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El Íncubo (Cap.3)

Título: El Íncubo
Autor: KiraH69
Fandom: Torchwood     Pareja: Ianto x Kami
Género: Yaoi (Slash)     Longitud: 3 capítulos
Clasificación: +18      Advertencia: Lemon
Resumen: En la más oscura celda de un laboratorio experimental el equipo Torchwood se encuentra a un alienígena al borde de la muerte. Se lo llevan a la base y quieren alimentarlo para que se recupere pero no saben cómo. Escuchan al alienígena susurrar "beso" y Ianto no duda en besarle. Solo entonces el ser completamente blanco reacciona y regresa a la vida pidiendo más.
Aclaración: La historia transcurre tras la segunda temporada y antes de la tercera. Kami, el protagonista alienígena, es original mío. Este es el primer fic que escribo desde que tengo a mi gata y decidí ponerle su nombre.




Capítulo 3


Al día siguiente Ianto regresó a la base. Evitó cruzarse con nadie y fue directo a las celdas. Se quedó en pie frente a la celda de Kami. El alienígena seguía dibujando, llevaba ya varias páginas. No reaccionó ante su presencia.

“¿Tienes hambre?” Le preguntó Ianto sin entrar.

“¿Me alimentará por ser un prisionero?” Preguntó Kami sin levantar la vista del papel.

“Supongo.”

“En ese caso no.”

“¿Por qué no? Estos días has estado alimentándote de mí.” Se estaba enfadando, no sabía por qué.

“No me alimento de mis carceleros. Prefiero pasar hambre.”

“¿Y no te importa alimentarte de los restos?” Su voz era cada vez más fuerte.

“¿Los restos?”

“Así lo dijiste ayer, que yo no era más que los restos.” Apretó con fuerza los puños.

“Yo no dije tal cosa. Hablé de manjares y restos pero no le dije cuál era de los dos, ni siquiera si era alguno. Si usted lo interpretó de ese modo es que quizás así lo quería. ¿No habrá utilizado mis palabras como una excusa?”

“Ah... Yo...”

Ianto se dio cuenta en aquel momento, no había hecho más que crearse una película en su cabeza, interpretando a su conveniencia las palabras de Kami. Tenía miedo. Tenía miedo de los sentimientos que estaban naciendo en su interior. A pesar de saber que Kami no era malo, había muchos otros inconvenientes más. ¿Y si no era capaz de superar esos inconvenientes? ¿Y si sus sentimientos eran solo superficiales y no podían soportar las dificultades que llegaran?

“Tienes razón... Yo... tengo dudas. La parte que conozco de ti me agrada, me gusta, pero tengo miedo de lo que desconozco. Tengo miedo de malinterpretar mis propios sentimientos y de hacerte daño por culpa de eso.”

“Hay una forma fácil y rápida de zanjar esto. Llame a sus compañeros, seguro que también quieren ver esto y mejor hacerlo en directo que a través de las cámaras.”

“¿Qué vas a...?”

“Solo haga lo que le he dicho.”

Con esto se acabará.

Pensó Kami viendo marchar a Ianto.

Al poco rato los tres agentes de Torchwood aparecieron frente a la celda. Kami estaba de pie, en el centro. Jack sonreía, tenía la sensación de que fuera lo que fuera a hacer, eso le abriría los ojos a Ianto.

“Te advierto que si intentas algo-”

“Cállese.” Cortó a Jack, sin querer escuchar su voz.

Kami se quitó la camiseta y después los pantalones y la ropa interior.

“¿Un striptease?” Rió Jack, pero fue ignorado por los demás.

Kami cerró los ojos e inspiró profundamente. Algo comenzó a agitarse. El aire a su alrededor parecía ondular. Comenzaron a oírse crujidos y un sonido similar a la arena derramándose. Las extremidades de Kami se contraían, sus dedos se agitaban. El pelo ondulaba como las serpientes de medusa y lentamente crecía. Su piel se volvió de un blanco pulcro, a excepción de unas estrechas marcas negras en forma de espiral que aparecieron alrededor de sus muñecas, sus tobillos y sus caderas. Los dedos de las manos se alargaron levemente, sus brazos y piernas también lo hicieron unos pocos centímetros. Sus talones se volvieron algo puntiagudos y se sostuvo sobre las redondeadas puntas de sus pies como un gato. Dos largas colas crecieron y se sacudieron justo al final de su espalda, delgadas, negras y puntiagudas. De pronto unas alas negras se extendieron desde su espalda hasta las paredes de la celda y aun así seguían sin abrirse del todo. Eran similares a las de un pájaro en forma pero sin plumas. Las facciones de su rostro se volvieron más agudas aunque siguieron pareciendo humanas. Sus labios se volvieron negros, sin la ondulación bajo la nariz. Sus cejas desaparecieron y se dibujó una línea negra alrededor de sus ojos. Sus orejas humanas desaparecieron y crecieron unas negras sobre su cabeza, similares a las de un lince. A excepción de los que ondulaban sobre su cabeza hasta su cintura y sus largas pestañas, no había un solo vello más en todo su cuerpo.

“Wao...” Un suspiro de asombro salió de los labios de Ianto.

Gwen se había quedado con la boca abierta. La mirada de Jack pasaba del alienígena a su compañero intentando adivinar cuáles eran sus pensamientos.

En el resto de celdas los sapos se habían pegado a los cristales, intentando estar tan cerca como sus prisiones se lo permitían. Su saliva se derramaba manchando los cristales. Estaban agitados.

