Título: El Agradecimiento del Conde
Fandom: Kuroshitsuji
Pareja: Sebastian ♥ Ciel ♥ Olivier (original)
Autor: KiraH69
Género: Yaoi
Clasificación: +18
Advertencias: Lemon, Sadomasoquismo
Capítulos: 3 (1 de 3)
Resumen: En la noche de las calles de Londres dos seres pelean y por su culpa Ciel está a punto de ser aplastado por unas vigas, pero un joven que regresaba a su casa le salva la vida a cambio solo de romperse un brazo, al menos en apariencia. El conde agradecido le ofrece recuperarse en su mansión, pero el joven se niega.
Los
barrios bajos de Londres estaban agitados. Algo se movía por los
tejados y los callejones. Cristales rompiéndose y paredes de piedra
haciéndose pedazos. Protegidos por la noche de miradas indiscretas,
unos seres luchaban entre las sombras. La luz de la luna era tragada
por las nubes que cubrían el cielo. El aliento de un niño humeaba
en el frío ambiente. Junto a una casa a medio construir observaba lo
poco que era capaz de ver. Nadie se habría fijado en él, sus ropas
harapientas lo hacían uno más de aquel lugar.
Por
aquellas calles malolientes caminaba otro joven. Regresaba ya a casa
tras haber trabajado desde el amanecer. Sus ropas eran viejas y le
quedaban grandes. Parecían sacadas de la basura. Sus cabellos
rizados eran naranjas muy claros y se enredaban en su cabeza
totalmente desordenados. Tenía una pequeña coleta en la nuca, lisa.
Sus ojos esmeralda de largas pestañas miraban al suelo, a sus pies.
Las pecas recubrían todo su rostro y bajo su ojo izquierdo había
una fina cicatriz. Era extremadamente delgado y medía algo menos de
metro setenta. Escuchaba los estruendosos ruidos de aquella pelea,
pero en aquel lugar era mejor ignorarlo. Para sobrevivir en aquel
lugar lo primordial era no meterse en los asuntos de otros. Sin
embargo no pudo ignorar lo que sucedió a continuación.
La
esquina del tejado de una casa estalló y las piedras saltaron por
los aires. Golpearon las vigas de madera de la casa contigua, la casa
en obras, y las rompieron por la mitad.
Sus
piernas se movieron solas. Saltó sobre el joven e inmediatamente las
vigas cayeron sobre su espalda, aplastándolo.
“Pe-pero
qué...” El pequeño aturdido tardó un momento en darse cuenta de
lo que había pasado.
“¡Bocchan!”
Un hombre vestido de negro se acercó apresurado a ellos.
Apartó
las vigas lanzándolas al otro lado de la calle. Separó al joven
inconsciente y cogió en brazos al pequeño.
“Bocchan,
lo-”
“Bájame.”
Le ordenó, saltando de sus brazos. “Eres un incompetente. Si no
llega a ser por este chico ahora mismo podría estar muerto.”
“Lo
siento mucho-”
“Comprueba
si está vivo.”
“Sí,
Bocchan.” El hombre trajeado se agachó junto al cuerpo del
muchacho y comprobó su pulso. “Parece que sigue vivo. Solo está
inconsciente.”
“¿Ese
shinigami degenerado ya se ha marchado?”
“Sí,
Bocchan.”
“Volvamos
a casa. Cógelo, él viene también.”
Se
sentía realmente cómodo. Blando, suave, cálido. Se sentía tan a
gusto que no quería abrir los ojos. Pero el dolor que recorrió todo
su cuerpo le despertó. Un techo alto, blanco; unas paredes
empapeladas en azul con motivos floridos blancos; una gran ventana
con las cortinas grises echadas; adornos en plata por todas partes.
Qué lujoso...
Pensó
el joven creyendo por un momento que solo era un sueño.
“¿Ya
está despierto?” Una voz desde la puerta le sobresaltó.
“Ah...
Sí... Disculpe, quién...”
“Mi
nombre es Sebastian, soy el mayordomo de la casa Phantomhive.”
“¿Eh?
