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El Agradecimiento del Conde [cap.3 fin]


Título: El Agradecimiento del Conde
Fandom: Kuroshitsuji
Pareja: Sebastian ♥ Ciel ♥ Olivier (original)
Autor: KiraH69
Género: Yaoi
Clasificación: +18
Advertencias: Lemon, Sadomasoquismo
Capítulos: 3 (3 de 3)
Resumen: En la noche de las calles de Londres dos seres pelean y por su culpa Ciel está a punto de ser aplastado por unas vigas, pero un joven que regresaba a su casa le salva la vida a cambio solo de romperse un brazo, al menos en apariencia. El conde agradecido le ofrece recuperarse en su mansión, pero el joven se niega.



Al principio no supo si era un sueño o era real. Se sentía en las nubes. Apenas sentía su cuerpo. Unos largos cabellos ondulaban con el aire que entraba por la ventana abierta. Rojos como el fuego. Lo veía borroso, apenas una silueta envuelta en llamas. La figura se acercó a él. Olivier intentó levantarse pero unas dolorosas punzadas recorrieron su trasero y espalda.
“Oh, pobre chico.” Se sentó a su lado en la cama. “¿Qué te han hecho esos demoníacos seres?” Acarició sus rizos revueltos. “Un chico tan mono como tú...”
Olivier estaba embobado por aquel hermoso cabello y por los ojos dorados que le miraban a través de las gafas de montura roja. Tan brillantes, tan irreales que pensó que era solo un sueño. Y no quería despertar.
La mano de aquel hombre se deslizó por su espalda desnuda lentamente. Se metió bajo la sábana y siguió por sus nalgas.
“¡Nn!” Olivier gimió cuando su dedo frotó la dolorida entrada.
“Vaya, así que te han hecho daño aquí.” Siguió acariciándolo con suavidad hasta que ya no se sintió tan doloroso. “¿Cómo te llamas pequeño?”
“Olivier...”
“Así que Oli ¿eh? Es un bonito nombre.”
El joven se aferró al abrigo rojo de aquel hombre. No podía dejar de contemplarlo y quería hacerlo aún más de cerca.
“Hermoso...” Murmuró rozando con la punta de sus dedos las finas hebras rojas.
“Oh~ tienes buen gusto.”
Acarició su rostro y se inclinó sobre él. Los largos cabellos cayeron a su alrededor y pudo sentirlos acariciar su cuerpo. Se acercó a él hasta que sus labios se rozaron.
Con un estrepitoso portazo Sebastian interrumpió en la habitación. En un instante, tan rápido que los ojos humanos no habrían podido seguirlo, se lanzó sobre el visitante y lo empotró contra la pared.
“Grell, qué haces aquí.” Susurró con una amenazante voz.
“Vengo a llevarme lo que es mío.” Contestó con una afilada sonrisa.
“Sebastian, saca inmediatamente a esa cucaracha de mi casa.” Ordenó Ciel desde la puerta de la habitación.
“Yes, My Lord.”
Lo arrastró agarrándolo con fuerza y lo lanzó fuera de la habitación por la ventana, saltando tras él. Olivier se había quedado aturdido, no comprendía qué había sucedido. Comenzó a pensar que aquello no era un sueño. Ciel se volvió hacia él. Tenía una mirada enfurecida. De un salto subió a la cama y retiró las sábanas con brusquedad. El cuerpo desnudo de Olivier quedó a la vista, al igual que unas manchas de sangre en el centro de la cama.
“No puedo creerlo. Te has puesto duro por ese degenerado. No lo hiciste conmigo, ni siquiera con Sebastian y te excitas con ese repugnante ser. ¡¿Cómo es posible?!” Gritó cada vez más agitado, mirándole de pie junto a él.
“Es... hermoso.” No podía entender aquel enfado.
“¿Hermoso Grell? ¡¿Qué clase de gustos tienes tú?!” Se arrodilló a horcajadas sobre él. “Dijiste que yo era hermoso, incluso Sebastian te parecía hermoso. ¿Era mentira? ¿Tan rápido cambian tus gustos?”
“Lo erais... Realmente te veía hermoso, muy hermoso.” Le observaba con una triste expresión. Alzó su mano y acarició su mejilla con la punta de los dedos. “Pero ahora... ahora ya no lo siento. Solo... ahora solo duele.”
“¿De qué estás hablando? ¿Qué puede haber cambiado de la mañana a la noche?”