“Esta es mi verdadera apariencia.” Su voz sonaba como si estuviera en una cueva. Encogió las alas en su espalda haciéndolas aparentar pequeñas. “Los humanos me han llamado demonio, íncubo, pero el nombre verdadero de mi raza es Mshio. Y yo vengo del planeta Soun.”

“Vaya, así que este es tu aspecto sin el disfraz. No me extraña que te confundieran con un demonio.” Comentó Jack con una risilla. “Hasta los sapos está deseando atacarte.”

“Se equivoca. No quieren hacerme daño.” Kami permanecía con los ojos entrecerrados, sin permitirles ver cómo eran. “De todas las razas que he conocido, la humana es la única capaz de herir a un Mshio. Los humanos son los únicos incapaces de sentir lo que ustedes llamarían mi alma.”

“¿Tu alma?” Preguntó Gwen extrañada.

“Los Mshio somos seres puros. Nunca jamás matamos ni dañamos a los seres vivos, sean de la raza o la especie que sean. Solo somos capaces de generar placer. Sin importar cuán grandes o pequeños, fuertes o débiles sean, no utilizamos a ningún ser vivo para ningún propósito. La gran mayoría de razas en el universo pueden sentir esto y yo di a parar al único planeta donde no dudarían en matarme.”

“Demuéstralo, demuestra eso tan maravilloso que dices entrando en una de sus celdas.” Le propuso Jack.

Sin decir palabra, Kami se acercó a la puerta de su celda. Jack le abrió y le acompañó a la celda contigua. El sapo estaba quieto, observándole con una fuerte respiración. Kami se acercó a él. Con una expresión inmutable levantó la mano y le acarició el rostro. El sapo soltó una especie de gruñido y los tres jóvenes supieron que estaba contento. Ciertamente no le atacó, no hizo el más mínimo gesto en su contra. Kami se inclinó hacia él, dispuesto a besarle sin mostrar desagrado ninguno. Ianto, que hasta entonces había estado observándolo fascinado, reaccionó. Se lanzó sobre Kami y le agarró del brazo, sacándolo de la celda.

“No hagas eso, no puedes hacer eso.” Le dijo sujetándole por ambos brazos contra el cristal de la celda de enfrente. Ahora tenía casi su misma altura.

“No me importa besarle o tener sexo con él. Los Mshio podemos alimentarnos de cualquier especie, si no es posible con nuestro cuerpo original tomamos su forma.” Explicó tranquilamente.

“No, no estoy diciendo eso. Digo que no quiero que lo hagas. Ni con ese sapo ni con otros humanos, ni con nadie.”

Kami abrió poco a poco los ojos y Ianto suspiró al observarlos. Eran completamente negros, solamente la pupila, con la forma de una estrella de cuatro puntas, era dorada.

“Ya no tengo dudas.” Le susurró Ianto rozando sus labios.

Kami no supo qué decir, no se esperaba aquello. Había imaginado que su reacción sería la misma de terror que habían experimentado el resto de humanos que habían visto su verdadera forma. Sintió ganas de llorar. Una terrible felicidad que no sabía cómo expresar le invadió. Se lanzó sobre los labios de Ianto y le dio un profundo beso. Sus cabellos y sus colas se agitaban, las marcas en espiral de su piel cambiaban de forma como remolinos.

El Capitán, casi chirriando sus dientes, golpeó con el puño el muro de piedra. No podía contener más su rabia. Salió de allí a paso largo. Gwen también se marchó sabiendo que estorbaba.

La lengua carnosa de Kami acariciaba con sus dos puntas la de Ianto. Aquel beso era el más excitante que Ianto había experimentado nunca.

“Ah... Déjame hacerte el amor con esta forma.” Le pidió Ianto jadeante cuando sus labios se separaron.

Kami le empujó hasta el interior de su celda. En un instante desabrochó con sus hábiles dedos la camisa y el pantalón y dejó completamente desnudo a Ianto.

“Ahora estamos iguales.”

Ianto sonrió y abrazó el cuerpo de Kami, juntándolo al suyo. Tan suave y cálido. Mientras sus lenguas jugaban, las colas de Kami se enredaron en las piernas de Ianto. Sus cabellos ondulaban a voluntad alrededor del cuerpo de Ianto, acariciándolo. Las negras colas doblaron las rodillas de Ianto, sentándolo en el suelo. Kami se inclinó sobre su miembro y comenzó a lamerlo. Ianto acarició sus alas encogidas, que se sacudieron, y subió sus manos hacia su trasero. La punta de una de las colas se redondeó, pareciendo la cola de un tigre, y se acercó a la boca de Ianto. Este la besó y la lamió, metiéndola en su boca. Pudo sentir cómo el cuerpo de Kami se sacudía, su colas eran sensibles. Sus manos temblaban, apenas podía mantener su mente despejada. La boca de Kami se sentía increíblemente bien. Cálida y con aquella sorprendente lengua.

“Pa-para... Voy a...” Jadeó sacando la cola de su boca.

No pudo aguantar más. Su simiente se derramó en la garganta de Kami, sin desperdiciar una sola gota.

“Eso no es justo.” Levantó el rostro de Kami y observó aquellos ojos dorados ansiosos por más.