¿Casa... Phantomhive? ¡Ugh!” Al intentar incorporarse un terrible
dolor recorrió su costado.
“Le
aconsejo que no se levante, tiene heridas serias.” Le dijo
tranquilamente mientras servía un té.
“¿Ya
estás despierto?” Por la puerta de la habitación entró un joven
con un elegante traje azul oscuro de alta costura.
“S-sí...
Um...”
“¿Cómo
te llamas?”
“Me...
me llamo Olivier.”
“Yo
soy el Conde Ciel Phantomhive. Estás en mi casa, puedes descansar
tranquilamente.” Le dijo dándose la vuelta ya para marcharse.
“¡E-espere!”
A pesar del dolor que sentía se levantó de la cama. “Lord
Phantomhive, ¿por qué estoy aquí?”
“Me
has salvado la vida, lo menos que puedo hacer es cuidar de ti hasta
que te cures.”
Fue
entonces cuando Olivier se dio cuenta de que su brazo derecho estaba
escayolado y tenía una venda firmemente apretada alrededor de su
pecho. Llevaba solamente puestos unos pantalones de pijama blancos.
“¿Usted?
No, aquel era un chico pobre, llevaba ropa-”
“Era
tan solo un disfraz. Haz el favor de tumbarte y tomar el té que ha
preparado mi sirviente.”
“No
puedo, le agradezco mucho que me haya curado pero tengo que
regresar.” Buscó con la mirada sus ropas en la habitación pero no
las encontró.
“Le
has salvado la vida a un conde, deberías aceptar orgulloso la
recompensa. Te quedarás aquí hasta que te recuperes por completo.”
“Le
he dicho que no puedo. Tengo que regresar.”
“¿Tienes
familia a la que cuidar? También puedes traerla aquí.”
“No.
No lo entiende. Yo no he salvado a un conde, solo he ayudado a
alguien que lo necesitaba. Rico o pobre, no aceptaré ninguna
recompensa.”
Caminó
a paso largo hacia la puerta de la habitación a pesar del dolor de
sus piernas. Sin embargo Sebastian se interpuso en su camino. Olivier
se topó con aquellos ojos rojos. El aliento no quiso salir de sus
labios, se estremeció. Aquellos ojos que brillaban como rubíes eran
aterradores.
“Demonio...”
Murmuró Olivier.
“¿Disculpe?”
“¡Ah!
Es que... sus ojos... parecen los de un demonio. Oh, no me
malinterprete, no pretendo insultarle... ¡Permítame dibujarle!”
Exclamó fascinado. Y entonces se dio cuenta de que su brazo derecho
estaba roto. Su rostro se ensombreció y sintió ganas de llorar.
“Tengo que irme.” Dijo con una susurrante voz.
“Deberías
quedarte-”
“Denme
mi ropa, por favor.”
Sebastian
miró a Ciel y este afirmó con la cabeza. Salió de la habitación
para ir a por las ropas que ya había preparado para tirar a la
basura.
“Lord
Phantomhive, usted no me debe nada, menos aún siendo un conde como
es. De pequeño mi padre me decía que debemos sacrificarnos por la
nobleza. Y así lo haría yo si fuera necesario, tanto si es por un
conde como por un pobre.”
8
Días Después
Por
la calle empedrada junto al Támesis resonaban los golpes rítmicos
de un bastón. Un joven noble en traje azul caminaba a más de las
seis de la tarde seguido por su sirviente, quien cargaba varias
bolsas.
Al
principio no se percató de él. Lo pasó de largo. A los pocos pasos
se detuvo y se dio la vuelta. Sus pies se plantaron frente a él.
“Vaya
Olivier, no creí que fuera esto a lo que te dedicabas.”
El
joven pelirrojo estaba sentado en el suelo, sobre un trozo de tela
roto. Tenía una pequeña caja de cartón frente a él con unas pocas
monedas.
“Lord Phantomhive.” Le
saludó educadamente inclinando la cabeza. “¿Ha tenido unas buenas
compras?”
“Aburridas
como siempre. Veo que a ti no te va muy bien.”
“Es
lo que debo hacer.” Contestó tranquilamente.
