarró con
fuerza a los hombros del sirviente, apoyándose en él para no caer.
Moviendo sus caderas inconscientemente, acabó eyaculando en la boca
del joven. No dejó que una sola gota se derramara. Sabía levemente
dulce. Ciel cayó dentro del agua, salpicando a su alrededor,
jadeando. Olivier estaba en una nube y cuando bajó de ella se
sorprendió de sus propios actos. Observó al conde, agitado y con
las mejillas ruborizadas, con el cabello mojado cayendo alborotado
alrededor de su rostro.
“Ah...
Lo... Yo... ¡Ah!” No sabía qué decir, no sabía cómo
disculparse por un acto como aquel. Estaba asustado.
“Levántate.”
Le ordenó Ciel algo más tranquilo.
Olivier
se apresuró a obedecer. Todo su cuerpo estaba temblando y apenas le
respondía.
“Qué
chico, ni siquiera sabes controlar tu cuerpo. Incluso te has puesto
duro solo con eso. ¿No es doloroso?” Rió por lo bajo.
“Adelante, puedes desahogarte.”
“¿Eh?”
Olivier no lo entendió. ¿Por qué no le estaba gritando y echando
de allí?
“Baja
tus pantalones y mastúrbate. Es una orden.” Dijo firme.
El
cuerpo de Olivier se estremeció. Aquel ser tan hermoso le estaba
dando una orden y Olivier no era capaz de negarse de forma alguna.
“Sí
señor.”
Olivier
desabrochó sus pantalones y los dejó caer hasta sus rodillas. Su
miembro palpitaba erecto. A pesar de la vergüenza que le abrumaba y
ante la mirada del conde, Olivier llevó las manos a su miembro. Sus
dedos temblaban y no era capaz de continuar.
“¿A
qué esperas? No pretenderás hacerme creer que nunca lo has hecho,
¿verdad? Por cómo acabas de hacerme la felación, estoy seguro de
que lo has hecho muchas veces antes. ¿Con cuántos hombres has
estado?” Le preguntó, observándole recostado en la bañera.
“U-um...
yo...”
“Bocchan.”
Sebastian asomó por la puerta del cuarto de baño.
“Oh,
ya has regresado. Justo en el momento adecuado. ¿Qué tal si le
echas una mano a nuestro joven invitado?”
Olivier
estaba inmóvil, temblando, con los ojos fuertemente cerrados.
“¿Qué
desea que haga?” Preguntó Sebastian acercándose al pelirrojo.
“Una
felación. Ya que él me ha hecho ese favor vamos a devolvérselo.”
“Sí
Bocchan.”
Cuando
escuchó arrodillarse a Sebastian, Olivier reaccionó.
“¡Qué-!
N-no... ¡No! Para...”
Intentó
apartarse de Sebastian pero su brazo le rodeó la cintura.
“Es
una orden del amo. Debemos obedecer.” Le dijo Sebastian con aquella
falsa sonrisa.
Va
a matarme. Va a matarme. Quiere matarme.
Pensó
Olivier, sabiendo cuánto debía repugnarle aquello a Sebastian. Si
antes le odiaba seguramente a esas alturas ya estaría planificando
su muerte.
Sebastian
recorrió con sus labios el miembro. Lamió el glande y lo mordió
con suavidad.
“¡Wah!”
Olivier se estremeció y sus piernas le fallaron. Cayó al suelo de
culo.
Escuchó
las risas de Sebastian y Ciel. Su rostro se ruborizó aún más, ya
no se diferenciaba mucho de su cabello. Sebastian se inclinó sobre
su entrepierna y se metió el miembro en la boca. Los brazos de
Olivier no le sostenían, acabó tumbado boca arriba en el suelo. No
podía resistirse. El placer que estaba sintiendo por la boca de
Sebastian le estaba nublando la cabeza. Ciel observaba atentamente,
se apoyó sobre el borde de la bañera para verlo más de cerca. Los
gemidos salían de los labios de Olivier a pesar de taparse la boca
con la mano.
“Mírame.”
Dijo Sebastian sacando el miembro de su boca por un momento.
“Mírame.” Repitió varias veces hasta que Olivier al fin le
escuchó.
El
joven le miró. Se encontró con aquellos ojos rojos que le
observaban llameantes. No necesitó más, se vino con un fuerte
gemido. Con su miembro envuelto en los dedos de Sebastian derramó el
semen sobre su propio vientre, manchándose la camisa también.
Sebastian sonrió, le había sido muy fácil controlarlo.
