Título: A Mordiscos
Fandom: Hemlock Grove
Pareja: Peter Rumancek x Roman Godfrey
Autor: KiraH69
Género: Yaoi/Slash
Clasificación: +18 Advertencias: Bestiality, lemon, sangre
Capítulos: 1
Resumen: Roman queda fascinado al ver cómo su amigo Peter se transforma en un lobo. Sin darse cuenta se adentra en el bosque y se topa con aquella hermosa criatura.
—Roman—le
llamó con su suave voz la Sra. Lynda. Pero Roman no la escuchó, aún
seguía mirando con los ojos totalmente abiertos los restos de carne
que habían quedado en el suelo—, Roman, vamos dentro, te prepararé
algo.
—N-no...
Creo que... daré un paseo para despejarme—le dijo con la voz algo
temblorosa sin volverse a mirarla.
Echó
a andar, con paso vacilante y errático, sin hacer caso de lo que
seguía diciendo Lynda. Sus pies se arrastraban por entre las hojas
secas que cubrían el suelo del bosque. Sus ojos vagaban de un lado a
otro, aturdidos, como si no comprendieran lo que veían. En sus
pupilas seguía grabada aquella imagen. El enorme lobo negro de ojos
amarillos. Su transformación había resultado casi traumática, ver
caer sus ojos y sus dientes, despellejar cada palmo de piel y surgir
aquel morro alargado de lo que había sido el rostro de su amigo. Sin
embargo parecía haber dejado ya de lado esa parte y ahora solo
pensaba en el resultado, aquel lobo que le miraba con una
inteligencia humana. Lo tenía delante de sí. ¡Sí, estaba ahí! Ya
no era solo el recuerdo grabado en su mente, lo tenía delante. Sin
darse cuenta había caminado adentrándose en el bosque y se había
topado de nuevo con él. Ahora sus pies estaban clavados en el suelo,
paralizado como una estatua.
La
criatura lo miraba a unos pocos metros. Tenía la cabeza gacha, pero
con una pose tranquila, ni amenazante ni a la defensiva. Le miraba.
Aquellos ojos amarillos le miraban. Era Peter quien le miraba a
través de ellos y Roman podía sentirlo. Era una mirada inteligente,
no la de cualquier animal salvaje.
—Peter...—susurró,
y las orejas del lobo entre el espeso pelaje se agitaron en un tic.
Roman
dio un paso hacia delante, algo inquieto –más por no saber qué
sucedería a continuación que por miedo–. La criatura no se movió
así que siguió caminando hacia ella, muy lentamente. Sus ojos
seguían abiertos como platos y su boca formaba casi una perfecta O.
Respiraba agitada e inconstantemente. Estaba tan nervioso que incluso
sus manos se sacudían. Pero definitivamente no tenía miedo. Solo
sentía una abrumadora fascinación por aquel ser, por su amigo
Peter.
Cuando
llegó hasta el animal, que no se había movido ni un milímetro, se
arrodilló frente a él y extendió lentamente una mano temblorosa.
No se atrevía a tocarle, no sabía por qué. Sentía que era un
espejismo que se desvanecería en cuanto lo tocara. Y ante su
inseguridad, fue Peter quien movió su cabeza y tocó su mano con su
hocico. Roman sintió una corriente recorrer todo su cuerpo y tomó
una intensa bocanada de aire, como si se ahogara. Se dejó caer
sentado en el suelo, sin quitarle los ojos de encima. Acarició su
largo hocico suavemente, su mandíbula inferior, su nariz y sus
carrillos. Observaba la sangre que rodeaba su boca, sangre de su
propia carne que había devorado. Sintió ese deseo tan conocido
surgir dentro de su pecho, recorrer sus venas y quemar en su
garganta. Se inclinó hacia delante y lamió la sangre del morro del
animal, con los ojos entornados. La cola del lobo se sacudió pero no
se apartó.
—Ah...
Peter...—jadeó Roman, mientras envolvía ambos brazos alrededor
del cuello del animal. Su lengua siguió lamiendo la sangre, tan
deliciosa.