“Supongo
que con tu brazo en ese estado no puedes trabajar.”
“No
en mi trabajo habitual, pero puedo seguir ganándome la vida.”
“Espero
que lo que ganes aquí sea suficiente para sobrevivir los meses que
te quedan de convalecencia. Pero si no es así, mi oferta sigue en
pie.” Sin decir más Ciel se fue seguido por su mayordomo.
Unas
horas más tarde, cuando ya nadie que pudiera darle dinero caminaba
por la calle y solo quedaban aquellos que se lo querían quitar,
Olivier regresó a su casa. Era una de las zonas más pobres de la
ciudad. Sucia, maloliente. Vivía en el segundo piso de una vieja
casa de madera. Cuando abrió la puerta fue recibido por un fuerte y
cariñoso abrazo.
“¡Oli!
¿Hay comida?”
Una
niña de poco más de un metro de altura se abrazaba a su cintura.
Tenía largos cabellos ondulados y del mismo naranja claro que
Olivier e igualmente sucedía con sus ojos. Tenía una piel pálida y
un rostro pecoso. Era muy delgada. Un vestido marrón y roto en los
bajos cubría su pequeño cuerpo. Sus finos labios rosados estaban
abiertos, esperando comida.
“Aquí
tienes.” Le entregó un panecillo que había comprado de camino.
“Lo siento Peach, es todo lo que he conseguido.”
“¿Y
tú, Oli? ¿No comes?” Le preguntó, deteniéndose antes de
llevárselo a la boca.
“Tranquila,
yo ya he comido mi parte.” Le respondió con una sonrisa.
Pero
era mentira. Aquel día no había probado bocado. Ni el anterior. Su
estómago dolía pero no podía hacer nada. A un mendigo tan joven y
sin mutilaciones no le daban mucho.
Aquella
casa era pequeña pero estaba limpia. Solamente una sala con una mesa
baja de madera y un colchón de paja con una manta. A parte de
aquello solamente tenían una vela, que poco le faltaba para
acabarse.
“Hermano...
tengo hambre.” Llevaba teniendo hambre mucho tiempo pero no quería
decirlo porque sabía que no podía hacer nada. Hasta que ya no
aguantó más.
“Lo
sé. Lo sé.” Le dijo abrazándola.
En
su cabeza resonaban las palabras del conde.
¿Mi
orgullo vale más que la salud de mi hermana?
Pensó
e inmediatamente se reprochó su estupidez.
“Peach,
vístete, vamos a salir.”
Eran
casi las once de la noche. Llamaron a la puerta de la mansión
Phantomhive. El mayordomo de ojos rojos abrió la puerta. Observó al
joven harapiento que había aparecido y a la niña que le agarraba la
mano y se ocultaba tras él.
“¿Qué
desea?” Preguntó el mayordomo con su falsa sonrisa.
“¿Podría
ver a Lord Phantomhive?” Pidió humilde.
“Por
supuesto, adelante.”
Mientras
los dos pelirrojos entraban por la puerta, Ciel bajaba ya las
escaleras.
“Olivier.
No esperaba volver a verte, creí que te estabas ganando la vida.”
Comentó cuando llegó frente a ellos.
“Si
ha cambiado de parecer me iré inmediatamente.” Le dijo volviéndose
ya.
“Por
supuesto que no, ese brazo roto sigue siendo mi responsabilidad.”
De
pronto se escuchó un gruñido. El estómago de Peach estaba pidiendo
comida.
“Lord
Phantomhive, ella es mi hermana Peach, la razón por la que estoy
aquí.”
La
pequeña salió de detrás de su hermano ruborizada. Llevaba un
vestido por las rodillas, rosa pálido con unas tiras blancas en los
puños de las mangas, la cintura y el cuello. También llevaba unos
calcetines arrugados blancos y unos zapatitos marrones. Un lazo
blanco atado sobre la cabeza apartaba los largos cabellos de su
rostro. Todo era algo viejo, le quedaba ya pequeño y pronto no le
valdría, pero estaba muy bien cuidado.