Olivier
se quedó jadeando en el suelo mientras Sebastian se levantaba y
atendía al conde, sacándolo de la bañera y secando su cuerpo.
“Bocchan,
hoy tiene visita, llegará pronto.” Le dijo Sebastian secando sus
piernas.
“Oh,
es cierto.” Sebastian le puso el parche en el ojo. “Has hecho un
buen trabajo Olivier, puedes ir a descansar.” Le dijo Ciel saliendo
del baño.
Olivier
se quedó un largo rato allí tumbado. Estaba completamente
avergonzado. No podía creer lo que acababa de hacer.
Torpemente
se levantó y se vistió. Fue directo a su dormitorio y se metió
bajo las sábanas.
“¿Oli?
¿Estás bien?” Le preguntó su hermana, que se acababa de
levantar.
“Sí...
Ve a desayunar a la cocina.” Contestó desde debajo de las sábanas.
“¿Tú
no vienes?”
“Ya
desayuné.”
“Um...
Vale.”
La
pequeña salió de la habitación y poco rato después entró
Sebastian sin molestarse en llamar a la puerta.
“Le
dejo aquí su traje. Bocchan insiste en que lo lleve, dice que le
sienta mejor que el de sirviente.” Lo colocó sobre la silla y se
marchó.
El
silencio se hizo en la habitación. Olivier estuvo largo rato tumbado
en la cama. Su camisa mojada se sentía incómoda y al final tuvo que
levantarse. Se dio un largo baño de agua fría. Se frotó el cuerpo
una y otra vez pero la sensación de vergüenza no desaparecía. Se
puso el traje de pantalones burdeos con las botas altas y salió de
la habitación. Bajó hasta la cocina y al no ver a Peach se extrañó.
“¿Dónde
está Peach?” Le preguntó a Sebastian al verlo entrar en la
cocina. No se atrevió a levantar la mirada, ni siquiera a volverse
hacia él.
“Desayunando
con Bocchan y el invitado en el comedor. Bocchan a dicho que vaya
usted también cuando se levante.” En el rostro de Sebastian se
dibujaba una perversa sonrisa.
Lo
tenía allí de nuevo, en la cocina los dos solos. Podía jugar un
rato con él pero después de lo de aquella mañana quizás sería
demasiado así que lo dejó ir.
Olivier
se dirigió al comedor y al llegar vio a Peach sentada a la mesa
junto al conde y a los invitados al otro lado. Era un hombre chino de
pelo corto y negro con casaca larga verde y una voluptuosa mujer del
mismo origen de pelo largo trenzado y un vestido azul tan corto que
ni siquiera cubría sus piernas, envueltas en medias negras. Ella
estaba sentada en su regazo, abrazándose a su cuello.
“Olivier,
ven a desayunar con nosotros.” Le invitó Ciel al ver que no se
movía de la puerta.
“Hoh~
¿Pero quién es este jovencito?” Preguntó el hombre chino
sonriente.
“Es
Olivier, el hermano de Peach. Olivier, estos son Lau y Ranmaru,
unos... amigos.”
“Es
un placer conocerlos.” Les dijo con una inclinación. Se sentó a
la mesa junto a su hermana y se sirvió una taza de té.
“Lo
mismo digo, jovencito. Según me ha dicho Ciel, eres un arista muy
prometedor y sufriste un desafortunado accidente mientras le estabas
pintando un cuadro, ¿no es así?”
Olivier
desvió un momento la mirada hacia el conde y este afirmó levemente
con la cabeza.
“Así
es, aunque quizá lo de »muy
prometedor» es algo
exagerado.”
Así
que esa es la trola que le ha contado.
Pensó
Olivier.
“Oh,
qué modesto. Me encantaría ver ese cuadro.”
“Quizás
algún día. Un artista no muestra sus obras hasta que están
terminadas.”
“Por
supuesto. ¿Y hay algún otro cuadro que pueda ver?”
“Aquí
no tengo ninguno, pero algún día le prometo que se los mostraré.”
Estaba maldiciendo para sus adentros. ¿Por qué tenía que estar
aquel hombre allí?
Desayunaron
tranquilamente mientras Lau y el conde charlaban. Ciel no parecía
muy contento tampoco con su presencia pero lo soportaba. Olivier
procuraba mantenerse al margen de la conversación.
“Disculpadme,
vuelvo en un momento.” Dijo Ciel al poco rato, algo harto ya del
invitado.
Cuando
el conde salió del comedor se escuchó una risilla de Lau.
“Vaya
Olivier... Menuda sorpresa.”