“No lo sé. Yo no puedo explicarlo, solo lo siento. Y no puedo controlar las reacciones de mi cuerpo.”
“Qué... ¿Qué demonios-? ¡Uagh!” Frustrado y enfurecido Ciel se apartó de él y salió de la habitación.
Olivier se quedó tumbado en la cama, mirando hacia la ventana por la que habían desaparecido Sebastian y Grell. Estaba oscuro fuera. En realidad apenas habían pasado un par de horas desde su desmayo. No quiso pensar más en lo que había sucedido. Se durmió, se sentía agotado.

Cuando Olivier despertó era casi mediodía. Apenas pudo levantarse, su trasero dolía terriblemente. Se lavó el cuerpo de pies a cabeza con agua fría. Encontró su traje en una silla de la habitación.
“¿Ya está despierto?” Sebastian entró en el dormitorio sin llamar antes de que se pusiera ninguna ropa. “Bocchan ha pedido que se ponga esto debajo de la ropa.”
“D-de acuerdo.” Contestó, aunque su respuesta era innecesaria, Sebastian ya sabía que aceptaría.
Tras vestirse, Olivier salió de la habitación y se dirigió a la cocina.
“¡Oli!” La pequeña se acercó corriendo a él en cuanto le vio. “Sebas dijo que no te encontrabas bien. ¿Qué te pasa?”
“Tranquila, no es nada. Solo me sentó algo mal la cena de ayer.” Le respondió intentando sonreír, pero le costaba más que nunca.
“¿Quiere que le prepare una manzanilla para calmar su estómago?” Preguntó Sebastian con una amable sonrisa.
“No gracias, prefiero no tomar nada.”
Quería preguntarle si lo que había pasado aquella noche era real o solo un sueño, quién era aquel hombre de rojos cabellos y porqué aquella reacción del conde. Sin embargo ni siquiera era capaz de mirarle a la cara, su mera presencia le ponía nervioso.
Durante aquel día Olivier procuró no cruzarse con el conde y no le fue difícil, al menos hasta la noche.
“Peach, ¿por qué no vas a dormir ya? Bocchan y tu hermano tienen que hablar de cosas de mayores.” Le dijo Sebastian cuando terminaron de cenar en el comedor de los sirvientes.
“Um... vale. Buenas noches Oli.” Le dijo dándole un beso en la mejilla. “Buenas noches Sebas.” La pequeña se fue a su habitación.
“Bocchan quiere verle.”
“Ya...”
Olivier siguió a Sebastian por los pasillos, pero se detuvo antes de llegar al despacho o a su dormitorio, frente a una puerta que Olivier ya conocía. Entraron en aquella gran sala repleta de cuadros. Ciel estaba sentado en un sillón negro en el centro de la habitación, iluminado tan solo por un candil a su derecha. A la izquierda Olivier pudo ver un cuadro apoyando contra el costado del sillón aunque no podía ver la pintura.
“Quítate la ropa.” Le ordenó Ciel.
Olivier silenciosamente obedeció. Se quitó toda la ropa, entregándosela a Sebastian a su lado. Pero no se quedó desnudo. Unas correas de cuero envolvían su cuerpo. Alrededor de sus brazos, su cuello, su pecho, su vientre, sus muslos y su miembro. Estaban conectadas unas con otras formando una única estructura. Le apretaban ligeramente y le rozaban. Las había tenido que soportar durante todo el día.
“Oh, te sientan muy bien.” Le dijo Ciel. Parecía enfadado. “Realmente eres capaz de hacer cualquier cosa por dinero. ¿Tan poco ganabas en tu trabajo que no fuiste capaz de ahorrar nada para estos casos. ¿O es que te lo gastabas todo en otras cosas? ¿En el juego como tu padre? ¿En drogas?”
“No señor. Jamás he hecho eso.”
“¿Entonces? ¿Cómo es posible que no tengas nada de dinero? ¿En qué te gastaste el dinero que te dieron por esto?” Giró el cuadro que tenía a su lado y se lo mostró a Olivier.
Era El Naufragio, el cuadro que había visto días antes en el pasillo. Olivier se sorprendió, le había descubierto. ¿Desde cuándo lo sabía? ¿Por qué le hacía ahora aquello? Unas lágrimas asomaron por sus ojos y se deslizaron silenciosas por sus mejillas.