Le tumbó boca arriba y se arrodilló sobre él. Besó su cuello, su pecho. Los pezones habían desaparecido pero parecía aún más sensible. Siguió bajando, acariciando con su lengua la suave piel. El ombligo también había desaparecido. Y llegó hasta su miembro, erecto. Era completamente liso y carecía de glande. Parecía el de un niño. Lo lamió y chupó, mientras deslizaba sus dedos hacia el trasero de Kami. Los negros cabellos seguían enredándose alrededor de su cuerpo, como decenas de dedos acariciándolo. Ianto se incorporó y frotó su miembro con el de Kami.

“Voy a entrar ahora.” Le dijo, empujando ya la verga por su entrada.

Aquel lugar era estrecho y cálido, tal como lo había sido la última vez que habían tenido sexo. Los gemidos que salían de la boca de Kami llenaban los oídos de Ianto. El cuerpo de aquel ser era sensible y placentero en cada rincón. De pronto Ianto se sobresaltó. Aquella cola, que él mismo había lamido, frotó su trasero y penetró lentamente.

“Los Mshio hemos nacido para el placer. Para sentirlo y provocarlo.” Le dijo cuando Ianto le miró sorprendido.

“Incluso tus colas y tus cabellos...”

“Puedo cambiar la forma de mis colas, mis cabellos son como una extremidad más de mi cuerpo que muevo y cambio a voluntad, incluso las marcas negras de mi cuerpo están para excitar, puedo cambiarlas a mi antojo para que hagan un dibujo u otro en mi cuerpo.”

“Muéstramelo, quiero verlo todo.”

Las marcas negras en su cuerpo cambiaron su forma. Envolvieron su cuerpo como las ondas del mar y se movieron lentamente, ondulando.

“Hermoso... Cada parte de ti es hermosa.”

“¿De verdad?” Le costaba tanto creer que un humano viera aquello hermoso después de todo lo que había pasado, que las palabras no eran suficientes.

“Te lo demostraré.”

Embistió con fuerza aquel interior mientras la cola de Kami se movía en el suyo. Le abrazó con fuerza. Acarició sus alas y mordió aquellas orejas que se sacudían. Alimentó con su semilla el interior de Kami y aun así no se detuvo. Ianto ya no sabía qué parte de Kami le envolvía pero aquello era lo más placentero que jamás había experimentado.





Cuando Ianto abrió los ojos lo primero que vio fue la figura humana de Kami, sentado en el banco, dibujando. Él estaba tumbado al otro lado de la celda, tapado con la manta.

“¿Por qué has regresado a esa forma?” Le preguntó levantándose.

“Me siento más cómodo con este aspecto.” Contestó Kami.

Ianto estaba completamente desnudo, su ropa estaba hecha un revoltijo a su lado. Se levantó y se vistió mientras observaba con una sonrisa al alienígena.

“¿Qué dibujas?”

Se acercó a él y se sentó a su lado.

“Mi planeta. Siempre dibujo mi planeta.” Contestó sin detener el lápiz.

“¿Es bonito tu planeta?”

“¿Bonito? Esa es una palabra muy simple. Es hermoso, bellísimo. Mucho más que este planeta lleno de cicatrices. No hay suciedad ni contaminación, no hay ciudades artificiales, no hay basura por todas partes ni bosques deforestados. Es un lugar puro y maravilloso.” Su voz estaba llena de fascinación y nostalgia.

“Este planeta también es hermoso en algunos lugares.” Mucho no podía replicarle, y eso que todavía no había visto su estado en esta época.

“Lo sé, pero esos lugares son escasos. Este planeta también sería muy hermoso si los humanos no lo hubieran estropeado.”

“No sé qué contestar a eso.” Sonrió mientras observaba la punta del lápiz moverse sobre un nuevo dibujo. “¿Y si no tenéis ciudades, dónde vivís?”

“En los troncos de los Sei.”

“¿Los Sei?”

Kami pasó las páginas del cuaderno, al que ya le quedaban muy pocas.

“Este árbol. Su tronco crece en espiral como un cono, dejando un gran hueco en su interior. En la parte superior queda una abertura por la que entramos.”

“Tiene unas hojas muy grandes, ¿no?”

“Lo normal, unos dos metros de largo más o menos.”

“¿Eso es lo normal?” Preguntó sorprendido.

“Sí. Las hojas de los árboles son muy grandes y los troncos suelen ser bajos y en espiral. ¡Pero hay uno diferente!” Exclamó de pronto emocionado. “El Kami es un árbol totalmente diferente, sus hojas son pequeñas y su tronco es delgado y recto. Además sus colores son totalmente diferentes al resto.”

“¿El Kami? ¿Lleva tu nombre?” Ianto estaba realmente sorprendido por el entusiasmo con el que hablaba.

“Mi madre se enamoró de ese árbol en cuando llegó a nuestro planeta y por eso me puso su nombre.” Respondió con una sonrisa en su rostro.

Era la primera vez que le veía sonreír. Ianto se había contenido mucho tiempo, no había querido preguntarle por su planeta por si ello le causaba más tristeza. Sin embargo ahora se daba cuenta de que recordar aquel lugar le hacía feliz.

“¿Cuando llegó? ¿No vive ahí tu raza?”

“No, los Mshio estamos muy repartidos por el universo. Nosotros no tenemos la tecnología para trasladarnos entre planetas, pero muchas otras razas sí. Ellos nos llevan de un planeta a otro. Hay pequeñas comunidades de Mshio por muchos planetas. Mi madre llegó muy joven a Soun, ya embarazada de mí. Y yo nunca había salido de ese planeta hasta que aparecí en este.” Su voz se volvió más triste.