“Por
favor no-”
“Tranquilo,
tranquilo, no diré nada.” Sonrió Lau. “Y dime, ¿cómo se
siente vivir en una mansión, entre riquezas?”
“Algo
abrumador.”
“Me
lo imagino. Alguien como tú no debe de estar acostumbrado a que le
sirvan.” Sonreía mientras le observaba. “Pero sabes... quiero
mucho a ese pequeño conde y no sé si me parece bien que te
aproveches de su bondad y te quedes en su casa mientras le engañas.”
“No
le estoy... engañando. Él sabe-”
“¿Sabe
a lo que te dedicas?”
“Mm...
Eso no... Pero sabe que vengo de los suburbios.”
“¿Y
aun así te ha permitido pintarle un cuadro?”
“Eso
es algo que ha inventado. Lo cierto es que esta herida es a causa
suya así que me permite estar aquí hasta que pueda volver a
trabajar.”
“¡Hum!
Si mi pequeño conde no llega a ser tan bueno te estarías muriendo
de hambre en la calle, junto a esa linda hermanita tuya.”
“No
lo creo, buscaría otro trabajo.”
“¿Otro
aún peor?”
“Lo
que fuera necesario.”
“Huh.
Siempre me ha gustado tu actitud. Entre un niño inocente y un
sobreviviente de la calle.”
“Por
favor, no hablemos más de eso aquí.”
“Las
paredes tiene oídos ¿no?”
“Exacto.”
Olivier
siguió tomando su té y las pastas sin volver a decir palabra.
Ciel
regresó al poco rato y tras el desayuno Lau se despidió.
“Espero
que cuando te recuperes puedas hacer algún trabajo para mí.” Le
dijo a Olivier acercándose a él.
“Por
supuesto señor Lau. En cuanto termine el cuadro para Lord
Phantomhive estaré a su entera disposición.” Contestó con una
amable sonrisa fingida.
“Fantástico.
Será maravilloso que un lindo chico trabaje para mí. Estoy deseando
tenerte en mi casa.” Acarició su rostro con la punta de los dedos
y le sostuvo la barbilla, acercándose a él.
“El
coche le está esperando.” Le interrumpió Sebastian.
“Oh,
sí, claro. Le veo pronto, conde. Y a ti también, Olivier.” Se
despidió con una sonrisa.
Las
puertas se cerraron tras los dos invitados.
“Peach,
¿por qué no vas a la cocina con Sebastian?” Le dijo Ciel.
“Vamos
Peach, preparemos una tarta para la merienda.”
“¡Sí!”
Exclamó ella contenta.
Cuando
ambos se fueron Ciel se acercó a Olivier.
“Parece
que le has caído muy bien a Lau.”
“¿Eso
cree?” Maldijo a Lau, había sido demasiado evidente.
“¿Me
tomas por idiota?”
“Ah...
No, yo...”
“¿Irás
a su casa a hacer un trabajo como lo estás haciendo aquí? ¿Es así
como lo sueles hacer?” Le preguntó con una seria mirada.
“¿Qué...?”
Olivier se ofendió. ¿Después de lo que le habían hecho ahora era
él el malo? “Lo haré. Si tengo que hacerlo para ganarme la vida
lo haré.”
“Lo
que sea a cambio de dinero, ¿verdad?”
“Así
es.”
“Eso
podemos arreglarlo.” Ciel se marchó. No parecía de buen humor.
Olivier
no lo entendió, no supo por qué el conde parecía enfadado ni lo
que sus palabras querían decir.
Tras
eso Ciel se marchó junto a Sebastian y no regresaron hasta la noche.
Olivier se había metido ya en la cama cuando el mayordomo entró
sigilosamente en su habitación, para no despertar a la pequeña que
dormía a su lado.
“Bocchan
quiere verle.” De sus labios se escapó una maliciosa risa que
aterrorizó a Olivier, pero no podía negarse.
Olivier
salió de la habitación en pijama y siguió a Sebastian hasta el
despacho de Ciel. El joven le esperaba sentado tras su mesa,
recostado en el sillón y jugueteando con algo en sus manos.
“¿Qué
desea?”
“Esta
mañana dijiste que harías lo que sea por dinero.”
“Am...
S-sí...”
Ciel
le lanzó aquello con lo que estaba jugando. Se oyó un ruido
metálico cuando cayó al suelo, frente a los pies de Olivier. Era un
collar de cuero con una hebilla.
“Sé
mi sirviente sexual y ganarás mucho, mucho dinero.”