“Realmente
os parecéis.” Susurró observando a ambos. “Sebastian, lleva a
Peach a la cocina, que coma cuanto quiera.”
“Sí,
Bocchan.”
Sebastian
ofreció su mano a la pequeña y esta miró primero a su hermano y
solo la tomó cuando afirmó con la cabeza.
“Acompáñame
Olivier.” Le dijo Ciel, subiendo por las escaleras.
El
pelirrojo le siguió hasta su despacho. Miraba hacia el suelo pero
algo llamó su atención y sus ojos se fijaron en uno de los cuadros
que había en el pasillo.
“Hum.”
Rió para sí.
“¿Sucede
algo?” Preguntó Ciel al escucharle.
“Oh,
no. Es un hermoso cuadro.” Le dijo observando la pintura.
“Así
es, El Naufragio, de Joseph Turner. ¿Has visto antes cuadros
suyos?”
“No
estoy seguro...”
Mientras
Olivier aguantaba la risa, llegaron al despacho. En la mesa de té
había dos tazas y una tetera humeante, además de una bandeja con
pastas. Era como si le estuvieran esperando ya.
“Adelante,
puedes tomar cuanto quieras.” Le dijo sentándose en una silla y
cogiendo su taza ya servida. “Supongo que tendrás aún más hambre
que tu hermana. ¿Me equivoco?”
“Se
lo agradezco.” Respondió sentándose en la otra silla y
sirviéndose el té.
A
pesar del hambre que tenía no lo tomó con avidez y tampoco probó
las pastas.
“Dime,
¿a qué te dedicas habitualmente? Me refiero al trabajo que ejercías
antes de lesionarte.”
¿Se
cree que soy tonto y no le entiendo?
“Soy... un artista, o algo
así.”
“¿O algo así?”
“Bueno, sin dinero no se puede
ser un artista así que trabajo en todo aquello que me permita
relacionarme con el arte.”
“¿Como qué?”
“Principalmente ayudar a otros
artistas que sí pueden permitírselo.”
“Parece un trabajo muy poco
estable.”
“Lo es, pero no le hago ascos
a otros trabajos si me permiten mantener a mi hermana y sobrevivir.”
“Y entre esos trabajos se
incluye el de mendigo.” Dijo sin poder disimular algo de soberbia.
“Si es necesario sí, y no me
avergüenzo de ello.”
“Por
supuesto. ¿Cuántos años tienes, Olivier?”
“Dieciséis.”
“Un
poco joven para cuidar de una niña.”
“Realmente
no quiero escuchar eso precisamente de usted, joven Conde.”
Contestó Olivier con una sonrisa.
Por
suerte, antes de que la conversación se volviera más tensa, entró
por la puerta abierta del despacho Peach. Llevaba un plato lleno de
comida en las manos.
“Oli
toma, tú también.” Le dijo a su hermano extendiéndole el plato.
“Muchas
gracias Peach.” Contestó dándole un tierno beso en la mejilla y
tomando el plato.
Sebastian
llegó detrás y dejó otro plato con comida sobre la mesita.
“Insistió
en traerle comida.” Se explicó a Ciel.
“Está
bien, comed tranquilos y pedidle a Sebastian lo que necesitéis,
después os llevará a vuestras habitaciones.”
Ciel
se levantó y dejó su asiento a la pequeña. Se marchó seguido por
Sebastian y se quedaron solos los dos hermanos.
“Peach,
¿qué te parece este sitio?” Le preguntó mientras se llevaba un
trozo de carne a la boca. Olivier se sorprendió, aquello era lo más
delicioso que había comido nunca. Claro que muchos manjares no había
podido probar.
“Es
increíble. Hay mucha comida, la cocina es enorme y tienen todo tipo
de comida.” Contestó la pequeña totalmente entusiasmada.
“Sí...
Aquí podremos comer.” Aquello era lo importante. Ya no recordaba
la última vez que había saciado su hambre.
Ambos
no dejaron ni rastro de comida en los platos. Sebastian sonrió al
verlos, pocas veces le dejaban los platos tan limpios.
“Les
acompañaré a sus dormitorios.”