Ianto rodeó sus hombros con un brazo y acarició su cabeza, besándolo en la frente.

“Me gustaría conocer ese lugar que te vio nacer y crecer.”

Kami dio un pequeño salto y se giró hacia él, poniéndose de rodillas sobre el banco.

“Yo puedo-”

“¡Ianto!” La voz de Gwen sonó desde la entrada. “Tenemos trabajo, sal ya.” Gritó para no tener que acercarse a la celda donde estaban, temiendo ver una escena privada.

“Ah... S-sí, ya voy.” Contestó maldiciéndola por interrumpirles, sentía que Kami iba a decirle algo importante. “Lo siento, tengo que...”

“Adelante.” Respondió secamente Kami, volviendo a su dibujo.

Mierda. Ahora que estaba tan comunicativo.

Gruñó para sus adentros mientras salía de la celda.

“¡Jack! ¡Saca a Kami de la celda!” Gritó Ianto cuando subió.

“Ahora tenemos otras cosas que hacer, hablaremos de ello cuando volvamos.” Contestó Jack. No quería siquiera oír mencionar a aquel alienígena.

“No hay nada de qué hablar. Vas a liberarlo. No permitiré que Kami siga encerrado.”

Cogieron las armas y salieron.

“¿Qué es esta vez?” Preguntó Ianto ya en el coche.

“No lo sé. Hubo unas llamadas a la policía con avistamientos de lo que parecía ser, y cito palabras textuales, »un tío disfrazado de pulpo apuñalando a las personas».”

“Vayamos a pescar pulpos.” Jack estaba deseando volarle la cabeza (o los tentáculos) a algo.

Condujeron por los suburbios de Cardiff. El cielo estaba nublado, gris, pero no hacía mucho frío. Había muy poca actividad para ser poco más de las 8 de la tarde. Tampoco se veía un solo coche de policía a pesar de las llamadas que habían recibido.

De pronto se escuchó un fuerte grito. No tuvieron que buscar más. Salieron del coche a toda prisa. Se metieron en un edificio en construcción abandonado. Los ladrillos rotos, plásticos y basuras comunes llenaban el suelo, la suciedad se acumulaba por todas partes.

El grito se repitió, aún más aterrado. Provenía del sótano. Iluminados por sus linternas y las armas en ristre bajaron las destartaladas escaleras. Loa haces de sus linternas iluminaron por el camino unas manchas de sangre. Un brazo apareció en su camino. Solo un brazo. Estaba claro que lo habían arrancado de cuajo.

“¡Pero qué coño!” Exclamó Gwen al ver las vísceras que aparecieron más adelante.

“Tened cuidado, parece peli-”

Otro grito le interrumpió, pero esta vez se ahogó hasta apagarse por completo. Iluminaron con sus linternas el sótano. Vacío, al menos de cosas vivas. El cuerpo de un joven estaba tendido en el suelo, sin brazo, sin intestinos, sin cerebro. El cerebro no lo veían por ninguna parte así que supusieron que estaba en el estómago del alienígena.

Sintió frío. Algo helado a través de su estómago. Intentó hablar pero salían ahogados quejidos de su boca.

“¡Ianto!” Gritaron ambos al unísono.

Una especie de tentáculo delgado, arrugado y negro atravesaba el estómago de Ianto. El alienígena tras él agitó sus demás tentáculos y extrajo el del interior de Ianto cubierto de sangre. Antes de que Gwen o Jack pudieran reaccionar, el alienígena desapareció.

El cuerpo de Ianto se tambaleó y se desmayó antes de caer en brazos de Jack.

No se preocuparon más por el alienígena. Lo importante en aquel momento era Ianto. Le llevaron en brazos al coche a toda prisa y en la mitad de tiempo que habían tardado en llegar allí regresaron a la base. Habían pensando en llevarlo a un hospital, pero la herida no sangraba más, estaba envuelta en una mancha negra. Aquello no podían arreglarlo los médicos.

Le tumbaron sobre la camilla. No pasó ni un segundo cuando se escuchó un fuerte estruendo procedente del pasillo que llevaba a las celdas. En un instante Kami se plantó allí, con su aspecto real. Se quedó en pie junto a Ianto. Sus alas se agitaban y sus colas se sacudían entre sus piernas. En su rostro inexpresivo se podía ver el pánico. Con sus dedos temblando acarició el rostro de Ianto, apenas rozándolo.

“¿Qué le ha pasado?” Sollozó sin lágrimas.

“Un alienígena-”

“No hay tiempo para esto, tenemos que curarlo.” Interrumpió Jack.

“¡Cállese!” Gritó Kami, y pareció que toda la base vibraba. “No importa lo que hagan, esto no podrán curarlo. Lo ha hecho un Griuk.”

“¿Tú sabes qué es?”

“Veneno. El veneno de los Griuk es lento pero mortal y solamente el propio Griuk que lo ha envenenado puede curarlo. Si lo han matado, Ianto también morirá.”

“Sigue vivo.”

“Entonces no hay que esperar más. Gwen, envuélvalo en hielo completamente, pronto le subirá la temperatura. Capitán, lléveme inmediatamente al último lugar donde vieron al Griuk.”

“Es peligroso...” Intentó intervenir Gwen pero los dos hombres ya se marchaban.

