Título: Un sobre sin dinero
Fandom: Podemos (partido político español) Pareja: Pablo Iglesias x Íñigo Errejón
Autor: KiraH69
Género: Yaoi, Slash Clasificación: +18 Advertencias: Lemon
Capítulos: One-shot
Resumen: Los Papeles de Panamá desvelan un nuevo escándalo relacionado con la familia de Errejón, lo que le lleva a tomar una decisión extrema con la que Pablo no está de acuerdo.
* * * * *
Llegaba tarde. Por algún misterioso motivo, la alarma de su
móvil no había sonado, o lo más probable es que estuviera tan profundamente
dormido que ni siquiera la había oído o la había apagado sin darse cuenta. Daba
igual, el caso es que llegaba bastante tarde y había una reunión a primera
hora. Tenía varios mensajes en su móvil y alguna llamada perdida, pero no se
entretuvo en revisarlas, no quería retrasarse aún más. Cuando se acercaba a la
entrada del Congreso, vio una nube de periodistas, más de los habituales en un
día normal. Algo había pasado, alguien se había metido en un lío. Tal vez por
eso su móvil no dejaba de sonar. Tuvo un mal presentimiento.
Respondió a la llamada que estaba recibiendo en ese
momento.
«¡Íñigo!», la voz de Irene sonó casi aliviada cuando al fin
logró contactar con él, pero enseguida se puso tensa de nuevo. «Menos mal, no
lográbamos dar contigo. Ya te has enterado, ¿no?».
—¿Enterarme de qué?
Los periodistas le vieron. Aquella marabunta fijó su
objetivo y en unos segundos estaba rodeado de cámaras y micrófonos hasta que
apenas su cabeza era visible.
—Señor Errejón, ¿es cierto que su tío posee una empresa en
Panamá?
—¿Tiene usted algo que ver con esa empresa? ¿Tenía
conocimiento de ello?
«¿No lo sabes? Pues prepárate, El Confidencial ha publicado, con esto de los Papeles de Panamá,
que tu tío tiene una empresa allí», siguió escuchando a Irene por su teléfono. «No
sé si es cierto o no, o qué sabes, pero tenía que informarte antes de que te
pillaran por sorpresa».
—Ya… un poco tarde.
Colgó el teléfono y lo guardó en su bolsillo. Las preguntas
de los periodistas se sucedían una tras otra sin que su cerebro pudiera
procesarlas. Los flashes le parecían casi cegadores. Estaba aturdido, no podía
creer lo que estaba pasando. A los periodistas les parecía que simplemente
estaba pensando, pero por dentro se estaba derrumbando como un edificio
dinamitado. No, tenía que aguantar, tenía que reponerse y actuar de la forma
más correcta posible. Realmente nunca había esperado enfrentarse a esa
situación, pero siempre había sabido qué haría en el caso de que sucediera.
—Discúlpenme, acabo de enterarme de la noticia y tengo que…
hacer unas llamadas y hablar con algunas personas—les dijo a los periodistas,
intentando hacerse oír por encima de todo aquel ruido—. A lo largo de la mañana
les convocaré a todos para una rueda de prensa si les parece. Ahora, si me
perdonan…
Se abrió paso como pudo. Sus palabras no consiguieron que
los periodistas dejaran de preguntar, pero de algún modo le hicieron más fácil
el camino hacia el Congreso. Se cruzó con la mirada de los diputados de otros
partidos y tuvo la extraña sensación de que eran hienas, esperando para saltar
sobre su cadáver. El nudo en su pecho se hizo más intenso, doloroso. Querría
haber llevado corbata para poder aflojarla y tener al menos una falsa sensación
de alivio. El encontrarse con compañeros de su partido fue tal vez aún peor.
Intentaban hablar con él, incrédulos ante la noticia. «No es cierto, ¿verdad?».
«Tiene que haber algún error». «No te preocupes, tú no tienes nada que ver con
esto». Pero él los ignoraba a todos, no se atrevía a decir una sola palabra
hasta tener claro lo que pasaba. Subió a su despacho y se encerró en él.
Al fin solo, respiró hondo.
Se sentó en el sofá con su tablet en la mano. Por un
momento permaneció apagada, primero tenía que prepararse mentalmente.
Comenzó a leer los periódicos digitales. Primero El Confidencial, que tenía la exclusiva
de Los Papeles de Panamá. No quiso ni
ver el titular, pasó al artículo. Una empresa en un paraíso fiscal (aunque
Panamá no era considerado paraíso fiscal por España, pero eso para el caso daba
igual). No sabían si estaba declarada o no, si era legal o no. Tampoco
importaba. Aún en activo. Oh, joder, eso era peor. Desde el 98. ¡Apenas era un
adolescente! Pero eso también daba igual. Los demás periódicos simplemente copiaban
esta misma noticia, nada nuevo, ningún rayo de sol entre las nubes.