“Sir...viente...”
Olivier se quedó boquiabierto, no podía creer que estuviera
escuchando eso del conde.
“Dijiste
que harías cualquier cosa y estoy seguro de que no es la primera vez
que haces esto. Además, ganarás suficiente dinero para vivir unos
cuantos años sin problemas con tu hermanita.”
Olivier
se quedó un momento en silencio. Observó al conde tras la mesa
iluminado por la luz de las velas. Miró de reojo a Sebastian a su
lado, sonreía entretenido. Se agachó y cogió el collar del suelo.
Lo observó un momento entre sus manos. Se lo puso.
“De
acuerdo, lo haré.” Contestó con los ojos entrecerrados.
“Buena
elección. Ven aquí.” Olivier se acercó junto al conde. “Puedes
empezar ahora mismo tu trabajo. Hazlo tan bien como esta mañana.”
Le dijo señalando sus propios pantalones.
“Sí
señor.” Contestó con una voz apagada.
Se
arrodilló entre las piernas de Ciel y desabrochó sus pantalones.
Sacó el pequeño miembro de entre sus ropas. Lo acarició con la
punta de sus dedos y lo lamió, envolviéndolo con su boca. Ciel
suspiró. Mientras el miembro se ponía cada vez más duro en su
boca, Olivier no miró un solo instante el rostro del conde. Aquello
no solo era humillante, también se sentía triste. Ciel enredó sus
dedos en los rizos naranjas y presionó la cabeza del sirviente
contra su entrepierna para derramar su simiente tan profundo como
pudo en su garganta.
“Eres
muy bueno en esto. ¿Con cuántos lo has hecho ya?” Rió Ciel con
su respiración algo agitada. Olivier no respondió, limpió sus
labios con el dorso de la mano. “¿No quieres decírmelo? Bueno,
mejor así. Ahora podemos continuar.” Pisó su entrepierna y se
extrañó. “No estás duro. ¿Por qué no estás duro?” Le
preguntó enfadado.
“No
es hermoso.”
“¿Qué?”
“Así
no es hermoso, usted no es hermoso. No puedo excitarme.” Le
contestó arrodillado frente a él con la cabeza gacha.
“¿De
qué estás hablando? ¿Qué diferencia hay con esta mañana?”
Preguntó ofendido.
“¿Qué
importa? Haré mi trabajo, me esforzaré por darle placer. ¿Qué
importa si yo me excito o no?” Tampoco habría sabido explicárselo.
“Como
quieras. Sebastian, quítale la ropa.”
“Sí
Bocchan.”
Sebastian
se acercó a él por la espalda. Desabrochó la camisa del pijama
lentamente y bajó sus pantalones mientras Ciel observaba. Olivier se
quedó desnudo, solo con el collar de cuero, la escayola del brazo y
los vendajes del pecho. Sebastian dobló perfectamente la ropa y la
dejó sobre la mesa.
“Prepárale.”
¿Prepararme?
Pensó
Olivier sin entender a lo que se refería.
De
pronto se sobresaltó, los dedos de Sebastian se deslizaron por su
trasero.
“Q-qué
está- ¡Nn!” Un dedo se entró forzosamente en su interior.
“Relájate,
pronto se sentirá bien.” Le dijo Ciel sonriente. “Ponle contra
la mesa.”
Sebastian
obedeció y empujó su torso contra el escritorio. Con su trasero
levantado, Sebastian pudo acceder mejor y metió profundamente uno de
sus dedos, moviéndolo en círculos hasta que pudo meter otro. Ciel
observaba atentamente desde su sillón. Se relamía los labios.
Olivier no podía contener los quejidos, era doloroso y extraño.
También era muy vergonzoso y le daba miedo. Pero no entendía por
qué, no podía detenerlo.
“Suficiente.”
Dijo el conde cuando el segundo dedo de Sebastian ya se movía ligero
en el interior.
Ciel
volvía a estar erecto. Aunque en su rostro apenas se notaba, se
había excitado observando aquella escena, aquel cuerpo pecoso
temblando.
“Ponte
a cuatro patas en el suelo, con el trasero hacia mí.”
Olivier
obedeció a pesar de la vergüenza. Se arrodilló sin apoyar el brazo
herido. Con la cabeza gacha podía ver solo los brillantes zapatos de
Sebastian frente a él.
“Levanta
más tu trasero.”