“Esto es obra tuya, ¿verdad?” Le preguntó sabiéndolo ya.
“Sí, lo es. Soy un falsificador de cuadros. Oh, y también puedo falsificar muchas otras cosas, como libros haciéndolos pasar por manuscritos originales, también esculturas o figuras. Muchos de los cuadros que hay aquí y algunos de los libros que he visto en la biblioteca son obra mía. Me ha sorprendido ver tantas falsificaciones aquí.” Contestó con tranquilidad, sobrio.
“¿Y tú dices amar la belleza? Lo único que sabes hacer es falsificarla.”
“La belleza no tiene nada que ver con ser falso u original. Quien compró este cuadro pagó mucho dinero por él aun siendo una copia, y usted lo colgó en su casa y lo lució orgulloso de él. Lo admiraba, le gustaba. Sentía su belleza. ¿Qué importa si es original o no? Para usted era real. ¿O es que un cuadro solo es hermoso por lo que vale? Si alguien compra un cuadro solamente para presumir de su dinero no se lo merece.” Comenzó a desabrochar las hebillas de las correas una a una. “Y sí. Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por un ser hermoso. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por usted. Pero está ocultado la belleza que amo tras una gruesa máscara y acabará destruyéndola. Y eso me duele porque era realmente hermoso. Creí que si obedecía sus deseos podría volver a ver esa belleza que vislumbré un instante. Incluso le entregué mi cuerpo, mi primera vez. Pero me equivoqué.” Soltó la última hebilla y las correas de cuero cayeron al suelo. “Usted ya no es hermoso, ya no tengo razón para seguir con esto. Tengo muchas formas de ganar dinero, no necesito el suyo.” Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. “Oh, y por favor no tire mis cuadros, déselos a alguien que sepa apreciar su belleza sin importar el precio u origen.”
Salió de la sala y fue a su habitación. Abrió el armario y sacó del fondo sus viejas ropas. Se puso el pantalón y la camiseta rotos.
“Hoh~ Incluso con esas andrajosas ropas te ves lindo.” La voz de aquel extraño hombre le sobresaltó. Estaba frente a la ventana abierta. “A pesar de ser un pobre mendigo, valga la redundancia, sigues siendo muy mono.”
Olivier se acercó a él, encantado por aquellos rojos cabellos. Grell rodeó su cintura con un brazo. Olivier se apoyó contra su pecho, con los rojos cabellos rozando su rostro.
“¿Quieres venir conmigo?” Le preguntó sonriente. Grell acarició su rostro y se inclinó para besarle.
“¡Apártate de él!” Gritó Ciel desde la puerta. Sebastian estaba tras él pero totalmente inmóvil.
“Siempre interrumpiendo en el peor momento.” Se quejó molesto. “¿Que me aparte de él, dices? Ha sido él quien se ha acercado a mí.”
“Olivier aléjate de ese tipo.” Pero el joven no parecía escucharle, acariciando con sus dedos los largos cabellos. “Ha venido a matarte. Ese ser... es un Dios de la Muerte, quiere matarte.”
Olivier levantó el rostro y miró a Grell.
“Así es. Debiste haber muerto en ese accidente cuando las vigas te aplastaron. Sin embargo yo estaba muy ocupado y no pude hacer mi trabajo. He venido a enmendar mi error.” Le explicó sonriente.
“Moriré... ¿Habrá cosas hermosas allí?” Preguntó con sorprendente tranquilidad.
“Sí, claro que las habrá.”
“Pero qué- ¡Claro que no! ¡Estarás muerto, no habrá nada!” Gritó Ciel alterado, sin poder comprender la actitud de Olivier.
“Ven conmigo, te mostraré la belleza de la muerte.” Le dijo Grell guiándole hacia la ventana.
“¡¡No!!”
Ciel se lanzó hacia ellos y agarró a Olivier del brazo, apartándole bruscamente de Grell. El joven tropezó y acabó sentado en el suelo junto a la cama.
“¡No permitiré que te lo lleves! ¡Olivier no morirá!” Se arrodilló junto a Olivier y le abrazó envolviendo su cabeza con los brazos, apretándola contra su pecho.
“¿Ha~h? ¿Pretendes que te lo deje a ti para seguir tratándolo de ese modo? El pobre está deseando escapar de ti.” Le dijo Grell molesto.
“No, eso no...” Ciel temía que fuera verdad, pero aun así no quería dejarlo ir. “No morirá, no dejaré que lo mates.”