Su mente intentaba ordenar las piezas. Panamá. Una empresa
de su tío. En el 98. Le pareció absurdo, su tío no tenía ninguna clase de
negocio. Hasta donde él sabía, no era más que un trabajador de una fábrica,
española. En un puesto bastante elevado, sí, pero nada más, ni siquiera era un
directivo ni nada.
Lo mejor sería preguntarle a él mismo. Sacó el móvil y
buscó su número en la agenda. Apenas le llamaba, no recordaba si le tenía por
su nombre o como «tío». Al primer intento estaba comunicando. Esperó unos
minutos, caminando de un lado a otro de su despacho, y al segundo intento sonó
el tono de llamada. Uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis… «El número que usted
ha marcado no se encuentra disponible en este m-». Colgó y volvió a llamar.
Esta vez no hubo tono. «El número ha marcado se encuentra apagado o fuera de
cobertura». Se estaba empezando a poner nervioso, cabreado. Llamó al teléfono
de su casa y entonces sí, al segundo tono respondieron.
—¿Diga?—era la voz de su tía.
—Tía, soy Íñigo.
—Oh, cariño, cómo-
—Pásame con él.
No era momento para los saludos familiares. ¿Cómo estás?
¿Qué tal por ahí? ¿Cómo va el trabajo? Jodido.
—Um… Tu tío está…
—Si está en casa, pásame con él—no quería ser maleducado
con su tía, pero en ese momento no era capaz de ser amable.
La mujer suspiró y poco después sonó al teléfono la voz de
un hombre.
—Hola Íñigo.
—¿Es verdad lo que han publicado?
—Am… es…
—¿Tienes una empresa en Panamá?
—Íñigo, no es ilegal-
—¡No me vengas con esa mierda! ¿Tienes o no tienes una
empresa en Panamá?
Hubo un breve silencio en el que deseó con todas sus
fuerzas que la respuesta fuera «no».
—Sí, la tengo.
Dejó de golpe el teléfono boca abajo sobre la mesa.
Probablemente incluso había roto la pantalla. Con los codos apoyados sobre las
rodillas, hundió el rostro entre sus manos. Se sentía terriblemente derrotado y
ni siquiera había terminado la batalla. Ni siquiera había formado un gobierno
todavía ni estaban oficialmente en la oposición, ni siquiera sabían (al menos
no con seguridad) si habría nuevas elecciones o si se lograría un gobierno a
tiempo, ya fuera de ellos o de otros. Había sido derrotado por algo que
resultaba tan ajeno, pero que todos verían íntimamente ligado a él.
Se levantó del sofá. Con el puñal en su espalda, era el
momento de hacer lo necesario para que su partido, el partido por el que tanto
había luchado estos escasos dos años y las ideas que había defendido durante
toda su vida, no se vieran salpicados por su sangre.
Fue hasta su escritorio, abrió el cajón superior y sacó las
cosas que tenía allí hasta poder levantar la libreta marrón del fondo. Debajo
de ella había un sobre blanco, cerrado.
Con el sobre en la mano, llamó a la puerta del despacho de
Pablo. Tocó dos veces y entró sin esperar respuesta.
—¡Íñigo!—era la segunda vez en la breve mañana que decían
su nombre con ese peculiar tono de alivio y preocupación. Pablo se levantó de
su mesa y cerró la puerta rápidamente. Se plantó frente a él, mirándole con una
expresión tan preocupada como pocas veces había visto antes—. Tenemos que
pensar rápidamente qué vamos a hacer con esto, tienes que hablar con tu tío,
tienes que enterarte exactamente-
—No hay nada que pensar, tengo claro lo que voy a hacer—le
interrumpió. No quería que dijera nada, no quería oír una sola palabra, no
quería tener nada que decir a los periodistas cuando le preguntaran qué le
había dicho.
—¿Y qué vas a hacer?—preguntó extrañado.
Íñigo le ofreció el sobre blanco. Pablo lo miró y supo al
instante lo que era.
—No, ni hablar—negó con la cabeza, dando un paso atrás y
levantando las manos como si aquel sobre fuera tóxico.
—Tengo que hacerlo.
—¡No, no tienes que hacerlo! Les han pasado cosas mucho más
graves a otros y ni siquiera han pensado en dimitir.
Estaba gritándole, cualquiera que pasara frente al despacho
pensaría que estaban discutiendo o que le estaba echando la bronca, pero él no
tenía nada de qué discutir, su decisión ya estaba tomada.
—Pero nosotros no somos como ellos, ¿verdad? Si fuera
mentira haría todo lo posible y más para que se aclarara y limpiar mi nombre,
pero es cierto, mi tío tiene una empresa en Panamá. Está claro lo que tengo que
hacer.
—¡No eras más que un crío cuando la fundó, no pueden
adjudicártelo a ti!
Era un cabezota, seguía rechazando el sobre que le ofrecía.
Íñigo pasó a su lado y lo dejó en el escritorio.
—¡No la acepto!—le dijo tajante.
—No puedes no aceptarla, no puedes obligarme a quedarme. No
puedes, no puedo perjudicar al partido con esto.