Condujeron a toda velocidad hacia el edificio en construcción.

“Te advierto que si te ataca no me preocuparé por ti.” Le dijo casi llegando.

Pero Kami le ignoró, sus ojos recorrían las calles en busca del Griuk. En cuanto el Capitán aparcó frente al edificio, ambos salieron a toda velocidad del coche.

“Quédese aquí. Si me ve con usted quizás no salga.”

“Como quieras, allá tú si te mata.” Si el Griuk acababa con Kami y después él lo capturaba sería como matar dos pájaros de un tiro.

Kami se adentró en el edificio sin cambiar su aspecto real. En aquel momento bien poco le importaba que le vieran. Apenas había dado unos pasos cuando el propio Griuk apareció frente a él. Gracias a la luz de las farolas que entraba por las paredes sin construir, Kami pudo verlo claramente. Su forma no era muy diferente a la de una medusa. Apenas levantaba un metro del suelo, aunque si se estiraba podía alcanzar el metro y medio. Una figura negra, redondeada y gelatinosa. Varias decenas de largos pero estrechos tentáculos salían de la parte media del cuerpo. El resto era liso y brillante.

“Un Mshio... Oh, cuánto tiempo sin ver uno.” El Griuk no hablaba un idioma humano, tampoco el idioma natal de Kami, sin embargo este podía entenderlo claramente.

“Hola. Mi nombre es Kami. ¿Podría saber su nombre?” Le dijo con tranquilidad.

“Gura, me llamo Gura. ¿Qué haces en un lugar como este?” Le preguntó acercándose un poco a él.

“Hace un rato ha atacado a unos humanos que han venido aquí. Hirió a uno de ellos en el estómago. Por favor, le pido que le cure, que extraiga el veneno.”

“¿Esos humanos están utilizándote para atraparme?” Preguntó algo desconfiado, no de Kami sino de los humanos.

“No, en absoluto. Yo solo quiero salvarlo. No quiero que Ianto muera.” Su voz se ahogó en aquella última palabra.

“Oh, podría ser... ¿Ese humano es tu pareja?”

Kami se sacudió, se sorprendió al escuchar aquella pregunta, ni siquiera había pensado en ello y no estaba seguro.

“S-sí... lo es.”

“Oh, lo siento mucho. Si hubiera sabido eso jamás le habría atacado. Por supuesto que lo curaré, tan solo llévame con él.”

“Se lo agradezco mucho, señor Gura.”

Kami acompañó a Gura hasta la salida y se metieron rápidamente en el coche. Jack se quedó pasmado, había sido realmente rápido. Pudo ver por primera vez al alienígena bajo la luz del sol que atravesaba las nubes. Viendo la tranquilidad con la que actuaba Kami, el Capitán decidió no hacer ni decir nada y simplemente condujo hasta la base.

“¿Eres amigo de estos humanos?” Preguntó el alienígena. Jack solo escuchó un gruñido gutural.

Kami se lo pensó un momento.

“No, solo... ese humano. Él... es especial.” Contestó.

Cuanto más reflexionaba sobre ello, menos entendía sus propios actos y sentimientos. Era un humano, un cazador de alienígenas. A pesar de ello estaba desesperado por salvarlo.

Llegaron a la base y fueron a toda velocidad a la zona médica. Ianto había empeorado. A pesar de estar cubierto por hielo, la fiebre llegaba casi a los 40ºC y la mancha negra de su herida se había extendido por todo su pecho.

“De prisa, por favor.” Rogó Kami al alienígena.

Gura adelantó uno de sus tentáculos sobre la herida y metió en ella la punta. Comenzó a palpitar. Como una bomba de agua parecía succionar el veneno.

“Gwen, prepárese para curar la herida.” Le dijo Kami observando atentamente.

La mancha negra redujo poco a poco su tamaño hasta desaparecer. La sangre comenzó a brotar de la herida, roja. Inmediatamente Gwen comenzó a curarlo. No era tan grave como habían pensado, no había herido ningún órgano vital y tenía algo menos de dos centímetros de diámetro. Retiraron los hielos de su alrededor. En seguida atendieron la herida tan bien como pudieron y ya no había más que hacer. Sin embargo Ianto no despertaba, seguía inconsciente.

“¿Por qué no reacciona?” Preguntó Jack.

“Cállese. Salgan de aquí.” Exigió Kami con una agitada voz.

“No voy a-”

De pronto las alas de Kami se extendieron, sacudiendo el viento a su alrededor. De un salto se arrodilló sobre Ianto en la camilla. Sus cabellos ondularon, crecieron y envolvieron ambos cuerpos. Quedaron sellados, como si fuera un huevo negro, dejando pasmados a los otros dos humanos.





“Ianto... Ianto...”

Una voz lejana le llamaba en la absoluta oscuridad. Una niebla comenzó a surgir a su alrededor. De pronto algo rozó su mano y se vio sosteniendo otra mano. Kami estaba a su lado, en su forma original. De entre la niebla comenzó a emerger un paisaje. Un lugar extraño que desconocía.

“Kami... ¿Qué es esto?” Preguntó aturdido.

“Mi planeta. Al menos el planeta de mis recuerdos.” Contestó apretando su mano.

“¿Estoy en tus recuerdos?”

“Algo así. Es lo que iba a decirte antes de que te fueras a esa misión. Que puedo mostrarte mi hogar, puedo llevarte por mis recuerdos.”