Peter
lo observaba atentamente. Aquella expresión de deseo en su rostro
que no había visto antes le hacía sentir inquieto. ¿Era solo por
la sangre? ¿Era solo su naturaleza upir? Pero esos pensamientos poco
a poco fueron apagándose en su mente. Sus instintos predominaban en
él en aquel estado, y Roman los estaba provocando aún más.
Un
suave gruñido brotó de su garganta en advertencia hacia su amigo,
la única advertencia –que fue completamente ignorada– antes de
lanzarse sobre él. Sus garras empujaron repentinamente sus hombros
contra el suelo y se quedó sobre él, mirándolo tan de cerca que
sus rostros casi se rozaban. Roman tenía sus ojos grises muy
abiertos, fijos en los del animal. Le había sorprendido aquel asalto
y le sorprendía también la increíble fuerza que ejercía sobre él,
pero seguía sin tener miedo. Solo estaba fascinado. Quería sentir
más de cerca aquel cuerpo animal con mente humana, quería
conocerlo, investigarlo, pero sin usar los fríos y crueles métodos
de un científico. Estaba tan centrado en la criatura que no se daba
cuenta de su propia condición. Respiraba pesadamente, casi jadeando;
su cuerpo estaba inusualmente caliente y sus manos sufrían ligeros
temblores mientras acariciaban aquel denso pelaje.
¿Por
qué tiene que ser tan tentador?, pensó Peter.
Sabía
que iba a lamentar aquello, sabía que lo estropearía todo, que todo
terminaría, pero su cuerpo lobuno no hacía caso de nada de eso.
Sacó la punta de su lengua y lamió los gruesos labios de Roman
–siempre le habían gustado aquellos labios–. Este, para su
sorpresa, abrió de inmediato su boca y sacó su lengua. Lamió y
chupó aquella lengua tan grande y tan caliente, mientras se abrazaba
de nuevo a su cuello.
¡¿Qué
estoy haciendo?!, cuando aquel
pensamiento racional pasó por la mente de Peter, ahogada en sus
instintos animales, intentó apartarse de Roman, dando un potente
gruñido. Pero Roman se aferró con fuerza a él y no pudo soltarse
por temor a hacerle daño.
—No,
Peter...—le pidió desesperado, con una intensa y húmeda mirada—.
No te vayas...
Realmente
no sabía, no entendía en ese momento a dónde les llevaba aquello.
Realmente ni siquiera podía imaginarlo. Pero sabía que no quería
que aquella maravillosa criatura desapareciera entre los árboles y
lo dejara solo. No le importaba que le gruñera con aquellos potentes
colmillos asomando, incluso durante un instante pensó que aunque le
devorara estaría bien.
¿Y
qué podía hacer Peter ante semejante petición? Nunca había visto
aquella expresión en él, y ya no pudo contenerse. Abrió sus
mandíbulas y con sus colmillos delanteros abrió la camisa negra al
tiempo que la camiseta interior, dejando ambas hechas casi jirones.
Roman se sobresaltó pero no retrocedió. Observó un ligero corte
que había hecho uno de los colmillos en el centro de su pecho, era
muy superficial y apenas sangraba.
Tenía
que haber sido más profundo, pensó
Roman.
Deslizó
sus dedos por las pocas gotas de sangre que resbalaban por su pecho y
se los llevó a la boca, mirando provocativo –sin percatarse de
ello– al lobo. Cayó de nuevo sobre la mullida capa de hojas, con
las garras del animal sobre sus hombros. La gran lengua de la bestia
lamió su pecho de abajo a arriba, pasando por encima de la herida, y
Roman no pudo reprimir un gemido. ¿Aquella era su voz? No se lo
había parecido, se había vuelto aguda y realmente lasciva. Pero no
le importaba, y a Peter le gustó.
Siguió
lamiendo lentamente su pálido pecho, tan delgado y caliente,
agitado, dejando que su nariz húmeda lo acariciara también. Y aquel
cuello, tan blanco y esbelto. Sentía el deseo de dejar una roja
marca en él –siempre lo había deseado–, pero si lo intentaba
sin duda le mataría. Con aquella enorme boca no podía ser lo
preciso ni lo intenso que quería, pero Roman parecía estar
disfrutándolo. Sentía sus manos aferrándose al pelaje de su lomo y
por mucho que apretara los carnosos labios, no podía contener sus
gemidos.