Pablo se sentía impotente. Sabía que nada de lo que se le
pasaba por la cabeza podía conseguir que Íñigo cambiara de idea. Aquella carta
llevaba escrita desde el día en que había obtenido un cargo en el partido.
Avanzó hasta él y le sujetó por los hombros. Íñigo se quedó mirándole
sorprendido. Aunque eran casi de la misma altura, quizás Íñigo incluso un
centímetro más alto que él, se sintió empequeñecer ante la intensidad que
desprendía su compañero; una sensación que había tenido muchas veces, pero era
la primera vez que pensaba en ella.
—No lo dejes, no puedo perderte.
Íñigo se quedó sin aliento por un instante. Aquellas
palabras, aquel tono profundo parecían tener un significado más allá del
evidente, o quizás simplemente su mente le estaba haciendo ver cosas donde no
las había, una vez más. Pero la desesperación de Pablo era real, podía sentirla
en los dedos que se hundían dolorosamente en su piel y en sus mandíbulas
fuertemente apretadas dándole una expresión tensa.
Puso sus manos sobre las de Pablo y parecieron relajarse de
inmediato. Sonrió, por difícil que le resultaba en ese momento se forzó a
sonreír, aunque tenía más ganas de llorar.
—No vas a perderme. Seguiremos siendo amigos y siempre me
tendrás ahí para lo que necesites. Quizá sea incluso beneficioso para nuestra
amistad, ya sabes—rió, tristemente.
Pablo agachó la cabeza, apretando los ojos con fuerza.
—Esto no es justo.
—Esto es política.
Pablo soltó sus hombros y le dio un abrazo, un fuerte abrazo
que duró largos segundos demasiado breves. Íñigo tuvo que hacer terribles
esfuerzos para no llorar ahora que podía ocultar el rostro en su cuello.
Aquello se parecía tanto a una despedida que temía que lo fuera. No trabajar
juntos podría ayudar a conservar su amistad o también podrían perderla para
siempre. Sabía que el poco tiempo que podrían pasar juntos haría mella
rápidamente.
Íñigo rompió el abrazo primero, sin poder aguantar más. Sin
decir una sola palabra, sin volver a mirarle, salió del despacho y regresó al
suyo.
Como cuando sales de entre las mantas en una mañana de
invierno, Íñigo se sintió frío ante la repentina ausencia entre sus brazos. Se
dejó caer en el sofá y echó la cabeza hacia atrás sobre el respaldo. Quería
terminar aquello ya, en aquel mismo momento y no volver a hablar jamás de ello,
pero aún le quedaba algo que hacer y cuanto antes lo hiciera mejor sería para
él y, sobre todo, para el partido.
La rueda de prensa se programó para las 11. Los periodistas
estaban sorprendidos de que un político hiciera declaraciones tan rápido tras
conocerse el escándalo, pero tampoco esperaban más que las típicas excusas.
Cuando Íñigo entró en la sala, estaba casi llena de periodistas, apenas había
huecos libres en las mesas. No pudo evitar recordar las veces que había salido
con Pablo y otros miembros de Podemos tras las reuniones con otros partidos. Se
puso tras el atril y colocó en él el artículo de El Confidencial impreso con algunos datos resaltados en amarillo y
una sola hoja de papel con tres puntos diferentes que había garabateado en el
rato que había permanecido a solas en su despacho.
1. Es cierto. No tenía conocimiento.
—Buenos días a todos. Gracias por reuniros aquí con tan
poca antelación—se aclaró la garganta y tragó saliva—. Lo primero que quiero
decir es que las informaciones que han apareció en El Confidencial son ciertas, he hablado con mi tío y me ha
confirmado que tiene una empresa en Panamá; pero eso es todo lo que sé,
desconozco si el resto de los datos son correctos. Hasta que esta mañana me
informaron los periodistas, no tenía conocimiento de esta empresa. Según
aparece aquí, fue creada cuando yo tenía 14 años y nunca me había hablado de
ello.
2. Disculpas. El partido no tiene la culpa.
—Pero mi falta de conocimiento de ello no puede ser una
excusa. Quiero pedirle disculpas a todos los españoles y en especial a los
votantes de Podemos. Debería haberlo
sabido. Mis compañeros de partido, al igual que yo, tampoco tenían conocimiento
de esto, así que espero que la culpa no recaiga sobre el partido, yo asumo toda
la culpa.
Apretó con fuerza los laterales del atril. Cada palabra le
estaba resultando más y más difícil de decir. Salían pesadas de su boca, como
un denso lodo que después lo recubría y se secaba. Sus entrañas se retorcían de
forma tortuosa, quería vomitar. Era lo más humillante que había sufrido nunca.
Miró el papel, ya no recordaba qué más tenía que decir.
3. Dimisión.
—Oh, sí. Por último, quiero comunicarles que ya le he
presentado mi dimisión de todos mis cargos en el partido a Pablo Iglesias. Hoy
mismo presentaré también mi renuncia como diputado del congreso y… bueno, no
tengo un carnet de partido, pero también me daré de baja en la página web y
dejaré de participar en cualquier actividad de Podemos—suspiró. Ya estaba todo—.