Caminaron
por los largos pasillos que Olivier ya había visto guiados por el
mayordomo.
“Esta
será su habitación, señorita.” Le dijo a Peach abriéndole la
puerta. “Tras esa puerta tiene el baño y su hermano estará en la
habitación de enfrente.”
La
pequeña entró en la habitación y fue directa a la gran cama.
“Esta
es su habitación.” Le dijo a Olivier abriendo la puerta de
enfrente. “Espero que pase una buena noche. Si necesita cualquier
cosa no dude en llamarme.”
“No
es necesario que me trate de usted.” Dijo Olivier antes de que
Sebastian se fuera. “Sé perfectamente que mi hermana y yo no
pertenecemos a un lugar como este y en cuanto pueda volver a trabajar
nos marcharemos. No quiero que mi hermana se haga ilusiones. Hasta
entonces puede tratarme como un sirviente más, ayudaré en todo lo
que pueda.”
“Las
órdenes de mi amo son tratarle como a un invitado y eso haré mal
que me pese.”
No
lo disimulaba. A pesar de su sonrisa su voz denotaba claramente su
desagrado por la presencia de aquel mendigo. Cerró la puerta tras de
sí y Olivier se quedó a oscuras en la gran habitación, en la misma
en que había despertado días atrás. Una leve luz atravesaba las
nubes y entraba por la ventana. Olivier se quitó la ropa y se puso
un pijama que encontró sobre la cama. Se metió entre las sábanas
pero no pudo dormir. Y al parecer su hermana tampoco. A los pocos
minutos entró a hurtadillas en su habitación. Silenciosamente se
coló en su cama y se abrazó a él.
“¿No
puedes dormir sola?”
“No...”
Olivier
la abrazó. Era normal, aquel era un lugar extraño y Peach nunca
había dormido sola. La pequeña no tardó mucho tiempo en dormirse,
sin embargo Olivier no lo hizo hasta bien entrada la madrugada.
Cuando
la luz del amanecer entró por la ventana Olivier despertó. Estaba
acostumbrado a dormir pocas horas. Se quedó tumbado, sin moverse. La
cabeza de su hermana descansaba sobre su pecho. Cuando unas horas
después llamó Sebastian a la puerta, Peach se despertó.
“Bocchan
ha pedido que se pongan estas ropas.” Les dijo dejándolas en una
silla.
“No
las necesitamos.”
“Es
por la estética de la mansión. Comprendan que sería vergonzoso
para él si alguien les viera con ese aspecto caminando por aquí.
También podrían darse un baño antes de ponérselas.”
“Y
esto es humillante para nosotros.” Respondió Olivier.
Sebastian
solo sonrió y salió de la habitación.
“Hoh~
Tenéis mucho mejor aspecto ahora.” Les dijo Ciel cuando se
sentaron a desayunar a la mesa con él.
Limpios
y bien vestidos. Sus cabellos ahora relucían, sedosos. Sus pieles
brillaban sin mancha alguna. Peach llevaba un vestido rosa con los
bordes fruncidos de seda blanca, un bordado dorado en el pecho y unos
volantes en la parte inferior. Olivier llevaba un traje de chaqueta
negra con botones dorados y pantalones rojo burdeos con botas
acordonadas altas. Ambas ropas parecían muy caras.
“Le
agradezco estas ropas Lord Phantomhive, pero no eran necesarias.”
“Por
supuesto que sí.” Respondió antes de que siguiera hablando.
“Estás aquí como mi invitado, por salvarme la vida, por ello
mientras vivas aquí-”
“Oli,
¿le salvaste la vida?” Preguntó la pequeña.
“Peach,
no interrumpas a Lord Phantomhive.” Le dijo su hermano apurado.
“Está
bien. Sí, Peach, tu hermano me salvó la vida.”
“Así
que... por Lor... Lor Fan... ¿Por Lor Fan-Fan mi hermano está
herido?”
“¡P-peach!”
Olivier no sabía qué decir.
Una
risilla se escapó de los labios de Sebastian, que observaba la
conversación junto a su amo.
“Lor
Fan-Fan...” Murmuró divertido.