“Me estás tuteando.”

“¿Es eso lo que más te sorprende?”

“Es lo que más me agrada.”

Kami no supo qué contestar. Se giró y comenzó a caminar, sin soltar la mano de Ianto. Al fin el humano despegó los ojos de Kami y observó a su alrededor. La luz lo iluminaba claramente todo. Caminaban entre un río y un frondoso bosque, sobre una hierva blanca y rizada. Era realmente mullida. Los árboles a su derecha tenían un ancho tronco de unos tres metros en espiral, como si fuera un muelle, de color plateado oscuro; sus hojas eran de un azul muy claro, de casi dos metros de diámetro. Eran pocas pero tan grandes que apenas dejaban pasar la luz. Aquellos árboles brillaban casi como si llevaran purpurina. El río a su izquierda era naranja con reflejos dorados, estrecho y muy rápido. Entre las aguas semitransparentes se podían distinguir nadando unos seres parecidos a los peces. El cielo sobre ellos era rojo, un intenso rojo bermellón manchado por el amarillo de las nubes.

“Es... realmente diferente.” No sabía qué otra cosa decir, aquel lugar se salía de su imaginación.

“Es hermoso, ¿no crees?” El rostro de Kami seguía serio pero sus estrellados ojos parecían contemplar aquello con gran felicidad.

“Sí, mucho, es increíble.” Contestó fascinado. “¿Todos los árboles son así?”

“Los hay de diferentes tamaños y formas, la mayoría con el tronco en espiral y hojas grandes; pero todos tienen diferentes tonalidades de gris y azul. Estos se llaman Drovedar, suelen estar en grandes concentraciones como este bosque y su homus es fucsia.”

“¿Homus?”

“Es algo así como el polen, recubre las hojas durante la temporada de Ren y el aire lo esparce para reproducirse. Las plantas en este planeta no tienen flores, se reproducen por el homus, aunque en determinados árboles puede parecer flores.”

“¿Qué es eso de la temporada de Ren?”

“El planeta gira alrededor de una estrella llamada Mory, ahora está anocheciendo así que no se ve. Pero hay otra estrella muy cercana que también nos ilumina, Ren. Nos ilumina algo más de la mitad del año y durante más o menos un cuarto del año no tenemos noche ya que mientras Ren ilumina un lado del planeta, Mory ilumina al opuesto. El anochecer se convierte en amanecer. A eso lo llamamos la temporada de Ren.”

“Ahora hace buen tiempo. ¿No hace mucho calor en esa temporada?”

“Supongo, pero los Mshio nos adaptamos bien a las temperaturas.”

De pronto escucharon unas voces, venían de poco más adelante. Llegaron hasta allí y vieron a dos jóvenes jugando. Uno era como Kami, sin embargo los cabellos del otro eran rojos. Uno saltaba encima del otro, rodando por la hierba y enredando sus colas y extremidades.

“Son Sanu y Dei. Sanu, la roja, es mi hermana pequeña. Los Mshio machos somos negros y los rojos hembras.”

Ambos eran muy jóvenes, parecían niños. Dei estaba encima y besaba tiernamente a Sanu, entonces ella cambió las posiciones y se sentó sobre el miembro de Dei, moviendo sus caderas.

“Hey, ¿qué están haciendo? ¡Son unos niños!” Exclamó Ianto sorprendido.

“Te recuerdo que nosotros nos alimentamos con intercambios de fluidos. Hasta los siete años nos alimentan nuestras madres o en su ausencia otro Mshio adulto, pero a partir de entonces tenemos que hacerlo por nuestra cuenta. Aquí Sanu se está alimentando, las hembras se alimentan de los machos, mientras que Dei tendrá que acudir a los Bure, la raza con la que compartimos el planeta. Son acuáticos, viven en el mar, el cual cubre el 80% del planeta más o menos.”

“Tu hermana es preciosa.”

“Sí, lo es. Sanu y Dei son amigos desde siempre, tienen la misma edad y nunca se han separado. Estoy seguro de que Dei se quedará con ella cuando Sanu tenga sus hijos.”

“¿Qué quieres decir? ¿Por qué no iba a quedarse con ella?”

“Las hembras no se quedan embarazadas de machos Mshio, solo pueden quedarse embarazadas de otras razas, sin embargo ellas no pueden transformarse como lo hacen los machos. Por lo tanto los machos deben recoger la semilla reproductiva de otra especie si esta no es compatible físicamente y pasársela a la hembra. Es como un intermediario. Nunca tenemos hijos propios porque como ya has visto no tenemos esa clase de fluidos.”

“Así que los machos las alimentáis y les ayudáis a reproducirse con machos de otras especies. Es un poco extraño.”

“Para los humano todo lo diferente es extraño.” Contestó continuando su camino.

“Am... Dijiste que Sanu era tu hermana pequeña.” Cambió de tema viendo que estaba a punto de pisar una mina. “¿Tienes más hermanas?”

“Tengo cinco hermanas. A parte de Sanu, el resto son mayores que yo. Normalmente las madres suelen tener muchos hijos porque es difícil tener hembras. Sin embargo yo soy el único macho de los seis, algo realmente extraño, así que mi madre decidió no tener más hijos, ya era suficiente.”

“Quieres mucho a tus hermanas, ¿verdad?” Lo había notado en su voz, la nostalgia y el amor estaban profundamente marcados en ella.