Una vez más, mis disculpas a todos. Ahora responderé a sus preguntas.
Le resultó difícil escuchar las preguntas, aún más
responderlas, su mente ya no estaba allí.
—¿Cuál ha sido la reacción del Sr. Iglesias ante su
dimisión?
Como si fuera a decírselo. Se guardaría ese momento de
desesperación solo para él.
Minutos después se marchó de allí, dejando sin respuesta la
mayoría de preguntas. Aún quedaba papeleo por hacer. No llegó a casa hasta las
cuatro. Cerró la puerta y dejó caer su mochila al suelo. Escuchó el portátil
golpearse y le dio igual. Se tumbó en el sofá e intentó olvidar todo lo que
había pasado. Era imposible, pero el mero hecho de intentarlo tenía que servir
de algo.
Eran casi las nueve de la noche y no se había movido del
sofá cuando llamaron a la puerta. Tocaron con los nudillos. No respondió. Llamó
un par de veces al timbre y siguió sin responder. Sabía quién era, solo una
persona tenía llaves para poder abrir el portal. No quería verle en ese
momento, no quería que él le viera en
ese estado.
Se sobresaltó cuando oyó las llaves en la cerradura. Se
incorporó rápidamente, poniéndose en pie. Se pasó las manos por el pelo, no
quería verse más lamentable de lo necesario. Pablo abrió la puerta y no se
sorprendió al verle allí.
—Deberías responder cuando llaman—cerró la puerta tras de
sí y guardó las llaves en el bolsillo.
—Y tú no deberías entrar en casa de alguien sin permiso.
—Me diste las llaves.
—Para una emergencia.
—Esto se parece bastante a una emergencia—avanzó hasta
quedar a poco menos de un metro de él—. ¿Cómo estás?
—¿Me creerías si te dijera que bien?—miraba al suelo, a su
preciosa alfombra marrón con manchas de alguna comida o bebida aquí y allá,
porque era mejor que mirar a Pablo.
—No.
—Sabes cómo estoy, no hace falta que lo diga.
—Hecho una puta mierda.
—Exacto.
—Todos están enfadados, algunos muy, muy cabreados.
Carolina da miedo.
—¿Y qué más puedo hacer yo? Ya he dimitido, me he quitado
del medio—no podía creerlo, después de todo aún se enfadaban con él, aunque
había tomado la decisión más difícil de su vida.
—Por eso se han cabreado, sobre todo conmigo por aceptar tu
dimisión. Aunque sea tu tío, tú no tienes nada que ver con esto, no tenías que
haber renunciado. Todos saben tan bien como yo que eres la persona perfecta
para estar a mi lado en primera fila.
—Déjalo—lo sabía, él también lo sabía y quería más que nada
en el mundo estar ahí, a su lado... pero ese deseo ya era imposible. Se acabó.
¿Por qué tenía que seguir sufriendo escuchándolo?
—Lo has llevado al extremo, no era necesario que lo
abandonaras todo.
—Claro que sí, cualquier otra cosa no habría sido
suficiente, no para nosotros, no para Podemos, no en el momento en el que nos
encontramos. La gente tiene que poder confiar en noso… en vosotros, tiene que saber que Podemos no es como los otros
partidos.
—Ya lo saben, podríamos haber hecho otras cosas sin llegar
a algo tan radical.
Por su tono parecían estar discutiendo, pero nada más
lejos. Era un intento desesperado de aferrarse el uno al otro.
—Estamos a punto de repetir elecciones y por cómo han ido
las cosas es probable que seamos los más perjudicados. No puedo permitir, jamás
podría perdonarme que la caída fuera aún mayor por mi culpa. Prefiero no tener
nada que ver con el partido si con eso evito embarrarlo.
—¿Y qué voy a hacer yo sin ti?—apretaba los puños,
moviéndolos inquietos a los costados.
El corazón de Íñigo latió con fuerza.
—Cualquiera de nuestros compañeros puede hacer mi trabajo
tan bien como yo, no me echarás en falta.
Fue una acción fugaz, aunque a sus ojos pasó a cámara lenta
y aun así no pudo evitarlo. La mano de Pablo agarró el cuello de su camisa y su
rostro se acercó hasta que sus labios se superpusieron. Su respiración se
detuvo, mirando con ojos muy abiertos los párpados cerrados de su compañero. No
podía ser, algo se le escapaba, eso no podía estar ocurriendo. Claro, estaba
soñando. Todo lo sucedido aquel día no había sido más que un sueño, una
terrible pesadilla y, como siempre, se despertaría cuando llegara lo bueno.
Pero no se despertaba y seguía teniendo la sensación de los
labios de Pablo sobre los suyos en un beso casi casto, la sensación más vívida
que nunca había experimentado. La mano de Pablo soltó su camisa. Cuando iba a
apartarse, Íñigo no pudo evitar dar un paso adelante para mantener el contacto.