“¿Solo sabes decir eso? No te parece terrible que Olivier prefiera morir a seguir contigo?” Grell sonreía, comenzaba a divertirle ver al conde tan desesperado.
Pero Olivier estaba ya ajeno a aquella conversación, observaba el rostro de Ciel sobre él. Su corazón palpitaba con fuerza, retumbado en sus oídos.
“Hermoso...” Murmuró.
Ciel sintió un fuerte dolor en su pecho. Creyó que aquella palabra iba dirigida al shinigami. De pronto la mano de Olivier acarició su rostro.
“Ah... Lo sabía... Eres hermoso...” Susurró Olivier con una sonrisa en su rostro.
Ciel se quedó sin palabras. Sentía ganas de llorar.
Olivier le sentó entre sus piernas y le envolvió con sus brazos.
“Sabía que eras hermoso, no podía haberme equivocado.” Contempló su rostro con una gran sonrisa y le besó dulcemente.
Ciel estaba sorprendido pero no se negó a aquel beso, se dejó llevar por los labios de Olivier.
“Oye, oye. Que sigo aquí.” Dijo Grell molesto por ser ignorado.
Olivier se separó a regañadientes de los labios de Ciel.
“Oh, lo siento.” Se levantó dejando a un aturdido conde apoyado contra la cama. “Yo no quiero morir. Quiero seguir disfrutando de la belleza de este mundo, incluida la suya.”
“Ya sé que cualquiera querría disfrutar de mi belleza pero lo que no se puede, no se puede.” Contestó Grell echando sus cabellos hacia atrás presumido.
“Quiero pintarle. Me encantaría pintar un cuadro de usted, de su gran belleza. Pero mientras mi brazo esté en este estado no podré hacerlo. Por favor deme solo unos meses para recuperarme y si después de pintar su cuadro sigue considerando que debo morir no me resistiré, mi alma será suya.” Le pidió Olivier entrelazando las manos con las de Grell.
“Um... Un cuadro mío... Sin duda me lo merezco. Está bien, puedes seguir vivo hasta que pintes mi cuadro. Mientras tanto nos veremos a menudo por aquí.” Se despidió subiéndose al alfeizar de la ventana.
“¡No hace falta que vuelvas!” Gritó Ciel levantándose. Olivier se dio la vuelta y observó el rostro alterado del conde. “¿Por qué le has dicho eso? En cuanto pintes su cuadro te matará, no tendrá piedad alguna.”
“Ciel, no subestimes el poder de la belleza.” Le dijo sonriente.
“Mi- mi- ¿Cómo te atreves a llamarme por mi nombre?” Con sus mejillas ruborizadas el conde se hizo el ofendido. Lo cierto era que su corazón se había acelerado al escucharlo.
Olivier se acercó a él y sostuvo su rostro entre las manos, mirándole fijamente.
“Tu máscara es realmente gruesa y persistente. Pero tras ella se encuentra lo más hermoso que he visto nunca.” Se inclinó y le besó suavemente. “Me he dado cuenta de que te cubres con esa horrenda máscara para protegerte incluso de mí. Tú no tienes la culpa de ello, solo tienes miedo. Por eso seré yo quien no deje que te pongas esa máscara.”
“Ah... ah...” Las palabras no salían se sus labios, las lágrimas comenzaban a derramarse por sus ojos.
Olivier besó su mejilla y la lágrima que se derramaba por ella. Le abrazó con ternura, dejando que ocultara el rostro sonrojado en su pecho. Aun así podía ver el rubor en sus orejas.
Sebastian cerró la puerta de la habitación tras de sí. Observó a los dos jóvenes y se relamió los labios.
“Ciel, quiero hacer el amor contigo.” Le dijo en un susurro tras un largo silencio. “Pero hacerlo bien, no como tu sirviente.”
“Nn... Haz lo que quieras.” Gruñó sin levantar el rostro.
“No lo haré si tú no quieres.”
“¡He dicho que puedes hacerlo, idiota!” No soportaba más la vergüenza.
“Debería no ser tan orgulloso, Bocchan.” Sebastian le agarró por las muñecas y levantó sus brazos.
“Tú qué estás-”
“Ya que Olivier está herido, voy a echarle una mano. Si no le molesta, por supuesto.” Dijo dirigiéndose a Olivier.