Y
es que el calor del aliento contra su piel, aquella humedad, hacían
que Roman se estremeciera de pies a cabeza. Su mente estaba
completamente en blanco, a punto de derretirse. Cuando sintió la
lengua del lobo lamer su entrepierna por encima de los pantalones,
sus espalda se arqueó y un grito de sorpresa se ahogó en su
garganta.
—Pe-peter...—jadeó,
mirando hacia abajo.
El
lobo le devolvió la mirada, y no necesitó más para hacerle
entender lo que quería. Roman, a pesar de una leve sensación de
vergüenza que ruborizaba sus mejillas, desabrochó sus pantalones y
los bajó junto a su ropa interior. Su miembro –tan blanco como el
resto de su cuerpo, a excepción del rosado glande– estaba erecto,
incluso goteando ya. Nunca había sentido sus bolas tan calientes.
Quiso ocultarlo cerrando sus largas piernas, pero las garras del lobo
empujaron sus muslos hasta separarlos por completo. Roman no podía
incorporarse del todo, se apoyaba sobre sus antebrazos porque quería
verlo aunque le diera vergüenza.
Qué
sexy, pensó Peter, observando
el pálido cuerpo.
Se
inclinó sobre él, hasta que su nariz casi rozó la erección, e
inspiró profundamente, llenando con aquel fuerte olor sus fosas
nasales. La saliva rezumó en su boca. Era el olor de otro hombre, de
un upir, y aun así ¿por qué le resultaba tan irresistible? Qué
importaba, ahora solo quería saborearlo. Sacó la legua y recorrió
el miembro de Roman desde la base hasta la punta. Las caderas del
joven se sacudieron y cayó hacia atrás, sin poder controlar los
deliciosos escalofríos que le producían aquellas caricias húmedas.
Cada vez que Peter le lamía, sus caderas se movían pidiendo más.
Lamió también sus bolas y sus muslos, y los gemidos de Roman
comenzaban a oírse más allá de los árboles que los rodeaban.
Cuando sintió la lengua en su trasero, hundió los dedos en la
tierra y todo su cuerpo se tensó. Pero siguió sin detener al lobo.
Quería gritar “no”, de forma casi instintiva, pero tenía miedo
a que realmente se detuviera si lo decía, así que se esforzó por
mantener sus labios sellados.
Peter
había humedecido ya aquel lugar, hasta el punto en que su saliva
goteaba por sus nalgas y su raja –una sensación muy extraña–.
Era todo lo que podía hacer para prepararle con aquel cuerpo lobuno.
Pero sabía que a Roman no le importaría el dolor, o incluso un poco
de sangre. Avanzó sobre él, hasta que su hocico llegó a la altura
del rostro de Roman. De inmediato Roman lo acarició y lo besó
apasionadamente, jadeando ansioso. Apretó entre sus dedos los
gruesos cabellos cuando sintió algo presionar contra su entrada.
Bajó la mirada y vio el miembro del animal saliendo de entre su
pelaje, completamente duro, con aquella extraña forma. El lobo no se
movía, solo observaba la reacción de Roman, preparado para
apartarse –por mucho que eso le pesara– si se espantaba ante lo
que estaba a punto de hacer. Pero Roman le miró a los ojos y sonrió.
Era una expresión de felicidad, de pasión, de emoción y de
nerviosismo, y quizás de algunas otras emociones que era incapaz de
descifrar, pero lo importante era que le estaba dando permiso para
continuar.
El
lobo movió sus caderas y le penetró lentamente pero sin detenerse.
Oh, era tan estrecho, tan apretado, que apenas lograba contenerse.
Quería penetrarlo de una sola embestida y rasgar su interior. Y ver
su sangre brotar. Quería hacerle gritar y llorar. Y que le rogara
por más. Quería devorarlo en todos los sentidos que pudiera tener
aquella palabra. Eran unos deseos oscuros, aterradores para él
mismo, que dormían dentro de aquella forma bestial. Y debían seguir
dormidos. Lamió el rostro de Roman, que se contraía en una
expresión de dolor.