En lugar de apartarse, Pablo le rodeó la nuca con la mano e intensificó el
beso, que ya no pudo llamarse casto. Tanteó sus finos labios con la lengua y
enseguida le dejaron paso. Sus lenguas se encontraron en la boca de Íñigo y se
acariciaron la una a la otra. El joven no pudo contener un gemido en el fondo
de su garganta cuando Pablo le rodeó la cintura con un brazo y juntó sus
cuerpos, no quedando más que la ropa entre ellos. Se aferró a sus hombros.
Estar tan cerca aún no era suficiente. Finalmente tuvieron que separar sus
labios, solo sus labios, para recuperar el aliento. Se miraron con pupilas
dilatadas, apoyándose en la frente del otro. Sus respiraciones calientes y
agitadas se entremezclaban. Ambos podían notar el duro bulto en los pantalones
ajenos que presionaba contra el suyo propio. Parecían animales en celo.
—¿Sofá o cama?—preguntó Pablo con una media sonrisa.
—Cama.
Tras ver el estado en el que se encontraban ambos, estaban
seguros de no malinterpretarse, ya no tenían por qué contenerse. Se separaron,
sintiendo el ambiente frío del salón. El calor emanaba de ellos. Íñigo agarró a
su compañero por la muñeca y lo llevó hasta el dormitorio. Una cama de
matrimonio.
Antes de que pudiera siquiera darse la vuelta, Pablo le
abrazó por detrás y besó su cuello, con suaves mordiscos en el lóbulo de su
oreja y su nuca. No pudo contener un gemido de sorpresa mientras su respiración
se volvía más pesada. Supo desde ese momento que al día siguiente su cuerpo
estaría lleno de marcas. Este pensamiento hizo que su entrepierna palpitara.
Entre los dos desabrocharon la camisa y la sacaron de entre
los pantalones, tirándola descuidadamente a los pies de la cama. Más piel que
besar y acariciar. Las manos vagaron por su pecho, una acariciando los
alrededores de su ombligo, bajando provocativa hacia la cintura del pantalón, y
la otra jugando con sus pezones hasta endurecerlos, pellizcando primero para
luego frotarlos con suavidad. Los labios siguieron por sus hombros y su espalda,
lamiendo y besando, mordiendo y succionando dejando marcas enrojecidas en la
pálida piel y consiguiendo como recompensa dulces gemidos, casi ronroneos.
Nunca le había oído esa voz a su amigo y quería oír más.
Íñigo podía sentir la erección presionando contra su
trasero. Ambos se movían con un suave balanceo generando fricción y la ropa no
hacía más que estorbar. Llevó las manos hacia atrás, intentando en aquella
difícil posición quitarle la camisa.
—Si quieres algo puedes decirlo—le susurró Pablo al oído.
—La ropa… quítatela.
En cuanto lo dijo se arrepintió porque Pablo se apartó de
él, dejando su espalda fría. Se dio la vuelta para ver cómo se quitaba la
camisa a toda prisa y empezó a desabrocharle los pantalones.
—La tuya también—en cuanto se deshizo de la camisa se puso
con los pantalones ajenos.
Los pantalones de ambos cayeron al suelo junto con la ropa
interior. Quedaron desnudos tan rápido que no les dio tiempo a pensar en la
vergüenza, ni antes ni después, porque la excitación enseguida ahogó todo lo
demás. Por primera vez observaron sus cuerpos con el descaro que nunca antes
habían podido. Sus miembros estaban erectos uno frente al otro, a punto de
rozarse. Pablo le agarró por las caderas y le acercó hacia sí. Sus vergas
presionaron una contra otra.
—¿Cómo vamos a hacer esto?—preguntó con voz suave.
De nuevo ese balanceo a un ritmo lento que parecía natural
para ambos.
—¿Cómo quieres hacerlo?—le rodeó los hombros con los
brazos, intentando sostener su mirada sin conseguirlo.
—Bueno… me gustaría intentarlo todo, pero… ¿podría probar
hoy tu culo?
Al oír aquello, las mejillas de Íñigo se encendieron y el
rubor subió hasta sus orejas. «Intentarlo todo», oh joder, él también quería, todo. «Hoy», espera, ¿eso significaba
que habría un «otro día»? Su corazón latía tan fuerte que temía que Pablo
pudiera oírlo.
Viendo que esperaba una respuesta (ni que hiciera falta
responder aquella pregunta), solo acertó a asentir con la cabeza. Las manos de
Pablo pasaron de inmediato a su trasero y apretaron con fuerza sus nalgas.
Apenas pudo reprimir un gemido.
—¿Lo has hecho alguna vez con un tío?
—¿Por qué debería responder a eso?—le pilló por sorpresa,
no esperaba que le preguntara tan directamente.
—Para saber si debo ser concienzudo a la hora de prepararte
o ya estás acostumbrado.
Íñigo sintió el calor crecer en sus mejillas. Se sentía
avergonzado de estar avergonzado, como si no fuera más que un adolescente. Miró
hacia otro lado apretando los labios.