Olivier
se tensó cuando sintió las manos de Ciel sobre sus nalgas. Algo
caliente y duro se frotaba contra su trasero. Estaba húmedo. Comenzó
a entrar en él. El cuerpo de Olivier tembló, su brazo no le sostuvo
y acabó con el rostro sobre el suelo. Entró por completo en él y
escuchó el gemido del conde.
“Ah...
Es realmente estrecho y caliente. Pareces virgen.” Dijo el conde,
quedándose quieto en su interior. “Sebastian, puedes usar su
boca.”
El
mayordomo les observaba con lujuria, relamiéndose los labios. Su
erección estaba a punto de reventar los pantalones. Se arrodilló
frente a Olivier, se desabrochó el pantalón y levantó la cabeza
del joven por los rizos, empujándola contra su miembro.
“Vamos,
hazlo como se lo haces a Bocchan.” Le dijo presionando su cabeza.
Aquel
olor, mucho más fuerte que el de Ciel, aturdió su mente. Abrió la
boca y chupó el miembro. Era tan grande que creía no poder meterlo
en su boca así que usó su lengua y labios y lo recorrió de arriba
a abajo. Por un momento se sintió agradecido porque fuera Ciel quien
estuviera moviéndose en su interior y no aquella verga que
seguramente le rompería. Los fluidos comenzaron a brotar de la punta
y Olivier los succionó. Un sabor fuerte y amargo.
“Mételo
en la boca y no muerdas.” Le ordenó Sebastian.
¿Cómo
voy a meter esto? ¡Es enorme!
Pero
a pesar de ese pensamiento Olivier lo intentó. Abrió la boca y lo
metió lentamente, pero no pudo llegar mucho más allá del glande.
“No
le fuerces, vas a ahogarle. Y no quiero vómitos por aquí.” Le
dijo el conde con voz entrecortada, moviéndose cada vez más rápido
en su interior.
“Sí
Bocchan.”
Ciel
deslizó su mano hacia el miembro de Olivier.
“¿Aún
sigues sin estar erecto? ¡¿Qué demonios te pasa?!” Ciel se
enfadó, aquello era ofensivo. Salió de su interior y le dio un
empujón con el pie, tumbándolo en el suelo. Se sentó de nuevo en
su sillón. “Sebastian, penétralo tú.”
“Encantado,
Bocchan.” Al fin lo que llevaba rato deseando hacer.
Olivier
se sobresaltó. ¿Hablaba en serio? ¡Aquello era imposible que
entrara!
Sebastian
dio la vuelta al pelirrojo y lo sentó sobre su regazo. Su miembro se
frotó entre los muslos de Olivier.
“No
puede... eso no puede entrar...” Murmuró Olivier observándolo
aterrado.
“Claro
que sí, y tú mismo te lo has ganado.” Con la punta de su bota
Ciel levantó el rostro de Olivier por la barbilla. “Y hasta que
esta parte se ponga dura no vamos a parar.” Le dijo pisoteando su
miembro.
Olivier
temblaba de pies a cabeza. El falo de Sebastian comenzó a presionar
su entrada. Le sostenía por las caderas, bajándolo poco a poco. La
punta entró y ya era tan doloroso que Olivier apenas podía contener
quejidos.
“Mételo
ya, todo.” Ordenó Ciel.
“Yes,
My Lord.” Una gran sonrisa apareció en el perverso rostro de
Sebastian.
Hincó
sus dedos en las caderas de Olivier y le empujó hacia abajo,
penetrándolo por completo de una sola embestida. La espalda de
Olivier se arqueó y un grito mudo salió de su garganta. Se desmayó
en aquel mismo momento. Cayó en los brazos de Sebastian.
“Vaya,
parece que ha sido demasiado.” Dijo Ciel decepcionado.
“¿Aun
así puedo seguir?” Preguntó Sebastian.
“Claro
que no, ya tendrás otra oportunidad. Saca esa monstruosidad de él y
llévalo a alguna habitación que no sea la suya. No creo que quiera
que su hermana le vea en este estado.”
“Sí
Bocchan.” Accedió a pesar de no agradarle en absoluto.
Sacó
su verga del interior y la sangre le siguió. Acarició la entrada
con sus dedos y los relamió. Le puso el pijama y le cogió en
brazos.
“¿Quiere
que después me encargue de usted?” Le preguntó al conde.
“No
seas tan engreído y haz tu trabajo.”
Continuará...
Asasa genial como siempre <3 muero por la tercera parte o3o
ResponderEliminarHahonotosa
ResponderEliminarUn fic impresionante!!! De los mejores que he leído!!!
Espero ansiosa el siguiente.
Bss*-*