“¡T-tengo
trabajo! ¡Me voy!” Exclamó Ciel levantándose de la mesa.
Se
sentía avergonzado además de ofendido pero no sabía como
enfrentarse a una niña que además llevaba razón.
“Peach,
no digas esas cosas, Lord Phantomhive nos está alimentando mientras
no puedo trabajar.” Le dijo Olivier cuando se quedaron solos
desayunando.
“Pero
si no le hubieras salvado no estarías herido y podrías trabajar.”
Se quejó ella hinchando sus mofletes.
“¿Si
no le hubiera salvado sería un buen hombre? ¿Podría ser un buen
hermano?” Le preguntó con una sonrisa. Le hacía feliz que su
querida hermana se preocupara por él.
“Um...
Supongo... que no...” Le molestaba pero sabía que su hermano era
un buen hombre y salvaría a todo aquel que pudiera. Y se
enorgullecía de él.
Durante
aquel día no volvieron a cruzar palabra con el conde, la mayor parte
del tiempo ni siquiera estuvo en la mansión. Los dos hermanos
caminaron por los pasillos principales y los salones. Todo era tan
lujoso y brillante que ambos se sentían abrumados. No entraban en
ninguna otra habitación, no tenían el permiso de su dueño. O por
lo menos eso era lo que Olivier le había dicho a su hermana.
“¡Oli!
Mira lo que encontré.” Dijo la pequeña corriendo hasta su
habitación cuando él salía del baño.
“Peach,
te dije que no tocaras nada.”
“Ven,
ven, esto es increíble.”
Peach
le cogió de la mano y le arrastró por los pasillos hasta una puerta
entreabierta. Era la biblioteca principal de la mansión. Un lugar
enorme, con las paredes cubiertas hasta el techo de estanterías
llenas de libros.
“Oh...”
Olivier solo pudo suspirar impresionado.
Peach
fue corriendo por la alfombra persa y se sentó en un sofá beige en
el centro de la sala.
“¡Leamos
un libro!” Le pidió a su hermano.
Olivier
sonrió, le encantaba ver a su hermana tan entusiasmada por los
libros. Recorrió las estanterías, leyendo los títulos que pasaban
frente a sus ojos hasta que uno llamó su atención.
“Este
estará bien.” Cogió el estrechó libro y se sentó junto a su
hermana.
“El
Príncipe Feliz y otros cuentos.” Leyó Peach en la tapa del libro.
“No lo había oído antes.”
“Lo
ha publicado este año. ¿Qué tal si empiezas
tú?”
“¡Vale!”
La pequeña se aclaró la garganta y comenzó a leer. “En
la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la
estatua del Príncipe Feliz...”
Mientras
ella leía, Olivier la observaba sonriente y hacía las voces de los
personajes.
Por
el pasillo de la mansión se acercó el conde y se paró frente a la
biblioteca al escuchar las voces.
“¿Sucede
algo?” Le preguntó el mayordomo tras él.
“Ambos
saben leer.” Dijo mientras les observaba desde la puerta sin que
los hermanos se percataran de su presencia, centrados en la lectura.
“Eso
parece.”
“No
sabía que los mendigos supieran leer.” Murmuró. Se dio la vuelta
y se dirigió a su despacho. “Sebastian, investiga a fondo a ese...
artista.”
“Yes,
My Lord.”
Aquella
noche Olivier se metió pronto a la cama junto a su hermana y, en
cuanto esta se durmió, se levantó sin hacer ruido y salió de la
habitación. Se dirigió al despacho del conde, pero no necesitó
llegar, se lo encontró por el camino, yendo a su dormitorio.
“¿No
puedes dormir?” Le preguntó Ciel.
“Quería
hablar con usted.”
“Ya
me iba a dormir, podemos hablar en mi habitación.”
A
Olivier no le parecía muy adecuado pero no podía contradecirle. Le
acompañó a su dormitorio y se sorprendió al ver que no se
diferenciaba mucho del suyo propio.
“¿Y
bien, qué querías?”