—No tienes que preocuparte, estaré bien—no pensaba decirle
que no había estado con ningún hombre, pero que, aun así, no tendría ningún
problema con la preparación.
Aun sin decirlo, sintió que Pablo lo había entendido, o eso
parecía por su pervertida sonrisa. Se inclinó hacia delante para iniciar un
nuevo beso, un increíble beso entre sus increíblemente compatibles bocas,
mientras sus manos masajeaban el jugoso trasero sin contenerse lo más mínimo.
Suaves suspiros de placer se ahogaban en los labios del otro y comenzaba a
escucharse un sonido húmedo más abajo, el de sus miembros frotándose uno contra
el otro con los glandes brillando por el líquido preseminal. El calor estaba
aumentando y la necesidad comenzaba a atormentar sus cuerpos. Pablo rompió el
beso con un jadeo.
—Lubricante, condones.
—En… la mesilla…—respondió cuando su cerebro fue capaz de
pensar. Se quedó aturdido cuando Pablo soltó su trasero y se apartó de él.
El bote de lubricante y una tira de condones cayeron sobre
la cama. Pablo se subió a ella y le tendió una mano para que él también lo
hiciera. Íñigo subió y se acercó a gatas hasta él. Aún no podía creerlo, Pablo
estaba en su cama (lo que no sería tan extraño de no ser porque ambos estaban
desnudos). Sentía mariposas en el estómago como si aún fuera un adolescente.
—Ponte a cuatro—le dijo con apenas un breve beso.
¿En serio? ¿No más preliminares? No es que no le gustara ir
al grano, pero tal vez le habrían ayudado a relajarse y que sus articulaciones
no se sintieran como metal oxidado. Aun así le hizo caso y se puso a cuatro
patas en el centro de la cama, agachando la cabeza para que no viera la
vergüenza que le daba que viera su lugar más íntimo. Pero su esfuerzo fue
inútil, en el rostro de su compañero se dibujó una sonrisa al ver el rubor que
cubría su cuello y se extendía hacia sus hombros.
—Oh, comestible, perfecto—comentó Pablo leyendo la etiqueta
del lubricante.
Íñigo se preparó, esperando el frío líquido.
—¡Wah!—dio un grito de sorpresa cuando sintió la cálida
lengua directamente contra su entrada—. ¡Pa-para! ¡No tienes que hacer eso!
Intentó escabullirse hacia delante, pero Pablo le rodeó los
muslos con un brazo mientras su otra mano agarraba un cachete, hundiendo sus
dedos en la esponjosa carne.
—¿Por qué no voy a hacerlo?
—Porque… porque… ¡Solo usa el lubricante, basta con eso!—le
pidió, tirando de su brazo para intentar soltarse—. ¡Ah!
Recibió un azote en el trasero que resonó en la habitación,
no lo suficientemente fuerte para que doliera, pero sí lo bastante para que
todo su cuerpo vibrara con él.
¡Más! Como si
pudiera decirlo en voz alta.
—Ya estate quieto y callado- Bueno, no, no hace falta que
te calles, me gusta oírte aunque te quejes, pero levanta el culo y déjame hacer—le
agarró por las caderas y lo atrajo hacia sí. El pálido trasero con la leve
marca roja de su mano quedó justo frente a él. Era tan provocativo que tenía
que probarlo, probar su sabor natural antes de usar ningún lubricante. Se
relamió los labios y hundió el rostro entre las nalgas.
—¡Nnh!—Íñigo pudo sentir la boca sobre su entrada aún
cerrada y la lengua acariciando y humedeciendo la sensible piel. Sus brazos ya
no le sostuvieron más y su cabeza cayó sobre la colcha, lo que hizo que su
trasero se alzara aún más, permitiendo un mejor acceso. La lengua presionó en
el centro y se abrió paso a través de anillo de músculo. Un gruñido que salió
de lo más profundo de su garganta quedó ahogado en la cama. Le había penetrado,
con su lengua, pero le había penetrado por primera vez, y lo mejor era que no
sería la última. Los escalofríos recorrían sus extremidades y su columna
empujados por aquella sensación que no había experimentado nunca antes, que al
principio pensaba que no le gustaba y que a cada segundo se volvía más y más
placentera. Y solo era su lengua.
Ese pensamiento -solo su lengua- no hacía más que agitar su
deseo. Más, más, más. Su cuerpo lo
estaba rogando y, si no lo satisfacía pronto, acabaría diciéndolo en voz alta.
No tuvo que esperar mucho, antes de que pudiera siquiera formar una frase en su
aturdido cerebro, un dedo ya estaba tanteando su entrada. Entró muy fácilmente
y, de no ser por lo excitado que estaba, se habría sentido avergonzado por
ello.
Sus gafas se empañaron por el calor que emitía su propio
cuerpo. Detestaba quitárselas, apenas veía nada sin ellas, pero empañadas
tampoco le servían, así que se perdieron en algún lugar de la cama.
—Nhaa…—se estremeció cuando vertió el lubricante sobre su
entrada.