“Claro que no, será una gran ayuda.” No pudo contener una risilla.
“¿O-olivier? Nn-”
Levantó su rostro y le besó, y no se apartó de sus labios mientras desabrochaba la chaqueta del traje. Desabotonó su camisa y se arrodilló para besar su pecho.
“Antes de continuar creo que debería quitarse esas... ropas. Usted también se vería más hermoso sin ellas.” Le sugirió Sebastian.
“Oh, de acuerdo.” Olivier se quitó las andrajosas telas y se quedó desnudo frente a ellos.
“Estás...” Ciel se excitó.
Observó aquel cuerpo iluminado por la luz de la luna que entraba por la ventana. Estaba ya erecto.
“Ho~h. Este chico es un pervertido. Se ha puesto así de duro solo besándolo, Bocchan.” Le susurró Sebastian al oído.
Ciel se estremeció, sus piernas temblaron. Sebastian le cogió en brazos y le tumbó en la cama, sentándose tras él. Olivier subió a la cama y se arrodilló sobre el pequeño. Desabrochó sus pantalones y se los quitó junto a zapatos y calcetines.
“Debería controlarse Olivier, o acabará eyaculando antes de hacer nada.” Le dijo Sebastian al ver cómo su miembro comenzaba a gotear.
“Um... Es que... es tan hermoso.” Con solo observarle su cuerpo se encendía por completo.
Se inclinó sobre el miembro de Ciel, que ya estaba casi erecto del todo. Lo lamió con la punta de su lengua y lo besó. Lo metió por completo en su boca. Ciel se aferró a la chaqueta de Sebastian. Él también debía controlarse porque su cuerpo estaba reaccionando más que nunca. Sebastian le sostuvo las piernas, levantándolas y abriéndolas.
“¡¿Pero qué estás-?!” Exclamó Ciel avergonzado.
“Echando una mano.” Sonrió.
Olivier lo observó. El pálido trasero y los genitales más rosados. La saliva se acumulaba en su boca.
“¡N-no me mires así!” Cerró con fuerza los ojos intentando soltarse.
“Sea más honesto, Bocchan. Le excita muchísimo que le esté observando, ¿verdad? Por eso está tan duro.” Susurró Sebastian a su oído.
“Ca-cálla- ¡Uwa!” De pronto sintió la lengua de Olivier deslizarse hasta su entrada. “¡No! ¿Qué estás?”
Su cuerpo se estremeció. La lengua de Olivier entró en él. Su miembro palpitó y derramó el semen en su pecho.
“Eso sí que ha sido rápido.” Rió Sebastian.
Ciel jadeaba, ni siquiera podía quejarse. Olivier subió por su cuerpo besando su piel. Lamió la simiente. Limpió hasta la última gota de su pecho.
“Olivier, ¿por qué no lo mete en Bocchan esta vez?” Le sugirió Sebastian.
El pelirrojo miró al pequeño. Su respiración seguía agitada y le observaba con el ojo entrecerrado.
“Quiero verlo... tu ojo...” Le dijo, acariciando el parche con la punta de los dedos.
Ciel no estaba seguro, temía su reacción, pero ante aquella mirada maravillada de pronto se sintió tranquilo. Desató el parche y lo quitó. Abrió lentamente su ojo y pudo sentir contra su pecho cómo el corazón de Olivier palpitaba con fuerza. Sin poder controlarse, el pelirrojo eyaculó entre las piernas de Ciel.
“Esta juventud... Son realmente rápidos.” Sebastian se lo estaba pasando realmente bien solamente observándolos.
Ciel no se molestó, ni siquiera le escuchaba. Sus ojos estaban perdidos en los de Olivier. Unas lágrimas se derramaban por el pecoso rostro.
“Ciel... Ah...” No sabía cómo decirlo, no sabía qué palabra sería la adecuada para aquel sentimiento que nunca antes había experimentado.
Le abrazó con fuerza y le besó profundamente, frotando sus cuerpos. Sus partes calientes y húmedas parecían fundirse.
Sebastian ya no podía aguantar más, no le bastaba con solo echar una mano.
“¿Podrían ayudarme con esto?” Les preguntó sacando su verga de entre los pantalones.
Estaba erecta y palpitante. Los dos pequeños lo observaron entre asustados y excitados.
“Eso no puede entrar...” Jadeó Olivier recordando la última vez.
“No tiene porqué entrar, solo tienen que lamerlo. Me conformo con sus bocas.” Les dijo sonriente.