“Lord
Phantomhive, hoy ha sido un día muy largo. No me siento cómodo
estando de brazos cruzados en esta casa. Por favor, no me trate como
a un invitado, me sentiría mejor si pudiera trabajar, sirviéndole
en lo que necesite como bien pueda a pesa de la lesión.”
“¿Quieres
que trate como un sirviente al hombre que me salvó la vida?”
“Véalo
como un favor hacia mí.”
En
la penumbra de la habitación Ciel observó los brillantes ojos
esmeralda. Aquel chico no podía desprenderse de su pobreza, no podía
aceptar los lujos que se le ofrecían. Y si lo quería así, ¿por
qué no se lo iba a conceder?
“Está
bien, puedes empezar a servirme ahora mismo.”
“Como
desee.”
“Sebastian
está ocupado así que cámbiame tú de ropa. El camisón está en
ese cajón.”
“Sí
señor.”
Olivier
hizo una leve inclinación, pidiendo permiso, y se acercó al conde.
Con una mano apenas móvil, desabrochó la chaqueta verde de su traje
y la colocó sobre una silla. Se arrodilló en el suelo, desató los
zapatos marrones y se los quitó. Ciel perdió los centímetros que
le daban los tacones de los zapatos. Le quitó también los
calcetines negros. Ciel se apoyó en sus hombros para no caer.
Olivier desabrochó los pantalones cortos verdes y se los quitó.
También la ropa interior. Sin levantarse, desató el lazo azul que
adornaba el cuello de la camisa. Se quedó observando la pálida
figura, vestida solo con la sencilla camisa blanca.
“¿Qué
sucede?” Preguntó Ciel tranquilo, con una ligera sonrisa.
“Es
hermoso...” Murmuró Olivier sin poder dejar de observarle.
“¿Qué?”
“Usted
es... muy hermoso. No me había dado cuenta antes con todos esos
adornos ocultándolo.”
“Huh.
Continúa con tu trabajo.” Le dijo orgulloso.
“Solo...
solo un momento más. Necesito grabarla en mi mente.”
“¿El
qué?”
“Su
imagen. Para poder dibujarle cuando mi brazo se recupere.” Guardaba
cada detalle, cada forma y color, en su memoria.
“No
es necesario que hagas eso, cuando te recuperes dejaré que me
pintes. Puedes hacerme un cuadro si lo deseas.”
“¿Lo
dice en serio? ¿Me lo permitiría?”
“Por
supuesto, y también puedes pintar a Sebastian si quieres.”
“¡Ah...!
¡Se lo agradezco Lord Phantomhive!” Su rostro se iluminó
ilusionado.
“Bocchan.”
Sebastian se asomaba por la puerta de la habitación.
“Oh,
ya has regresado.”
“Sí
Bocchan. Olivier, puede regresar a su dormitorio, yo terminaré de
vestir a mi amo.”
“Sí,
claro. Que pase buena noche Lord Phantomhive.” Hizo una inclinación
y salió del dormitorio.
Sebastian
cerró la puerta tras él.
“Ese
chico es muy peculiar. ¿Has encontrado algo sobre él?” Preguntó
mientras Sebastian le quitaba la camisa.
“Sí
Bocchan, algo realmente interesante.”
“Hoh~
Así que no era mi imaginación.”
Continuará...
Pinta genial~~ Ya tengo ganas de saber como sigue. Como siempre escribes de maravilla.
ResponderEliminarEscribes tan bonito D:! como te odio(con amor)por escribir así ;---; dame un poquito de tu talento a aquellos que no lo poseen ;w;.
ResponderEliminarO.o simplemente tengo k decir k me encanto. Llevo muxo tiempo leyendo lo k escribes y en verdad me ecanta todo lo k e leido asta el momento. Despues de todo mempeze a escribir x leer tus istorias aunk komparadas kon las tuyas klaramente son peores xD x cierto algun dia segiras escribiendo la de sexo muerte y rock esk es realmente de lo mejor :3
Eliminar"Lor Fan-Fan" JAJAJAJAJAJAJAJA.
ResponderEliminarEstá hermoso este fic, me encanta lo apegad@ que eres a los personajes y lo bien que desarrollas tu idea 🌸💖