El dedo se movió con mayor facilidad dentro de él y no dudó
en meter otro enseguida, abriéndolos en su interior y girándolos para dilatarle
poco a poco. Íñigo movió involuntariamente sus caderas hacia atrás,
penetrándose más profundo en aquellos dedos.
—Tranquilo, ten paciencia—rió Pablo, y le dio un suave
mordisco a su nalga.
Tanteó sus paredes internas, suaves y húmedas,
increíblemente calientes, buscando
—¡Waaah!
Ahí estaba, ese nudo de nervios que enviaba descargas
eléctricas a través de todo su cuerpo. Íñigo ya lo conocía, pero por alguna
razón nunca lo había sentido de forma tan intensa.
—Perfecto, justo ahí—sonrió satisfecho y se aseguró de
frotarlo de forma casi constante, con cada movimiento de sus dedos.
—Nnh… Para… deja de… ahí… ngh…—apenas podía articular su
voz entre gemido y gemido. Se sentía abrumado y apenas acababan de empezar,
solo lo estaba preparando. Sus piernas temblaban y casi no lo sostenían. Pablo
se dio cuenta y le dio la vuelta—. Unh…—Íñigo se quejó al sentir el vacío en su
trasero.
Tumbado boca arriba, su miembro completamente erecto
goteaba sobre su vientre. Pablo tragó saliva y se relamió los labios. Tenía que
contenerse para no hundir su polla en él en ese mismo momento. Vertió un chorro
de lubricante sobre el miembro y su compañero sacudió las caderas ante el frío
líquido. Frotó lentamente el duro tronco mientras introducía de nuevo dos dedos
y pronto un tercero. La saliva se acumuló en su boca. Se inclinó y cubrió la
punta del miembro con sus labios.
—¡Dios! Pa-pablo, no, eso… ¡Oh, dios! ¡Sí!—no podía
creerlo, de verdad le estaba… ¡Oh, dios! Se cubrió el rostro con los brazos, no
podía mirar, pero realmente quería verlo -aun emborronado- así que al final lo
hizo. La lengua provocando el sensible glande dándole golpecitos, los labios
succionando y bajando, bajando más mientras el miembro penetraba en su garganta
y la lengua no dejaba de acariciarlo. Llevó la mano hasta su cabeza y presionó
sin darse cuenta, no quería forzarlo más pero sí quería más.
Si hubiera podido sonreír en ese momento, Pablo habría
tenido una sonrisa de oreja a oreja en su rostro. El sabor salado y algo amargo
del miembro y el líquido preseminal se mezclaba con el sabor a fresas -nota
mental: comprar otro sabor-, lo que resultaba algo extraño; y la sensación en
su boca, de sus labios estirándose y del miembro penetrándolo y frotando el
interior era casi alienígena, pero las reacciones que obtenía a cambio eran
recompensa suficiente, más que de sobra en realidad.
—Joder… Dios, Pablo, voy a… Gha- ¡¡Ahh!!—sus caderas se
sacudieron y no consiguió apartar la cabeza de Pablo antes de correrse en su
boca. Liberando toda la tensión, su cuerpo se quedó completamente relajado
hasta que sus extremidades parecieron de goma.
—No imaginé que te gustara tanto blasfemar—comentó,
limpiándose los labios con el dorso de la mano. Estaba sorprendido con el sabor
de su compañero y sobre todo con que no le desagradara como esperaba. Lo había
tragado todo, pero aún permanecía el sabor en su lengua.
—¿Huh?... No soy cristiano, eso no es blasfemar. Pero a
partir de ahora me callaré.
—Ni se te ocurra—se inclinó hacia él, presionando sus
cuerpos juntos—. Ya te he dicho que me gusta oírte hablar... y gemir y
blasfemar. Me gusta tu voz.
Antes de que pudiera terminar la frase, Íñigo ya le estaba
besando. Sabía a fresa y a sí mismo. Se besaron largo rato mientras Pablo movía
sus cadera, su duro miembro presionando contra él. No era difícil percibir que
estaba llegando al límite.
—Pa… Pablo… fóllame ya—le pidió, sintiendo él también la
misma necesidad.
Pablo no esperó un solo segundo. Con un gruñido casi
animal, se incorporó y desgarró el sobre de uno de los condones.
—Sería más fácil por detrás—propuso, vertiendo un generoso
chorro de lubricante sobre su verga encapuchada.
—Ni hablar, quiero verte.
Sonrió ante esa respuesta, estaba empezando a desinhibirse.
—De acuerdo, entonces dame buen acceso.
Levantó sus piernas bien separadas y le hizo sujetarlas con
las manos. Se posicionó y su miembro tanteó la entrada. Íñigo observaba con la
misma expectación que él, mordiéndose el labio inferior cuando comenzó a
penetrarlo.
—Ngh… Joder…—era más grueso que unos dedos, nunca había
probado algo tan grande y resultó doloroso.
—Relájate, una vez que pase la primera resistencia será más
fácil—sonaba como si tuviera experiencia, pero nada más lejos.