Olivier observó aquellos ojos rojos y no pudo resistirse. Abrió la boca y chupó el miembro, abarcándolo tanto como pudo, pero eso era muy poco. Ciel lo imitó y lo chupó desde el otro lado hasta que sus labios se rozaron. Sus lenguas comenzaron a recorrer el miembro, duro como una roca y caliente. Por un momento ambos desearon sentirlo dentro de sus cuerpos, pero el miedo al dolor que seguro sentirían borró aquel pensamiento.
“Son muy buenos, pequeños.” Rió acariciando sus cabellos.
Se quitó los guantes, estorbaban mucho en aquel momento. Se lamió los dedos, llenándolos de saliva. Deslizó las manos por sus espaldas hasta sus traseros. Y metió un dedo al mismo tiempo en ambos. Sus cuerpos se sacudieron, frotándose el uno con el otro. Siguieron lamiendo y acariciando el falo mientras los dedos de Sebastian comenzaban a moverse en su interior.
“Vuestros culos están succionando mis dedos, están deseando tener algo dentro.”
Los dos pequeños ya estaban de nuevo erectos. Olivier dejó la verga de Sebastian y tumbó a Ciel boca arriba sobre la cama, apartando las manos del mayordomo. Presionó su miembro contra la entrada y se deslizó con sorprendente facilidad.
“¡Uah! Está... dentro...” Jadeó Ciel con la respiración agitada.
“Sí... es increíblemente cómodo.” Le abrazaba con fuerza, enterrando el rostro en su cuello.
“¿Cómodo? ¡No soy una cama!” Exclamó avergonzado.
“Lo siento, es que... es suave, cálido, húmedo y apretado. ¿Con qué otra palabra puedo expresarlo?” Aquella maravillosa sensación recorría todo su cuerpo.
“Nn... Idiota.”
“Sea gentil Olivier, esta es la primera vez de Bocchan.” Le dijo Sebastian arrodillándose tras él.
“No hace falta que digas- ¡Wah! ¡Se puso más grande!” Exclamó sorprendido.
“Perdón... No puedo contenerme...”
Olivier comenzó a mover sus caderas, embistiendo lentamente a Ciel. Los gemidos del pequeño inundaban los oídos del pelirrojo. Los dedos de Sebastian volvieron a entrar en el trasero de Olivier, abriéndolo lentamente. Los sacó y puso en su lugar la verga.
“¿Ah? ¿Qué-? Te dije que eso no puede-”
“Tranquilo, le he dilatado más que la otra vez, ya tenía cuadro dedos dentro así que no será tan doloroso. Le gustará.” Le dijo, comenzando a empujar la punta.
Olivier no se negó, estaba demasiado sumergido en el placer que le daba el cuerpo de Ciel como para prestar atención a lo que pasaba a su alrededor. De todos modos Sebastian tampoco habría aceptado una negativa, había llegado a su límite. Empujó lentamente su falo en el interior. El cuerpo de Olivier se estremeció y penetró con fuerza a Ciel.
“Ah... ¡Ah!” Gimió intensamente el conde. Había rozado algún punto en su interior que se sentía increíblemente bien.
La verga de Sebastian estaba casi metida por completo en su interior. Tan grande y palpitante que Olivier estaba por volverse loco.
“No... otra vez... voy a...” Gimió Ciel.
“Yo también...”
Con una fuerte embestida Olivier se corrió en el interior de Ciel, en lo más profundo, y al sentir aquel líquido caliente en sus entrañas Ciel también se vino entre sus vientres. Los dos se quedaron agotados uno sobre el otro.
“Huh, vaya dos. Esto pasa por hacerlo con un par de imberbes.” Suspiró Sebastian.
Sacó la verga del interior de Olivier y se masturbó observándoles hasta eyacular. La abundante simiente cubrió los rostros de los dos jóvenes exhaustos.
“Todo está... húmedo...” Murmuró Ciel, sumiéndose ya en un sueño profundo.
Sebastian se levantó y salió de la habitación, dejando solos a los dos pequeños.
“Qué chicos más divertidos.” Rió cerrando la puerta tras él.

Unos meses más tarde
En aquella habitación no había adornos. Era completamente blanca y sin mueble alguno. Una amplia ventana daba al jardín de la mansión. En el centro de la sala había un caballete y una caja con pinturas. Olivier estaba de pie frente al caballete, con una paleta en una mano y un pincel en la otra.