Roman
lo abrazó y enterró el rostro en su peludo cuello. Era una
sensación que jamás había experimentado. Le estaba abriendo,
penetrando en sus entrañas vírgenes, haciéndole descubrir unas
partes de sí mismo y unas sensaciones que desconocía. Aquella
bestia estaba siendo tan jodidamente amable que le daban ganas de
gritar de desesperación. Quería más. Deseaba que lo hiciera de
forma brutal. Se sacudió debajo de aquel enorme cuerpo y levantó
sus caderas, penetrándose de golpe. Soltó un intenso gemido que
resonó entre los árboles. Ya estaba completamente dentro. Suspiró
aliviado y soltó unas cuantas carcajadas.
—Tan...
bueno... Estoy como una puta cabra por gustarme esto, ¿verdad,
Peter?—preguntó riendo, acariciando su melena.
El
lobo lo miró, respirando con fuerza, y en respuesta lamió sus
labios a modo de beso. Sin esperar más comenzó a moverse. Aquel
interior cálido lo apretaba, lo succionaba como si no quisiera
dejarlo salir. Y las paredes de Roman eran tan suaves y acogedoras
que realmente no quería salir. Sentía el miembro erecto frotar
contra su vientre con cada estocada. Los jadeos se mezclaban con
gemidos en una melodía de lo más dulce para sus orejas puntiagudas.
Su rostro se transformaba en expresiones de placer y dicha que no
había conocido antes. Y el olor, ¡oh!, aquel olor tan delicioso. Lo
había olido todos los días desde que lo conocía, pero nunca de
forma tan intensa, nunca lo había disfrutado tanto. No recordaba
haber percibido ningún olor mejor que aquel. El olor de Roman, con
un ligero toque a cigarrillos. Su mente estaba llena de Roman, Roman,
Roman. Y aun así quería más de él.
El
cuerpo sudoroso de Roman se sacudió de pies a cabeza cuando sintió
cómo su interior se llenaba con el semen del lobo. Tan denso y
caliente. Fluyó por sus entrañas como un delicioso elixir. Y sintió
cómo su propio semen manchaba también su pecho en ese mismo
momento, abundante como si se hubiera contenido durante semanas,
manchando el pelaje del vientre del lobo. Y lo que sucedió después
le pilló por sorpresa. Sintió la base de aquel miembro ensancharse
dentro de él. Estaba atrapado dentro de él, pero no importaba,
ninguno de los dos hacía intención de sacarlo. Estaban unidos y
ahora no podían separarse. Era perfecto.
El
lobo, agotado y jadeando, se tumbó sobre Roman, apoyando la cabeza
en su hombro. Y Roman lo acarició tiernamente, casi como si fuera su
mascota –aunque eso a Peter no le molestó–, hasta que el miembro
del lobo se relajó y pudo sacarlo. Se apartó lentamente y se quedó
sentado, mirando a Roman. Aún llevaba puesta la parte superior de su
ropa, pero camisa y camiseta estaban rasgadas –además de ese
pequeño arañazo en su pecho que ya no sangraba–, y solo quedaba
intacto su abrigo negro. Su vientre estaba manchado de su propio
semen. Gran parte de su cuerpo brillaba aún por su saliva. Y entre
sus piernas pudo ver cómo se derramaba una sustancia blanquecina.
Quédate
dentro, pensó Peter.
Se
estaba excitando de nuevo, quería volver a hacérselo, pero tal vez
sería demasiado para aquella primera noche. Antes de que Roman se
incorporara, se dio media vuelta y echó a correr, desapareciendo
pronto entre los árboles. Roman se quedó inmóvil durante un
momento, observando el lugar por donde se había ido. Y se echó a
reír de nuevo.
—Tengo
que estar realmente enfermo—murmuró. Tenía que ser así, sino,
¿cómo iba a haberse sentido tan jodidamente bien? Follar con un
lobo. Con Peter.
FIN
Hola, me gusta mucho tu blog, y tus fics son divinos.
ResponderEliminarEl trabajo que hacen es genial y me encanta por eso puse nominacion para el blog aca: http://leyendo-novelas-en-espa.blogspot.com/2014/11/premio-dardos-mi-primer-premio-o.html
Un gran beso.
Como siempre, muchas gracias, cortito e interesante.
ResponderEliminarAcabó d encontrar este blog y m encanto, amo esta pareja
ResponderEliminarAcabó d encontrar este blog y m encanto, amo esta pareja
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