“Son mi familia, las amo.” Contestó tiñendo de tristeza su voz.

Ianto no quiso decir nada. Sabía que ninguna palabra de ánimo podría consolar su pena tras siglos separado de su familia y su planeta.

Siguieron caminando junto al río hasta llegar frente a un árbol diferente a los del bosque. Su tronco plateado claro tenía forma cónica con una base de unos seis metros y sus hojas eran algo triangulares de azul marino. Tras él había un gran muro de piedra plateada de más de diez metros. El río caía en cascada desde lo alto.

“Este es el Sei, ¿verdad?” Se dio cuenta de que era idéntico al del dibujo que había hecho Kami.

“Sí, esta es mi casa.” Puso una mano sobre el tronco pero rápidamente se dio la vuelta. “Y ahora voy a enseñarte algo mejor, algo fantástico.”

Se puso tras él y rodeó su pecho con los brazos.

“Espera, qué vas a-”

“Tranquilo, solo será un momento.”

Sus alas se extendieron y alzó el vuelo llevándose a Ianto consigo. En un momento subieron los diez metros de la pared y se encontraron con otro gran bosque. Pero esta vez los árboles eran muy diferentes. Los troncos eran negros como la noche, estrechos y completamente rectos, de más de cinco metros de alto; las hojas eran pequeñas, como una mano, y doradas, brillantes y completamente doradas. Con las copas redondeadas y los árboles tan juntos parecía que estaban sobre un mar dorado.

Kami descendió entre los árboles y desde abajo se veían aún más hermosos. La luz se colaba entre las hojas y las hacía brillar. El suelo de hierba blanca parecía también dorado por aquellos reflejos.

“Kami...” Murmuró Ianto.

Lo supo nada más verlos, lo sintió. Y al ver caminar a Kami entre aquellos árboles sintió como si fueran el mismo ser. Sus ondulantes cabellos negros desprendían brillos dorados. El color de sus ojos se confundía con el de las hojas. Las marcas negras en su cuerpo bailaban al ritmo que el aire agitaba los árboles.

“Ianto, ¿te gustan?” Le preguntó, mirando aquellas hojas, dando vueltas entre los troncos.

“Hermoso...” Pero no se estaba refiriendo a los árboles.

Se acercó lentamente a Kami. Le envolvió entre sus brazos y enterró el rostro en sus cabellos.

“Te amo. Te amo y quiero hacerte feliz, tan feliz como te veo ahora. Quiero estar siempre a tu lado para darte todo mi amor.” Le susurró al oído mientras le abrazaba con fuerza.

“Eres un idiota.” Murmuró Kami tras un breve silencio. “Te marchaste sin acabar de hablar conmigo y regresaste herido, inconsciente y casi muerto. Ahora mismo estás tendido en la camilla con un agujero atravesándote el estómago. ¿Y dices que quieres estar siempre conmigo? ¿Cómo puedo creer eso?”

“¿Tienes miedo?” Le preguntó, sorprendido por aquella reacción.

“¡Claro que sí! Eres un humano, tu vida es extremadamente corta y frágil. Podría perderte en unos segundos por miles de razones. No quiero verte morir, no quiero perder lo único que tengo ahora mismo en este mundo, en la Tierra.”

“¿Tan importante soy para ti?”

Todo el cuerpo de Kami se sacudió, sus colas, su pelo, sus marcas, sus entrañas.

“Lo... lo... lo eres.” Se dio cuenta en aquel mismo momento. Sus sentimientos habían ido más allá de lo que pensaba, más allá de lo que jamás había sentido. “No te separes de mí, no me dejes.” Le pidió desesperado.

Ianto sostuvo el tembloroso rostro entre sus manos y miró de cerca aquellos deslumbrantes ojos.

“Dime que me amas y permaneceré a tu lado el resto de mi vida, hasta que muera de viejo.”

“Ianto... yo... te amo, te amo. Aunque ni siquiera puedo entenderlo sé que te amo.”

Por sus ojos no caían lágrimas pero Ianto sabía que había roto a llorar desconsolado.

Le abrazó con fuerza, le besó con ternura y aquel hermoso sueño, aquel recuerdo se disolvió en la bruma.





“Ianto... Ianto...”

Esta vez la voz era real, no estaba solo en su mente. Sintió una mano sosteniendo la suya y en seguida supo que era la de Kami. Abrió los ojos y los vio, aquellos ojos dorados mirando los suyos.

“No llores.” Su voz fue apenas un susurro.

“Ianto... Yo no... no puedo llorar.” Contestó, suspirando aliviado.

“Sí puedes, lloras sin lágrimas. Lo estoy viendo.” Levantó una mano temblorosa y acarició su rostro.

“¡Ianto!” Jack gritó escaleras arriba. “Estás consciente.” Bajó corriendo y se puso junto a Ianto al otro lado de la camilla. “¿Cómo te encuentras? Estás...”

“Estoy bien, tranquilo.”

“Ianto...”

Jack se inclinó con un desesperado deseo de besar a Ianto. Pero Kami le agarró por el hombro y le apartó antes de que lo hiciera.

“No, no puede. Solo yo puedo besar a Ianto.” Le dijo con voz firme.

“¿Tú? Pero qué demonios-”

“Es mi pareja. Ianto es mi pareja y no dejaré que le vuelva a tocar. Tampoco volveré a esa celda, es una ridiculez porque puedo salir cuando me dé la gana.”