“Veo que ya te has recuperado.”
“Y usted no pierde la costumbre de entrar por la ventana.”
Grell se coló en la sala por la gran ventana y se acercó al joven.
“No me cambies de tema. Ahora que te has recuperado vas a pintar mi cuadro ¿no?”
“Así es. Ya he comenzado con él.”
“¿Y cuánto tardarás en acabarlo?” Le preguntó apoyándose en su hombro.
“No puedo decirlo con seguridad, pero venga en un par de semanas y espero tenerlo terminado.”
“Bien, entonces regresaré en un par de semanas, más te vale no intentar jugar conmigo.”
“Jamás haría eso con un ser tan hermoso.” Contestó sonriente.
“Ah~ Pero qué mono~ Estoy deseando llevarte conmigo.”
El Dios de la Muerte se marchó e inmediatamente Ciel entró en la sala con Sebastian tras él. Se acercó a Olivier que en seguida había vuelto a concentrarse en su cuadro.
“¿Por qué no le has pedido más tiempo? En dos semanas...”
“No te preocupes Ciel. Ya te lo dije hace tiempo, no subestimes el poder de la belleza.” Contestó sonriente. Estaba completamente seguro de sí mismo. Se inclinó y le dio un dulce beso. “No dejaré que me aparten de ti.”

Dos semanas más tarde
Olivier llevaba horas frente al cuadro sin mover el pincel. Parecía perdido en la imagen. Ni siquiera se dio cuenta cuando el hombre de abrigo rojo entró por la ventana. Se acercó a él por detrás y un suspiró salió de su boca cuando observó el cuadro.
Un intensó rojo inundaba el lienzo. Podía sentirse el aire agitándose entre los llameantes cabellos de la imagen. Una pintura salvaje, elegante, insinuante y perversa. Unas lágrimas cayeron por las mejillas de Grell, emocionado.
“Cómo... ¿cómo un humano puede hacer algo así...?” Sus ojos se nublaban por las lágrimas.
“Es lo que sentía al verle. Espero haber podido expresar bien mis sentimientos.” Le dijo limpiándose las manos.
“Oh dios... Es maravilloso...”
“Es todo suyo, puede llevárselo.”
“¿Qué hago, qué hago, y ahora qué hago? No puedo permitir que mueras, alguien con este talento no puede morir tan pronto.” Estaba peleando consigo mismo. “Está bien, decidido. Te dejaré con vida siempre que me pintes un cuadro una vez al año.”
“Eso será un placer.”
Radiante, Grell cogió su cuadro y desapareció de la sala.
Ciel había estado observando desde la puerta y suspiró aliviado.
“Al final te has librado.” Le dijo entrando en la sala.
“Te lo dije, la belleza tiene mucho poder.” Contestó sonriente.
“¿Y ahora? Ya estás recuperado, puedes volver a trabajar...” Caminó por la sala con aparente tranquilidad.
“Me gustaría trabajar, pero dibujando mis propios cuadros desde aquí, si me lo permites.”
Ciel se detuvo y la angustia que sentía desapareció.
“Claro, si es lo que quieres puedes quedarte.”
“Oh, pero antes tengo algunas cosas que hacer en aquel lugar. Quizás tarde un tiempo en regresar aquí.”
“¿Te refieres a las deudas de tu padre?”
“¿Cómo sabes eso?”
“Cuando llegaste aquí te investigué, así averigüé cuál era tu trabajo. Luego me dijiste que tú no jugabas, pero aun así no podías ahorrar dinero así que volví a investigar más profundamente. Has seguido pagando todo este tiempo las deudas que dejó tu padre. Pero ahora sus deudas ya están pagadas, no tienes ninguna razón para regresar allí.”
Olivier sonrió. Se acercó a Ciel y le abrazó desde atrás.
“Entonces tengo una deuda contigo. Te lo pagaré con mis cuadros si te parece bien.”
“Hum... Viendo la reacción de ese degenerado seguro que se venden a buen precio.” Sus mejillas se estaban sonrojando al sentir el aliento de Olivier en su mejilla.
“Eso espero, te debo mucho.”
Pero Ciel no pensaba vender uno solo de esos cuadros, serían su más preciado tesoro como lo eran ya los que colgaban por su casa y que jamás retiró a pesar de no ser los originales.

FIN

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