Lento, lento, presionando, presionando un poco más, hasta
que la entrada se abrió para él y sintió que prácticamente lo succionaba
dentro. Íñigo arqueó la espalda, clavando los dedos en sus propios muslos que
sostenía. Contuvo un gemido que salió como jadeos exhaustos.
—Oye… eres jodidamente estrecho, ¿sabes?—rió con
respiración pesada, intentando controlar el impulso animal de penetrarlo de una
sola embestida salvaje. Sabía que lo desgarraría—. No es que me esté quejando,
de hecho estoy a punto de correrme solo con esto, pero si no te relajas un poco
no podré entrar más y de verdad voy a
correrme.
—Idiota… Lo dices como si fuera fácil… ¡Tengo una polla en
el culo, ¿sabes?!
—Lo siento, lo siento. Te ayudaré.
—No puedes ayu- ¡Nh!—gimió cuando Pablo pellizcó sus
pezones sin previo aviso.
—¿Se siente bien?—preguntó mientras los frotaba ahora con
suavidad. Por su expresión no necesitaba respuesta.
—S-sí… sigue…
Pablo se inclinó sobre él y cubrió con su boca la rosada
aureola de uno de ellos mientras su mano se encargaba del otro. Lamió y besó, y
succionó con fuerza, arrancando gemidos de su garganta y sintiendo las caderas
levantarse hacia él buscando más contacto. No eran los pechos de una mujer,
pero conseguían excitarlo del mismo modo. La presión sobre la punta de su verga
disminuyó y pudo avanzar un poco más. Viendo que su tratamiento surtía efecto, no se contuvo. Masajeó sus pectorales
con ambas manos, retorciendo y pellizcando con suavidad los duros pezones
mientras su boca pasaba de uno a otro, dejándolos enrojecidos, brillantes de
saliva e increíblemente sensibles. Y cuando terminó, su miembro ya estaba por
completo dentro.
—Mira, ya estamos unidos—se incorporó, sujetando sus
piernas ya que su compañero se había quedado sin fuerzas.
Íñigo bajó la mirada y se relamió inconscientemente los
labios. Sus paredes internas palpitaron alrededor del miembro.
—Parece que tu culo fue hecho para mi polla, tiene la forma
perfecta y es tan estrecho que me voy a derretir—no podía dejar de sonreír
mientras observaba el lugar donde sus cuerpos se fundían, donde su verga
desaparecía en el delicioso trasero.
—Dios, muévete ya—estaba lleno, pero eso no era suficiente.
Si no sintiera su cuerpo paralizado, él mismo se estaría moviendo.
—Eres muy impaciente… Si te duele dímelo y pararé.
Ni hablar, ni aunque doliera le iba a permitir que se
detuviera, llevaba demasiado tiempo esperando esto (o más bien soñándolo,
porque nunca esperó realmente que sucediera). Pablo comenzó a mover sus
caderas, sacando el falo primero unos pocos centímetros y entrando de nuevo,
para luego sacarlo casi por completo y embestir con cierta contención. Probó
diferentes movimientos, observando siempre atentamente el rostro de su
compañero, hasta que un intenso gemido le dijo que había encontrado el ángulo
adecuado, el movimiento exacto con el que conseguiría volverle loco a cada
estocada. Le penetró con un ritmo que se ajustaba a ambos, frotando cada vez
que entraba y salía la sensible próstata. El excitado cuerpo de Íñigo se
sacudía debajo de él, con su miembro plenamente erecto de nuevo, aferrándose a
la colcha con ambas manos y gimiendo, gimiendo, gimiendo más y más, y blasfemando.
—¡Ah! ¡Dios, más! ¡Nh! Ahí… Pa- ¡ah…! Pablo… Joder…—era
melodía para sus oídos, él estaba provocando semejante reacción en su compañero
y eso le excitaba más que nada.
Sintió el orgasmo llegar, ya estaba a punto y no tenía
concentración suficiente para retrasarlo. Tampoco hizo falta. Las paredes de
Íñigo se contrajeron sobre él y su miembro derramó su segunda tanda sobre su
vientre, salpicando hasta su pecho. La presión fue tan intensa que Pablo
también se vino en ese mismo momento en su interior, llenando el condón, con un
gruñido casi gutural, dejando las marcas de sus dedos en la pálida piel.
Tras soltar hasta la última gota con las embestidas
finales, cayó exhausto sobre el cuerpo de su compañero, manchando su torso con
el semen que lo salpicaba.
—Joder, eso ha sido… intenso—murmuró con la respiración
agitada.
—La ostia—era la única forma posible de resumirlo.
—No tenías que haber dimitido, trabajando separados no
tendremos tiempo para hacer esto.
—Si trabajáramos juntos no podríamos hacer esto. Ahora me alegro por primera vez de haber
dimitido.
—Has puesto el listón muy alto.
—Donde tiene que estar.
FIN
Un sobre sin dinero by Kirah69 is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
No hay comentarios:
Publicar un comentario