“¿Quién te crees que eres?” Gritó enfurecido.

“Mi pareja. Jack, Kami es mi pareja y no volverás a encerrarle o tendrás que encerrarme a mí también. Lo siento Jack pero no volveré a acostarme contigo.” Sus ojos solo podían mirar a Kami, estaba maravillado por aquella reacción tan poco habitual en él.

Jack estaba desconcertado, no sabía qué hacer para cambiar aquella situación. Solo pudo apretar los dientes y marcharse. Gwen se asomó al ver marcharse al Capitán.

“Ianto, ¿cómo te encuentras?” Sonrió al verle despierto.

“Bien, creo que bien.”

“Fantástico. Voy a revisarte la herida y cambiarte las vendas. Si no interrumpo nada, claro.”

“Adelante. Que se cure es lo más importante.” Dijo Kami apartándose de la camilla. “¿Dónde está Gura?”

“¿Quién?”

“El alienígena que lo hizo.”

“Ah, está en una celda.”

“Iré a verle, vuelvo en seguida.” Se marchó rápidamente sin darles opción a replicar.

Kami se presentó frente a la celda de Gura, quien estaba encogido en un rincón.

“¡Kami! ¿Cómo se encuentra ese humano? Oh, no me digas que ha muerto.”

“Por favor, ni lo mencione. Se encuentra bien, se recuperará.”

“Oh, cuánto me alegro. Lamento mucho lo que hice.”

“Lo sé, no se preocupe. He venido a hablar sobre usted.”

“Oh, sí. ¿Qué pasará conmigo ahora?”

“Ellos querrán mantenerlo encerrado, lo cual es comprensible ya que ha asesinado humanos, y lo cierto es que no sé qué hacer para evitarlo.”

“Kami, escucha, llevaba mucho tiempo oculto y solo he salido porque en unos días llegará una nave desde mi planeta para buscarme.”

“Eso es fantástico, podrá regresar a su hogar. Me aseguraré de que le permitan salir para ese momento.”

“Oh, muchísimas gracias. Kami, tú también podrías regresar a tu planeta, te llevaremos en nuestra nave.”

Kami lo pensó durante apenas un segundo.

“Se lo agradezco mucho pero ahora este es mi hogar. Me quedaré en este planeta mientras Ianto siga en él.”

“Podría venir también si lo deseas.”

“Me temo que eso es imposible. Un humano no podría sobrevivir en la atmósfera de mi planeta. Pero no me importa vivir en este planeta unos cuantos años más si estoy a su lado.”

“Era de esperarse del amor de un Mshio. Espero que seas muy feliz a pesar de esos molestos humanos.”

“Muchas gracias.”

No podía creer la decisión que había tomado. Hasta hace apenas unos días jamás habría rechazado regresar a su planeta. Sin embargo ahora ni se le pasaba por la cabeza dejar la Tierra, dejar a Ianto.

Regresó a la zona médica. Gwen ya estaba vendando la herida de Ianto.

“¿Cómo está?” Preguntó acercándose a ellos.

“Parece que va bien, pero tendría que ir al médico de todos modos.”

“Entonces vamos.”

“Pero Kami-”

“¿Pero qué? No hay ninguna excusa posible, irás ahora mismo.” Le cortó Kami antes de que dijera más.

“Sí, de acuerdo.” Ianto se sentía feliz al ver a Kami preocuparse tanto por él.





Las colas de Kami se enrollaban en las piernas de Ianto. Apoyaba la cabeza sobre su hombro mientras sus cabellos acariciaban su pecho. Ambos hombres descansaban desnudos sobre las sábanas rojas de la cama de Ianto.

“¿Tienes hambre?” Preguntó Ianto al sentir cómo comenzaba a frotarse contra su cuerpo.

“Sí...”

“Entonces te daré de comer.”

“Estate quieto. El médico dijo que te dejaba ir a casa solo si guardabas reposo, y tener sexo no es precisamente guardar reposo.”

“Entendido. Pero al menos puedo besarte, ¿verdad?” Le preguntó acariciando su rostro.

“Uh... Claro, cuanto quieras.”

“Esa es una buena respuesta.” Rió Ianto antes de besarle tiernamente en la frente, las mejillas, los labios.

“Si no es en la boca no puedo alimentarme.” Le dijo Kami mientras le besaba sobre el ojo derecho.

“No te beso solo para alimentarte.”

Sus lenguas se entrelazaron en un largo beso.

“Te prometo que cuando me recupere buscaremos la forma de que regreses a tu planeta.”

“No, eso no es necesario.”

“¿Por qué? Pensé que querías regresar a tu hogar.”

“Mientras tú estés aquí, este será mi hogar. En mi planeta no podrías vivir y dijiste que estarías siempre conmigo. ¿O fue una mentira?”

“Kami... No sabes cuán feliz me hace saber que deseas estar conmigo aún más que regresar a tu hogar.” Le abrazó con fuerza. No sabía cómo expresar aquella felicidad si no era haciéndole el amor.

“¡Ianto, tu herida!”

“Está bien, no te preocupes.”

Sin poder resistirse más, Kami enterró el rostro en su pecho y se entregó a los brazos de Ianto. A pesar de la crueldad de los humanos, a pesar de la fealdad de aquel planeta, Kami podría ser feliz siempre y cuando estuviera en los bazos de Ianto, alimentándose de aquel delicioso sabor que su amor le ofrecía.

FIN

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